Raimundo Silva cerró la ventana y fue al despacho. María Sara lo oyó murmurar, No está aquí, dónde diablos lo he metido, y luego entró en la sala de estar, abría y cerraba las puertas de la librería, al fin, Aquí está. Reapareció con un tomo en cuarto, encuadernado en piel, vetusto de aspecto, con garantía de origen, y venía contento como quien buscó y ha encontrado, pero no el libro, Siéntese, dijo, y ella se sentó en la silla junto a la mesa, tenía la mano sobre la hoja de papel donde estaban los nombres de Ouroana y de Mogueime, él se quedó de pie, parecía mucho más joven, feliz, Oiga ahora atentamente, que vale la pena, empiezo por el título, ahí va, Sol Nacido a Occidente y Puesto al Nacer el Sol, San Antonio Portugués Luminaria Mayor en el Cielo de la Iglesia Entre los Astros Menores en la Esfera de Francisco, Epítome Histórico y Panegírico de Su Admirable Vida y Prodigiosas Acciones, Que Escribe y Ofrece a la Serenísima, Augusta, Excelsa, Soberana Familia de la Casa Real de Portugal, Cuyos Ínclitos Nombre y Apellidos se Felicitan y Esmaltan Con las Sagradas Denominaciones de Franciscos y Antonios, Por Mano del Reverendísimo Antonio Teixera Alveres, del Consejo de Su Majestad, Que Dios Guarde, Su Desembargador de Palacio, Magistrado Supremo del Consejo Real, del Consejo General del Santo Oficio, Canónigo Doctoral en la Catedral de Coimbra, y Lector de Prima Jubilado en las Dos Facultades de Cánones y Leyes, et coetera, Brás Luís Abreu, Cistagano Familiar del Santo Oficio, uff. María Sara se echó a reír, Espero haber entendido que el autor de la mirífica obra es ese Brás Luís de Abreu, Pues lo entendió muy bien, y la felicito, oiga ahora, página ciento veintitrés, atención, que empiezo, Con la noticia de que algunas Provincias de aquel Reino, el reino de que habla es Francia, se hallaban inficionadas de este contagio, el de la herética protervia, como se explica unas líneas más arriba, partió Antonio de Lemonges hacia Tolosa, Ciudad en este tiempo tan abundante de comercios como enriquecida de vicios, y lo que más es, pestilente seminario de los Herejes Sacramentarios que niegan la real presencia de Cristo en la Hostia Consagrada. Apenas se vio el Santo puesto en la palestra de los errores, cuando empezó a descender a la arena de los conflictos, sólo para subir de inmediato al carro de los triunfos. Picado por el ardiente celo de la gloria de Dios y de las verdades infalibles de su Fe, arboló en los pendones de la caridad las banderas de la doctrina, en los cuarteles de la penitencia las armas de la Cruz, y hecho trompeta Evangélica de la Divina palabra, tocó a marchar voces, a degollar vicios. Era el odio que tenía a los Heréticos tan implacable como incansable la actividad fogosa de su celo. Se sacrificó entero en aras de la Fe por víctima de su crueldad, como quien con tantas veras había ensayado la vida para la muerte, los afectos para el martirio. No se descuidaban aquellos Pájaros de mal agüero, que viviendo en la funesta noche de sus errores sólo rinden su altivez obstinada a las armas de la luz, de maquinar contra su vida venenos disfrazados, contra su honra diabólicos artificios, contra su reputación infernales inventos, solicitando, cuanto podían alcanzarlo las fuerzas de su malicia, desacreditar y oscurecer las luces de tanta doctrina, los trofeos de tamaña Santidad. Empezó a predicar Antonio con aplauso y admiración de todos los Católicos, y aún más porque, reconociéndolo Extranjero, lo veían hablar la propia lengua con tanta elegancia, fluencia y expedición que parece que se hubiera naturalizado en el Idioma, que, como él, se había legitimado en los afectos. Voló la Fama de los maravillosos productos que hacía en las Almas la eficacia de su Palabra, y los Herejes Predicantes, que empezaban a reconocer el gran daño, así lo entendían ellos, que se les seguía del nuevo predicador, porque en muchos, que se convertían de sus errores, iban perdiendo el crédito, con la soberbia y la presunción, vicios tan familiares en esta canalla, determinaron entrar con Antonio en Mercurial disputa, fiando de sus sofísticas cavilaciones una campal victoria.
Por ahora no se ven señales de mula, dijo María Sara, En aquel tiempo los caminos del mundo no eran cómodos, y los de la escritura lo eran aún menos, observó Raimundo Silva, y continuó, Fiáronse y se confiaron para este efecto de un insigne Dogmatizante Tolosano, entre ellos el más célebre y de mayor nombre, llamado Guialdo, hombre audaz, presuntuoso y muy versado en Sagradas Escrituras, inteligentísimo en la lengua Hebrea, en el ingenio acre, fogoso en el genio, y en todo aparejado siempre para las mayores disputas. No rechazó el Santo el cartel de desafío por satisfacer el duelo de la Fe, poniendo toda su confianza en Dios como único Agente de su causa. Se fijó día y sitio para la contienda. Fue innumerable el concurso, igualmente de Católicos que de Sectarios. Empezó el Hereje primero que Antonio, que siempre en el teatro del Mundo hizo primer papal la Malicia, orando con vanidosa ostentación de sus mal empleados estudios e introduciendo aliñadas parladurías con una abundante verbosidad de algunos cavilosos Silogismos. Dejó pasar la modestia del Santo aquella tormenta de palabras, llenas de artificio, vacías de verdad, y entró luego a rechazar sus depravados yerros, con tanta copia de lugares de la Sagrada Escritura, exornados con tan vivas razones, con tan legítimos sentidos, y con discursos tan apropiados, que ya la obstinación del Hereje se daba por vencida cuanto a los fatigados discursos del entendimiento, si aún no se mantuviera firme cuanto a los diabólicos caprichos de la voluntad. No individuo los agudos dilemas con que Antonio ennobleció este combate, porque superiores a la narración se entreguen al silencio de la historia como misterios de la fama, baste decir que procedió tan doctamente ilustre que, excediéndose a sí mismo, hizo más glorioso el suceso con la victoria de un imposible. Atención ahora, María Sara, ya se oye el batir de los cascos de la mula. Entre corrido y confuso se hallaba el perverso Dogmatizante por verse derrotado en la presencia de los mismos que con tanto orgullo esperaban ver triunfantes sus engaños. Y viendo totalmente deshechas las artificiosas redes de sus fraudulentas sofisterías, empezó a tentar la modestia y la humildad del Santo con este malintencionado discurso, En fin, Padre Antonio, dejémonos de las voces, conceptos y disputas, sólo nos queda ir a las obras, y ya que como preciado de Católico e hijo de la Iglesia Romana confías en los milagros, que en confirmación de los Artículos de la Fe fueron en los primitivos tiempos los motivos más poderosos de la prudente credulidad, yo me daré por últimamente derrotado si a favor de este artículo de la presencia Real del cuerpo de Cristo en el Sacramento obra Dios algún milagro. Antonio, que para coger en los conflictos la palma, tenía siempre a Dios de su mano, esperando en Él, respondió, Contento estoy, y confío en la misericordia de mi Señor Jesús Cristo, que por adquirir tu alma y las de tantos como siguen con abominable ceguera los impíos Dogmas de tus errores, ha de hacer ostentación de su poder infinito, a favor y en crédito de esta verdad Católica. A esta varonil y Santa resolución tornó el hereje, Pues yo soy el que he de elegir el milagro. Yo sustento en mi casa una Mula. Si ésta, después de tres días en que no haya comido ni bebido, a la vista de la Hostia Consagrada no le apetece ni mirar para el sustento por más que se lo ofrezcan, creeré firmemente ser verdad infalible que está Cristo en el Sacramento. Movido del Divino instinto, aceptó prontamente el Santo con un contento presagio del triunfo, que en su gran corazón sólo se admitía el desasosiego introducido por el alborozo. Y en confianza de que era tanto de Dios aquella causa, se prometió seguramente la victoria, previniéndose para el combate con las armas de la Humildad y con los aproches de la Oración.
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