Tertuliano Máximo Afonso dijo finalmente, Ojalá llegue el día en que pueda perdonarme, y Helena respondió, Perdonar no es nada más que una palabra, Las palabras son todo cuanto tenemos, Adónde irás ahora, Por ahí, a recoger los añicos y a disimular las cicatrices, Como Antonio Claro, Sí, el otro está muerto. Helena se quedó en silencio, tenía la mano derecha sobre el periódico, su alianza brillaba en la mano izquierda, la misma que todavía sostenía con la punta de los dedos el anillo que fue del marido. Entonces dijo, Te queda una persona que puede seguir llamándote Tertuliano Máximo Afonso, Sí, mi madre, Está en la ciudad, Sí, Hay otra, Quién, Yo, No tendrá ocasión, no nos volveremos a ver, Depende de ti, No entiendo, Estoy diciéndote que te quedes conmigo, que ocupes el lugar de mi marido, que seas en todo y para todo Antonio Claro, que le continúes la vida, ya que se la quitaste, Que me quede aquí, que vivamos juntos, Sí, Pero nosotros no nos amamos, Tal vez no, Puede llegar a odiarme, Tal vez sí, O yo a odiarla a usted, Acepto ese riesgo, sería un caso más único en el mundo, una viuda que se divorcia, Pero su marido tendría familia, padres, hermanos, cómo puedo hacer las veces de él, Yo te ayudaré, Él era actor, yo soy profesor de Historia, Ésos son algunos de los añicos que tendrás que recomponer, pero cada cosa tiene su tiempo, Tal vez lleguemos a amarnos, Tal vez sí, No creo que pueda odiarla, Ni yo a ti. Helena se levantó y se aproximó a Tertuliano Máximo Afonso. Parecía que lo iba a besar, pero no, vaya idea, un poco de respeto, por favor, todavía no nos hemos olvidado de que hay un tiempo para cada cosa. Le tomó la mano izquierda y, despacio, muy despacio, para dar tiempo a que el tiempo llegase, le puso la alianza en el dedo. Tertuliano Máximo Afonso la atrajo levemente hacia él y así se quedaron, casi abrazados, casi juntos, a la vera del tiempo.
El entierro de Antonio Claro fue tres días después. Helena y la madre de Tertuliano Máximo Afonso representaron sus papeles, una llorando a un hijo que no era suyo, otra fingiendo que el muerto era un desconocido. Él se había quedado en casa, leyendo un libro sobre las antiguas civilizaciones mesopotámicas, capítulo de los arameos. El teléfono sonó. Sin pensar que podría ser alguno de sus nuevos padres o hermanos, Tertuliano Máximo Afonso levantó el auricular y dijo, Dígame. Del otro lado una voz exactamente igual a la suya exclamó, Por fin. Tertuliano Máximo Afonso se estremeció, en este mismo sillón estaría sentado Antonio Claro la noche en que le telefoneó. Ahora la conversación va a repetirse, el tiempo se arrepintió y volvió atrás. Es usted el señor Daniel Santa-Clara, preguntó la voz, Sí, soy yo, Llevo semanas buscándolo, pero finalmente lo he encontrado, Qué desea, Me gustaría verlo en persona, Para qué, Se habrá dado cuenta de que nuestras voces son iguales, Me ha parecido notar cierta semejanza, Semejanza, no, igualdad, Como quiera, No somos parecidos sólo en las voces, No le entiendo, Cualquier persona que nos viese juntos sería capaz de jurar que somos gemelos, Gemelos, Más que gemelos, iguales, Iguales, cómo, Iguales, simplemente iguales, Acabemos con esta conversación, tengo que hacer, Quiere decir que no me cree, No creo en imposibles, Tiene dos señales en el antebrazo derecho, una al lado de otra, Las tengo, Yo también, Eso no prueba nada, Tiene una cicatriz debajo de la rótula izquierda, Sí, Yo también. Tertuliano Máximo Afonso respiró hondo, luego preguntó, Dónde está, En una cabina telefónica no muy lejos de su casa, Y dónde podemos encontrarnos, Tendrá que ser en un sitio aislado, sin testigos, Evidentemente, no somos fenómenos de feria. La voz del otro sugirió un parque en la periferia de la ciudad y Tertuliano Máximo Afonso dijo que estaba de acuerdo, Pero los coches no pueden entrar, observó, Mejor así, dijo la voz, Comparto esa opinión, Hay una zona de bosque después del tercer lago, lo espero allí, Tal vez yo llegue primero, Cuándo, Ahora mismo, dentro de una hora, Muy bien, Muy bien, repitió Tertuliano Máximo Afonso colgando el teléfono. Tomó una hoja de papel y escribió sin firmar, Volveré. Después entró en el dormitorio, abrió el cajón donde estaba la pistola. Introdujo el cargador en la corredera y colocó una bala en la recámara. Se cambió de ropa, camisa limpia, corbata, pantalones, chaqueta, los zapatos mejores. Se encajó la pistola en la correa y salió.