Miguel Delibes - Diario de un cazador
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En cuanto oteé al Mele esta tarde trasteando en la calle, ya me imaginé que la perra estaba buena. El chavea me lo confirmó. Anduvimos los dos un rato tirándola el pellejo de la liebre, pero ella enreda con él, pero no lo trae. Melecio me ha devuelto 4,75. No ha sido caro el tratamiento. Ahora, cuando se mete uno en boticas, hay que cerrar los ojos. Me preguntó Melecio si se había explicado Tochano. Ya le dije que no. Al marchar me preguntó dónde iba con tantas prisas y le conté lo de la chavala. Estuvo un rato de cachondeo.
Anita sacó las fotografías. Sí, pero no. Es Anita, pero no es Anita. Ella tiene un qué que le falta a la otra. Se lo planté así y ella dijo que eso quisiera. Aunque hacía fresco, dimos una vuelta por los soportales y la invité a un bartolillo en «La Conchita». Anita es más golosa que un gato. En el portal le pregunté cuándo iba a darme una respuesta, y ella dijo que no sabía que le hubiera preguntado nada. No sé qué me da esta mujer que me tiene como tolondro.
Los apuntes de don Rodrigo se venden como rosquillas. Ya me han dejado 125 líquidas. Esta tarde me llegué a su casa a llevarle su parte y me mandó pasar, y me enseñó un termómetro para que vea que la temperatura no pasa de trece grados, y que no puede encender una estufa de petróleo, porque entonces se vería obligado a reducir la ración de los chicos. Dijo que aborrecía todo eso de andar con tapujos y no obrar a las claras, pero que los hijos son los hijos y con mil ochocientas mensuales, pagando novecientas de piso, no puede hacer milagros. Luego dijo que si sabía yo por qué ellos no tenían economatos, que si por casualidad los hijos de los catedráticos no tienen estómago como los demás. Le contesté que no lo sabía y le di los cuartos. Los contó dos veces delante de mí y, luego, me entregó otra docena de ejemplares de sus apuntes. Al marchar, insistió en que no se trata propiamente de un negocio clandestino, sino que al rogarme discreción pretende tan sólo no darle excesiva publicidad. Me escama a mí ya tanta gaita, pero si yo dijera no, el señor Moro no le iba a ir con ascos.
En el café nadie dijo media palabra de la boda. Echamos la partida como si tal cosa. Palmó Zacarías. El Pepe me preguntó por qué no íbamos el domingo a lo de Villalba. Le dije que tenía compromiso y él preguntó que dónde. Le conté lo del Pavo y me dijo que si no había sitio para él. Le respondí lealmente que no. Todavía estoy aguardando que me liquide los cafés y los cartuchos de Aniago.
Cuando subí a comer este mediodía no se podía parar. En la azotea había una docena de cajones de envasar pescado que tiraban para atrás. Llamé en casa del señor Moro y le pregunté qué pintaba allí aquella basura. Asomó la bruja de la Carmina y me voceó que si me importaba a mí mucho lo que pintaban allí los cajones. Le dije que tanto, que si ella no los quitaba de allí los iba a tirar yo mismo a la calle. Metió el cuezo el señor Moro y me dijo que los cajones se estaban secando para luego hacer astillas con ellos. El cipote me preguntó si sabía yo lo que costaba un saco de leña. La madre, que andaba al quite, dijo que si creía el señor Moro que ella encendía la lumbre con piñas de California. Yo dije entonces que bien que ahorrasen en leña, pero que pongan a secar los envases donde no molesten. La pingo de la Carmina todavía voceó que si los iba a meter en la cocina, y yo le contesté, de mal café, que por mi parte podía meterlos donde le cupieran.
A las siete salí con la chavala. No sabe hablar más que de las Mimis. Dice que la mayor tiene un novio fogonero y que ella por nada del mundo querría un novio fogonero. Le pregunté que si por lo de los tiznones, y ella dijo que no por eso, sino porque cada jueves y cada domingo se largan de casa y a ella le gustan los hombres caseros. Anduvo un rato rondando delante de «La Conchita», pero yo me hice el sueco.
De retirada me topé con Melecio. Ha recibido una citación del Ayuntamiento y le dije que es fijo por lo de la Sinfónica. Él se encogió de hombros. Ya le advertí que si le hacen flauta caerán unas pelas. Mañana se pasará por allí a ver lo que se cuece. Le pregunté por la Doly y me dijo que el domingo podremos llevarla ya donde lo del Pavo.
Hoy, San Nicolás, fiesta para el gremio. Mañana, domingo. Al otro, la Inmaculada. Luego, vacaciones hasta Reyes. Me levanté tarde y la madre me llevó el desayuno a la cama. Anduvo hablándome de sus problemas y me dijo que hoy con dos duros no hace la plaza. Ya le dije que a ver cómo viene lo de la Conserjería, y que si no, veré de buscarme algo para por las tardes. Yo debí hacer lo de Tochano. Tochano no tendrá mucho fijo, pero en propinas hace más de los ocho barbos líquidos. La gente agradece que le metan un giro en casa. La verdad es que embolsar cuartos sin más que firmar un cartón es un momio. Y no creo que Tochano le eche al asunto más de tres o cuatro horas. Claro que uno tiene aquello de la categoría. Pero uno va perdiendo la fe en la categoría. Es una filfa. La madre dice que con la categoría no se come y le sobra razón. Yo no tengo más que categoría y un uniforme. Y para eso también Tochano tiene uniforme, aunque desde luego es otra cosa.
A las seis vino Melecio. Estuvimos recargando hasta las diez. Insiste en que lo del Pavo es una mina. Veremos. Por de pronto llevamos 75 tiros por barba. Para Reyes le pediré a la madre una canana de pinzas. La que tengo está para tirarla. Le pregunté a Melecio por la reunión del Ayuntamiento y me dijo que el alcalde está emperrado en formar una orquesta, pero que saltan muchas pegas. Él quiere que una sociedad con elementos fijos la sostenga. Dice Melecio que eso es difícil porque en la ciudad no hay afición, y que ya es un dato que entre cien mil habitantes no haya un solo chelo. Hay que empezar por buscarle fuera y eso es un renglón. Le pregunté cómo se llamaría la cosa y él dijo que eso depende. Luego hablamos de la boda de Tochano y le dije lealmente que estaba escamado, porque en el café nadie se explica y yo sigo sin recibir invitación. Por lo visto la boda está fijada para el treinta, porque Tochano y la Paula quieren comer las uvas en la Puerta del Sol. Me preguntó por Anita y le dije que no nos vemos desde el jueves, pero que había empezado con el sistema de mano dura y tente tieso, y ella se había puesto de monos. Después le dije que se parecía a una artista de cine y él dijo que a todos, cuando novios, se nos hace que la novia se parece a una artista de cine, sólo que en mejor. Le pregunté que si la Amparo también y él me dijo que si no me había fijado que la Amparo tiene las mismas facciones que la Joan Bennet. Quedamos en oír misa de siete en los Agustinos. Le dije a Melecio que el Pavo subirá a la estación a las nueve en la serret. Al marchar me preguntó Melecio a qué artista se parecía la Anita y le dije que a la Pier Angeli. Se quedó frío y yo le confesé que no la conocía y que qué tal estaba, y él respondió lealmente que ni carne ni pescado.
Lo del Pavo es un monte de encina apañadito y abierto. Se tira superior de la parte de la corta. Eso no quita para que yo hiciera poca carne. Al Pavo todo se le volvía decir que me creía mejor escopeta. Y es que el pelo se me da mal. Prefiero la pluma cien veces. El Pavo me prometió que a la tarde iríamos a las perdices. Pero a la tarde empezó a caer un aguanieve muy fina que nos quitó de cazar. El Pavo nos llevó a casa del guarda y preguntó si había llegado la garrafa. A mí no se me iba del pensamiento el conejo que se me embocó con las patas rotas. Y la Doly como una lela ladrando a las nubes. El Pavo empezó a ponerle pegas al vino, pero a mí me sabía bueno. Dijo el guarda que ahora todas las cosas tienen un sabor raro, por los abonos. Melecio dijo que sí y el guarda cogió humos y dijo que entre un huevo de sus gallinas y un huevo de granja hay más diferencia que entre un filete de ternera y otro de caballo. Melecio dijo que le gustaba la carne de caballo, y el Pavo que no podía tragar la liebre. Yo le dije que no la habría comido bien preparada y que un día le subiría a casa a comer una liebre como Dios manda. El Pavo aceptó. Dijo Melecio que la madre, si quisiera, podría ganar cuartos como cocinera en un hotel de postín. A las cinco escampó y salimos un rato a las perdices. Cogimos la lindera para meterlas dentro. Junto al monte había unos tipos excavando los majuelos. Después de mucho patear no vimos ni sombra de ellas. Yo marré dos conejos que se me metieron en los pies.
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