Patrick Süskind - El Perfume – Historia De Un Asesino

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Quizá los olores evoquen el privilegio de la invisibilidad. Antes del tacto, sucede el olor, como mensajero de una esencia que sabe desaparecer en el aire y ser agente de un gran poder. La seducción que despliega el olor es implacable: se instala en nosotros y sella su poderío en los tejidos de la memoria. Jean-Baptiste Grenouille tiene su marca de nacimiento: no despide ningún olor y por ello hace temer la presencia de algún demonio. Al mismo tiempo posee un don excepcional: un olfato prodigioso que le permite percibir todos los olores del mundo. Desde la miseria en que nace, abandonado al cuidado de unos monjes, Jean-Baptiste Grenouille lucha contra su condición y escala posiciones sociales convirtiéndose en un afamado perfumista. Crea perfumes capaces de hacerle pasar inadvertido o inspirar simpatía, amor, compasión… Para obtener estas fórmulas magistrales debe asesinar a jóvenes muchachas vírgenes, obtener sus fluidos corporales y licuar sus olores íntimos. Su arte se convierte en una suprema e inquietante prestidigitacion. Patrick Süskind, convertido en maestro del naturalismo irónico, nos transmite una visión ácida y desengañada del hombre en un libro repleto de sabiduría olfativa, imaginación y enorme amenidad. Su persuasión iguala la de su personaje y nos propone una inmersión literaria en el arco iris natural de los olores y en los turbadores abismos del espíritu humano.

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Captó un aura masiva similar, aunque más limpia y con un olor a sudor menos desagradable, en la catedral, donde colgó sus pingos bajo los bancos el veinticuatro de diciembre y los recogió el veintiséis, después de exponerlos a los olores de los asistentes a siete misas; un terrible conglomerado de sudor de culo, sangre de menstruación, corvas húmedas y manos convulsas, mezclados con el aliento expedido por mil cantantes de coro y declamadores de avemarías y el vapor sofocante del incienso y de la mirra, había impregnado los trozos de tela; terrible en su concentración nebulosa, imprecisa y nauseabunda y, no obstante, inequívocamente humano.

Grenouille capturó el primer aroma individual en el Hospicio de la Charitè, donde logró robar, antes de que la quemaran, una sábana de la cama de un oficial del tesoro recién muerto de tisis, que lo había cubierto durante dos meses. La tela estaba tan empapada de la grasa del enfermo que había absorbido sus vapores como una pasta de "enfleurage" y pudo ser sometida directamente al lavado. El resultado fue fantasmal: bajo la nariz de Grenouille, y procedente de la solución de alcohol, el tesorero resucitó olfatoriamente de entre los muertos, y quedó suspendido en la habitación, desfigurado por el singular método de reproducción y los innumerables miasmas de su enfermedad, pero aun así reconocible como imagen olfativa individual: un hombre bajo de treinta años, rubio, de nariz gruesa, miembros cortos, pies planos y pálidos, sexo hinchado, temperamento bilioso y aliento desabrido; un hombre poco atractivo por su olor, aquel tesorero, indigno, como el cachorro, de ser conservado por más tiempo.

No obstante, Grenouille lo dejó flotar toda la noche como un espíritu perfumado en el interior de su cabaña y lo olfateó una y otra vez, feliz y hondamente satisfecho del poder que había conquistado sobre el aura de otra persona. Al día siguiente lo tiró.

Realizó una prueba más durante aquellos días de invierno. Pagó un franco a una mendiga muda que recorría la ciudad para que llevara todo un día sobre la piel un harapo preparado con diversas mezclas de grasa y aceite. El resultado reveló que lo más apropiado para la captura del olor humano era una combinación de grasa de riñones de cordero y sebo de cerdo y vaca, purificados varias veces, en una proporción de dos por cinco por tres, junto con pequeñas cantidades de aceite virgen.

Con esto, Grenouille se dio por satisfecho. Renunció a apoderarse por completo de una persona viva y tratarla perfumísticamente. Tal proceder comportaría siempre grandes riesgos y no aportaría ningún conocimiento nuevo. Sabía que ahora ya dominaba la técnica de arrebatar la fragancia a un ser humano y no era necesario demostrárselo de nuevo a sí mismo.

La fragancia humana en sí y de por sí le era indiferente. Se trataba de una fragancia que podía imitar bastante bien con sucedáneos. Lo que codiciaba era la fragancia de "ciertas" personas: aquellas, extremadamente raras, que inspiran amor. Tales eran sus víctimas.

39

En enero se casó la viuda Arnulfi con su primer oficial, Dominique Druot, a quien de este modo promocionó a "Maitre Gantier et Parfumeur". Se celebró un gran banquete para los maestros del gremio y otro más modesto para los oficiales, madame compró un colchón nuevo para su cama, que ahora compartía oficialmente con Druot, y sacó del armario su vestuario multicolor. Todo lo demás siguió como antes. Conservó el viejo y buen nombre de Arnulfi, conservó la fortuna indivisa, la dirección económica del negocio y las llaves del sótano; Druot cumplía a diario sus obligaciones sexuales y después se refrescaba con vino; y Grenouille, aunque ahora era el primer y único oficial, continuó desempeñando el grueso del trabajo por el mismo salario exiguo, parca alimentación y pobre alojamiento.

El año comenzó con el torrente amarillo de las casias, con jacintos, violetas y los narcóticos narcisos. Un domingo de marzo -quizá había transcurrido un año desde su llegada a Grasse-, Grenouille salió para ver cómo seguían las cosas en el jardín de detrás de la muralla, en el otro extremo de la ciudad. Esta vez ya iba preparado para la fragancia, sabía con bastante exactitud lo que le esperaba… y a pesar de ello, cuando la olfateó, ya desde la Porte Neuve, a medio camino de aquel lugar de la muralla, los latidos de su corazón se aceleraron y notó que la sangre le bullía de felicidad en las venas: ella continuaba allí, la planta de belleza incomparable había sobrevivido indemne al invierno, estaba llena de savia, crecía, se expandía, lucía las más espléndidas inflorescencias. Tal como esperaba, la fragancia se había intensificado sin perder nada de su delicadeza. El perfume que hacía sólo un año se derramaba en sutiles gotas y salpicaduras era ahora un fragante río ligeramente pastoso que refulgía con mil colores y aun así los unía sin desperdiciarlos. Y este río, como comprobó lleno de dicha Grenouille, se alimentaba de un manantial cada vez más rico. Un año más, sólo un año, sólo doce meses, y este manantial se desbordaría y él podría venir a captarlo y a apresar la salvaje acometida de su perfume.

Corrió a lo largo de la muralla hasta el lugar conocido tras el que se encontraba el jardín. Aunque al parecer la muchacha no estaba en el jardín, sino en la casa, en un aposento y detrás de las ventanas cerradas, su fragancia salía ondeando como una brisa suave y constante.

Grenouille permaneció inmóvil. No se sentía embriagado o aturdido como la primera vez que había olfateado, sino lleno de la dicha del amante que escucha u observa desde lejos a su amada y sabe que la llevará consigo al hogar dentro de un año. Verdaderamente, Grenouille, la garrapata solitaria, el monstruo, el inhumano Grenouille, que nunca había sentido amor y nunca podría inspirarlo, aquel día de marzo, ante la muralla de Grasse, amó y fue invadido por la bienaventuranza de su amor.

Bien es verdad que no amaba a una persona, ni siquiera a la muchacha de la casa de detrás de la muralla. Amaba la fragancia. Sólo a ella y nada más y únicamente como su futura y propia fragancia. Vendría a apoderarse de ella dentro de un año, lo juraba por su vida. Y después de esta extraña y solemne promesa, o juramento de amor, después de este voto de fidelidad pronunciado ante sí mismo y ante su futura fragancia, abandonó el lugar con ánimo alegre y volvió a la ciudad por la Porte du Cours.

Cuando yacía en su cabaña por la noche, evocó de nuevo el recuerdo de la fragancia -no pudo resistirse a la tentación- y se sumergió en ella para acariciarla y dejarse acariciar por ella de un modo tan íntimo, tan soñador, como si ya la poseyera realmente, y amó a su fragancia, su propia fragancia, y a sí mismo en ella durante una hora exquisita y embriagadora. Quería llevar consigo al sueño este sentimiento de amor hacia sí mismo, pero precisamente en el instante en que cerró los ojos y sólo habría necesitado un segundo para conciliar el sueño, la fragancia lo abandonó de repente y en su lugar flotó en la habitación el frío y penetrante olor del redil de cabras.

Grenouille se asustó. "¿Y si esta fragancia que voy a poseer -se dijo- desaparece? No es como en el recuerdo, donde todos los perfumes son imperecederos. El perfume real se desvanece en el mundo; es volátil. Y cuando se gaste, desaparecerá el manantial de donde lo he capturado y yo estaré desnudo como antes y tendré que conformarme con mis sucedáneos. No, será peor que antes. Porque ahora entretanto habré conocido y poseído mi propia magnífica fragancia y jamás podré olvidarla, ya que jamás olvido un aroma, y durante toda la vida me consumirá su recuerdo como me consume ahora, en este mismo momento, la idea de que llegaré a poseerlo… ¿Para qué lo necesito, entonces?"

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