Había pasado una hora cuando el gerente la vio volver sola. Se sentó a la misma mesa como si llegara por primera vez, espléndida y radiante. La escena volvió a repetirse cuatro veces. Cuatro veces se negó a bailar. Cuatro veces salió acompañada y cuatro veces volvió sola. Cerca de la madrugada fue hasta la oficina de André, abrió la cartera y arrojó sobre la mesa una enorme bola de billetes arrugados. Sin poder salir de su estupor, el gerente ordenó aquel bollo de papeles multicolores, agrupándolos según sus denominaciones y, ante el desconcierto, volvió a contar. No se había equivocado: tres mil doscientos pesos. La misma cifra que hacía la mejor de sus chicas en una semana. De acuerdo con lo convenido, André separó el veinte por ciento y se lo dio. Por primera vez en su vida se sintió un miserable. Pero pudo más la felicidad. Ivonne guardó los billetes y se despidió con un escueto:
– Hasta mañana.
Aquella noche, a las diez en punto, Molina, bañado, afeitado, engominado y ataviado con su único traje, esperaba ansioso en el salón de la pensión fumando un cigarrillo tras otro. Estaba por encender el enésimo con la colilla del anterior, cuando desde el vestíbulo escuchó la voz inconfundible de Zaldívar. Venía acompañado por un hombre que vestía un traje gris cruzado de solapas generosas. Tenía un bigotito recto que parecía dibujado a pluma y sostenía entre los dientes la boquilla. Se pararon frente a él y, antes de las presentaciones, el compañero de cuarto le dijo al otro:
– Y, que le dije, ¿tiene pintusa o no tiene pintusa el pollo?
El tipo jugueteaba con la boquilla entre los labios mientras contemplaba a la joven promesa de arriba abajo.
– La verdad es que pinta no le falta, pero con eso solo… -sentenció e inmediatamente, sonriendo de oreja a oreja, le estiró la diestra y se presentó:
– Balbuena, representante artístico. Me han hablado maravillas.
Sentados en la sala, hablaban trivialidades. Molina se limitaba a asentir, negar y sonreír. El hombre de bigotes decididamente lo intimidaba. Entonces llegó el momento:
– Bueno, Juan -dijo en un exceso de confianza el representante-, a ver con qué nos va a deleitar.
Molina miró a uno y otro lado como señalando la presencia de los demás inquilinos, y preguntó:
– ¿Acá? ¿Ahora?
Balbuena se quitó la boquilla de la boca, puso un gesto de circunspección y contestó:
– Le teníamos preparado el escenario del Colón pero a último momento tuvieron que cancelar -dijo, mostrando el estrecho límite de su paciencia, y finalmente lo conminó:- ¿Va a cantar o no?
Juan Molina carraspeó y temiendo que su potencial protector se levantara y se fuera, señalando disimuladamente a la gallega que estaba acodada en la recepción, le dijo:
– Vá a tener que ser a capella, porque la guitarra la dejé en garantía.
Tal como temía, el tipo se levantó del sillón. Pero contrariamente a lo que esperaba, en lugar de caminar hasta la puerta, fue hasta el mostrador. Su compañero de cuarto lo miró como diciendo "tranquilo, no hay problema". Vio cómo conversaba con la gallega, sonriente y cordial, y al rato volvió con la guitarra. Al tiempo que se la entregaba, le dijo:
– Todo tiene arreglo.
Entonces Molina se dispone a cantar. Templa la bordona, arranca con un arpegio sencillo y desgrana la primera estrofa de "Mi noche triste":
Percanta que me amuraste
en lo mejor de mi vida
dej á ndome el alma herida
y espinas en el coraz ó n…
Si un entendido se viera obligado a definir la voz de Juan Molina, sin duda diría que era un tenor. Pero esa no sería más que una descripción que no alcanzaría a transmitir nada.
…De noche, cuando me acuesto,
no puedo cerrar la puerta,
porque dej á ndola abierta
me hago ilusi ó n que volv é s.
En términos estrictamente técnicos, quizá agregaría que canta dos tonos más bajo que Gardel; pero tampoco serviría para que alguien supiera de la emoción que sabe despertar. En un afán menos analítico, diría tal vez que el color de su voz es semejante al del roble.
Ya no hay en el bul í n
aquellos lindos frasquitos
adornados con mo ñ itos
todos del mismo color
Si intentara tomar el camino de las metáforas, el entendido podría aventurar que su timbre vocal es semejante al de un leño ardiendo en el invierno o una garúa mansa sobre el asfalto caliente. Pero nada que pueda decirse le haría justicia. Molina es dueño de un decir criollo, despojado sin embargo de toda gauchesca, canta sin artificios y evita escrupulosamente los floreos vacuos o los falsetes forzados.
La guitarra en el ropero
todav í a est á colgada;
nadie en ella canta nada
ni hace sus cuerdas vibrar…
Los sonidos brotan de su garganta con la misma natural simpleza del viento sonando entre el follaje de un árbol. Pero si algún rasgo caracteriza su modo de cantar, es el masculino vigor con el que sentencia cada estrofa.
Y la l á mpara del cuarto
tambi é n tu ausencia ha sentido
porque su luz no ha querido
mi noche triste alumbrar.
Cuando hace el último acorde y la guitarra pone fin con un vibrante sol-do, su cautivado y reducido público no emite sonido, no atina siquiera moverse. El representante se pone de pie, se lleva una mano al mentón, da un cuarto de giro sobre su eje y, por fin, con una voz lastimosa en comparación con la de Molina, canta su veredicto:
Tranquilo, pibe, tranquilo,
vos dedicate a cantar
que yo me ocupo del filo,
que de esto conozco un rato;
te vas a quedar sin manos,
como la naifa de Milo,
de firmar tantos contratos.
Su compañero de cuarto, Epifanio Zaldívar, anima a Molina para que cierre trato con el representante, cantándole al oído:
Minas, placeres, bailar,
autos, pilcha de la buena;
hac é le caso a Balbuena
que é l se ocupa de los bisnes.
De todo vas a comprar:
l á mparas con forma 'e cisne,
de seda una rob de chambre
y si te pinta el hambre
un puchero de caviar
te almorz á s para la cena
(morfar tarde es bien bac á n);
hac é le caso a Balbuena
vas a ser como un sult á n.
El hombre de bigotes posa un brazo sobre los hombros de Molina y con tono protector, como quien le hablara a un hijo, apretando la boquilla entre los dientes, le canta:
Dorm í tranquilo, dorm í ,
dejalo todo en mis manos,
mientras Balbuena me batan
te juro que tu deb ú ,
orquesta de cuerda y piano,
lo vamo' a hacer en Manhatan
o en el mismo Holib ú .
Zaldívar, revoloteando como una mosca en torno de Juan Molina, reafirma las palabras de Balbuena y lo insta a que imagine su futuro:
Viajes, cabaret y partusa,
figurate las papusas
que te esperan en Par í s.
Hacele caso a Balbuena
que es m á s bute que el de As í s
y m á s bueno que la avena.
Vas a ganarte m á s vento
que el que hizo Matusal é n
en los a ñ os que vivi ó .
Vas a tener un har é n,
desayunos con Cliquot
y un M ó rtimer bien atento
que con brit á nico acento diga:
sir, 't á listo el mate.
Y al son de un tr í o de cuates,
mariachis de Guanajuato,
te morf á s un aguacate
mientras firm á s los contratos.
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