Yasunari Kawabata - El Maestro De Go

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Fine. Hacia 1938, el jugador de Go Shúsai Honnimbó, imbatible meijingodokoro, está próximo a morir. Es el Gran Maestro de la época, luego de él no habrá ningún otro jugador de tan alto grado. Los maestros, elegidos en el seno de familias nobles, deben integrar el torneo anual en donde compiten bajo la tutela del shogun. El tiempo de Shúsai, el último de los Honnimbó, estará medido por la partida con el joven maestro Otake, quien simboliza el tránsito ideal de la tradición a un mundo nuevo, diferente y aún indeterminado. Espectador de excepción de la contienda, Yasunari Kawabata asistió al interminable torneo, que duró casi medio año, con una extensa interrupción de tres meses a causa del agravamiento de Shúsai. Derrotado definitivamente el 4 de diciembre de 1938, éste muere un año después. El Maestro de Go es la biografía ficticia de un hombre que va al encuentro de su destino con extraordinaria dignidad, una obra impar del Premio Nobel de Literatura 1968.

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Siempre que se instituye una ley, el artificio que se vale de pretextos se pone en acción. No puede negarse que hay cierta astucia entre los jóvenes jugadores, una astucia que, cuando se redactan las reglas para prevenirla, se vale de las propias reglas. Entre sus armas se cuentan innumerables usos del tiempo concedido y de la última jugada previa al receso, la jugada sellada; de modo que una partida de Go se transforma en una obra de arte mancillada. El Maestro, al enfrentar el tablero, era un hombre de otros tiempos.

Ignorante de los trucos más recientes. Si a lo largo de su distinguida carrera había sido de lo más natural que el de mayor rango hasta actuara con cierta arbitrariedad, deteniendo por ejemplo el juego un día en que el oponente se había visto llevado a una jugada desafortunada. No existía para él eso de un tiempo limitado. Y estas maneras arbitrarias que se le admitían al Maestro habían forjado su arte, un arte que era incomparablemente superior al juego de nuestros tiempos y a sus reglas.

El Maestro no estaba habituado a esta igualdad nueva sino a las prerrogativas del viejo estilo, y habían circulado desagradables rumores cuando el encuentro con Wu del quinto rango no se sometió al esquema pautado; y parecía que, en el desafío de esta partida final, los más jóvenes habían impuesto reglas más severas a fin de limitar sus tendencias dictatoriales. Las reglas no habían sido establecidas por el Maestro u Otake. Miembros de las máximas jerarquías de la Asociación habían llevado adelante un torneo eliminatorio para decidir quién sería el contrincante, y el código se había redactado antes del inicio. Otake, en representación de la Asociación, sólo intentaba hacer que el Maestro respetara lo convenido.

A causa de la enfermedad del Maestro y por otros motivos, se produjeron numerosas desinteligencias; por otra parte, los modales de Otake y su insistencia en querer controlar la partida evidenciaron su incapacidad para comprender la cortesía que se le debe a un mayor, la carencia del afecto que un enfermo merece, y un racionalismo que de alguna manera no comprendía el verdadero sentido de las cosas. Los organizadores tuvieron muchas preocupaciones, y siempre los argumentos técnicos parecieron estar de parte de Otake. Se manejaban con la creencia, además, de que conceder un milímetro significaba conceder un kilómetro, y la posibilidad de que la relajación de espíritu que significaba conceder el milímetro podría llevar a la derrota. Tales cuestiones no debían permitirse en un certamen tan magno. Sabiendo que estaba obligado a ganar, Otake no podía someterse a los caprichos de su viejo adversario. Incluso me pareció que, cuando todo sugería que la habitual arbitrariedad iría en aumento, la insistencia de Otake en la letra de la ley resultaba en gran parte determinada porque su adversario era el Maestro.

Las reglas diferían obviamente de aquellas aceptadas para un juego común. Sin embargo, también hubiera sido posible luchar sin misericordia, incluso haciendo concesiones en lo referente a tiempo y lugares. Hay jugadores capaces de tal flexibilidad. Tal vez el Maestro se encontró con el contrincante inadecuado.

13

En el mundo de los juegos de competencia, los espectadores no pueden evitar erigir héroes más allá de los reales poderes que tengan sus elegidos. Oponer adversarios parejos uno contra otro incrementa cierto tipo de interés, ¿pero el deseo realmente no exige alguien sin igual? La gran figura del "invencible Maestro" sobrevolaba el tablero de Go. Hubo numerosas batallas en las que el Maestro había marcado su destino, sin perder ninguna. Los resultados de las competencias anteriores a ésta podrían haberse determinado accidentalmente o por medio de recursos ingeniosos. Después de consagrarse Maestro, todos lo creían invencible, y también él tuvo que creerlo. Pero ya allí se gestaba la tragedia. Comparado con Sekiné, Maestro de shogi, que era más feliz cuando perdía, el Maestro Shusai tenía una vida más ardua. Dicen que en Go el primer jugador tiene siete oportunidades sobre diez para ganar, y así habría estado en la naturaleza de las cosas que el Maestro como Blanco le hiciera perder a Otake; pero los aficionados no estábamos al tanto de tales argucias.

¿Quizás el Maestro se había visto tentado a jugar no sólo por el poder de un diario importante y el monto del premio, sino también en gran medida por real interés en su arte? No puede negarse que estaba dominado por un deseo de batallar. Probablemente no se habría presentado de habérsele pasado por la cabeza la posibilidad de perder, y fue como si su vida terminara cuando la corona de la victoria cayó de su cabeza. Había seguido su extraordinario destino hasta el final. ¿Podría decirse que al seguirlo lo burlaba?

Como el victorioso Maestro, un absoluto, se presentaba por primera vez en cinco años, un reglamento turbiamente complicado incluso para ese tiempo se había redactado. Algo que más tarde se leería como un presagio de muerte.

Pero las reglas se violaron el día de la segunda sesión en Shiba, y nuevamente y casi de inmediato tras el traslado a Hakone.

El traslado debía verificarse el 30 de junio, el tercer día después de cumplida la segunda sesión. A causa de las inundaciones se lo pospuso para el 3 de julio y finalmente para el 8. El río Kanto estaba crecido y toda la región de Kobe inundada. Incluso el día 8 la línea de Tokaido no llegaba todavía a Osaka. Partiendo de Kamakura, trasbordé en Ofuna al tren en el que el Maestro y su comitiva habían llegado de Tokio. El de las 3.15 hacia Maibara estaba con nueve minutos de retraso.

No se detuvo en Hiratsuka, donde vivía Otake. Presto apareció éste en la estación Odawara vestido de verano, con un traje azul oscuro y un sombrero Panamá con el ala elegantemente doblada. Cargaba una valija grande, la misma que había llevado a Koyokan.

Lo primero que hizo fue preguntarnos sobre nuestra seguridad durante las inundaciones.

– Debieron emplear botes para llegar al manicomio que queda calle abajo de la mía. Al principio se valieron de balsas.

Tomamos el cablecarril desde Miyanoshita hasta Dogashima. El Hayakawa, inmediatamente bajo nosotros, corría barroso y turbio. La posada Taiseikan era como una isla en medio de sus aguas.

Después de sernos asignadas las habitaciones, Otake presentó sus formales saludos al Maestro. De buen humor esa tarde tras sus habituales copas de sake, el Maestro hablaba de esto o aquello, acentuando sus observaciones con abundantes gestos. Otake habló de su familia y su niñez. El Maestro me desafió a una partida de shogi, y al mostrarme reticente se dirigió a Otake. El juego duró unas tres horas y media. Y ganó Otake.

A la mañana siguiente el Maestro estaba afeitándose en el corredor al que daba el baño. Se acicalaba para la sesión del día siguiente. Como la silla no tenía un apoyo, su mujer estaba de pie detrás de él sosteniéndole la cabeza.

Onoda del sexto rango, que actuaba como juez, y Yawata, el secretario de la Asociación, habían llegado a la noche. El Maestro había pasado la noche haciendo desafíos de shogi y ninuki. Varias veces había perdido con Onoda en el ninuki, juego también conocido como gomoku coreano [15]. Parecía sorprendido por eso.

Onoda registró el juego de Go que yo jugué con Goi, periodista del Nichinichi. Tener a un jugador de sexto rango como controlador era un honor incluso negado al Maestro. Yo jugué con las Negras y gané por cinco puntos. Un plano del juego se publicó en El camino del Go, periódico de la Asociación.

Se había decidido que habría un día de descanso, y que el juego se reanudaría el día diez. Las mañanas que había juego, Otake era un hombre diferente. Con la boca crispada, casi hosco, con los hombros caídos, caminaba desafiante por las salas. Bajo los párpados pesados, casi hinchados, los pequeños ojos despedían una luz provocadora.

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