Yasunari Kawabata - El Maestro De Go

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Fine. Hacia 1938, el jugador de Go Shúsai Honnimbó, imbatible meijingodokoro, está próximo a morir. Es el Gran Maestro de la época, luego de él no habrá ningún otro jugador de tan alto grado. Los maestros, elegidos en el seno de familias nobles, deben integrar el torneo anual en donde compiten bajo la tutela del shogun. El tiempo de Shúsai, el último de los Honnimbó, estará medido por la partida con el joven maestro Otake, quien simboliza el tránsito ideal de la tradición a un mundo nuevo, diferente y aún indeterminado. Espectador de excepción de la contienda, Yasunari Kawabata asistió al interminable torneo, que duró casi medio año, con una extensa interrupción de tres meses a causa del agravamiento de Shúsai. Derrotado definitivamente el 4 de diciembre de 1938, éste muere un año después. El Maestro de Go es la biografía ficticia de un hombre que va al encuentro de su destino con extraordinaria dignidad, una obra impar del Premio Nobel de Literatura 1968.

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Eran las tres menos veinte cuando finalmente jugó Negro 101.

Levantó la vista riéndose.

– Qué tonto soy. No me debería haber tomado ni un minuto dar el salto. Tres horas y media decidiendo si saltar o deslizarme. Ridículo. -Y se rió de nuevo.

El Maestro sonrió irónicamente y no dijo nada.

Era como Otake decía: Negro 101 era algo casi obvio para todos nosotros. El juego entraba en instancias decisivas y había llegado la hora de que Negro invadiera la formación de Blanco en el rincón inferior derecho, y el lugar donde finalmente lo hizo ofrecía casi el único comienzo razonable. Al lado del espacio de salto a R-13, el desliz a R-12 era una posibilidad; pero si bien cierto titubeo era comprensible, la diferencia de puntaje era mínima.

¿Por qué entonces se tomó tanto tiempo? Cansado con la larga espera, al principio me pareció simplemente extraño, pero después empecé a tener mis sospechas. ¿Era exhibicionismo? ¿Era una provocación, o tal vez disimulo? Tenía mis razones para estas impiadosas sospechas. El juego se había reanudado después de tres meses. ¿Había estudiado Otake el tablero durante todo ese tiempo? A la centésima jugada, la situación del encuentro era difícil y delicada. Las últimas instancias podían tener cierta audacia y envergadura, pero la cuestión probablemente continuaría en duda hasta el final. No importa con cuánta frecuencia y con qué formación uno alinee las piedras, no habrá verdadera determinación del resultado. El estudio y los tanteos pueden continuar indefinidamente. Pero no parece probable que Otake haya abandonado su estudio de un encuentro tan importante. Había tenido tres meses para reflexionar sobre Negro 101. Ahora, tomarse tres horas y media: ¿no estaría tratando de encubrir sus actividades durante estos tres meses? Los organizadores parecían compartir mis dudas y mi disgusto.

En un intervalo, cuando Otake estaba fuera de la sala, hasta el Maestro insinuó su insatisfacción. "Se ha tomado su tiempo", murmuró. No importa cuáles hubieran sido los problemas de los encuentros, al Maestro nunca se lo había escuchado decir nada crítico respecto de un contrincante durante el juego por un título.

Pero Yasunaga del cuarto rango, que era alguien próximo tanto al Maestro como a Otake, disentía conmigo.

– Ninguno de los dos parece haber hecho nada durante el período de receso -decía-. Otake es una persona muy irritante. No habrá querido hacer nada mientras el Maestro yacía en cama desvalido.

Probablemente tuviera razón. Probablemente en esas tres horas y media Otake no había meditado sobre su jugada; se había reubicado ante el tablero tras meses de ausencia, y haciendo lo posible por delinear el juego hasta el final, a través de todos los pasos y formaciones que éste iría tomando.

12

Era la primera ocasión en que el Maestro practicaba una partida con jugadas selladas. Al comienzo de la segunda sesión, el sobre fue retirado del cofre de Koyokan, y su sello inspeccionado por los contrincantes junto con el secretario de la Asociación como testigo. El contrincante que había sellado su jugada debía mostrar el esquema a su adversario, y entonces la piedra se colocaba en su lugar en el tablero. En Hakone y en Ito se había seguido el mismo procedimiento. La jugada sellada era un modo de ocultar al adversario la última jugada de una sesión.

En juegos que se prolongaban durante varias sesiones, era lo usual desde tiempos remotos que Negro hiciera la última jugada de la sesión, como un acto de cortesía hacia el jugador más distinguido. Puesto que la práctica le daba ventaja a este último, la injusticia se remedió concediéndole al jugador, cuyo turno sería al final de la sesión, digamos a las cinco en punto, que hiciera la última jugada. El Go tomó este modelo del shogi, que primero había ideado la jugada sellada. El propósito era eliminar la evidente irracionalidad de permitir que quien hiciera la primera jugada, en el comienzo de la siguiente sesión -habiendo visto la última jugada-, pudiera, durante el receso, que podía prolongarse por unos días, meditar sobre su próxima jugada. Por otra parte, se buscaba no favorecer el intervalo más extenso en relación al tiempo asignado.

Se diría que el Maestro, en esta última partida, se veía importunado por el moderno racionalismo, para el cual los procedimientos minuciosos lo eran todo y del cual toda la gracia y elegancia del Go como por arte de magia se habían esfumado; que casi se desentendía del respeto hacia los mayores y no daba importancia al mutuo respeto entre los seres humanos. Del camino del Go, la belleza de Japón y del Oriente se habían desvanecido. Todo se había vuelto ciencia y reglas. El camino hacia el ascenso de categoría, que controlaba la vida de un jugador, se había convertido en un meticuloso procedimiento de puntaje. Uno conducía el enfrentamiento con la única meta de ganar, y no había margen para recordar la dignidad y la fragancia del Go como arte. El modo moderno enfatizaba la lucha bajo condiciones de justicia abstracta, incluso al desafiar al Maestro. La culpa no era de Otake. Tal vez lo que había sucedido era lo obvio, entendido el Go como una competencia y una demostración de fuerza.

Durante más de treinta años el Maestro no había jugado Negro. Era el primero de todos, y no había nadie que se le aproximara como segundo. Mientras vivió, ninguno de los más jóvenes llegó más allá del octavo rango. Durante todo el tiempo que duró su era, mantuvo a la oposición bajo control, y no hubo nadie que pudiera salvar la brecha que los separaba. Que una década después de su muerte, no se haya ideado ningún método para determinar la sucesión para el título de Maestro de Go se deba probablemente a la imponente presencia de Honnimbo Shusai. Quizás haya sido el último de los verdaderos maestros reverenciado en la tradición de Go, como una vía del arte y la vida.

Empezó a resultar evidente en los campeonatos que el título de Maestro sería una demostración de fuerza y nada más, y que la posición iba a devenir en una suerte de pendón de victoria y un activo comercial para el desempeño competitivo. Hay que aclarar también que el Maestro vendió su última partida a un periódico a un precio sin precedentes. No se lanzó al combate sino que permitió que un periódico lo lanzara al combate. Tal vez, como en el sistema de certificación por escuelas y maestros en tantas artes tradicionales japonesas, la noción de un Maestro de por vida y la categorización por rangos sean reliquias feudales. Quizá, si se hubiera visto obligado a presentarse en competencias anuales por el título, como es usual entre los maestros de shogi, el Maestro habría muerto varios años antes.

Antiguamente el poseedor del título, temeroso de verse perjudicado, evitaba el enfrentamiento concreto, incluso en encuentros de rutina. Nunca antes, probablemente, hubo un maestro que se enfrentara por un título a la avanzada edad de 64 años. Pero en el futuro resultaría impensable la existencia de un maestro que no se prestara a la competencia. El Maestro Shusai pareciera haber quedado, por una serie de circunstancias, en el límite entre lo viejo y lo nuevo. Gozaba al mismo tiempo de la encumbrada posición de un viejo maestro y de los beneficios materiales de alguien moderno. Un día, con un espíritu en el que se combinaban idolatría e iconoclasia, el Maestro se dirigió a su último combate como el último sobreviviente de los antiguos ídolos.

Había sido una suerte nacer en la primera floración de Meiji. Tal vez nunca más sería posible para nadie -salvo, digamos, para un Wu Ch'ing-yüan de nuestros días- saber del valle de lágrimas que el Maestro tuvo que recorrer durante sus años de estudiante, para poder contener en su persona un panorama completo de la historia. No sería posible aunque ese alguien fuera un talento en Go como el Maestro. Él era el símbolo del Go mismo, él y su carrera que brilló a lo largo de Meiji, Taisho y Showa, con su logro de haber llevado el juego a su moderno florecimiento. El juego con el que culminaría la carrera del viejo Maestro debía concentrar la atención afectuosa de sus seguidores, la sutileza y elegancia del modo guerrero, el misterioso refinamiento de un arte, todo lo que lo convirtiera en una obra maestra en sí mismo; pero el Maestro no pudo sostenerse con reglas igualitarias.

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