Pero, sobre todo, la incapacidad de holganza en el norteamericano proviene directamente de su deseo de hacer cosas y de poner la acción sobre el ser. Debemos pedir que haya carácter en nuestras vidas, como pedimos que haya carácter en todo gran arte que merezca ese nombre. Infortunadamente, el carácter no es una cosa que se puede fabricar de la noche a la mañana. Como la buena calidad del vino añejo, se adquiere con la quietud y con el transcurso del tiempo. El deseo de acción en los ancianos y las ancianas de los Estados Unidos, que por este medio tratan de ganar respeto propio y respeto de la generación menor, es lo que les hace aparecer tan ridículos para un oriental. El exceso de acción en un anciano es como la trasmisión de música de jazz con un megáfono en lo alto de una antigua catedral. ¿No es suficiente que los viejos sean algo? ¿Es necesario que siempre tengan que estar haciendo algo? La pérdida de la capacidad para la holganza ya es mala en los hombres de edad madura, pero esa misma pérdida en la ancianidad es un crimen que se comete contra la naturaleza humana.
El carácter se asocia siempre con algo viejo y lleva tiempo para crecer, como las hermosas líneas faciales en un hombre maduro, líneas que son la firme impresión del progresivo carácter del hombre. Es algo difícil ver el carácter en un tipo de vida donde cada hombre renuncia a su automóvil del año pasado y lo cambia por el nuevo modelo. Según son las cosas que hacemos, también somos nosotros. En 1937 todo hombre y toda mujer parecen 1937, y en 1:950 todo hombre y toda mujer parecerán 1950. Nos gustan las viejas catedrales, los muebles antiguos, la plata vieja, los diccionarios y los grabados de antaño, pero hemos olvidado completamente la hermosura de los hombres viejos. Creo que una apreciación de esa clase de belleza es esencial para nuestra vida, porque la belleza, me parece, es lo que es viejo y sabroso y bien ahumado.
A veces se me ocurre una visión profética, una hermosa visión de un milenio en que Manhattan será lenta, y en que el "buscavidas" norteamericano se convertirá en un holgazán oriental. Los caballeros norteamericanos flotarán con faldas y pantuflas y ambularán por las aceras de Broadway con las manos en los bolsillos, si no con las dos manos metidas en las mangas, a la manera china. Los agentes de policía cambiarán una palabra de saludo con el pausado conductor en una esquina, y los mismos conductores se detendrán y se juntarán y se preguntarán por la salud de las abuelas en medio del tráfico. Alguien se cepillará los dientes frente a su tienda, hablando plácidamente a la vez con sus vecinos, y de vez en cuando se verá a un estudioso distraído, que cruzará la calle con un volumen metido dentro de una manga. Serán abolidos los mostradores para tomar apresuradamente el almuerzo, y la gente se recostará y se dejará estar en suaves sillones muy hondos, en un Automático, y otros habrán aprendido el arte de pasar toda una tarde en un café. Un vaso de jugo de naranja durará media hora, y la gente aprenderá a saborear el vino en lentos sorbos, interrumpidos por deliciosas frases en la charla, en lugar de tragarlo de un golpe. Se abolirá el registro en los hospitales, serán desconocidas las salas de emergencia, y los pacientes cambiarán su filosofía con los médicos. Las bombas de incendio marcharán a paso de caracol, y su personal se detendrá en el camino para mirar al cielo y debatir sobre el número de gansos salvajes que vean volar. Es una lástima que no haya esperanzas de que se realice jamás en Manhattan un "reino milenario" de esta clase. ¡Podría haber tantas tardes perfectas de ocio, tantas más que ahora..!
CAPITULO VIII. EL GOCE DEL HOGAR
Me ha parecido que la prueba final de cualquier civilización es la de qué tipo de maridos y esposas y padres y madres produce. Fuera de la austera sencillez de tal cuestión, todas las demás realizaciones de la civilización -arte, filosofía, literatura y vida material- palidecen hasta la insignificancia.
Esta es una dosis de remedio calmante que he dado siempre a mis compatriotas dedicados a la agotadora tarea de comparar las civilizaciones china y occidental, y ha pasado a ser una treta mía, porque el remedio siempre da resultado. Es natural que el chino que estudia la vida y las enseñanzas occidentales, sea en China o en el exterior, quede atónito por las brillantes realizaciones de Occidente, desde la medicina, la geología y la astronomía hasta los rascacielos, las hermosas carreteras y las cámaras para fotografiar en colores. O se entusiasma por tales realizaciones o se avergüenza de China por no haberlas logrado, o ambas cosas a la vez. Se inicia entonces un complejo de inferioridad, y al instante le veréis convertido en el defensor más arrogante y chauvinista de la civilización oriental, sin que sepa de qué está hablando. Como gesto, probablemente, condenará los rascacielos y las carreteras para automóviles, aunque no he encontrado todavía a uno que condene una buena cámara. Su aprieto es casi patético, porque eso le descalifica para juzgar con cordura y desapasionadamente a Oriente y Occidente. Perplejo y atónito y azorado por tales pensamientos de inferioridad, tiene gran necesidad de lo que llaman los chinos un remedio para "calmar el corazón", a fin de apaciguar su fiebre.
La sugestión de una prueba como la que propongo tiene el extraño efecto de nivelar a toda la humanidad, al dejar de lado lo que no es esencial en la civilización y la cultura, y ponerlo todo bajo una ecuación clara y sencilla. Todas las demás realizaciones de la civilización se ven entonces solamente como medios hacia el fin de producir mejores maridos y esposas y padres y madres. En tanto el noventa por ciento de la humanidad está hecho de maridos y esposas, y el cien por ciento tiene padres, y en tanto el casamiento y el hogar constituyen el aspecto más íntimo de la vida del hombre, es claro que la civilización que produce mejores esposas y maridos y padres y madres procura una vida humana más feliz y es, por consiguiente, un tipo más alto de civilización. La calidad de los hombres y mujeres con quienes vivimos es mucho más importante que la labor que realizan, y toda joven debería estar agradecida a una civilización cualquiera que le puede presentar un marido mejor. Estas cosas son relativas, y en todas las edades y países pueden encontrarse maridos y esposas y padres y madres ideales. Probablemente, el mejor medio de obtener buenos maridos y esposas es la eugenesia, que nos ahorra buena cantidad de preocupaciones en la educación de esposas y maridos. Por otra parte, una civilización que pasa por alto el hogar o lo relega a una posición menor, suele rendir productos más pobres.
Comprendo que me estoy poniendo biológico. Soy biológico, igual que todos los hombres y mujeres. De nada vale decir "Pongámonos biológicos", porque lo somos ya, nos guste o no. Todo hombre es biológicamente feliz, biológicamente desgraciado, o biológicamente ambicioso, o religioso, o amante de la paz, todo biológicamente, aunque no esté advertido de ello. Como seres biológicos, no hay manera de eludir el hecho de que nacimos como bebés, que nos alimentamos del pecho de una madre, y nos casamos y procreamos otros bebés. Todo hombre nace de una mujer, y casi todos los hombres viven con una mujer a través de la vida y son padres de niños y niñas, y toda mujer es también nacida de una mujer, y casi todas las mujeres viven con un hombre por la vida entera, y dan a luz niños. Algunos se han rehusado a procrear, como árboles y flores que se niegan a producir semillas para perpetuar su especie, pero ningún hombre puede negarse a tener padres, como ningún árbol puede negarse a haber crecido desde una semilla. Llegamos, pues, al hecho básico de que la relación más primaria en la vida es la relación entre hombre y mujer y niño, y no se puede llamar adecuada a ninguna filosofía de la vida, ni se la puede llamar filosofía siquiera, a menos que trate esta relación esencial.
Читать дальше