Diane Liang - El Lago Sin Nombre

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Cuando los tanques entran en la plaza de Tiananmen, la vida de Diane Wei Liang cambia para siempre. Estudiante de la Universidad de Pekín, ella y su amigo Dong Yi participan en una demostración pacífica que provoca la respuesta sangrienta y dura del gobierno chino. La condena política en todo el mundo no cambia el hecho de que esta terrible masacre ocurrió ante los ojos de millones de personas.
Los dramáticos acontecimientos del 4 de junio de 1989 pusieron fin a los sueños de una vida mejor, de democracia, libertad… y de amor de muchos jóvenes, chinos. Entre ellos, Diane y Dong Yi, que deben huir de Pekin y no vuelven a verse.
Siete años más tarde, Diane regresa a su país natal para tratar de encontrarlo. Entonces recuerda su infancia y juventud, sus años universitarios y aquellos trágicos sucesos.
El lago sin nombre es el relato de Diane que fue testigo de aquel traumático periodo. Nos presenta un viaje personal a su propio pasado, una historia de amor, así como un testimonio político que nos lleva desde la Revolución Cultural hasta un momento determinante en la historia reciente de China.

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Ayer organizamos otro acto para recaudar fondos en el centro estudiantil del campus. Las chicas prepararon bolas de masa chinas y rollos de primavera. Dos alumnos hicieron una demostración de pintura china con pincel. Y la verdad es que eran muy buenos. Muchos de los estudiantes donaron adornos y recuerdos que habían traído de China: artesanía de su región, jades de la familia, seda… Más de tres mil estudiantes asistieron al acontecimiento. ¡A última hora de la tarde ya lo habíamos vendido todo y recaudamos casi dos mil dólares!

Al igual que todos los demás estudiantes chinos del campus, he puesto una cesta de donativos en nuestro laboratorio. Mis compañeros y profesores han sido muy generosos en sus aportaciones. Antes de esto no tenía un especial trato social con los estudiantes norteamericanos o europeos de mi departamento. Ahora la gente se acerca a mí cada día para charlar sobre lo que está sucediendo en China y lo que han visto en la televisión la noche anterior. Nos enzarzamos en prolongadas charlas sobre China, política y democracia.

¿Has participado en las marchas? Claro que sí. ¡Tonto de mí! Cada noche, cuando vuelvo del laboratorio, voy cambiando de un canal a otro para ver toda la cobertura posible del Movimiento Estudiantil y busco rostros familiares. He deseado verte muchas veces, pero también temía encontrarte allí. Por mucho que apoye a los estudiantes y la huelga de hambre, espero que tú no seas una de las cuatro mil personas que ayunan en Tiananmen. Como amigo y como alguien a quien le importas mucho, espero que te encuentres a salvo y bien.

En estos momentos, mientras te escribo, el sol se está poniendo en el rojo desierto. Supongo que en Pekín también estará empezando a hacer mucho calor. Aunque estoy sentado en el laboratorio, con un jersey puesto porque con el aire acondicionado hace bastante frío aquí dentro, mi pensamiento ha regresado a Pekín. ¿Qué ha pasado hoy en China? ¿Están sanos y salvos mis amigos? ¿Será el de mañana ese día mejor que estamos esperando?

Tienes que venir a verme en cuanto te hayas instalado en Virginia. Iremos al Gran Cañón. Créeme si te digo que no hay nada más impresionante.

¡Cuídate mucho, por favor! Espero verte muy pronto.

Un abrazo,

Ning.

P. D.: Un amigo mío regresa mañana a Pekín. Se llevará esta carta y la echará al correo allí.»

La carta de Ning me hizo pensar en tiempos felices: blancas barcas en el Jardín del Bambú Púrpura, bachilleres cantando juntos, la luna sobre el lago Weiming, corazones llenos de esperanza… Su carta abrió el dique. De pronto sentí un insoportable y vehemente deseo de amor, de esa clase de amor que me levantaría el ánimo, que haría realidad mis sueños y me llegaría al alma. Mis pensamientos volaban hacia Dong Yi y me pregunté dónde estaría, por qué no había venido a hablar conmigo. Quería oírle decir algo, o nada en absoluto. Sólo quería oír su voz y estar un rato en su presencia. Lo echaba de menos.

Guardé el cheque en el cajón y volví a meter la carta en el sobre. Y decidí que no debía perder ni un segundo. Tenía que ir a ver a Dong Yi. Dejé una nota en la mesa del comedor diciéndoles a mis padres que tenía que regresar al campus inmediatamente: «Por favor, no os preocupéis por mí, sólo voy a ver a Dong Yi, no voy a tomar parte en nada. No voy a ir la plaza de Tiananmen».

Antes que nada me dirigí al Triángulo para ver si Dong Yi estaba allí. El Triángulo estaba más lleno de gente que por la tarde y se percibía una sensación de la noche antes de la batalla. Había personas valientes, otras temerosas, todo el mundo estaba involucrado. La emisora estudiantil emitía noticias y comunicados en directo.

«Zhao Ziyang ha sido destituido. Ahora está al mando Li Peng.»

«La Asociación Autónoma de Estudiantes de Pekín ha votado para poner fin a la huelga de hambre, que ha conseguido una gran victoria para los estudiantes.»

Como si hubiera habido una repentina nevada, las paredes del Triángulo se cubrieron con nuevos carteles. Algunos de sus autores estaban muy preocupados, otros proclamaban que había llegado la hora cero, otros exigían al gobierno que retirase las tropas y levantara la ley marcial y otros, como el autor del cartel que tenía ante mí, le abrían el corazón a su madre patria.

«Por la presente renuncio a mi condición de miembro del Partido Comunista Chino. Estoy avergonzado e indignado. El Partido que se declara a sí mismo servidor del pueblo acaba de decidir enviar tropas armadas contra las más inocentes, vulnerables y patrióticas de entre todas las personas: los jóvenes estudiantes. Si el Partido amara al pueblo, no haría esto. Si el Partido se preocupara del bienestar de nuestra patria, no haría esto. Cualquiera con un mínimo de decencia y humanidad no haría esto. Los dirigentes del Partido son unos tiranos. De ahora en adelante no quiero tener nada que ver con semejante Partido.

Apelo a mis colegas y compañeros estudiantes que son miembros del PCCh a que sigan mi ejemplo. ¡Por favor, unios a mí para rechazar al Partido que ordenó usar la fuerza sobre su propia gente!»

Lo firmaba Chen Li, candidato al master del departamento de económicas.

Estuve a punto de gritar. Hacía tan sólo dos semanas había estado hablando de él con Jerry y Hanna y recordándoles nuestras discusiones en el Spoon Garden Bar. ¿Se había vuelto loco? ¿Sabía a lo que estaba renunciando? ¿Al trabajo en Shenzhen que siempre había querido, a una prometedora carrera en un país donde la política y el Partido lo eran todo?

No sólo había plasmado un exaltado escrito en un cartel, sino que además se había saltado la norma de los autores de carteles y había firmado con su nombre y filiación. No tenía que hacerlo. Si lo hubiese dejado anónimo, como estaba la mayoría, nadie hubiera dudado nunca de su coraje y sinceridad.

Entonces fue como si viera el rostro de Chen Li, claro y honesto. Me miraba con sus ojos sinceros que parecían decir: «Nunca he rehuido la responsabilidad de mis palabras o mis actos. No voy a hacerlo ahora».

No pude sino admirar su valor. Interpreté que también quería decir a todas las personas de la Universidad de Pekín que había llegado el momento de que todos resistiéramos y nos hiciéramos valer.

– ¿Quién es este tal Chen Li? -me preguntó un universitario que estaba delante de mí.

Un gran gentío se había congregado para leer el cartel de un metro de alto de Chen Li.

– No lo sé. Nunca he oído hablar de él.

– ¡Sea quien sea, es un tipo con agallas! Mirad, ha firmado con su nombre, departamento, todo -comentó alguien allí cerca.

De pronto, la emisora estudiantil interrumpió aquellas observaciones.

«La Asociación Autónoma de Estudiantes de Pekín hace un llamamiento para que todos los estudiantes que estén ahora mismo en el campus se dirijan a la plaza de Tiananmen. ¡No podemos dejar que nuestros valientes compañeros caigan en manos de los militares!»

¡Cómo habían cambiado las cosas desde la última vez que vi a Chen Li, el 27 de abril, cuando marchamos juntos! Desde entonces, nuestra querida ciudad había visto huelgas de hambre, manifestaciones de millones de personas y ahora la ley marcial.

«¡ La Asociación también exhorta a todo el mundo a bloquear los cruces para impedir que los vehículos del ejército entren en Pekín!»

«Debo ir a ver a Chen Li pronto», me dije. Echaba de menos a mi amigo y nuestras largas y acaloradas discusiones sobre política y economía. Yo también tenía que participar en un momento tan crítico, y resistir y hacerme valer. Con la ley marcial en vigor, los estudiantes de la plaza de Tiananmen necesitaban más apoyo que nunca.

Pero aquel día no haría nada de todo aquello. Primero necesitaba ver a Dong Yi.

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