El viento fresco debía de haberme calmado. Felicité a Dong Yi por la noticia del embarazo de Lan. Los dos teníamos claro que necesitábamos decirnos muchas cosas. Pero no menos claro estaba también que no era el momento oportuno para ello.
– Le dije a la profesora Li Shuxian que estaría allí a las siete.
A diferencia de la mayoría de chinos, Dong Yi siempre era muy estricto en cuanto a la puntualidad. La profesora Li era la supervisora de Dong Yi y la esposa del profesor Fang Lizhi.
– No te preocupes, llegaremos a tiempo -afirmé mientras pedaleaba con fuerza para seguir su ritmo.
Pero llegamos tarde. Cuando aparcamos las bicicletas delante del anodino edificio en forma de caja de cerillas y subimos las escaleras corriendo, ambos íbamos sudando y teníamos la cara encendida.
Nos abrió la puerta el profesor Fang Lizhi en persona. Llevaba gafas, su rostro era redondo y tenía un cuerpo redondo: su aspecto no era precisamente el que me había imaginado que tendría el «enemigo público número uno». Nos recibió con una voz enérgica y profunda, tan poderosa que resonó por las escaleras.
– Lamento llegar tarde -se excusó Dong Yi, que luego estrechó rápidamente la mano al profesor Fang y me presentó.
Lo seguimos hacia el salón, una estancia espaciosa y aireada, decorada con el mismo estilo neutro que el exterior del edificio. Mi mirada se vio atraída por la artesanía y los objetos decorativos chinos que había repartidos por la habitación y cuyo colorido contrastaba totalmente con el apagado fondo.
El profesor Fang nos condujo hacia la ventana y señaló el coche negro que había aparcado abajo en la calle.
– Es la policía secreta -me dijo Dong Yi.
El profesor había estado bajo vigilancia policial desde el incidente en la fiesta en la embajada estadounidense. Fang añadió que la policía se mostraba mucho menos cautelosa a raíz de la declaración de la ley marcial, y que el día anterior le habían dicho que era mejor que se quedara en casa y no hablase con los periodistas extranjeros.
El incidente en la fiesta de la embajada estadounidense sucedió en febrero de 1989, cuando el presidente de Estados Unidos, George Bush padre, visitó China. Se organizó una barbacoa en la embajada para dar la bienvenida al presidente y el profesor Fang fue invitado. La invitación enfureció al gobierno chino, que impidió que Fang asistiera.
El profesor Fang, a quien habían expulsado del Partido en 1987 por apoyar a los estudiantes, tomó asiento en una silla ante nosotros. Había sido vicerrector de la Universidad de Ciencia y Tecnología, de modo que se sentía aislado de la conexión directa que había tenido con los estudiantes.
– ¿Cómo está la situación en las calles? -nos preguntó.
– Decenas de miles de estudiantes y ciudadanos de Pekín han salido a protestar contra la ley marcial -respondió Dong Yi-. Hoy mismo he ido a la plaza de Tiananmen, y todos los cruces del bulevar de la Paz Eterna están bloqueados.
– ¿Qué clase de barreras han puesto?
– Sobre todo autobuses, a veces rickshaws o puestos de venta callejera.
El profesor Fang nos preguntó entonces si había alguna noticia sobre la llegada de tropas.
– Sí, pero por lo que tengo entendido, sólo en pequeñas unidades, y todas han sido detenidas por los ciudadanos y los estudiantes de Pekín.
De pronto, Dong Yi me pareció mejor informado que todos los demás estudiantes del campus.
– ¿Has visto alguna?
– De hecho sí, esta misma tarde. Una sección ha entrado en el centro de la ciudad por la puerta norte. Cuando llegamos allí, unos centenares de ciudadanos ya los habían rodeado. La gente gritaba a los soldados que no emplearan la fuerza con los estudiantes. Hubo una persona que dijo: «¡Los estudiantes hacen esto por nuestro país y también por vosotros!».
– ¿Iban armados los soldados? -preguntó el profesor Fang preocupado.
– No.
– ¿Y qué ha ocurrido?
– Durante un rato los soldados no podían avanzar ni tampoco retroceder. Al final, después de que el cabo prometiera que no harían daño a los estudiantes, la multitud ha dejado que se retirasen.
El profesor Fang se inclinó hacia delante en su asiento y le preguntó a Dong Yi cómo habían reaccionado los intelectuales de Pekín ante la noticia de la ley marcial.
Dong Yi también se echó hacia delante. A juzgar por su pose de complicidad, estaba claro que Dong Yi disponía de información especial sobre ello que el profesor Fang esperaba oír.
– Los intelectuales más destacados han exigido el levantamiento de la ley marcial y la retirada de las tropas. Los de las provincias y los de Shanghai han expresado opiniones similares. -Dong Yi hablaba con seguridad-. Los líderes de los intelectuales de Pekín también votaron por apoyar a los estudiantes hasta el final.
– ¿Cuál crees tú que será el final?
El profesor Fang miró fijamente a Dong Yi y luego desvió su mirada hacia mí.
Me dio un vuelco el corazón.
Desde que se había declarado la ley marcial, Pekín pasó por un breve período de miedo y pánico. Pero pronto fue reemplazado por la rebeldía y por una sensación de invulnerabilidad. Cuantas más eran las tropas de la ley marcial a las que los estudiantes conseguían impedir la entrada en la ciudad, mayor era el ánimo de la gente. A veces parecía que los estudiantes serían capaces de enfrentarse al poderoso ejército chino.
Pero la pregunta de qué ocurriría al final siempre flotaba en el aire. Lo que sucedía es que nadie quería formularla, ni se atrevía a hacerlo. Había intentado no pensar en ello. La palabra «final» me asustaba; la posibilidad de un desenlace espantoso me atemorizaba aún más.
Miré a Dong Yi, en cuyo rostro no se advertía la menor señal de miedo. Más que nunca quería oírle hablar y deseaba que, como siempre, me proporcionara un refugio y dijese algo que disipara mis temores.
– Por eso precisamente he venido hoy aquí -dijo Dong Yi.
«Así pues, él no ha negado la idea del final, tal como hemos hecho la mayoría», pensé.
– Nos preguntábamos si podría exponer a los estudiantes su opinión acerca de la situación actual y respecto a lo que podría ocurrir en días venideros. Creo que tenemos que empezar a pensar en ello y a planear nuestras estrategias en consecuencia. Hemos de ser valientes, pero también realistas.
Dong Yi planteó su petición con calma, pero me imaginé la importancia que tenía para él la respuesta del profesor Fang. No dijo a quiénes incluía en su grupo al hablar en plural, y el profesor Fang no parecía necesitar que se lo explicara. Nunca tuve oportunidad de preguntarle a Dong Yi sobre ello. Pero conociendo el tipo de actividades a que se dedicaba y las personas con quien se había estado relacionando, me figuré que debía de tratarse de gente como Liu Gang.
El profesor declinó la invitación y explicó que no le preocupaba su propia seguridad, sino la de aquellos que entraran en contacto con él. Añadió que si aceptaba, el gobierno lo tendría fácil para decir que los estudiantes de la universidad de Pekín tramaban una campaña antigubernamental y contrarrevolucionaria con Fang Lizhi. Añadió con desdén que a él ya lo habían calificado de «la mano negra que hay detrás del Movimiento Estudiantil».
Ahora bien, el profesor Fang nos ofreció su análisis de la situación. Dong Yi quiso anotarlo, pero él le dijo que no, que era más seguro no tener nada por escrito.
Al cabo de una hora nos despedimos. Mientras desenganchábamos del soporte el candado de las bicicletas, miré hacia el coche aparcado. Me pregunté si la policía secreta sabía que habíamos visitado al profesor Fang Lizhi. ¿Nos darían el alto y nos interrogarían? ¿Nos arrestarían por quebrantar la ley marcial?
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