José Saramago - El hombre duplicado

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Tertuliano Máximo Afonso, viendo una película recomendada por un colega (Quien no se amaña no se no se apaña), descubre que uno de los personajes secundarios de la cinta es idéntico a él. Ni más ni menos su más fiel retrato. De ahí en adelante el protagonista de El hombre duplicado no volverá a dormir tranquilo, y hará en lo sucesivo todo lo posible para saber de quien se trata, indagando en otras cintas hasta dar con el nombre real del actor, para conocerlo y encararlo con el propósito de saber cuál de los dos es el impostor.
Esta búsqueda obsesiva del doble, puede traducirse como una clara búsqueda de sí mismo, de la identidad. Una identidad que Tertuliano, el protagonista, por su forma de actuar y de pensar, duda en tenerla, a pesar de ser un respetable profesor de historia de 38 años, y aunque divorciado de su mujer, con una novia (María Paz) que a todas luces lo comprende y lo ama. Sin embargo, esta carencia de identidad no le permite tomar decisiones, y lo llevan a vivir bajo un clima de permanente incertidumbre. En cambio, su doble, de nombre Antonio Claro, como lo confirma después de una y mil indagaciones, casado con Helena y aunque protagonista de papeles secundarios en el cine, se proyecta ante los ojos de Tertuliano como un hombre seguro de sí mismo, al punto que al comienzo no manifiesta ningún interés por conocerlo a él, a pesar de la similitud calcada en la que insiste Tertuliano que hay entre los dos. Similitud que en la novela, naturalmente, raya en la fantasía, pero alcanza el grado de verosimilitud suficiente para hacer funcionar la historia en cuestión.
En esta novela de Saramago, como en tantas otras de su misma factura, se trasluce la profundidad de la tesis psicológica que se va tejiendo paralela a las acciones delirantes e imaginativas que mueven a los personajes, haciendo de la obra una alegoría que no sólo denuncia y nos muestra el problema de la identidad, sino que también ofrece soluciones interesantes, cuando plantea en medio de los juegos de máscaras propias del arte de la novela, que la falta de consistencia de la psiquis o del alma humana, es posible enrostrarla, combatirla y vencerla con el ejercicio de la voluntad. Esa fuerza interior que lleva al hombre maduro a salir de las tinieblas, y a esgrimir su espada contra la oscuridad.
Tertuliano Máximo Afonso, por falta de esta consistencia sólida que le permita tomar partido por las cosas, dejará entrar al "caballo de Troya" en su vida, sin sospechar que la consecuencia del no hacer nada por impedirlo, será la pérdida definitiva de su identidad. Tertuliano tendrá que ser en lo sucesivo Antonio Claro, y renunciar a sí mismo, desvaneciéndose definitivamente en otra personalidad, porque para todos el tal Tertuliano Máximo Afonso, profesor de historia, murió en un accidente automovilístico junto a su novia María Paz cuando regresaban a casa desde las afueras de la ciudad.
La idea de usar el arquetipo del caballo de Troya para ilustrar las consecuencias posibles por causa de la falta de seguridad a la que se expone una persona carente de identidad, me parece brillante, y más todavía la de relacionar a Casandra con el sentido común, con esa vocecilla interior que sabe siempre mejor que nadie qué corresponde para hacer frente a tal o cual situación, pero aún así dudamos de sus juicios. Tal y como le sucede al protagonista, a quien vemos naufragar por esta razón.
Impresiona la fraseología de Saramago y el tratamiento del narrador, quien habla al lector al estilo del narrador omnisciente, pero en un juego novedoso y ágil.

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A las once de la mañana Tertuliano Máximo Afonso ya había visto tres películas, aunque ninguna de principio a fin. Estaba levantado desde muy temprano, para desayunar se limitó a tomar dos galletas y una taza de café recalentado, y, sin perder tiempo en afeitarse, saltándose las abluciones que no eran estrictamente indispensables, con el pijama y la bata, como quien no espera visitas, se lanzó a la tarea del día. Las dos primeras cintas pasaron en balde, pero la tercera, una que llevaba por título El paralelo del terror, trajo a la escena del crimen a un jovial fotógrafo de la policía que mascaba chicle y repetía, con la voz de Tertuliano Máximo Afonso, que tanto en la muerte como en la vida todo es cuestión de ángulo. Al final la lista volvió a ser actualizada, fue tachado un nombre, nuevas cruces fueron marcadas. Cinco actores estaban señalados cinco veces, tantas como películas en las que el sosia del profesor de Historia había participado, y sus nombres, por imparcial orden alfabético, eran Adriano Mala, Carlos Martinho, Daniel Santa-Clara, Luis Augusto Ventura y Pedro Félix. Hasta este momento Tertuliano Máximo Afonso anduvo perdido en el maremágnum de los más de cinco millones de habitantes de la ciudad, a partir de ahora sólo tendrá que preocuparse de menos de media docena, y hasta de menos de media docena si uno o mas de esos nombres acaban siendo eliminados por faltar a la llamada, Gran obra, murmuró, pero en seguida le saltó ante los ojos la evidencia de que este otro trabajo de Hércules tampoco lo fue tanto, dado que por lo menos dos millones quinientas mil personas pertenecían al sexo femenino y estaban, por tanto, fuera del campo de pesquisa. No deberá sorprendernos el olvido de Tertuliano Máximo Afonso, porque en cálculos que afecten a grandes números, como es el caso presente, la tendencia a no contar con las mujeres es irresistible. A pesar de la reducción sufrida en la estadística, Tertuliano Máximo Afonso fue a la cocina a celebrar con otro café los prometedores resultados. El timbre de la puerta sonó al segundo trago, la taza quedó detenida en el aire, a medio camino de la mesa, Quién será, se preguntó Tertuliano Máximo Afonso, al mismo tiempo que iba depositando con suavidad la taza. Podría ser la servicial vecina del piso de arriba queriendo saber si había encontrado todo a su gusto, podría ser uno de esos jóvenes que llevan publicidad de enciclopedias en las que se explican las costumbres del rape, podría ser el colega de Matemáticas, no, éste no era, nunca habían sido de visitarse. Quién será, repitió. Acabó de tomarse el café rápidamente y fue a ver quién llamaba. Al atravesar la sala, lanzó una mirada inquieta a las cajas de películas diseminadas, a la fila impasible de las que, alineadas junto al estante, esperaban en el suelo su turno, la vecina de arriba, suponiendo que fuera ella, no apreciaría nada ver en este estado deplorable lo que ayer le costó tanto trabajo limpiar. No importa, no tiene por qué entrar, pensó, y abrió la puerta. No era a la vecina de arriba a quien tenía delante, no era una joven vendedora de enciclopedias comunicándole que estaba a su alcance, por fin, el enorme privilegio de conocer las costumbres del rape, quien allí se encontraba era una mujer que hasta ahora no había aparecido pero de quien ya sabíamos el nombre, se llama María Paz, empleada de un banco. Ah, eres tú, exclamó Tertuliano Máximo Alonso, y luego, intentando disimular la perturbación, el desconcierto, Hola, qué gran sorpresa. Debía decirle que entrara, Pasa, pasa, estaba tomando un café, o, Qué estupendo que hayas venido, siéntate mientras yo me afeito y tomo una ducha, pero le estaba costando apartarse a un lado para dejarle paso, ah, si le pudiera decir, Espera aquí un momento mientras escondo unos vídeos que no quiero que veas, ah, si le pudiera decir, Perdona, pero has venido en mal momento, ahora no puedo atenderte, vuelve mañana, ah, si todavía pudiera decirle algo, pero ya es demasiado tarde, haberlo pensado antes, la culpa la tenía él, el hombre prudente debe estar constantemente vigilante, alerta, deberá prevenir todas las eventualidades, sobre todo no olvidando que el proceder más correcto en general es el más simple, por ejemplo, no se abre ingenuamente la puerta si suena el timbre, la precipitación trae siempre complicaciones, es de libro. María Paz entró con la soltura de quien conoce los rincones de la casa, preguntó, Cómo estás, y a continuación, Oí tu mensaje y pienso como tú, necesitamos hablar, espero no haber venido en mal momento, No digas eso, respondió Tertuliano Máximo Alonso, te pido que me disculpes por recibirte de esta manera, despeinado, sin afeitar y con aire de recién salido de la cama, Otras veces te he visto así y nunca has considerado necesario disculparte, El caso, hoy, es distinto, Distinto, en qué, Sabes bien lo que quiero decir, nunca te he abierto la puerta de esta manera, en pijama y bata, Es una novedad, ahora que ya hay tan pocas entre nosotros. La entrada a la sala estaba a tres pasos, la estupefacción no tardaría en manifestarse, Qué diablos es esto, qué haces con estos vídeos, pero María Paz aún se entretuvo preguntando, No me das un beso, Claro, fue la infeliz y embarazada respuesta de Tertuliano Máximo Afonso, al mismo tiempo que adelantaba los labios para besarla en la mejilla. El masculino recato, si lo era, resultó inútil, la boca de María Paz había ido al encuentro de la suya, y ahora la aspiraba, la comprimía, la devoraba a la vez que su cuerpo se pegaba de arriba abajo al de él, como si no hubiera ropas separándolos. Fue María Paz quien por fin se separó para murmurar, jadeante, una frase que no llegó a concluir, Aunque me arrepienta de lo que acabo de hacer, aunque me avergüence de haberlo hecho, No digas tonterías, contemporizó Tertuliano Máximo Afonso intentando ganar tiempo, arrepentimiento, vergüenza, qué ideas son ésas, lo que nos faltaba, avergonzarse, arrepentirse una persona de expresar lo que siente, Sabes de sobra a qué me refiero, no te hagas el desentendido, Has entrado, nos hemos besado, todo de lo más normal, de lo más natural, No nos hemos besado, te he besado yo, Yo también te he besado a ti, Sí, no te ha quedado otro remedio, Estás exagerando como de costumbre, dramatizando, Tienes razón, exagero, dramatizo, he exagerado viniendo a tu casa, he dramatizado al abrazar a un hombre que ya no me quiere, debería irme en este instante, arrepentida, sí, avergonzada, sí, a pesar de la caridad de decirme que no es para tanto. La posibilidad de que se fuese, más que remota, proyectó un rayo de esperanzadora luz en los sinuosos desvanes de la mente de Tertuliano Máximo Afonso, pero las palabras que salieron de su boca, alguien diría que contra su voluntad, expresaron un sentimiento diferente, De verdad, no sé de dónde sacas una idea tan peregrina como ésta, decir que no te quiero, Me lo explicaste con bastante claridad la última vez que estuvimos juntos, Nunca te he dicho que no te quisiera, nunca te he dicho que no te quiero, En cuestiones de corazón, que tan poco conoces, hasta el más obtuso entendedor comprende la mitad que no llegó a decirse. Imaginar que se escaparon de la voluntad de Tertuliano Máximo Afonso las palabras ahora en análisis, sería olvidar que el ovillo del espíritu humano tiene muchas y variadas puntas, y que la función de algunas de sus hebras, bajo la apariencia de conducir al interlocutor al conocimiento de lo que está dentro, es esparcir orientaciones falsas, insinuar desvíos que terminarán en callejones sin salida, distraer de la materia fundamental, o, como en el caso que nos ocupa, suavizar, anticipándolo, el choque que se aproxima. Al afirmar que nunca había dicho que no quería a María Paz, dando por tanto a entender que sí señor la quería, lo que Tertuliano Máximo Afonso intentaba, con perdón de la vulgaridad de las imágenes, era envolverla en algodón en rama, rodearla de almohadas amortiguadoras, atarla a sí por la emoción amorosa cuando fuese imposible seguir reteniéndola del lado de fuera de la puerta que da a la sala. Que es lo que está sucediendo ahora. María Paz acaba de dar los tres pasos que faltaban, entra, no querría pensar en el dulce canto de ruiseñor que le rozó los oídos, pero no consigue pensar en otra cosa, estaría incluso dispuesta a reconocer, contrita, que su irónica alusión a buenos y malos entendedores había sido, además de impertinente, injusta, y ya con una sonrisa se vuelve hacia Tertuliano Máximo Afonso, pronta para caer en sus brazos y decidida a olvidar agravios y quejas. Quiso, sin embargo, el acaso, aunque más exacto sería decir que era inevitable, puesto que conceptos tan seductores como hado, fatalidad o destino no tendrían cabida en este discurso, que el arco del círculo descrito por la mirada de María Paz pasase, primero por el televisor encendido, luego por los vídeos que no habían sido devueltos a sus lugares en el suelo, finalmente por la propia fila de cajas, presencia inexplicable, insólita, para cualquier persona que, como ella, íntima de estos lugares, tuviera conocimiento de los gustos y hábitos del dueño de la casa. Qué es esto, qué hacen aquí tantos vídeos, preguntó, Es material para un trabajo en el que ando empeñado, respondió Tertuliano Máximo Afonso desviando la vista, Si no me equivoco, tu trabajo, desde que te conozco, consiste en enseñar Historia, dijo María Paz, y esta cosa, miraba con curiosidad la cinta titulada El paralelo del terror, no me parece que tenga mucho que ver con tu especialidad, No hay nada que me obligue a ocuparme sólo de la Historia durante toda la vida, Claro que no, pero es natural que me desconcierte viéndote rodeado de vídeos, como si de pronto te hubiera dado una pasión por el cine, cuando antes te interesaba tan poco, Ya te he dicho que estoy ocupado con un trabajo, un estudio sociológico, por decirlo así, No soy más que una vulgar empleada de banco, pero las pocas luces de mi entendimiento me dicen que no estás siendo sincero, Que no estoy siendo sincero, exclamó indignado Tertuliano Máximo Afonso, que no estoy siendo sincero, eso es lo que me faltaba por oír, No vale la pena que te irrites, he dicho lo que me parecía, Sé que no soy la perfección hecha hombre, pero la falta de sinceridad no es uno de mis defectos, tendrías que conocerme mejor, Disculpa, Muy bien, estás disculpada, no hablemos más del asunto. Eso dijo, pero hubiera preferido continuar con él para no tener que entrar en el otro que se temía. María Paz se sentó en el sillón que estaba frente al televisor y dijo, He venido para hablar contigo, tus vídeos no me interesan. El canto del ruiseñor se había perdido en las estratosféricas regiones del techo, era ya, como en los viejos tiempos se solía decir, una nostálgica remembranza, y Tertuliano Máximo Afonso, deplorable figura, embutido en una bata, en zapatillas y sin afeitar, luego en situación flagrante de inferioridad, tenía conciencia de que una conversación en tono acerbo, aunque la propia crispación de las palabras pudiese convenir a lo que sabemos que es su interés último, o sea, romper su relación con María Paz, sería difícil de conducir y ciertamente mucho más difícil de rematar. Se sentó pues en el sofá, acomodó los bordes de la bata sobre las piernas y comenzó, conciliador, Mi idea, De qué hablas, interrumpió María Paz, de nosotros o de los vídeos, Hablaremos de nosotros después, ahora quiero explicarte en qué especie de estudio estoy interesado, Si te empeñas, respondió María Paz dominando su impaciencia. Tertuliano Máximo Afonso alargó el silencio al máximo, sacó de la memoria las palabras con las que desorientó al empleado de la tienda de vídeos, al mismo tiempo que experimentaba una extraña y contradictoria impresión. Aunque sabe que va a mentir, piensa que esa mentira será una forma tergiversada de la verdad, es decir, aunque la explicación sea rotundamente falsa, el simple hecho de repetirla la convertirá, de alguna manera, en verosímil, y cada vez más verosímil si Tertuliano Máximo Afonso no se limita a esta primera prueba. En fin, sintiéndose ya señor de la materia, arrancó, Mi interés en ver unas cuantas películas de esta productora, elegida al azar, son todas de la misma empresa cinematográfica como podrás comprobar, nació de una idea que tenía desde hace tiempo, la de realizar un estudio sobre las tendencias, las inclinaciones, los propósitos, los mensajes, tanto los explícitos como los implícitos y subliminales, o, para ser más exacto, las señales ideológicas que un determinado fabricante de películas va diseminando, imagen a imagen, entre sus consumidores, Y de dónde vino ese repentino interés, o como tú dices, esa idea, qué tiene esto que ver con el trabajo de un profesor de Historia, preguntó María Paz, sin pasarle por la cabeza que acababa de ponerle en la palma de la mano a Tertuliano Máximo Afonso la respuesta que, en el momento de dificultad dialéctica en que se encontraba, tal vez no fuese capaz de encontrar por sí mismo, Es muy simple, respondió con una expresión de alivio que fácilmente podría confundirse con la virtuosa satisfacción de cualquier buen profesor al contemplarse a sí mismo en el acto de transmitir sus saberes a la clase, Es muy simple, repitió, así como la Historia que escribimos, estudiamos o enseñamos va haciendo penetrar en cada línea, en cada palabra y hasta en cada fecha lo que he llamado señales ideológicas, inherentes no sólo a la interpretación de los hechos sino también al lenguaje con que los expresamos, sin olvidar los diversos tipos y grados de intencionalidad en el uso que del mismo lenguaje hacemos, así también el cine, modo de contar historias que, por obra de su particular eficacia, actúa sobre los propios contenidos de la Historia, contaminándolos y deformándolos de alguna manera, así también el cine, insisto, participa, con mucha mayor rapidez y no menor intencionalidad, en la propagación generalizada de toda una red de esas señales ideológicas, por lo general orientadas interesadamente. Hizo una pausa y, con la media sonrisa indulgente de quien se disculpa por la aridez de una exposición que se había olvidado de tener en cuenta la insuficiente capacidad comprensiva del auditorio, añadió, Espero ser más claro cuando pase estas reflexiones al papel. A pesar de sus más que justas reservas, María Paz no pudo evitar mirarlo con cierta admiración, al fin y al cabo es un habilitado profesor de Historia, un profesional idóneo con pruebas dadas de competencia, es lógico que sepa de lo que habla incluso cuando aborda asuntos ajenos a su especialidad directa, mientras que ella es una simple empleada bancaria de nivel medio, sin preparación para captar de manera cabal cualesquiera señales ideológicas que no hayan comenzado al menos explicando cómo se llaman y qué pretenden. Sin embargo, a lo largo de toda la parrafada de Tertuliano Máximo Afonso, notó una especie de roce incómodo en su voz, una desarmonía que distorsionaba en ciertos momentos su elocución, algo así como la característica vibración de una vasija rajada cuando se golpea con los nudillos, que alguien ayude a María Paz, le informe de que justamente con ese sonido salen las palabras de la boca cuando la verdad que parece que estamos diciendo es la mentira que escondemos. Por lo visto, sí, por lo visto le avisaron, o con las medias palabras habituales se lo dieron a entender, no hay otra explicación para el hecho de que súbitamente se le haya apagado la admiración de los ojos y en su lugar surja una expresión dolorida, un aire de compasiva lástima, falta saber si de sí misma o del hombre que se encuentra sentado frente a ella. Tertuliano Máximo Afonso ha comprendido que su discurso ha sido ofensivo, aparte de inútil, que son muchas las maneras de faltar al respeto que se debe a la inteligencia y a la sensibilidad de los otros, y que ésta había sido una de las más groseras. María Paz no vino para que le diesen explicaciones acerca de procedimientos sin pies ni cabeza, sea cual sea la punta por donde se empiece, vino para saber cuánto tendrá que pagar para que le sea devuelta, si tal es aún posible, la pequeña felicidad en que creyó haber vivido en los últimos seis meses. Pero también es cierto que Tertuliano Máximo Afonso no le dirá, como la cosa más natural de este mundo, Mira que he descubierto un tipo que es mi exacto duplicado y que ese tipo aparece como actor en unas cuantas películas de éstas, en ningún caso lo diría, y todavía menos, si está permitido unir estas últimas palabras a las inmediatamente anteriores, cuando la frase podría ser interpretada por María Paz como una maniobra más de distracción, ella que vino para saber cuánto tendrá que pagar para que le sea restituida la pequeña felicidad en que creyó haber vivido en los últimos seis meses, que nos sea perdonada esta repetición en nombre del derecho que a cualquier persona asiste de decir una y otra vez dónde le duele. Se hizo un silencio difícil, María Paz debería tomar ahora la palabra, desafiarlo, Si ya has acabado tu estúpido discurso sobre esa patraña de las señales ideológicas, hablemos de nosotros, pero el miedo le hizo de repente un nudo en la garganta, el pavor de que la más simple palabra pudiese hacer estallar el cristal de su frágil esperanza, por eso se calla, por eso espera que Tertuliano Máximo Afonso comience, y Tertuliano Máximo Alonso está con los ojos bajos, parece absorto en la contemplación de sus zapatillas y de la pálida franja de piel que asoma donde terminan las perneras de los pantalones del pijama, la verdad es otra bien diferente, Tertuliano Máximo Afonso no se atreve a levantar los ojos por miedo a que se desvíen hacia los papeles que están sobre el escritorio, la lista de las películas y de los nombres de los actores, con sus crucecitas, sus tachaduras, sus interrogaciones, todo tan apartado del maldito discurso sobre las señales ideológicas, que en este momento le parece que ha sido obra de otra persona. Al contrario de lo que generalmente se piensa, las palabras auxiliares que abren camino a los grandes y dramáticos diálogos son por lo general modestas, comunes, corrientes, nadie diría que preguntar, Quieres un café, pudiera servir de introducción a un amargo debate sobre sentimientos que se perdieron o sobre la dulzura de una reconciliación a la que no se sabe cómo llegar. María Paz debería haber respondido con la merecida sequedad, No he venido a tomar café, pero mirando a su interior, vio que no era así, vio que realmente había venido para tomar un café, que su propia felicidad, imagínese, dependía de ese café. Con una voz que sólo quería mostrar cansada resignación pero que el nerviosismo hacía estremecer, dijo, Pues sí, y añadió, yo misma lo preparo. Se levantó del sillón, y no es que se detuviera al pasar junto a Tertuliano Máximo Afonso, cómo conseguiremos explicar lo que pasó, juntamos palabras, palabras y palabras, esas de las que ya hablamos en otro lugar, un pronombre personal, un adverbio, un verbo, un adjetivo, y, por más que lo intentemos, por más que nos esforcemos, siempre acabamos encontrándonos en el lado de fuera de los sentimientos que ingenuamente queríamos describir, como si un sentimiento fuese un paisaje con montañas a lo lejos y árboles cercanos, pero es verdad verdadera que el espíritu de María Paz suspendió sutilmente el movimiento rectilíneo del cuerpo, a la espera quién sabe de qué, tal vez de que Tertuliano Máximo Afonso se levantase para abrazarla, o le tomara suavemente la mano abandonada, y eso es lo que sucedió, primero la mano que retuvo la mano, después el abrazo que no osó ir más allá de una proximidad discreta, ella no le ofreció la boca, él no la buscó, hay ocasiones en que es mil veces preferible hacer de menos que de más, se entrega el asunto al gobierno de la sensibilidad, ella, mejor que la inteligencia racional, sabrá proceder según lo que más convenga a la perfección plena de los instantes siguientes, si para tanto nacieron. Se desprendieron despacio, ella sonrió un poco, el sonrió un poco más, pero nosotros sabemos que Tertuliano Máximo Afonso tiene otra idea en la cabeza, que es retirar de la vista de María Paz, lo más deprisa posible, los papeles delatores, por eso no es de extrañar que casi la haya empujado a la cocina, Venga, haz el café, mientras yo intento arreglar este caos, y entonces sucedió lo inaudito, como si no le diese importancia a las palabras que salían de su boca o como si no las entendiese completamente, ella murmuró, El caos es un orden por descifrar, Qué, qué has dicho, preguntó Tertuliano Máximo Afonso, que ya tenía la lista de los nombres a salvo, Que el caos es un orden por descifrar, Dónde has leído eso, a quién se lo has oído, Se me acaba de ocurrir, no creo haberlo leído nunca, y oírselo a alguien, de eso estoy segura que no, Pero cómo te ha salido una frase así, Qué tiene de especial la frase, Tiene mucho, No sé, tal vez porque trabajo en el banco con algoritmos, y los algoritmos, cuando se presentan mezclados, confundidos, para quien no los conoce pueden parecer elementos caóticos, aunque en ellos existe, latente, un orden, verdaderamente creo que los algoritmos no tienen sentido fuera de cualquier orden que se les dé, el problema está en saber encontrarlo, Aquí no hay algoritmos, Pero hay un caos, tú mismo lo has dicho, Unos cuantos vídeos desordenados, nada más, Y también las imágenes que tienen dentro, pegadas unas a otras de manera que describan una historia, o sea, un orden, y los caos sucesivos que las imágenes formarían si las esparciéramos antes de volver a pegarlas para organizar historias diferentes, y los sucesivos órdenes que iríamos obteniendo, siempre dejando atrás un caos ordenado, siempre avanzando hacia el interior de un caos por ordenar, Las señales ideológicas, dijo Tertuliano Máximo Afonso, poco seguro de que la referencia viniese a propósito, Sí, las señales ideológicas, si así quieres llamarlo, Da la impresión de que no me crees, No importa si te creo o no te creo, tú sabrás lo que andas buscando, Lo que me cuesta entender es cómo se te ha ocurrido ese hallazgo, la idea de un orden contenido en el caos y que puede ser descifrado en su interior, Quieres decir que en todos estos meses, desde que nuestra relación se inició, nunca me has considerado suficientemente inteligente para tener ideas, Qué dices, no es eso, tú eres una persona bastante inteligente, aunque, Aunque, no necesitas terminar, menos inteligente que tú, y, claro está, me falta la buena preparacioncita básica, soy una pobre empleada de banco, Déjate de ironías, nunca he pensado que seas menos inteligente que yo, lo que quiero decir es que esa idea tuya es absolutamente sorprendente, Inesperada en mi, En cierto modo, sí, El historiador eres tú, pero creo saber que nuestros antepasados sólo después de haber tenido las ideas que los hicieron inteligentes comenzaron a ser lo suficientemente inteligentes para tener ideas, Ahora me sales paradójica, heme aquí de asombro en asombro, dijo Tertuliano Máximo Afonso, Antes de que acabes transformándote en estatua de sal, voy a hacer café, sonrió María Paz, y mientras iba por el pasillo que la conducía a la cocina, decía, Organiza el caos, Máximo, organiza el caos. La lista de nombres fue rápidamente guardada en un cajón cerrado con llave, las cintas sueltas volvieron a sus cajas respectivas, El paralelo del terror, que estaba en el aparato, siguió el mismo camino, nunca había sido tan fácil ordenar un caos desde que el mundo es mundo. Nos ha enseñado, sin embargo, la experiencia que siempre algunas puntas quedan por atar, siempre alguna leche se derrama por el camino, siempre algún alineamiento se tuerce hacia dentro o hacia fuera, lo que, aplicado a la situación en análisis, significa que Tertuliano Máximo Afonso es consciente de que ya tiene la guerra perdida antes de haberla comenzado. En el punto en que las cosas están, por culpa de la superior estupidez de su discurso sobre las señales ideológicas, y ahora con el golpe maestro que ha sido la frase sobre la existencia de un orden en el caos, un orden descifrable, es imposible decirle a la mujer que está haciendo el café ahí dentro, Nuestra relación ha terminado, podemos seguir siendo amigos en el futuro, si quieres, pero nada más que eso, o, Siento mucho tener que darte este disgusto, pero, sopesando mis sentimientos hacia ti, ya no encuentro el entusiasmo del principio, o aun, Fue bonito, lo fue, pero se acabó, bonita mía, a partir de hoy tú por un lado y yo por otro. Tertuliano Máximo Afonso le da vueltas a la conversación, intentando descubrir dónde ha fracasado su táctica, si es que tenía alguna, si es que no se dejó simplemente dirigir por los cambios de humor de María Paz, como si se tratase de súbitos focos de incendio que era necesario apagar a medida que surgían, sin darse cuenta entretanto de que el fuego continuaba labrando bajo sus pies. Ella siempre ha estado más segura que yo, pensó, y en ese momento vio claramente las causas de su derrota, esta figura caricata despeinada y sin afeitar, con las zapatillas en chancleta, las rayas del pantalón del pijama parecían listas mustias, los faldones de la bata cada uno a una altura, hay decisiones en la vida que para tomarlas es aconsejable estar vestido de calle, con la corbata puesta y los zapatos limpios, ésa es la manera noble, exclamar en tono ofendido, Si mi presencia le incomoda, señora, no es necesario que me lo diga, y acto seguido salir por la puerta, sin mirar atrás, mirar atrás es un riesgo tremendo, puede la persona transformarse en estatua de sal y quedarse allí a merced de la primera lluvia. Mas Tertuliano Máximo Afonso tiene ahora otro problema que resolver, y ése requiere mucho tacto, mucha diplomacia, una habilidad de maniobra que hasta ese momento le ha faltado, ya que, como hemos visto, la iniciativa siempre estuvo en manos de María Paz, desde que al llegar se lanzó a los brazos del amante como una mujer a punto de ahogarse. Fue precisamente eso lo que Tertuliano Máximo Afonso pensó, dividido entre la admiración, la contrariedad y una especie de peligrosa ternura, Parecía que estaba ahogándose y tenía los pies bien asentados en el suelo. Volviendo al problema, Tertuliano Máximo Afonso no podrá dejar a María Paz sola en la sala. Imaginemos que aparece con el café, por cierto no se entiende por qué está tardando tanto, un café se hace en un santiamén, ya estamos lejos del tiempo en que era necesario colarlo, imaginemos que, después de haberlo tomado en santa armonía, ella le dice con segundas intenciones, o incluso sin primeras, Arréglate, mientras pongo uno de estos vídeos a ver si descubro alguna de tus famosas señales ideológicas, imaginemos que por una suerte maldita apareciese en la figura de un portero de boite o de un cajero de banco el duplicado de Tertuliano Máximo Afonso, imaginemos el grito que daría María Paz, Máximo, Máximo, ven, corre, ven a ver a un actor igualito que tú, a un auxiliar de enfermería, realmente, podrá llamársele de todo, buen samaritano, providencia divina, hermano de la caridad, señal ideológica eso sí que no. Pero, nada de esto va a suceder, María Paz traerá el café, ya se oyen sus pasos por el corredor, la bandeja con las dos tazas y el azucarero, unas galletas para alegrar el estómago, y todo pasará como Tertuliano Máximo Afonso nunca habría osado soñar, tomarán el café en silencio, en un silencio que era de compañía, no hostil, el perfecto bienestar doméstico que para Tertuliano Máximo Afonso se convirtió en gloria bendita cuando la oyó decir, Mientras tú te arreglas, yo organizo el caos de la cocina, luego te dejo en paz con tu estudio, El estudio, el estudio, no hablemos más del estudio, dijo Tertuliano Máximo Afonso para retirar esta inoportuna piedra del medio del camino, pero consciente de que acababa de poner otra en su lugar, más difícil de remover, como no tardará en comprobarse. Fuese como fuese, Tertuliano Máximo Afonso no quería dejar nada entregado al acaso, se afeitó en un ay, se lavó como un rayo, se vistió en un suspiro, y tan rápidamente lo hizo todo que cuando entró en la cocina llegó a tiempo de secar la loza. Entonces se vivió en esta casa el cuadro tan enternecedoramente familiar que es un hombre secando los platos y la mujer colocándolos, podría haber sido al contrario, pero el destino o la casualidad, llámenle como quieran, decidió que fuera así para que tuviera que ocurrir lo que ocurrió en un momento en que María Paz levantaba altos los brazos para colocar la bandeja en una balda, ofreciendo sin darse cuenta, o sabiéndolo muy bien, la cintura delgada a las manos de un hombre que no fue capaz de resistir la tentación. Tertuliano Máximo Afonso dejó a un lado el paño de la loza y, mientras la taza, que se le escapó, se hacía añicos en el suelo, abrazó a María Paz, atrayéndola furiosamente hacia sí, el espectador más objetivo e imparcial no tendría dudas en reconocer que el llamado entusiasmo del principio nunca podría haber sido mayor que éste. La cuestión, la dolorosa y sempiterna cuestión, es saber cuánto tiempo durará esto, si será realmente el reencender de un afecto que algunas veces habrá sido confundido con amor, con pasión, incluso, o si nos encontramos sólo, y una vez más, ante el archiconocido fenómeno de la vela que al extinguirse levanta una luz más alta e insoportablemente brillante, insoportable por ser la última, no porque la rechacen nuestros ojos, que bien querrían seguir absortos en ella. Decíamos que mientras el palo va y viene, las espaldas huelgan, bueno, las espaldas, propiamente dichas, son las que menos están holgando en este momento, hasta podríamos decir, si aceptásemos ser groseros, que mucho más restará holgando él, pero lo cierto, aunque no se encuentren aquí grandes razones para lirismos exaltados, es que la alegría, el placer, el gozo de estos dos, tumbados sobre la cama, uno sobre otro, literalmente enganchados de piernas y brazos, nos haría quitarnos respetuosamente el sombrero y desearles que sea así siempre, a éstos o a cada uno de ellos con quienes la suerte los haga emparejar en el futuro, si la vela que ahora arde no dura más que el breve y último espasmo, ese que en el mismo instante en que nos derrite, nos endurece y aparta. Los cuerpos, los pensamientos. Tertuliano Máximo Afonso piensa en las contradicciones de la vida, en el hecho de que para ganar una batalla a veces es necesario perderla, véase este caso de ahora, ganar habría sido conducir la conversación hacia la ansiada, total y definitiva ruptura, esa batalla, por lo menos en los tiempos venideros, tiene que darla por perdida, pero ganar sería conseguir desviar de los vídeos y del imaginario estudio sobre las señales ideológicas la atención de María Paz, y esa batalla, por ahora, está ganada. Dice la sabiduría popular que nunca se puede tener todo, y no le falta razón, el balance de las vidas humanas juega constantemente sobre lo ganado y lo perdido, el problema está en la imposibilidad, igualmente humana, de que nos pongamos de acuerdo sobre los méritos relativos de lo que se debería perder y de lo que se debería ganar, por eso el mundo está en el estado en que está. María Paz también piensa, pero, siendo mujer, luego más próxima a las cosas elementales y esenciales, recuerda la angustia que traía en el alma cuando entró en esta casa, su certeza de que se iría de aquí vencida y humillada, y resulta que había ocurrido lo que en ningún momento le pasó por la fantasía, estar en la cama con el hombre al que ama, lo que muestra cuánto tiene todavía que aprender esta mujer si ignora que muchas dramáticas discusiones de pareja es justo ahí donde acaban y se resuelven, no porque los ejercicios del sexo sean la panacea de todos los males físicos y morales, aunque no falten quienes así piensan, sino porque, agotadas todas las fuerzas de los cuerpos, los espíritus aprovechan para levantar tímidamente el dedo y pedir autorización para entrar, preguntan si se les permite hacer oír sus razones, y si ellos, cuerpos, están preparados para prestarles atención. Es entonces cuando el hombre le dice a la mujer, o la mujer al hombre, Qué locos somos, qué estúpidos hemos sido, y uno de ellos, misericordioso, calla la respuesta justa que sería, Tú, tal vez, yo he estado esperándote, aunque parezca imposible, es este silencio lleno de palabras no dichas el que salva lo que se creía perdido, como una balsa que avanza desde la niebla pidiendo sus marinos, con sus remos y su brújula, su vela y su arca de pan. Propuso Tertuliano Máximo Afonso, Podemos almorzar juntos, no sé si estás disponible, Naturalmente que sí, siempre lo estoy, Está tu madre, quería decir, Le he dicho que me apetecía dar un paseo sola, que quizá no comiera en casa, Una disculpa para venir aquí, No exactamente, ya estaba fuera de casa cuando decidí venir a hablar contigo, Ya está hablado, Qué quieres decir, preguntó María Paz, que todo va a seguir entre nosotros como antes, Claro. Se esperaría un poco más de elocuencia de Tertuliano Máximo Afonso, pero él siempre podrá defenderse, No tuve tiempo, ella se me abrazó y se puso a besarme, y luego yo a ella, al poco ya estábamos otra vez enroscados, fue un que-dios-te-ayude, Y le ayudó, preguntó la voz desconocida que hace tanto tiempo no oíamos, No sé si fue él, pero que valió la pena, vaya que si valió, Y ahora, Ahora, vamos a almorzar, Y no hablan más del asunto, Qué asunto, El que tienen entre manos, Ya está hablado, No está, Está, Entonces se han alejado las nubes, Se han alejado, Quiere decir que ya no piensa en rupturas, Eso es otra cosa, dejemos para el día de mañana lo que al día de mañana pertenece, Es una buena filosofía, La mejor, Siempre que se sepa qué es lo que le pertenece al día de mañana, Mientras no lleguemos no se puede saber, Tiene respuestas para todo, También usted las tendría si se encontrara en la necesidad de mentir tanto cuanto yo he mentido en los últimos días, Entonces, vayan a almorzar, Sí, nos vamos, Buen provecho, y luego, Luego la llevo a casa y regreso, Para ver los vídeos, Sí, para ver los vídeos, Buen provecho, se despidió la voz desconocida. María Paz ya se había levantado, se oía correr el agua de la ducha, tiempos atrás siempre se duchaban juntos después de haber hecho el amor, pero esta vez ni a ella se le ocurrió ni él tuvo la ocurrencia, o ambos lo pensaron, pero prefirieron callar, hay momentos en que lo mejor es que una persona se contente con lo que ya tiene, no sea que lo vaya a perder todo.

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