Juan Saer - Lo Imborrable

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Un clasico de la narrativa argentina que reconstruye las borraduras parciales que sufre la memoria. Una version cifrada sobre lo real, la percepcion y la literatura. Convertida en un clasico de la narrativa argentina, esta magnifica novela de Juan Jose Saer regresa con mas fuerza y renovada capacidad de resistencia. A traves de una prosa despojada y directa, la historia muestra al protagonista `Carlos Tomatis` deambulando por una ciudad fantasmal. El encuentro con dos extranos personajes `Alfonso y Vilma,` le plantea una serie de interrogantes que transforma al acto de leer en un gesto politico: Quien es Walter Bueno? Que se dice sobre su novela leida con furor? Como se construye un bestseller? Que es el exito? Como en toda la obra saeriana se despliega `mas que un argumento` una version cifrada sobre el estatuto de lo real, de la percepcion y de la literatura. Y si la memoria sufre parciales borraduras, ahi esta la ficcion para reconstruirla. Eso que Saer llama `lo imborrable` ha dejado su impronta en el cuerpo y en el imaginario colectivo atravesado por el terror, la represion y la censura. Por eso, imborrable es tanto lo que paso `la huella historica que no debe olvidarse bajo ningun concepto,` como lo que viene sucediendo desde el origen: la presencia humana en el mundo como un acontecer unico, increible, transformador del universo. Imborrable es el arte, el pensamiento y la palabra.

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del propio cuerpo, en un frío que se atenúa ligeramente, algo parecido a la gracia que, en medio de tantos desastres, me procura, como hacía meses que no la sentía, una felicidad instantánea, inexplicable, que aunque no dura más que unos pocos segundos en la conciencia, se propaga por todo el cuerpo dándole cohesión y vigor.

Un portero negro, bajo la entrada embanderada del hotel Iguazú, me abre la puerta de vidrio, inclinándose un poco, tratando quizás de no descoser su uniforme marrón oscuro un poco estrecho. Aunque no haya un sólo negro en mil kilómetros a la redonda, la dirección del hotelha sin duda preferido contratar a un negro como portero para subrayar, igual que con la multiplicidad de banderas, el carácter internacional del hotel, puesto que casi siempre en las películas -sobre todo si vienen de Norteamérica, donde sí hay muchos negros, y en las capas bajas de la sociedad, de modo que no tienen más remedio que trabajar como porteros-, cuando aparece un hotel internacional, el portero es negro. A decir verdad, no contrataron un portero, sino un "portero negro" que es, cuando me abre la puerta, obsequioso y jovial, contento de ser "portero negro", como corresponde con los rasgos del estereotipo. La atmósfera es agradable en el interior calefaccionado y el conserje, de traje oscuro y corbata, me espera solemne y atento del otro lado del mostrador, tan "conserje amable" como el portero negro que me ha abierto la puerta es "portero negro".

– Buenos días. El salón Capri -digo.

– Cómo no -dice el conserje. Y a un adolescente de uniforme marrón. -Conduzca al señor hasta el salón Capri.

– Por aquí por favor -dice el muchachito, y después de cruzar el hall y de costear el bar, me guía a través de un pasillo oscuro recubierto de una moquette color mostaza. Tardo en darme cuenta lo que tiene de agradable el adolescente que me guía y es que, obligado desde la pubertad por la pobreza a entrar en el mercado laboral, como lo llaman no se ha adaptado todavía a un estereotipo y camina delante mío por el pasillo con la indiferencia y la vivacidad de un gorrión o de una comadreja. Al final del pasillo, una escalera nos lleva al entrepiso donde, detrás de una puerta, se abre un pasillo ancho con una pared de un lado y un ventanal a todo lo largo del otro, pasillo al final del cual cerca de una puerta doble tapizada de cuero claro, vestido con una campera de cuero casi del mismo color que la puerta, Alfonso fuma un cigarrillo conversando con un señor bien trajeado. Adosada a la pared, bajo un espejo, hay una mesita de patas torneadas cubierta de papeles, entre los que sobresalen varias carpetas amarillas de Bizancio Libros.

– El salón Capri, señor -me dice el muchachito, sin dirigirme siquiera una mirada sino contemplando más bien, con cierta distracción, a través del ventanal, la mañana oscura. Saco un billete del bolsillo y se lo pongo en la mano, ya preparada para recibirlo a pesar de la distracción aparente, mientras Alfonso, que nos ha visto desembocar de la escalera, se da vuelta con una sonrisa y avanza hacia mí con paso decidido.

– Maestro -dice y, aferrando el cigarrillo con los labios, agarra mi mano derecha entre las suyas y la sacude con energía blanda. Pero los ojos, igual que anoche, sonríen menos que la boca y la aflicción que, por curioso que parezca, incita más a la crueldad que a la compasión, asoma en ellos formando dos llamitas fijas y húmedas, idénticas.

– Si yo fuera su maestro -le digo-, usted no pasaría de grado.

Se ríe. El señor trajeado se ríe también, un poco sorprendido por la devoción ligeramente exagerada de Alfonso y la insolencia familiar de mi respuesta -es evidente que, después de haber franqueado la entrada embanderada que da acceso al reino de estereotipo el señor trajeado, de quien estoy enterándome por la presentación de Alfonso, que es el gerente del hotel, y por lo tanto el monarca de ese reino, no logra representarse bien las relaciones que existen entre Alfonso y yo, aunque la venta de libros a crédito convierta a Alfonso en un comerciante próspero y mi ascesis posdepresiva -abstinencia de alcohol, ducha tibia todas las mañanas y paseos cotidianos por la ciudad llueve o truene- me gratifiquen de cierta presencia física no exenta sin embargo, todavía, de rigidez. Ayudado por el tumulto de mi llegada, el gerente aprovecha para desaparecer. Alfonso me señala la mesita cubierta de folletos.

– ¿Tuvo tiempo de hojear nuestra carpeta? -dice.

– Anoche antes de acostarme- y para evitar un juicio directo, recojo un folleto y simulo mirarlo con interés. -¡Ah, Somerset Maugham! Sabía decir de sí mismo que era el primero entre los de segundo orden, pero me parece que se juzgaba generosamente.

El filo de la navaja -dice Alfonso, sin comprender mi critica, no por estupidez, sino por no haberla escuchado.- Una obra maestra.

– ¿Y que pasa ahí adentro? -dijo cuando, sin entender lo que dice, oigo una voz que se eleva un poco a través de un micrófono.

– Hay un curso de formación para vendedores – dice Alfonso-. Pase, pase. Le va a interesar.

Entramos en el salón Capri. Unas veinticinco personas, jóvenes en su mayor parte, hombres y mujeres, dispersas en una pequeña platea, escuchan o toman notas asumiendo las poses más diversas, con las piernas cruzadas por ejemplo, un codo apoyado en el muslo y la mandíbula en la palma de la mano, o el estirado sobre el respaldo de una silla vacía y la cabeza echada para atrás con los ojos entrecerrados, o inclinadas hacia adelante con los antebrazos apoyados en los muslos y las manos colgando entre laspiernas abiertas o, expresando la más profunda atención, como si escucharan mejor con un solo oído que con los dos, vueltas un poco de perfil hacia el estrado en el que, flanqueado por Vilma Lupo y por una señora pensativa, un hombre habla con soltura y vivacidad; los tres están sentados frente a sendos micrófonos, una jarra de agua tres vasos, y dos o tres grabadores portátiles, puestos sin duda en el borde de la mesa por algunos de los oyentes. Cuando me ve entrar, Vilma me dirige una sonrisa y un saludo discreto pero familiar con la mano que sostiene el cigarrillo, lo que motiva un instante de distracción en el conferenciante que me echa una mirada rápida sin dejar de hablar, y en algunos de sus oyentes, que giran la cabeza con curiosidad pasajera y vuelven a adoptar casi de inmediato sus posturas atentas.

– Es Julio César Parola, el especialista en marketing de Buenos Aires -dice Alfonso en voz baja y orgullosa.

La voz del "especialista en marketing de Buenos Aires", como acaba de llamarlo Alfonso, llega a través de los amplificadores, de modo que hay una cesurainfinitesimal entre el momento en que la profiere y el momentoen que nosotros, que estamos en el fondo del salón, la escuchamos, una desconexión perceptible entre sus gestos de conferenciante y lamaterialidad oral de la conferencia que, por añadidura, al pasar por los circuitos de amplificación, adquiere resonancias metálicas, eléctricas que la vuelven, contradiciendo los objetivos de la instalación, remota y artificial.

– Resumiendo -dice la voz por los amplificadores- afirmar que a pesar de la crisis el comprador de libros -al menos el de nuestro sector- sigue comprando. Existe una verdadera tipología de compradores: está por ejemplo el que cree en el libro como medio de perfeccionamiento y de ascenso social, el que padece una dependencia del libro como de una droga, el que considera que una biblioteca de libros caros es una marca de prestigio -el conocido comprador de colecciones por metro- e incluso -el conferenciante dice esta frase riéndose, con lo que induce algunas risas de la audiencia, y sobre todo de Alfonso, que lanza una carcajada ahogada para que únicamente yo la perciba- el que, incapacitado por la crisis de comprar al contado en las librerías, se resigna a comprar a crédito con la intención de no pagar más que la primera cuota o, si es posible, ninguna. La experiencia y un buen olfato permiten detectar este tipo de comprador. Y por último, está también el cliente que compra atraído no por el libro, sino por el crédito. Un sector importante de la clientela potencial pertenece a esa categoría. Es posible afirmar que en nuestra época, para amplias capas de la sociedad, el crédito estimula más la imaginación que el contenido de la oferta y ocupa, en la ensoñación colectiva, la función que en épocas anteriores solía ocupar el libro.

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