La casa estaba arreglada, limpia, la cama parecía de novios, la cocina como una patena, el cuarto de baño rezumando olores a detergente, algo así como el olor del limón, que sólo con respirarlo a una persona se le lustra el cuerpo y el alma se sublima. Los días en que la vecina de arriba viene a poner en orden esta casa de hombre solo, su habitante va a comer fuera, siente que sería una falta de respeto ensuciar platos, encender cerillas, pelar patatas, abrir latas, y desde luego poner una sartén en el fuego, eso ni pensar, que el aceite salta por todas partes. El restaurante está cerca, la última vez que estuvo comió carne, hoy tomará pescado, es necesario variar, si no tenemos cuidado la vida se vuelve rápidamente previsible, monótona, un engorro. Tertuliano Máximo Afonso siempre ha tenido mucho cuidado. Sobre la mesa baja, en la sala, están apiladas las treinta y seis películas traídas de la tienda, en un cajón del escritorio se guardan las tres que restaron del encargo anterior y que todavía no han sido vistas, la magnitud de la tarea que tiene por delante es simplemente abrumadora, Tertuliano Máximo Afonso no se la desearía ni a su mayor enemigo, que además no sabe quién será, quizá porque es todavía demasiado joven, quizá por haber tenido tanto cuidado con la vida. Para entretenerse hasta la hora de la cena, se puso a ordenar las cintas según las fechas de producción del filme original, y, como no cabían en la mesa ni en el escritorio, decidió alinearlas en el suelo, a lo largo de una estantería, la más antigua a la izquierda, se llama Un hombre como otro cualquiera, la más reciente a la derecha, La diosa del escenario. Si Tertuliano Máximo Afonso fuese coherente con las ideas que anda defendiendo sobre la enseñanza de la Historia hasta el punto de aplicarlas, siempre que tal fuese posible, a las actividades corrientes de su día a día, visionaria esta hilera de vídeos desde delante hacia atrás, es decir, comenzaría por La diosa del escenario y terminaría en Un hombre como otro cualquiera. Es de todos conocido, sin embargo, que la enorme carga de tradición, hábitos y costumbres que ocupa la mayor parte de nuestro cerebro lastra sin piedad las ideas más brillantes e innovadoras de que la parte restante todavía es capaz, y si es verdad que en algunos casos esa carga consigue equilibrar desgobiernos y desmanes de la imaginación que Dios sabe adónde nos llevarían si los dejáramos sueltos, también es verdad que con frecuencia, ésta tiene artes de reducir sutilmente a tropismos inconscientes lo que creíamos que era nuestra libertad de actuar, como una planta que no sabe por qué tiene siempre que inclinarse hacia el lado de donde le viene la luz. El profesor de Historia seguirá por tanto fielmente el programa de enseñanza que le pusieron en las manos, verá por tanto los vídeos desde detrás hacia delante, desde el más antiguo al más reciente, desde el tiempo de los efectos que no necesitábamos llamar naturales hasta este otro tiempo de efectos que llamamos especiales porque, no sabiendo cómo se crean, fabrican y producen, algún nombre indiferente habría que darles. Tertuliano Máximo Afonso ya ha regresado de cenar, finalmente no ha tomado pescado, el plato del día era rape, y a él no le gusta el rape, ese bentónico animal marino que vive en fondos arenosos o lodosos, desde el litoral hasta los mil metros de profundidad, un bicho de enorme cabezorra, achatada y armada de fortísimos dientes, con dos metros de largo y más de cuarenta kilos de peso, en fin, un animal poco agradable de ver y que el paladar, la nariz y el estómago de Tertuliano Máximo Afonso nunca consiguieron soportar. Toda esta información la está recogiendo en este momento de una enciclopedia movido al cabo por la curiosidad de saber alguna cosa acerca de un animal que desde el primer día detestó. La curiosidad venía de épocas atrás, de mucho tiempo atrás, pero sólo hoy, inexplicablemente le estaba dando cabal satisfacción. Inexplicablemente, decimos, y no obstante deberíamos saber que no es así, deberíamos saber que no hay ninguna explicación lógica, objetiva, para el hecho de que Tertuliano Máximo Afonso haya pasado años y años sin conocer del rape más que el aspecto, el sabor y la consistencia de las porciones que le ponían en el plato, y de repente, en un momento cierto de un concreto día, como si no tuviera nada más urgente que hacer, he aquí que abre la enciclopedia y se informa. Extraña relación es la que tenemos con las palabras. Aprendemos de pequeños unas cuantas, a lo largo de la existencia vamos recogiendo otras que nos llegan con la instrucción, con la conversación, con el trato con los libros y, sin embargo, en comparación, son poquísimas aquellas de cuyos significados, acepciones y sentidos no tendríamos ninguna duda si algún día nos preguntaran seriamente si las tenemos. Así afirmamos y negamos, así convencemos y somos convencidos, así argumentamos, deducimos y concluimos, discurriendo impávidos por la superficie de conceptos sobre los cuales sólo tenemos ideas muy vagas, y, pese a la falsa seguridad que en general aparentamos mientras vamos tanteando el camino en medio de la cerrazón verbal, mejor o peor nos vamos entendiendo, y, a veces, hasta encontrando. Si tuviéramos tiempo y nos picara, impaciente, la curiosidad, siempre acabaríamos sabiendo qué es el rape. A partir de ahora, cuando el camarero del restaurante vuelva a sugerirle el poco agraciado lófido, el profesor de Historia ya sabrá responder, Qué, ese horrendo bentónico que vive en fondos arenosos y lodosos, y añadirá, definitivo, Ni pensarlo. La responsabilidad de esta fastidiosa digresión piscícola y lingüística le corresponde toda a Tertuliano Máximo Afonso por tardar tanto en introducir Un hombre como otro cualquiera en el aparato de vídeo, como si estuviese plantado en la falda de una montaña calculando las fuerzas que va a necesitar para llegar a la cumbre. Tal como parece que de la naturaleza se dice, también la narrativa tiene horror al vacío, por eso no habiendo hecho Tertuliano Máximo Afonso, en este intervalo, nada que valiese la pena relatar, no tuvimos otro remedio que improvisar un relleno que más o menos acomodase el tiempo a la situación. Ahora que ha decidido sacar la cinta de la caja e introducirla en el aparato, podemos descansar.
Pasada una hora, el actor todavía no había aparecido, seguramente no intervendría en esta película. Tertuliano Máximo Afonso pasó la cinta hasta el final, leyó los nombres con toda atención y eliminó de la lista de participantes los que se repetían. Si le pidiésemos que nos explicase con sus palabras lo que acababa de ver, lo más probable sería que nos lanzara la mirada de enfado que se reserva a los impertinentes y nos respondiese con una pregunta, Tengo yo cara de interesarme por semejantes vulgaridades. Alguna razón tendríamos que reconocerle, porque, en realidad, los filmes que ha pasado hasta ahora pertenecen a la denominada serie B, productos rápidos para consumo rápido, que no aspiran a nada más que a entretener el tiempo sin perturbar el espíritu, como muy bien lo expresó, aunque con otros términos, el profesor de Matemáticas. Ya otra cinta fue introducida en el vídeo, a ésta le llaman La vida alegre y hará aparecer al sosia de Tertuliano Máximo Afonso en un papel de portero de cabaret, o de boite, no se llegará a percibir con claridad suficiente cuál de las dos definiciones se amolda mejor al establecimiento de mundanas diversiones en que transcurren jovialidades copiadas sin pudor de las diversas versiones de La viuda alegre. Tertuliano Máximo Afonso llegó a pensar que no valía la pena ver toda la película, lo que le importaba, es decir, si su otro yo aparecía o no en la historia, ya lo sabía, pero el enredo era tan gratuitamente intrincado que se dejó llevar hasta el final, sorprendiéndose al comenzar a advertir en su interior un sentimiento de compasión por el pobre diablo que, aparte de abrir y cerrar las puertas de los automóviles, no hacía otra cosa que subir y bajar la gorra de plato para cumplimentar con un compuesto aunque no siempre sutil gesto de respeto y complicidad a los elegantes clientes que entraban y salían. Yo, por lo menos, soy profesor de Historia, murmuró. Una declaración así que intencionadamente había pretendido determinar y enfatizar su superioridad, no sólo profesional, sino también moral y social, en relación a la insignificancia del papel del personaje, estaba pidiendo una contestación que repusiese la cortesía en su debido lugar, y ésa la ofreció el sentido común con una ironía que no es habitual en él, Cuidado con la soberbia, Tertuliano, date cuenta de lo que te estás perdiendo por no ser actor, podrían haber hecho de tu persona un director de instituto, un profesor de Matemáticas, para profesora de Inglés es evidente que no servirías, tendrías que ser profesor. Satisfecho consigo mismo por el tono de la advertencia, el sentido común, aprovechando que el hierro estaba caliente, le dio otro mazazo, Obviamente, tendrías que estar dotado de un mínimo de talento para la representación, además, querido, tan seguro estoy de eso como de que me llamo Sentido Común, te obligarían a cambiar de nombre, ningún actor que se precie se presentaría en público con ese ridículo nombre de Tertuliano, no tendrías otro remedio que adoptar un seudónimo bonito, o quizá pensándolo mejor no es necesario, Máximo Afonso no estaría mal, ve pensando en eso. La vida alegre volvió a su caja, la película siguiente apareció con un título sugestivo, de lo más prometedor para la ocasión, Dime quién eres se llamaba, pero no vino a añadir nada al conocimiento que Tertuliano Máximo Afonso ya tiene de sí mismo y nada a las investigaciones en que está empeñado. Para entretenerse dejó pasar la cinta hasta el final, puso algunas crucecitas en la lista y, tras mirar al reloj, decidió irse a la cama. Tenía los ojos congestionados, una opresión en las sienes, un peso sobre la frente, Esto no me va a costar la vida, pensó, el mundo no se acaba si yo no consigo ver todos los vídeos durante el fin de semana y, de acabar, no sería éste el único misterio que quedaría por resolver. Ya estaba acostado, esperando que el sueño acudiese a la llamada de la pastilla que había tomado, cuando algo que podría ser otra vez el sentido común, pero que no se presentó como tal, dijo que, en su opinión, sinceramente, el camino más fácil sería llamar por teléfono o ir personalmente a la empresa productora y preguntar, así, con la mayor naturalidad, el nombre del actor que en las películas tales y tales hace los papeles de recepcionista, cajero de banco, auxiliar de enfermería y portero de boite, además, ellos ya estarán habituados, quizá se extrañen de que la pregunta se refiera a un actor secundarísimo, poco más que figurante, pero al menos quiebran la rutina de hablar de estrellas y astros a todas horas. Nebulosamente, ya con las primeras marañas del sueño envolviéndolo, Tertuliano Máximo Afonso respondió que la idea no tenía ninguna gracia, era demasiado simple, al alcance de cualquiera, No he estudiado Historia para esto, remató. Las últimas palabras no tenían nada que ver con el asunto, eran otra manifestación de soberbia, pero debemos disculparlo, es la pastilla la que habla, no quien la tomó. De Tertuliano Máximo Afonso en persona fue, sí, ya en el umbral del sueño la consideración final, insólitamente lúcida como la llama de la vela a punto de apagarse, Quiero llegar a él sin que nadie lo sepa y sin que él lo sospeche. Eran palabras definitivas que no admitían vuelta. El sueño cerró la puerta. Tertuliano Máximo Afonso duerme.
Читать дальше