– Se lo debía. Le debía un gato y pedirle perdón. Ahora ya tiene ambas cosas.
– No recuerdo que me hayas pedido perdón. Tal vez podrías repetirlo. Soy muy viejo y me falla la memoria. -Sonreía con socarronería.
– Pues muy bien. Ya estoy lista. Lamento haber pensado que usted era una mala persona.
– Acepto tus disculpas. -Acarició a Jammie 17, que se lanzó a juguetear con él con una patita en el aire. Volvió a acariciarlo y el gato volvió a jugar. Finalmente abandonó la estilográfica por uno de los juristas más prominentes de su época.
– -Mire, usted le cae bien, señor Grun. Tiene que adoptarlo, ya que no tiene dónde ir.
– -¿Por qué no te lo quedas tú?
– A mi perra no le gusta. Está celosa. -Otra mentira, pero esta me había salido con total naturalidad. La práctica lo perfecciona todo. A Bear le encantaba Jammie 17, pero Grun necesitaba un gato mucho más que yo-. No tiene un hogar. Le necesita.
– Bueno, supongo que me lo quedaré.
– ¡Maravilloso! -exclamé, pero sin convicción. Los dos miramos al gato; yo por última vez, pero no quise pensar en eso. Tal vez podría visitarlo. En Boca. En diciembre.
– Bennie -dijo él-, ¿dónde trabajarás ahora? Hay un lugar para ti aquí, en Grun. Yo puedo arreglar que tengas un despacho bonito cerca del mío. Tengo muchos clientes importantes que necesitan atención. Y considerando tus años de experiencia, la probabilidad de hacerte socia es muy considerable.
Me hizo pensar. ¿Un despacho en la Costa Dorada? ¿Una paga millonaria? ¿Clientes de primera categoría y colegas de las mejores universidades? Fue una negativa bien pensada.
– -No, muchas gracias, señor Grun. Estoy abriendo un nuevo bufete con un socio.
– -Comprendido --dijo sonriente mientras acariciaba a Jammie 17-. ¿Dices que el gato no tiene nombre?
– -Ninguno.
– -Un gato tendría que tener un nombre.
– -¿Por qué? Sólo es un gato.
– -¡Bennie! Me escandaliza que digas eso.
– -No es un animal de compañía de verdad, como un perro. Apuesto a que se lo puede dejar en un coche todo el día.
– Jamás! ¡Los gatos son criaturas inteligentes, sensibles!
– Lo siento. -Ambos miramos a. Jammie 17, que bailaba un vals sobre la caja de bombones y la husmeaba con delicadeza. Su cerebro de gato le decía que se trataba de Snickers, pero sólo era una caja de Godiva-. Entonces, ¿qué nombre le pondrá, señor Grun?
– Confieso que no se me ocurren nombres apropiados.
Simulé pensar seriamente.
– -¿Y qué tú Jammie 17?
– -Es un nombre horrible. --Arrugó su rugosa nariz.
– Lo siento.
– Horrible.
– Lo entiendo.
Lo observó investigando la caja de bombones.
– Podría llamarlo Tiger, como al otro.
– No, es una tontería ponerle el mismo nombre a gatos distintos.
– Tienes razón. Acepto la crítica. -Meneó la cabeza-. ¿Qué nombre puede ser? -Hizo una pausa-. Ya tengo el nombre perfecto.
– -¿Cuál?
– Piensa. Es un gato marrón. ¿Qué más es marrón?
¿Mierda?
– Me rindo.
– Te daré una pista. A nosotros dos nos encanta.
– ¿Café?
– No, usa la cabeza.
Lo miré; él me miró a mí.
Los dos sonreímos al unísono.
***