Patrick Süskind - El Perfume – Historia De Un Asesino

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Quizá los olores evoquen el privilegio de la invisibilidad. Antes del tacto, sucede el olor, como mensajero de una esencia que sabe desaparecer en el aire y ser agente de un gran poder. La seducción que despliega el olor es implacable: se instala en nosotros y sella su poderío en los tejidos de la memoria. Jean-Baptiste Grenouille tiene su marca de nacimiento: no despide ningún olor y por ello hace temer la presencia de algún demonio. Al mismo tiempo posee un don excepcional: un olfato prodigioso que le permite percibir todos los olores del mundo. Desde la miseria en que nace, abandonado al cuidado de unos monjes, Jean-Baptiste Grenouille lucha contra su condición y escala posiciones sociales convirtiéndose en un afamado perfumista. Crea perfumes capaces de hacerle pasar inadvertido o inspirar simpatía, amor, compasión… Para obtener estas fórmulas magistrales debe asesinar a jóvenes muchachas vírgenes, obtener sus fluidos corporales y licuar sus olores íntimos. Su arte se convierte en una suprema e inquietante prestidigitacion. Patrick Süskind, convertido en maestro del naturalismo irónico, nos transmite una visión ácida y desengañada del hombre en un libro repleto de sabiduría olfativa, imaginación y enorme amenidad. Su persuasión iguala la de su personaje y nos propone una inmersión literaria en el arco iris natural de los olores y en los turbadores abismos del espíritu humano.

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Muy pronto Grenouille ya no se limitaba a remover, sino que cebaba el horno, calentaba y colaba, mientras Druot iba en un salto al Quatre Dauphins a beber un vaso de vino o subía a cumplir con madame. Sabía que podía confiar en Grenouille y éste, aunque tenía que trabajar el doble, disfrutaba estando solo, perfeccionando el nuevo arte y haciendo de vez en cuando pequeños experimentos. Y comprobó con inmensa alegría que la pomada preparada por él era incomparablemente mejor y su “essence-absolue” varios grados más pura que la obtenida con Druot.

A finales de junio empezó el tiempo de los jazmines, en agosto, el de los nardos. El perfume de ambas flores era tan exquisito y a la vez tan frágil, que no sólo tenían que cogerse los capullos antes de la salida del sol, sino que requerían una elaboración muy especial y delicada. El calor mermaba su fragancia, el baño repentino en la grasa caliente de la maceración la habría destruido por completo. Estos capullos, los más nobles de todos, no se dejaban arrancar el alma con facilidad; era preciso sacársela a fuerza de halagos. Se esparcían, en una sala especial para el perfumado, sobre placas untadas de grasa fría o se tapaban con paños empapados de aceite, donde se dejaban morir mientras dormían. Al cabo de tres o cuatro días ya estaban marchitos del todo, después de traspasar su perfume a la grasa y el aceite. Entonces se quitaban con cuidado y se esparcían flores frescas. Este proceso se repetía diez e incluso veinte veces y cuando la pomada había absorbido toda la fragancia y los paños podían escurrirse para obtener el aceite perfumado, ya había llegado el mes de septiembre. El resultado era todavía más exiguo que el de la maceración. En cambio, la calidad de la pasta de jazmín o del "Huile Antiquede Tubèreuse" obtenidos mediante el "enfleurage" en frío superaba la de cualquier otro producto del arte perfumístico en delicadeza y fidelidad al original. Sobre todo en el caso del jazmín, parecía que el perfume dulce y erótico de las flores hubiera quedado grabado en las placas de grasa como en un espejo y ahora lo irradiaran con toda exactitud, "cum grano salis", por así decirlo. Porque la nariz de Grenouille distinguía sin vacilación la diferencia entre el aroma de los capullos y su perfume concentrado. Como un velo sutil flotaba en este último el olor propio de la grasa -por más limpia y pura que fuese- sobre la fragancia del original, lo suavizaba, debilitaba su intensidad, tal vez hacía incluso soportable su belleza para las personas corrientes… En cualquier caso, el "enfleurage" en frío era el medio más refinado y efectivo de capturar fragancias delicadas. No existía otro mejor. Y si el método aún no bastaba para satisfacer totalmente a la nariz de Grenouille, éste sabía que era mil veces suficiente para engañar a un mundo de narices embotadas.

Al poco tiempo aventajó a su maestro Druot tanto en la maceración como en el arte del perfumado en frío y se lo demostró a su manera discreta velada y sumisa. Druot le confió de buena gana las tareas de ir al matadero a comprar las grasas más apropiadas, limpiarlas, derretirlas, filtrarlas y determinar la proporción en que debían ser mezcladas, un trabajo sumamente difícil y muy temido por Druot, ya que una grasa impura, rancia o con demasiado olor a cerdo, carnero o vaca podía estropear la pomada más valiosa. Le dejaba determinar la distancia entre las placas en la sala del perfumado, el momento exacto para el cambio de flores, el grado de saturación de la pomada y pronto le confió todas las decisiones precarias que él, Druot, como en otro tiempo Baldini, sólo podía adoptar de acuerdo con ciertas reglas establecidas y que Grenouille tomaba guiado por la infalibilidad de su olfato, aunque Druot no sospechara siquiera este hecho.

"Tiene buena mano -decía-, sabe atinar en las cosas". Y muchas veces pensaba: "Lo cierto es que posee mucho más talento que yo, es un perfumista cien veces mejor". Y al mismo tiempo lo consideraba un perfecto idiota, porque a su juicio Grenouille no sacaba ningún provecho de sus facultades, mientras él, Druot, con sus habilidades más modestas, no tardaría en ser maestro artesano. Y Grenouille lo confirmaba en esta opinión, procurando parecer torpe, no demostrando la menor ambición y portándose como sino supiera nada de su propia genialidad y se limitara a seguir las instrucciones del mucho más experimentado Druot, sin el cual él no era nadie. De este modo se llevaban muy bien.

Así llegó el otoño y el invierno. En el taller reinaba más tranquilidad; los perfumes de las flores estaban presos en el sótano, dentro de ollas y tarros, y si madame no deseaba lavar una u otra pomada o destilar un saco de especias secas, no había mucho que hacer. Aún quedaban aceitunas, un par de cestos todas las semanas. Extraían el aceite virgen y daban el resto a la almazara. Y vino, una parte del cual Grenouille destilaba y rectificaba para convertirlo en alcohol.

Druot se dejaba ver cada vez menos. Cumplía con su obligación en el lecho de madame y cuando aparecía, apestando a sudor y a semen, era sólo para desaparecer en el Quatre Dauphins. También madame bajaba muy raramente, ocupada como estaba en sus asuntos financieros y en la renovación de su vestuario para cuando concluyera el año de luto. Grenouille solía pasar días enteros sin ver a nadie excepto a la sirvienta, que le daba una sopa al mediodía y pan y aceitunas al atardecer. Apenas salía. Participaba en la vida corporativa, es decir, asistía a las reuniones y los desfiles regulares de los oficiales artesanos tan a menudo como era necesario para que ni su ausencia ni su presencia llamaran la atención. Carecía de amigos o conocidos, pero hacía todo lo posible para no pasar por arrogante o insociable, dejando que los demás oficiales encontraran su compañía insulsa y aburrida. Era un maestro en el arte de inspirar tedio y simular torpeza, nunca con tanta exageración como para incitar a burlas o convertirse en blanco de las bromas pesadas de sus colegas del gremio. Lo dejaban en paz y esto era lo que él quería.

38

Pasaba todo el tiempo en el taller. Se justificó ante Druot afirmando que deseaba inventar una receta de agua de colonia, pero en realidad experimentaba con aromas muy diferentes. Su perfume, el que había elaborado en Montpellier, se terminaba poco a poco, pese a que lo usaba con gran parquedad, así que creó uno nuevo. Esta vez no se contentó, sin embargo, con imitar de modo aproximado y con materiales reunidos a toda prisa el olor básico del ser humano, sino que se empeñó en preparar un perfume personal o, mejor dicho, gran número de perfumes personales.

Primero elaboró un olor discreto, un aroma gris para uso cotidiano en cuya composición figuraba, por supuesto, el olor a queso rancio, pero que sólo llegaba al mundo exterior como a través de una gruesa capa de ropas de hilo y lana alternadas sobre la piel reseca de un viejo. Oliendo así, podía mezclarse tranquilamente con los demás seres. El aroma era lo bastante fuerte para basar olfativamente en él la existencia de una persona y a la vez tan discreto, que no podía molestar a nadie.

Con él, Grenouille no era en realidad perceptible por el olfato y, no obstante, su presencia estaba siempre justificada del modo más modesto, un estado híbrido que le convenía mucho, tanto en casa Arnulfi como en sus ocasionales paseos por la ciudad.

En algunas ocasiones, sin embargo, este modesto perfume tenía sus inconvenientes. Cuando debía comprar algo por encargo de Druot o quería proveerse de un poco de algalia o unos granos de almizcle, podía ocurrir que en su perfecta discreción pasara completamente inadvertido y no lo atendieran o bien que lo viesen pero no le sirvieran lo solicitado o se olvidaran de él mientras lo atendían. Para tales eventualidades, se mezcló un perfume algo más fuerte, con un ligero olor a sudor y algunos ángulos y cantos olfativos, que le daba una presencia más agresiva y hacía creer a todos que tenía prisa y le apremiaban negocios urgentes. También logró con éxito atraer el grado de atención deseado con una imitación del "aura seminalis" de Druot, que consiguió perfumando un lienzo empapado en grasa con una pasta de huevos frescos de pata y harina de trigo fermentada.

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