– -¿Dónde trabajas este verano?
– -Aquí.
– -¿Incluso durante el día?
Tragó saliva.
– No pude encontrar un trabajo jurídico.
Lo miré y él me miró. Ambos sabíamos lo que eso significaba. Estaba a punto de licenciarse con una deuda de al menos cien mil dólares y sin ninguna posibilidad de devolverlos. Ese chico necesitaba ayuda. Estuve a punto de creerme lo que estaba fingiendo.
– ¿No has estudiado?
– Sí, y he estudiado duro. Pero cuando llegan los exámenes, me quedo… congelado, no atino a nada. -Meneo la cabeza mordiéndose un labio-. Quizá no tengo el talento necesario para ser abogado. Tal vez no esté hecho para esto.
– O tal vez no piensas con los pies en la tierra.
– No lo hago. Eso es lo que opina mi padre.
– -Todo eso significa que acaso no sirvas para presentarte ante un jurado. Pero hay otras clases de abogados.
– Pero los litigios son los más atractivos…
– -Olvídate de lo que es atractivo. ¿Cuál es tu materia favorita?
– -Tributación.
– -¿Impuestos? --Era casi inconcebible. ¿Qué le pasa a esta nueva generación? ¿Derecho fiscal en vez de constitucional?--. ¿Te gusta de verdad el derecho fiscal?
– -Es como un inmenso rompecabezas. Se encajan las piezas y entonces todo tiene sentido. -Sonrió por primera vez transportado por la belleza y las maravillas del sistema fiscal.
– ¿Cómo te fue en fiscal?
– Conseguí un E, un excelente. Es el único. -Sonrió de orgullo y de alivio.
– Y entonces, ¿por qué no te inscribes en un programa fiscal? ¿Como el de la Universidad de Nueva York? Haz un máster en tributación. Te prorrogarán la deuda universitaria y tendrás otro año para conseguir trabajo.
– -¿Cree que es posible?
– -Por supuesto que sí.
– ¿No es demasiado tarde para presentar la solicitud?
– -No si la envías de inmediato.
Le resplandeció la cara.
– ¡Lo haré!
– -Pues ya está. --Vi que la expresión le cambiaba entusiasmo a confusión.
– -Espera. ¿Por qué me cuentas todo esto?
Me cogió de sorpresa.
– Porque me has caído bien.
Volvió a apoyarse en el respaldo de la silla y entrecerró sus ojos miopes.
– No trabajas para Grun, ¿verdad? No puede ser, porque eres demasiado buena.
Hizo una pausa y se hizo el silencio en el vestíbulo. No había nadie más. De súbito, me sentí agotada. Había tenido veinte minutos de sueño en tres largos días. Acaso, por una vez, diría la verdad. Quería salir de mi papel y el chico tenía una cara en la que se podía confiar, como la de Wingate.
– ¿Quieres saber la verdad? -dije-. No soy una socia de Grun que trabaja para Personal ni una buscona ni uní criminal.
– Pues, entonces, ¿qué eres?
– -Soy abogada y tengo una necesidad apremiante de entrar en ese centro.
– -¿Por qué?
– -Es una larga historia. Te la contaré por el camino.
Reflexionó. Luego abrió el cajón central. Tal vez y; tuviera los pies en la tierra, después de todo.
Caminamos por el reluciente pasillo blanco de la facultad de derecho. Todo era sobrio y moderno, salvo los retratos en fila y con marcos dorados de juristas muertos. Yo seguía al estudiante cuyo nombre completo resultó ser Glenn Milestone mientras me conducía por las distintas salas hasta el centro de asistencia. Abrió la puerta cuando llegamos y pasamos a una sala que costaba más de lo que jamás podrían ganar en toda la vida sus indigentes clientes.
– ¿Me juras que no robarás nada? -me preguntó Glenn por enésima vez.
– Te lo juro por Dios. Y tú no les dirás nada a los polis, ¿verdad?
– Lo juro. -Se guardó las llaves en el bolsillo de su holgado pantalón y se fue. Lo vi alejarse; luego eché una mirada en derredor para cerciorarme de que no había nadie más. El lugar estaba vacío, de modo que entré y cerré la puerta.
El centro estaba organizado para que los estudiantes hicieran allí sus prácticas y casi esperaba encontrar cajas registradoras de juguete con dinero blanco, rojo y amarillo del Monopoly. Había una pequeña área de recepción y luego la sala. A un lado de la sala, una hilera de despachos. Todos eran iguales, con mesas metálicas contra la pared y dos sillas delante, pero yo buscaba el archivo. Lo encontré al final del pasillo y encendí la luz.
Los archivos eran alfabéticos. Fui a la jota y abrí el cajón. Los expedientes estaban perfectamente ordenados por los futuros abogados y pasé los Jackson, James y Jiménez. Ningún Jennings. Me detuve un momento, desorientada.
Renee se había graduado hacía tres años, de modo que los documentos de cualquier cliente suyo estarían en el archivo de casos antiguos. ¿Dónde guardaban los bebés del derecho los viejos expedientes? Tal vez estaban en otros cajones. Respiré hondo y fui abriendo un cajón tras otro. Nada. Todos eran documentos en uso, solicitudes de créditos y exámenes, recursos, respuestas y otros documentos por el estilo. Caray.
Cerré el último y allí me quedé, furiosa, y con las manos en las caderas. Mala suerte. Detrás de los despachos, había una pequeña sala para tomar café y entré. Había una lata de Folgers junto a una cafetera abandonada y unas cajas de Celestial Seasonings. Té. Yo no daría trabajo a un chico que no tomara café. No tendría fuego en el estómago. Puse la tila a un lado y abrí el armario
Allí las cajas de cartón decían ARCHIVOS BIER BUSINESS. Bingo. Los mismos que usábamos en Grun. Quité de un tirón la cinta adhesiva y encendí la luz del armario pero era demasiado mortecina. Busqué la linterna en la cartera, me puse de puntillas y revisé la primera caja. Eran casos cerrados, pero solo la primera parte del alfabeto. Me pareció oír voces y esperé. Nada. Me empezó latir con fuerza el corazón cuando llegué a la caja de medio tras haber revisado las anteriores.
HILIARD. JACOBS, JENSEN Un pequeño foco de luz caía sobre cada carpeta. Luego, finalmente, JENNINGS Cuando saqué la carpeta me empezaron a temblar las manos. Luego miré dentro para comprobar que se trataba de Eileen. RECURSO DE DIVORCIO, decían los papeles. Era un borrador, y el encabezamiento decía: «Eileen Jenning contra Arthur Jennings». ¡Bien! Apagué la linterna. Pero ¿era la misma Eileen Jennings? Volví a abrir la carpeta y revisé el primer escrito. Estaba firmado por la futura abogada que lo había redactado:
Renee R. Butler, trabajadora legal
Era la letra inconfundible de Renee. De modo que Renee había sido la letrada de Eileen. Controlé las ganas de leer el expediente y de esconderlo en mi cartera para que Glenn no lo viera. Por un momento, me sentí culpable de no cumplir mi palabra, pero era inevitable. Estaba a punto de irme cuando se cayó al suelo un recorte de periódico. El papel estaba amarillento y las letras eran imperfectas, como de un diario de barrio.
HOMBRE DE YORK ENCONTRADO MUERTO
Un hombre de York llamado Arthur Zeke Jennings fue encontrado muerto en un callejón al lado del bar Bill's entre las calles Octava y Main. Falleció a consecuencia de múltiples puñaladas. El comisario Jeffrey Danzinger dice que la policía no tiene sospechosos.
¿Qué? El recorte debía haber caído del expediente de Eileen. Lo retuve en la mano y rebobiné mentalmente la cinta magnetofónica. Dijo que su marido había muerto en un accidente de caza y no apuñalado en un callejón. ¿Qué pasaba? ¿Estaba Renee relacionada con esto de algún modo? Debía estarlo.
Oí un ruido fuera de la sala, luego el sonido de algo que arrastraban. Alguien se aproximaba. Ya no tenía tiempo para irme.
– -¿Quién está ahí? -preguntó una mujer desde el pasillo.
– Linda Frost -contesté.
– ¿Y quién es Linda Frost? -preguntó apareciendo ante mi vista. Era una mujer negra y fornida, de al menos cincuenta años, vestida con téjanos y camiseta. Empujaba un carrito de limpieza con una bolsa blanca y me miró con suspicacia-. ¿Qué está haciendo aquí?
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