Pero no había documentos. Ni siquiera había un juicio. No sabía qué hacer. Me acordé de mi madre, lo que me dio la solución. Me haría perder tiempo, pero no podía irme ahora haciéndole sentirse más inútil de lo que ya era.
– -Ciertamente, me encantaría contar con su ayuda, señor Grun. Sería un honor…
– -Muchas gracias.
– -Primero, permita que le cuente los hechos.
– -¿Nada de documentos?
– -No. Si me lo permite, le contaré mi argumentación inicial.
– Como quiera.
– Es un juicio con jurado, de modo que quiero abrir la sesión con las palabras justas.
– Buena chica. Los jurados toman sus decisiones después de la apertura. Muéstrese respetuosa. No les hable en voz baja. Y vaya vestida de azul. Yo lo hice siempre.
– -Lo haré --le dije, y empecé a contarle una historia. Una historia en la cual una nueva empresa informática quería que se supiera la verdad, pero las firmas informáticas más importantes mentían a la pequeña empresa y al gobierno. Inventaba la historia sobre la marcha, sacando la mitad de mi propia experiencia y la otra de lo poco que sabía de derecho de garantías.
Me escuchaba con suma atención y concentración; ni siquiera se movió cuando el sol de la tarde traspasó la ventana y le dio directamente en la cara. Había caído en un sueño profundo solo conocido por los ancianos y los viejos spaniels, de modo que recogí mis papeles, la ropa y el portafolios, le escribí una breve nota y me fui.
Cerré con cuidado la puerta de la sala de reuniones, luego traspasé la puerta de seguridad y bajé en ascensor hasta la planta baja. Estaría a salvo lejos del Silver Bullet, fuera de la vista, en cualquier parte. Podía ir a un millón de sitios. El aeropuerto, la estación de tren. Necesitaba un lugar en el que organizar mis pensamientos y esconder mis pertenencias.
29.° piso.
Tenía que descubrir quién había matado a Mark y la intuición me decía que Grun tenía algo que ver. Algo en el fondo de mi cerebro pugnaba por salir.
25.° piso.
Sobre las firmas jurídicas. Pensé en Mark, muerto, y en R amp; B, difunta. ¿Quién había puesto las tijeras ensangrentadas en mi casa? Retrocedí mentalmente en el tiempo.
15.° piso.
Hattie había dicho algo. ¿Quién había traído cosas a mi apartamento? Renee Butler. Dijo que me devolvía unos libros que yo le había prestado. ¿Había sido ella quien había dejado las tijeras?
10.° piso.
¿Se trataba de Butler? De ser ella, me había engañado por completo. Y siempre había dado la sensación de que Mark le caía bien, pero acaso todo era en beneficio de Eve. Pero ¿cómo había encontrado a Bill? ¿Y por qué?
Planta baja. Se abrieron las puertas del ascensor. Estaba a punto de salir, pero me contuve en el último instante.
Había tres policías en recepción. Ni el negro ni el rubio, eran otros. Con ellos estaba un hombre de traje oscuro a quien reconocí en el acto. El detective Meehan, de la División de Homicidios.
Contuve la respiración. No podía salir. Estaba demasiado asustada para fingir ser Linda Frost. De cualquier modo, no funcionaría con Meehan. Estaría acabada.
Quise salir del edificio. Al otro lado del vestíbulo estaba el ascensor de carga. Lo había usado una vez cuando me fui de Grun. Conducía al sótano y al aparcamiento.
Salí, caminé junto a la pared de mármol, entré en el ascensor de carga y pulsé el primer botón que encontré.
Salí del ascensor de carga en el piso más bajo del aparcamiento. Mi mente era un torbellino. ¿Habían encontrado a Sam? ¿Meehan iba tras de mí? ¿Dónde estaba Azzic? Tenía que desaparecer, pero no quería irme de la ciudad. Tenía que seguirle los pasos a Renee Butler.
Con las bolsas al hombro me apresuré a cruzar el garaje medio vacío, en busca de alguna salida. De repente, se oyó un estruendo de sirenas policiales. Empecé a correr. Los únicos sonidos eran mis tacones, el jadeo y las sirenas.
Tenía que encontrar una salida. Adelanté un letrero de ABONADOS mensuales y giré a la izquierda. Me encontré con una rampa de salida en espiral. La cogí y empecé a subir hasta que me sentí mareada y las flechas amarillas parecían desaparecer de mi vista.
Una luz de neón indicaba salida al otro lado del aparcamiento. Me lancé en esa dirección y casi había llegado a la cabina de pago cuando me detuve en seco.
En el interior de la cabina había un policía de uniforme charlando con la cajera y un guardia de seguridad con chaqueta roja. Giré bruscamente y regresé al aparcamiento. Las sirenas resonaron más cerca.
Me escondí entre un Taurus azul y una furgoneta. Avancé agachada por entre los coches fuera de la vista de la cabina. No sabía qué hacer. Me ensucié una rodilla con una mancha de aceite que había en el suelo. En cualquier momento, llegarían más policías. Traté de abr el Ford pero estaba cerrado con llave. Miré en derredor pero no tenía escapatoria. Entonces, lo vi.
Dos plazas de aparcamiento más allá, en el techo del garaje, había un gran agujero cuadrado entre las vigas del techo. Un agujero negro excavado en el cemento inmundo del techo. ¡Un agujero donde esconderse! Habría prorrumpido en carcajadas de no haber estado muerta de miedo.
Tenía que llegar al agujero y al coche estacionado debajo, pero no veía ningún lugar donde esconderme mientras avanzaba hacia allí. Sería presa fácil. Las sirenas ululaban. Se me hizo un nudo en el estómago. Tenía que hacer un esfuerzo porque aquí me encontrarían. Me arrimé a un lateral del Taurus y eché una ojeada. El policía y el guardia aún estaban en la cabina. Esperé a que el policía me diera la espalda y me lancé hacia el coche.
Lo alcancé jadeando fuertemente, más por el miedo que por el esfuerzo. No oí pasos ni gritos, por lo que supuse que nadie me había visto. Me apoyé en el coche, aliviada. Era un Range Rover verde y lo sentí muy firme contra mi hombro. Así tenía que ser, porque era mi trampolín hacia el agujero.
Alcé la cabeza y espié la cabina a través de las ventanillas del coche. El agente bromeaba con la bonita cajera. Ahora. Vete.
Me erguí y puse la ropa y el portafolios en el techo del coche. Luego coloqué la punta del pie a un lado del vehículo y me encaramé hacia el techo. Tan pronto llegué allí, me eché cuan larga era y contuve la respiración. Hasta aquí, bien. No se oían voces ni gritos. Miré el agujero. Mi salvación. Calculé la distancia entre el techo del coche y el agujero. Casi mi propia estatura. Podía conseguirlo.
Eché una mirada ansiosa a la cabina, pero el policía coqueteaba con la cajera. Recogí la cartera y la arrojé dentro de la oscuridad del agujero. La cartera aterrizó en el interior con un ruido sordo y entonces arrojé el portafolios. Hizo un ruido un poco más fuerte. Ninguno de los dos objetos salió rodando, de modo que pensé que habría lugar para mí.
Las sirenas seguían sonando. Se oían justó fuera del edificio. Me puse la ropa en la nuca como si de una capa de Batman se tratara, luego me levanté y salté hacia el agujero negro cogiendo con ambas manos los bordes dentados, y me di el impulso necesario para elevar el tórax. Luego repté sobre los codos hasta que introduje las piernas. Ya estaba completamente dentro.
No tenía la menor idea de por qué había este agujero, pero apestaba. Avancé incapaz de ver nada en medio de una total oscuridad y deseando haber tenido una linterna o algo más útil que la foto de una perra en mi llavero. Seguí avanzando entre la oscuridad y el hedor; alcancé mi cartera y un poco más adelante el portafolios, hasta que me di cuenta de que se trataba de un túnel de algún tipo. Un túnel pestilente. Al poco rato, el olor se me hizo insoportable y avanzaba sobre algo frío. Algo viscoso. Asqueroso.
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