– Los estudiantes son demasiado jóvenes para entender las consecuencias de sus acciones -coincidió Eimin.
– «Errores de los estudiantes, fallos de los profesores.» Muchos miembros de nuestro profesorado no han cumplido con su obligación -remachó la mujer del Partido.
– Bueno, gracias de nuevo por atenderme habiendo avisado con tan poca antelación. Aguardaré su decisión.
Eimin le estrechó la mano.
– No hay problema. Cualquier cosa por usted, doctor Xu. Además, no tengo muchas cosas que hacer estos días. Ya sabe a lo que me refiero. -Volvió a sonreír, como si Eimin y ella, en secreto, fueran miembros del mismo club especial-. Adiós. Espero poder ponerme en contacto con usted muy pronto.
Nos separamos. Sentí una sensación de alivio. Al fin, la conversación en la que no se me había pedido participar había concluido.
Aquella mañana se instauró la ley marcial en Pekín. Tuve que ir a casa porque sabía que mis padres estarían preocupados por mí. En el Triángulo, el ambiente se había serenado en comparación con el de hacía un par de días, y cuando pasé por allí para irme a casa encontré a muchos estudiantes leyendo los detalles de la declaración de ley marcial que se habían colgado en las paredes por la mañana:
1. A partir de las 10 de la mañana del 20 de mayo de 1989, los siguientes distritos estarán bajo la ley marcial: Este, Oeste, Chonwen, Xuanwu, Shijingshan, Haidian, Fengtai y Chaoyang.
2. Bajo la ley marcial, se prohiben las manifestaciones, las huelgas estudiantiles, los paros en el trabajo y cualesquiera otras actividades que sean un obstáculo para el orden público.
3. Queda prohibido inventar o difundir rumores, transmitir en cadena, pronunciar discursos públicos, distribuir panfletos o incitar a la anarquía social.
4. Los extranjeros tienen prohibido involucrarse en cualquier actividad de los ciudadanos chinos.
5. Bajo la ley marcial, los oficiales de las fuerzas de seguridad y los soldados del ELP están autorizados a emplear todos los medios necesarios, incluida la fuerza, para ocuparse de las actividades prohibidas.
Me pregunté qué significaban realmente aquellas palabras. Era la primera vez que se imponía la ley marcial en China y, como la mayoría, no tenía ni idea de cómo funcionaba ni de lo que podría ocurrir. Algo que sí sabía a ciencia cierta era que el ejército iba a tomar la ciudad. Pero, ¿cuántos soldados habría y cuáles serían sus funciones? ¿A qué se referían con «todos los medios necesarios»? ¿Qué clase de fuerza? Evoqué la imagen de la marcha de un millón de personas de hacía dos días. ¿Qué haría el gobierno si volvía a darse? No sería posible arrestar a diez mil personas, y muchísimo menos un millón.
Reflexioné sobre estas preguntas durante todo el camino hasta casa.
En las calles no se apreciaban cambios que indicaran que la ciudad se encontraba bajo la ley marcial. No se veían soldados ni vehículos del ejército, a los que yo había imaginado invadiendo la ciudad. De vez en cuando oía a los ciclistas que pasaban por allí cerca especulando sobre alguna de aquellas mismas cuestiones. Parecía que la gente estaba asustada, pero pocos sabían lo que sucedería.
En cuanto abrí la puerta de casa de mis padres supe que algo iba mal. En el apartamento, siempre tranquilo, resonaban fuertes voces; mis padres estaban gritando. ¿Y qué hacía mi padre en casa a aquella hora del día?
– Debes hablar con ella. Está en casa de Lao Chen esperando a que la llamemos -dijo mi madre en tono de urgencia-. Le dije que tenía que volver a casa inmediatamente. ¡El cielo se está viniendo abajo!
– Entonces, ¿a qué estamos esperando? Vayamos a la oficina de Correos ahora mismo. Tiene que volver a casa. Es una orden -afirmó mi padre. En aquel entonces, las llamadas telefónicas de larga distancia tenían que hacerse en la oficina de Correos.
– ¿Qué ocurre?
Cerré la puerta tras de mí. Mis padres se sobresaltaron. No me habían oído entrar.
– Es tu hermana. Ayer tuvimos noticias suyas que decían que se había estado manifestando en Qing Tao con sus compañeros de clase, impidiendo el paso a los camiones de suministros. -Mi madre apretó el bolso con fuerza, como si estuviera estrangulándolo, y le temblaba la voz-. ¿Por qué hace algo tan peligroso? ¡La mandamos a la universidad a estudiar, no a morir!
A la sazón mi hermana Xiao Jie cursaba su tercer año de carrera; estudiaba oceanografía en la universidad en la pintoresca ciudad costera de Qing Tao, una antigua colonia alemana en la costa oriental de China. Además de por su famoso brebaje -la cerveza de Qing Tao-, la ciudad era conocida por ser la sede de una base naval china.
– No es tan grave, mamá -intenté tranquilizarla.
– ¿No? Lo que está haciendo es crear problemas en el transporte y los suministros, interrumpir el trabajo normal de las fábricas. ¿No lo has oído? ¡El ejército puede disparar contra cualquiera que lleve a cabo actos semejantes!
– Tu madre le ha pedido a tu tío Chen que fuera a buscar a Xiao Jie a la facultad -dijo papá-. Sois todos unos idiotas. Ya no se trata de una manifestación estudiantil, ¡es una cuestión de vida o muerte!
– ¿Y yo qué tengo que ver con que no vuelva o no a casa? -protesté, sin que me hicieran caso.
– Vámonos antes de que cierre la oficina de Correos o de que el ejército paralice la ciudad. -Ahora era mi madre la que quería marcharse-. ¡Va a regresar en el primer tren que salga hacia Pekín! Pase lo que pase a partir de ahora, quiero tener a mis hijas cerca.
– De acuerdo, no empecemos a gritar otra vez -dijo mi padre-. Gracias al cielo, todavía no ha pasado nada. Os dije que esto iba a terminar mal. Todo el asunto no es más que un juego estúpido. ¿Ahora me creéis?
– Vámonos, vámonos -interrupió mi madre, que ya tenía un pie al otro lado del umbral.
En cuanto se marcharon mis padres, saqué una botella de coca-cola de la nevera y me fui a mi habitación. Encima del escritorio había una carta de Estados Unidos. Reconocí la letra de Ning inmediatamente.
La cogí en seguida, preguntándome por qué el sello era chino. Abrí el sobre. La carta estaba escrita en tres hojas de suave papel blanco. En medio de las hojas cuidadosamente dobladas había un cheque por valor de mil dólares. «Querida Wei», leí, y casi pude oír la dulce voz de Ning:
«Me alegré muchísimo al enterarme de tu beca para Estados Unidos. ¡Enhorabuena! La feliz idea de que vengas debe de haberme hecho mucho bien, ¡pues mis experimentos están dando unos resultados fantásticos! Sé que el principio -antes de que recibas el primer "cheque de la paga"- será para ti lo más difícil, de manera que adjunto un cheque de mil dólares. Puedes utilizarlo para comprar el billete de avión o para pagar el alquiler cuando llegues a William y Mary, dispon de él como te plazca. Por favor, no te preocupes por devolverme el dinero. Lo he sacado de mis ahorros y no me hace falta.
¿Qué me cuentas de Dong Yi? Me dijo que también estaba presentando solicitudes para cursar el posgrado en Estados Unidos. ¿Lo han aceptado ya en algún sitio? Hace un tiempo que no sé nada de él. ¿Qué se trae entre manos? ¿Ha regresado a Taiyuan?
Pensándolo bien, supongo que Dong Yi no se quedará en Taiyuan habiendo fuegos artificiales en Pekín, ¡qué emocionante debe de ser para vosotros! Os envidio a los dos. No sólo os tenéis el uno al otro, grandes amigos, sólo con doblar la esquina, sino que además podéis formar parte de un momento histórico extraordinario. ¡Ojalá estuviera allí! Quiero estar allí. Quiero unirme a vosotros y a nuestros compañeros de la Universidad de Pekín y luchar por el futuro de China.
Pero no puedo hacerlo, al menos no físicamente. Tengo que estar aquí para llevar a cabo mis experimentos. Algunas personas de mi universidad han regresado a Pekín para participar en el movimiento. El resto de nosotros, unos cuatrocientos, nos hemos quedado aquí y hacemos todo lo posible para obtener apoyo, tanto político como económico, para los compañeros estudiantes que están en casa.
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