Imre Kertész - Sin destino

Здесь есть возможность читать онлайн «Imre Kertész - Sin destino» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Sin destino: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Sin destino»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Historia del año y medio de la vida de un adolescente en diversos campor de contración nazis (experiencia que el autor vivió en propia carne), Sin destino no es, sin mbargo, ningún texto autobiográfico. Con la fría objetividad del entomólogo y desde una distancia irónica, Kertész nos muestra en su historia la hiriente realidad de los campos de exterminio en sus efectos más eficazmente perversos: aquellos que confunden justicia y humillación arbitraria, y la cotidianidad más inhumana con una forma aberrante de felicidad. Testigo desapasionado, Sin destino es, por encima de todo, gran literatura, y una de las mejores novelas del siglo xx, capaz de dejar una huella profunda e imperecedera en el lector.

Sin destino — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Sin destino», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Pero ya nos estaban llamando: nos esperaba la ducha. En la puerta, un preso le entregó un pedazo de jabón color marrón a Rozi que iba delante de mí, dándole a entender que era para tres personas. En la ducha nos esperaban un suelo resbaladizo de tablas de madera y un sistema de tuberías en el techo con duchas incorporadas. Adentro, ya había muchísima gente: todos estaban desnudos y olían bastante mal.

Me sorprendió el hecho de que el agua empezara a correr por sí sola, después de buscar todos, yo incluido, los grifos inútilmente. El agua no caía a chorros demasiado abundantes, pero su temperatura me pareció agradable. Antes que nada, bebí un buen trago y sentí que tenía el mismo sabor que la de la fuente; luego simplemente me deleité dejando caer el agua por todo mi cuerpo. Alrededor, los otros también se estaban duchando; soplaban y resoplaban, disfrutando de aquellos momentos de despreocupada alegría. Los muchachos nos hicimos bromas por nuestras cabezas rapadas. El jabón que nos habían entregado formaba muy poca espuma y contenía pequeñas partículas duras y cortantes. Un hombre regordete que estaba a mi lado, con pelos negros y rizados por la espalda y el pecho que no le habían afeitado, se enjabonó durante largo rato, con movimientos solemnes, casi rituales. Yo notaba que algo, aparte de su cabello, naturalmente, le faltaba pero no sabía qué. Entonces me di cuenta de que en la mandíbula y alrededor de la boca tenía el rostro más blanco y lleno de pequeños cortes recientes. Reconocí enseguida que era el rabino de la fábrica de ladrillos: así pues, él también había venido. Sin su barba, me pareció menos extraño; podía haber pasado por un hombre cualquiera, con la nariz un poco más grande de lo normal. Estaba enjabonándose los pies cuando, de la misma manera inesperada con que había empezado a correr, se cortó el agua; entonces, dirigió su cabeza hacia arriba, luego miró su cuerpo con resignación, como alguien que comprende y acepta y se somete ante la voluntad de una autoridad suprema.

Yo tampoco pude hacer otra cosa que dejarme llevar pues me estaban empujando y arrastrando hacia fuera. Entramos en una sala mal iluminada, donde un preso nos dio a cada uno un pañuelo, no, mejor dicho, una toalla, diciendo que se la devolviéramos después de utilizarla. Un poco más adelante, otro preso me untó con un pincel en la cabeza, las axilas y las ingles. El pincel contenía un líquido de color indefinible que picaba y olía mucho a desinfectante. Todo aquello lo hacían de una manera automática, con movimientos rápidos y hábiles.

A continuación nos encaminamos por un pasillo con dos ventanas iluminadas a la derecha y una pequeña salita sin puerta al final; por cualquier lugar que pasáramos había presos, que distribuían ropa. A mí, como a todos, me dieron una camisa que parecía haber sido azul con rayas blancas y que no tenía cuello -era similar a las que acostumbraban usar nuestros abuelos-, unos calcetines también de la misma época, un par de cordones para los pantalones, un traje de lienzo muy usado, de rayas blancas y azules, igual que el traje de los presos: la mirase como la mirase, aquella ropa era un uniforme de preso. En la pequeña salita abierta pude elegir yo mismo entre los muchos pares de zapatos que había con suela de madera, forrados con tela, y que no tenían cordones sino tres botones a los lados; encontré unos que eran aproximadamente de mi número. También recogí los dos paños de tela gris, que parecían pañuelos, más otra prenda imprescindible, el gorro redondo, bastante destrozado, a rayas, también típico de los presos.

Durante unos instantes estuve indeciso, no sabía exactamente qué hacer, pero no me podía entretener en medio de tantas prisas, tanto jaleo, tanta gente vistiéndose, puesto que tampoco quería quedarme atrás. Me até los pantalones -que eran anchos y no tenían cinturón ni nada parecido- como pude y corriendo; los zapatos eran también muy raros, puesto que la suela era totalmente rígida. Terminé de vestirme y me puse el gorro en la cabeza. Cuando acabé los otros muchachos también estaban ya vestidos, nos miramos atónitos, sin saber si reír o llorar. Menos mal que no tuvimos tiempo ni para una cosa ni para otra, porque cuando quisimos darnos cuenta ya estábamos otra vez fuera. No sé quién estuvo dándonos órdenes, ni sé muy bien qué ocurrió; sólo recuerdo que alguien me golpeó, entre empujones y tirones, y yo me dejé llevar, tratando de no caerme con mis zapatos nuevos, escuchando, aturdido, unos golpes sordos, como si estuvieran pegando a la gente por detrás, por la espalda. Así continuamos hacia delante, atravesando plazas y patios, por caminos rodeados de alambres, más portones que se abrían y se volvían a cerrar, hasta que al final ya todo se me hizo confuso y caótico y no supe siquiera dónde estaba.

5

No puede haber, creo yo, ningún preso que al principio no se extrañe de su condición. También nosotros, los muchachos, estuvimos mirándonos extrañados en el patio al que llegamos después de la ducha. Me fijé en un hombre joven que estaba junto a mí, el cual se examinaba su vestimenta, palpándola de arriba abajo, con mucha atención y dedicación pero también con incredulidad, como si tratara de comprobar la calidad de la tela. Luego miró alrededor como si quisiera decir algo, pero al final no dijo nada porque vio que todos estábamos vestidos igual: por lo menos eso me pareció, aunque quizás estaba equivocado. Incluso con su cabeza rapada, con aquella vestimenta, con su uniforme de preso que le quedaba un poco corto pude reconocerlo por su cara huesuda: era el enamorado que una hora antes -porque una hora más o menos había pasado desde nuestra llegada hasta nuestra transformación completa- se había visto obligado a separarse de su enamorada con tanta pena.

En ese momento, de repente, sentí que me arrepentía de algo. Cuando todavía vivía en mi casa, encontré por casualidad un libro en el estante; se trataba de un libro cubierto de polvo que probablemente nadie había leído jamás. El autor había sido un preso; yo empecé a leerlo pero no pude acabarlo porque no lograba entender el razonamiento del escritor. Me pareció que los protagonistas tenían nombres muy largos, muy complicados, imposibles de retener y, al fin y al cabo, aquel libro no me interesaba en absoluto; después de todo yo aborrecía la vida de los presos. Ahora que, sin lugar a dudas, lo iba a necesitar, no tenía ni idea de lo que allí se narraba. Lo único que recordaba era que el preso decía que se acordaba más de los primeros días de su cautiverio que de los últimos, a pesar de que éstos estaban más próximos al período en que escribió su obra. Esa sola idea ya me pareció sospechosa, pues creía que se trataba de una mentira. Sin embargo, ahora sé que decía la verdad: yo mismo recuerdo mucho mejor el primer día que todos los siguientes.

Al principio, me sentía como si sólo estuviera allí de paso, de una manera lógica y comprensible, como corresponde a los engaños e ilusiones típicos de la naturaleza humana. El patio, ese terreno soleado, parecía un tanto desierto, no había ni rastro del campo de fútbol, ni huerta, ni plantas, ni césped, sólo una enorme y sencilla edificación de madera que me recordaba un pajar o un cobertizo: seguramente nuestro nuevo hogar. Para entrar, nos dijeron, teníamos que esperar el toque de queda vespertino. Por delante y detrás de nuestro edificio había otros, muy similares, dispuestos en filas que parecían infinitas, y a la izquierda, otra fila con los mismos edificios separados por espacios iguales. Más lejos se veía un camino ancho, asfaltado, mejor dicho otro camino ancho y asfaltado, puesto que después de salir de la ducha, la uniformidad de los edificios, patios y caminos era tal que yo ya no distinguía nada de nada. En el punto en el que ese camino convergía con otro que se extendía entre los cobertizos, había una barrera con rayas rojas y blancas, finas y bien trazadas, como de juguete. A la derecha se veían las vallas con alambre de púas, reforzadas, según nos dijeron, con corriente eléctrica; yo no pude creerlo hasta que tuve ocasión de reconocer aquellos pequeños pivotes de porcelana blanca, tan típicos de los postes de electricidad y de teléfono. La descarga -nos decían- sería seguramente mortal; en realidad bastaba con pisar la estrecha franja de tierra arenosa que bordeaba la valla para que desde una de las torres de vigilancia nos dispararan sin previo aviso (eran las torres de madera que yo en la estación había tomado por puestos de caza). Todo esto nos lo explicaron con empeño y dándose mucha importancia los que parecían mejor informados.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Sin destino»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Sin destino» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Sin destino»

Обсуждение, отзывы о книге «Sin destino» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x