Alfredo Echenique - Cuentos

Здесь есть возможность читать онлайн «Alfredo Echenique - Cuentos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Cuentos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Cuentos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Cuentos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Cuentos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¿Tocas la guitarra? -escuché mi voz.

– Un poco -dijo, como si no quisiera hablar más de eso.

Abandonamos el café, y caminamos unos doscientos metros hasta llegar a una esquina.

– Soy un pésimo guía para turistas -dijo-. Si vas por esta calle, me parece que encontrarás algo que vale la pena ver, y creo que hasta un museo. Soy un pésimo guía -repitió.

– Soy un mal turista, Manolo. Además, no me molesta andar medio perdido.

– Podemos vernos mañana, en el café -dijo.

– ¿A las cinco de la tarde?

– Bien -dijo, estrechándome la mano al despedirse. Iba a decirle «encantado», pero avanzaba ya en la dirección contraria.

Al día siguiente, me apresuré en llegar puntual a nuestra cita. Entré al café minutos antes de las cinco de la tarde, y encontré a Manolo, las manos en los bolsillos, sentado en la misma mesa del día anterior. Tenía una copa de vino delante suyo, y el cenicero lleno de colillas indicaba que hacía bastante rato que había llegado. Me senté.

– ¿Qué tal si tomamos vino, en vez de café? -preguntó.

– Formidable.

– Mozo -llamó-. Mozo, un litro de vino rojo.

– Sí, señor.

– Rojo -repitió con energía-. ¿Te gustan las artistas italianas? -sonreía.

– Me encantan. ¿Qué te parece si vamos un día a Cinecittá?

– Eso de ir hasta allá -dijo Manolo, y su entusiasmo se vino abajo fuerte y pesadamente como un tablón.

– Tienes razón -dije-. Ya pasará alguna por aquí.

– Se está bien en este café -dijo, mirando alrededor suyo-. Tiene que pasar alguna.

– Y la guitarra, ¿qué tal?

– Como siempre: bien al comienzo, luego me da hambre, y después de la comida me da sueño. Cojo nuevamente la guitarra… La guitarra es mi somnífero.

Trajeron el vino, y llené ambas copas, pues Manolo, pensativo, no parecía haber notado la presencia del mozo. «Salud», dije, y bebí un sorbo mientras él alargaba lentamente el brazo para coger su copa. Era un hermoso día de sol, y ese vino, ahí, sobre la mesa, daba ganas de fumar y de hablar de cosas sin importancia.

– No está mal -dijo Manolo. Miraba su copa y la acariciaba con los dedos.

– Me gusta -afirmé-. ¡Salud!

– Salud -dijo; bebió un trago, tac, la copa sobre la mesa, cerró los ojos, y la mano nuevamente al bolsillo.

Estuvimos largo rato bebiendo en silencio. Era cierto lo que me había dicho: por esa calle pasaban mujeres muy hermosas, pero él no parecía prestarles mayor atención. Sólo de rato en rato, abría los ojos como si quisiera comprobar que yo seguía ahí: bebía un trago, me miraba, luego a la botella, volvía a mirarme…

– Me gusta mucho el vino, Manolo. Terminemos esta botella; la próxima la invito yo.

– Bien -dijo, sonriente, y llenó nuevamente ambas copas.

Aún no habíamos terminado la primera botella, pero el mozo pasó a nuestro lado, y aprovechamos la oportunidad para pedir otra.

– Y tú, ¿qué tal ayer? -preguntó Manolo.

– Nada mal. Caminé durante un par de horas, y sin saberlo llegué a un cine en que daban una película peruana.

– ¿Peruana? -exclamó Manolo sorprendido.

– Peruana. Para mí también fue una sorpresa.

– Y ¿qué tal? ¿De qué trataba?

– Llegué muy tarde y estaba cansado -dije, excusándome-. Me gustaría volver… Creo que era la historia de dos indios.

– ¡Dos indios! -exclamó Manolo, echando la cabeza hacia atrás-. Eso me recuerda algo… Pero, ¿a qué demonios? Dos indios -repitió, cerrando los ojos y manteniéndolos así durante algunos minutos.

Vaciamos nuestras copas. Habíamos terminado la primera botella, y estábamos bebiendo ya de la segunda. Hacía calor. Yo, al menos, tenía mucha sed.

– Tengo que recordar lo de los indios.

– Ya vendrá; cuando menos lo pienses.

– ¡Nunca puedo acordarme de las cosas! Y cuando bebo es todavía peor. Es el trago: me hace perder la memoria, y mañana no recordaré lo que estoy diciendo ahora. ¡Tengo una memoria campeona!

Manolo parecía obsesionado con algo, y hacía un gran esfuerzo por recordar. Bebíamos. La segunda botella se terminaría pronto, y la tercera vendría con la puesta del sol y los cigarrillos, con los indios de Manolo, y con mi interés por saber algo más sobre él.

– ¡Salud!

– No pidas otra -dijo Manolo-. Sale muy caro. Vamos al mostrador; allá los tragos son más baratos.

Nos acercamos al mostrador y pedimos más vino. A mi lado, Manolo permanecía inmóvil y con la mirada fija en el suelo. No lograba verle la cara, pero sabía que continuaba esforzándose por recordar.

– ¡Siempre me olvido de las cosas! -sus dientes rechinaron, y sus manos, muy finas, parecían querer hundir el mostrador; tal era la fuerza con que las apoyaba.

– Manolo, pero…

– Siempre ha sido así; siempre será así, hasta que me quede sin pasado.

– Ya vendrá…

– ¿Vendrá? Si sintieras lo que es no poder recordar algo; es mil veces peor que tener una palabra en la punta de la lengua; es como si tuvieras toda una parte de tu vida en la punta de la lengua, ¡o sabe Dios dónde! ¡Salud!

Estuvo largo rato sin hablarme. Miré hacia un lado, vi la puerta del baño, y sentí ganas de orinar. «Ya vengo, Manolo.» En el baño no había literatura obscena: olía a pintura fresca, y me consolaba pensando que hubiera sido la misma que en cualquier otro baño del mundo: «Los hombres cuando quieren ser groseros son como esos perros que se paran en dos patas; como todos los demás perros». Pensé nuevamente en Manolo, y salí del baño para volver a su lado. Todas las mesas del café estaban ocupadas, y me pareció extraño oír hablar en italiano. «Estoy en Roma», me dije. «Estoy borracho.» Caminé hasta el mostrador, adoptando un aire tal de dignidad y de sobriedad, que todo el mundo quedó convencido de que era un extranjero borracho.

– Aquí me tienes, Manolo.

Volteó a mirarme y noté que tenía los ojos llenos de lágrimas. «Le está dando la llorona. Me fregué.» Puso la mano sobre mi hombro. «Toca un poco la guitarra.» Me estaba mirando.

– Sólo he amado una vez en mi vida…

– ¡Uy!, compadre. A usted sí que el trago le malogra la cabeza.

Ayer me contaste que te has enamorado dos veces; dos, si descontamos a la monjita.

– No se trata de eso… Esta muchacha no quiso, o no pudo quererme.

– ¿Cómo fue lo de la monja? Eso de intentar matarse por una monja debe ser para cagarse de risa.

– ¡No jodas!

– Está bien, Manolo. Estaba bromeando; creí que así todo sería mejor.

También yo empezaba a entristecer. Sería tal vez que me sentía culpable por haberlo hecho beber tanto, o que lo estaba recordando ayer, hace unas horas, tan indiferente, como oculto en su silla, y escondiendo las manos en los bolsillos entre cada trago. Ya no se acordaba de sus manos, una sobre mi hombro con los dedos tan largos cada vez que la miraba de reojo, y la otra, flaca, larga, desnuda sobre el mostrador, los dedos nerviosos, y se comía las uñas. Puse la mano sobre su hombro.

– ¿Qué pasó con esa muchacha? ¿Te dejó plantado?

– Eso no es lo peor -dijo Manolo-. Ni siquiera se trata de eso. Lo peor es haber olvidado… No sé cómo empezar… Hubo un día que fue perfecto, ¿comprendes? Un momento. Un instante… No sé cómo explicarte… No me gustan los museos, pero ella llegó a París y yo la llevaba todas las tardes a visitar museos…

– ¿Fue en París? -pregunté tratando de apresurar las cosas.

– Sí -dijo Manolo-. Fue en París -mantenía su mano apoyada en mi hombro-. La guitarra… No es verdad… No la tengo… La…

– Vendiste, para seguir invitándola. ¡Salud!

– Salud. Era linda. Si la vieras. Tenía un perfil maravilloso. La hubieras visto… Se reía a carcajadas y decía que yo estaba loco. Yo bebía mucho… Era la única manera… Dicen que soy un poco callado, tímido… Se reía a carcajadas y yo le pedí que se casara conmigo. Hubieras visto lo seria que se puso…

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Cuentos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Cuentos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Alfredo Echenique - El Huerto De Mi Amada
Alfredo Echenique
Alfredo Echenique - La amigdalitis de Tarzán
Alfredo Echenique
Alfredo Echenique - Un mundo para Julius
Alfredo Echenique
Jacob Grimm Willhelm Grimm - Hansel y Gretel y otros cuentos
Jacob Grimm Willhelm Grimm
Alfredo Tomás Ortega Ojeda - La bruja
Alfredo Tomás Ortega Ojeda
Alfredo Gaete Briseño - El regreso del circo
Alfredo Gaete Briseño
Raquel Echenique - Yo soy un refugiado
Raquel Echenique
Alberto Pocasangre - Cuentos asépticos
Alberto Pocasangre
Felipe I. Echenique March - Una historia sepultada
Felipe I. Echenique March
Отзывы о книге «Cuentos»

Обсуждение, отзывы о книге «Cuentos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x