Los necesitados de dinero recordaron además la generosa esplendidez con que el hijo de don Rodrigo sacaba de apuros a los pobres cuando sólo poseía algunos miles de reales, y prometiéronse, al saber que llegaba de Indias con tres cargas de onzas, salir de deudas y trabajos, sin más que presentarle una apuntación de lo que les hacía falta para ponerse a flote. Las mozas por casar, especialmente las llamadas señoritas , preguntaron si venía soltero, y hablaban pestes de la Dolorosa . Pensaron los médicos en que tenían un buen cliente más; los sacristanes discurrieron sobre cuánto valdría el entierro de un indiano tan rico, en la previsión de que se muriese al hallar casada a su antigua novia; conocieron los matones… sede vacante que había llegado el propietario de la precaria autoridad que ejercían interinamente, y convinieron, por tanto, en que el Niño de la Bola debía matar a Antonio Arregui (tal era el nombre del marido de la Dolorosa ), a ver si de resultas lo ahorcaban a él, suponiendo que Antonio Arregui no comenzase por matarlo; receló el nuevo Obispo de la diócesis, persona muy santa y entendida, si aquel extraño personaje vendría a perturbar las conciencias; el Alcalde y el Juez temieron que les hubiese caído trabajo, y Escribanos y Procuradores, que trabajaban por arancel, holgáronse, a la inversa, en tal expectativa… Todos, en fin, auguraron una tragedia espantosa al entregarse aquella noche en brazos del sueño con la mayor comodidad posible, dándose acaso cuenta, mientras se arropaban y tomaban la postura favorita, de que no amaban al prójimo tanto como a sí mismos, y alegrándose indudablemente de que ninguna persona de su casa o de su particular afecto se hallara en el duro trance de Antonio Arregui, de Soledad y de Manuel Venegas…
Dos excepciones había en el pueblo, por lo tocante a recogerse temprano. Era una de ellas la botica de la Plaza, que no se cerraba hasta la diez, y donde el mancebo o practicante que la regentaba (persona importantísima, que ha de figurar mucho en el resto de nuestra historia) tenía tertulia de hombres solos, casi todos mozalbetes muy mal criados, bien que algo instruidos en materias asaz delicadas; y era la otra la casa de un antiguo hijodalgo (ya no se daba a nadie este título, ni existían los privilegios inherentes a él), hombre muy acaudalado y culto, grande admirador de Moratín, afrancesado en 1808 y en 1823, y miembro a la sazón de la Sociedad secreta llamada Jovellanos ; casa que no cerraba sus puertas hasta que a las once se retiraban las cuatro o seis personas de clase y de ciertas ideas a quienes se tenía la dignación de recibir después que cenaban los señores, o sea al punto de las nueve…
En la botica, o mejor dicho en la trasbotica, hablóse largamente de la llegada del Niño de la Bola , no faltando ya quien supiera y contase (por acabárselo de oír a la hermana del ama de don Trinidad Muley) que éste había recibido quince días antes una carta del joven, fechada en Málaga (y sin señas, para evitar toda contestación), en que le decía, bajo el mayor secreto, que el sábado 5 de abril llegaría a la ciudad, para cuya fecha necesitaba que le hubiese tomado una casa muy buena y en muy buen sitio, y que la tuviera algo amueblada; que Manuel Venegas era, por consiguiente (y no el nuevo deán, como se había contado), quien iba a vivir en aquella misma plaza en el antiguo edificio denominado Casa del Chantre ; que ya estaba constituida en ella la susodicha hermana del ama de gobierno del cura, con el alto empleo de ama de llaves del hijo de don Rodrigo, en cuya calidad acababa de recibir las tres cargas de onzas, perlas, diamantes y rubíes que tanto había paseado por las calles el arriero; y, en fin, que nada había vuelto a saberse del Niño de la Bola desde que ya muy anochecido lo vieron unos guardas cruzar a escape por medio de los sembrados de la vega, como si él o su caballo se hubiesen vuelto locos, pero que don Trinidad Muley andaba ya en su busca, caballero en una pollina, siendo de esperar - de temer , dijo el relatante- que, si lo encontraba a tiempo y conseguía calmarlo, no ocurriese nada por aquella noche…
Como todos los asistentes a la trasbotica tenían al dedillo la historia del casamiento de Soledad con Antonio Arregui, y sabían quién era este sujeto, y estaban al tanto de las demás ocurrencias habidas en casa de don Elías Pérez desde que Manuel Venegas se ausentó de la población, no hubo para qué referir allí tales sucesos, y contrájose el resto de la velada a exponer cada cual el desenlace que a su juicio convenía mejor a aquella tragedia, en cuyo punto opinó Vitriolo (así llamaban al mancebo) que «debían morir todos los personajes» esto es, Manuel, Antonio, la Dolorosa , su madre y hasta, si venía el caso, el mismo don Trinidad Muley…
En cambio, y con motivo de hallarse presente una forastera (nada menos que hija de Madrid y prima segunda de un marqués, la cual había ido a la ciudad a vender sus últimas fincas, y estaba de huéspeda en casa del ilustre moratiniano, por habérsela recomendado en carta autógrafa uno de los ministros de entonces, miembro también de la citada Sociedad secreta, al decir de los irritados esparceristas), fue indispensable contar aquella noche en tan encopetada tertulia toda la vida y milagros de don Rodrigo, del usurero, de Manuel, de Soledad y de Antonio Arregui; tarea que desempeñó a las mil maravillas el propio dueño de la casa, académico correspondiente de la Lengua y doctor in utroque jure , llamado, por más señas, don Trajano Pericles de Mirabel y Salmerón, cuyos paganos e ilustres nombres de pila (digámoslo de pasada) daban claro a entender que su candoroso padre había sido, como otros muchos españoles del reinado de Carlos III, muy amante de la Enciclopedia … y juntamente del Bautismo.
Comenzó, pues, tan autorizado sujeto por referir todo lo que nosotros hemos narrado en el libro segundo de la presente obra, o sea hasta el instante que Manuel Venegas se ausentó del pueblo después de la inolvidable escena de la rifa; y llegado que hubo a aquel punto crítico de su relación, bebió agua, tomó aliento y rapé, y continuó de la manera siguiente…
Pero antes de copiar lo que dijo no estará de más que nos fijemos un poco en la citada forastera…, y también en cierto jovenzuelo, de ella locamente enamorado, que a la sazón fluctuaba allí entre el suicidio y la gloria.
IV. DOS RETRATOS POR VÍA DE ENTREMÉS
En los treinta años frisaría la aristocrática madrileña, y era una valiente hembra; alta, desenvuelta y garbosa, cuya magistral elegancia suplía con exceso los deterioros que el vivir muy de prisa pudiera haber causado a su natural hermosura. Tenía mucho talento, mucha gracia y, sobre todo, mucho mundo: conocía y trataba indudablemente (pues ya había recibido cartas que lo probaban) a todas las personas notables de Madrid, empezando por don Evaristo Pérez de Castro, a la sazón Presidente del Consejo de Ministros, y concluyendo por Olózaga, el orador más insigne de la oposición; hablaba el francés, el inglés y el italiano, y siempre estaba leyendo libros en estos idiomas, no sólo de Literatura, sino de Medicina, de Historia natural, a que era muy aficionada, y alguno que otro de Filosofía antirreligiosa…; iba, empero a misa todos los domingos y fiestas de guardar, y aun agradábale la conversación de los sacerdotes ilustrados y bien vestidos; tocaba perfectamente el piano; cantaba de memoria óperas enteras; montaba a caballo en todas posturas; aseguraba que sabía nadar (como lo acreditaría en llegando el verano); tiraba, en fin muy bien con escopeta y con pistola, y, sin embargo , o, por mejor decir, en medio de todo esto , no había sido recomendada al señor de Mirabel en concepto de casada ni de viuda, sino en calidad de soltera, lo cual pareció a aquellos atrasados vecinos y vecinas mucho más extraordinario y sorprendente que todas las dichas habilidades.
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