El verdadero viajero es siempre un vagabundo, con las alegrías, las tentaciones, y el sentido de aventura que tiene el vagabundo. Viajar es "vagabundear" o no es viajar. La esencia del viaje es no tener deberes, ni horas fijas, ni correspondencia, ni vecinos inquisidores, ni comisiones de recepción, ni destino fijo. Un buen viajero es el que no sabe adonde va, y un viajero perfecto es el que no sabe de dónde viene. No sabe siquiera su nombre y apellido. Este punto ha sido destacado por T'u Lung en su idealizado esbozo de los Viajes de Mingliaotsé, que he traducido en la próxima sección. Es probable que este viajero no tenga un solo amigo en una tierra extraña, pero como lo expresó una monja china: "No estimar a nadie en particular es estimar a la humanidad en general". No tener un amigo particular es tener a todos por amigos. Este viajero, que ama a la humanidad en general, se mezcla con ella y ambula observando el encanto de la gente y sus costumbres. Esta especie de beneficio se pierde completamente para los viajeros que hacen turismo en ómnibus, que permanecen en el hotel, conversan con sus compañeros de viaje y, como se da el caso de muchos viajeros que van a París, se preocupan por comer en el sitio donde se reúnen sus compatriotas, donde están seguros de encontrar a quienes llegaron en el mismo barco, y de comer cosas que saben exactamente como en la patria. Los viajeros ingleses que llegan a Shanghai se preocupan de instalarse en un hotel inglés donde pueden comer jamón con huevos y tostadas con dulce en el desayuno, y permanecen siempre en el salón de cocktails, y se asustan cuando se trata de inducirles a que den un paseo en palanquín. Son terriblemente higiénicos, por cierto, pero entonces, ¿para qué van a Shanghai? Estos viajeros no se dan tiempo jamás para entrar en el espíritu del pueblo, y así renuncian a uno de los mayores beneficios de los viajes.
Este espíritu de vagabundeo hace posible que las personas que salen de vacaciones se acerquen a la Naturaleza. Los viajeros de esta clase, pues, insistirán siempre en ir a los balnearios donde haya menos gente, y-donde podrán tener una verdadera soledad y una comunión con la Naturaleza. Los viajeros de esta especie, cuando se preparan para el viaje, no van a una tienda y dedican mucho tiempo a elegir un traje de baño azul o rojo. El lápiz para labios es admisible, porque quien sale de vacaciones, como sigue a Juan Jacobo Rousseau, quiere ser natural, y ninguna mujer puede ser natural sin un buen lápiz para los labios. Pero esto se debe a que cuando uno va a las playas y balnearios adonde van todos, se pierde o se olvida todo el beneficio de una asociación más íntima con la Naturaleza. Vamos a una estación termal famosa, y nos decimos: "Ahora vamos a estar a solas", pero después de comer en el hotel recogemos el diario y descubrimos que el lunes llegó la señora B. A la mañana siguiente, en nuestra caminata "solitaria", encontramos a toda la familia de los Dudley, llegada en tren la noche anterior. El jueves por la noche descubrimos, con gran deleite, que también el señor S. y su esposa están pasando sus vacaciones en este maravilloso valle escondido. La señora S. invita entonces a los Dudley a tomar el té, y los Dudley invitan a los esposos S. a un partido de bridge, y oímos a la señora S. que exclama: "¡Qué encantador es esto! Igual que en Nueva York, ¿verdad?"
Me atrevo a sugerir que hay otra manera de viajar, viajar para no ver nada ni a nadie, sino las ardillas y las ratas almizcleras y los picamaderos y los árboles y las nubes. Una amiga mía, una dama norteamericana, me contó cómo fue con algunos amigos chinos a una colina de las cercanías de Hangchow, con el fin de no ver nada. Era una mañana brumosa, y al subir la colina la niebla se hacía cada vez más densa. Se oía el suave golpeteo de las gotas de humedad en el césped. No se veía nada más que la niebla. La dama norteamericana estaba desalentada. "Pero tiene que seguir con nosotros; hay una vista maravillosa allí en lo alto", insistieron sus amigos chinos. Siguió subiendo, y al cabo de un rato vio a la distancia una peña muy fea, envuelta en nubes, que había sido anunciada como una gran vista. "¿Qué es eso?", preguntó. "Es el Loto Invertido", respondieron sus amigos. Algo mortificada, se disponía a emprender el descenso. "Pero hay una vista aun más maravillosa desde la cima", le dijeron. Tenía ya casi empapado el vestido, pero había renunciado a la lucha y siguió el ascenso. Por fin llegaron a la cumbre. Les rodeaba por todas partes un conjunto de nieblas y brumas, apenas visible en el horizonte el contorno de distantes montañas. "Pero si aquí no hay nada que ver", protestó mí amiga. "Precisamente. Subimos para no ver nada", le respondieron sus amigos chinos.
Hay una gran diferencia entre ver cosas y no ver nada. Muchos viajeros que ven cosas no ven nada en realidad, y muchos que no ven nada ven mucho. Me divierte sobremanera enterarme que un autor va a un país extranjero "para obtener el material para su nuevo libro", como si ya hubiera agotado todo lo que hay que ver en la humanidad de su ciudad o su país, y como si el tema se pudiera agotar alguna vez. ¡Poco romántica ha de ser "Thrums" y muy aburrida la Isla de Guernsey para hacer una gran novela con ella! Llegamos, pues, a la filosofía de viajar consistente en la capacidad de ver cosas, que anula la distinción entre viajar a un país distante y andar por los campos vecinos una tarde cualquiera.
Las dos se convierten en una sola cosa, como insistió Chin Shengt'an. El equipo más necesario para un viajero es "un talento especial en el pecho y una visión especial bajo las cejas", como lo expresó el famoso crítico teatral chino en su famoso comentario sobre el drama Cámara occidental. Lo que interesa es saber si uno tiene corazón para sentir y ojos para ver. Si no los tiene, sus visitas a las montañas son pura pérdida de tiempo y de dinero; en cambio, si tiene "un talento especial en el pecho y una visión especial bajo las cejas", podrá obtener el más grande júbilo de los viajes sin ir siquiera a las montañas, permaneciendo en su casa y mirando a su alrededor, y recorriendo los campos para contemplar una nube fugitiva, o un perro, o una cerca, o un árbol solitario. Doy ahora una traducción de la disertación de Chin sobre el verdadero arte de viajar:
He leído relatos de viajes y comprendo que muy poca gente entiende el arte de viajar. A buen seguro, el hombre que sabe cómo viajar no se atemorizará ante un largo viaje para ver todas las cosas de la tierra y el mar y explorar toda su grandeza y misterio. Pero cierto talento en su pecho y cierta visión bajo sus cejas le dicen que no es necesario ir a todos los lugares bellos y famosos de la tierra y el mar a fin de explorar las maravillas y misterios de la naturaleza. Un día va a una caverna de piedra usando una gran cantidad de la energía de sus piernas, sus ojos y su mente, y una vez que lo ha hecho va otra vez al día siguiente a otro lugar bendito y pierde algo más energía de las piernas, los ojos y la mente. Los que no le comprendan dirán: "¡Qué ratos maravillosos' habrá pasado usted, con sus visitas de estos días! Después de ver una caverna de piedra, ha ido a visitar otro lugar bendito". No han comprendido nada. Porque hay cierta distancia entre los dos lugares que ha visitado, acaso veinte o treinta /(, o quizá ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos li, o quizá un solo li, o apenas medio li. Con ese talento especial en el pecho y esa visión especial bajo las cejas, ¿no ha mirado acaso a esa distancia de un li o medio li en la misma forma que ha mirado a la caverna de piedra y al lugar bendito?
Es cierto que hay algo que aterroriza la mirada y sorprende el alma, al ver que la Madre Naturaleza, con su gran habilidad y sabiduría y energía, ha producido de pronto algo como una caverna de piedra o un lugar bendito. Pero a menudo he contemplado' casualmente las cosas pequeñas de este universo: un pájaro, un pez, una flor, o una plan-tita, y aun la pluma de un ave, la escama de un pez, el pétalo de una flor y una hoja de césped, y he comprendido que la Madre Naturaleza también las ha creado con su gran habilidad y sabiduría y energía. Se dice que el león emplea la misma energía para atacar a un elefante que para cazar a una liebre, y en verdad sucede lo mismo con la Madre Naturaleza. Emplea toda su energía para producir una caverna de piedra o un lugar bendito, pero también utiliza toda su energía para producir un pájaro, un pez, una flor, una mata de césped, o aun una pluma, una escama, un pétalo, una hoja. Por lo tanto, no es solamente la caverna de piedra o el lugar bendito lo que aterroriza la vida y sorprende al alma en este mundo.
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