Los románticos chinos, en general, eran hombres dotados de una alta sensibilidad y una naturaleza vagabunda, pobres en posesiones terrenas pero ricos en sentimientos. Tenían un intenso amor por la vida, que se mostraba en su odio por toda la vida oficial y en una severa negativa a hacer al alma esclava del cuerpo. La vida ociosa, lejos de ser una prerrogativa de los ricos y poderosos y triunfantes (¡cuan ocupados están los norteamericanos triunfantes!) fue en China una consecución de la altura de ánimo, una altura de ánimo muy cercana al concepto occidental de la dignidad del vagabundo, que es demasiado orgulloso para pedir favores, demasiado independiente para trabajar, y demasiado sabio para tomar muy en serio los triunfos del mundo. Esta altura de ánimo surgió y estuvo inevitablemente asociada a cierto sentido de desapego en cuanto al drama de la vida; provino de la cualidad de poder ver a través de las ambiciones y las locuras de la vida y las tentaciones de fama y riqueza. Por algún motivo, el estudioso de ánimo superior que estimaba más su carácter que sus realizaciones, su alma más que la fama o la riqueza, llegó a ser, por consenso común, el supremo ideal de la literatura china. Era, inevitablemente, un hombre con gran sencillez de vida y orgulloso desprecio por el triunfo terrenal tal como lo entiende el mundo.
Los grandes hombres de letras de esta clase -T'ao Yüan-ming, Su Tungp'o, Po Chüyi, Yüan Chunglang, Yüan Tsets'aí- fueron llevados generalmente a cumplir un breve mandato de vida oficial, actuaron maravillosamente en ella, y se exasperaron luego por las eternas reverencias y recepciones y despedidas de otros funcionarios, abandonaron de buena gana las cargas de la vida oficial y volvieron sabiamente a la vida retirada. Yüan Chunglang escribió siete solicitudes sucesivas a su superior, cuando era magistrado en Soochow, para quejarse de estas eternas reverencias, y para rogar que se le permitiera retornar a la vida del individuo libre y despreocupado.
Encontramos un ejemplo muy singular del elogio de la ociosidad en la inscripción que otro poeta, Po Yüchien, escribió para su estudio, al que llamaba El salón del ocio:
Soy demasiado perezoso para leer los clásicos taoístas, porque Tao no reside en los libros.
Demasiado perezoso para recorrer las Sutras ( [23]), porque no ahondan más en Tao de lo que parecen.
La esencia de Tao consiste en un vacío, claro y fresco. Pero, ¿qué es este vacío salvo ser todo el día como un loco? Demasiado perezoso soy para leer poesía porque, cuando ceso, la poesía se ha marchado;
Demasiado perezoso para tocar el ch'in porque la música muere en lacuerda donde nace;
Demasiado perezoso para beber vino porque allende el sueño del ebrio hay tíos y lagos;
Demasiado perezoso para jugar ajedrez porque además de peones sepierden y ganan otras cosas;
Demasiado perezoso para mirar colinas y arroyos porque hay una pintura dentro del portal de mi corazón;
Demasiado perezoso para afrontar el viento y la luna porque dentro de mi está la Isla de los Inmortales;
Demasiado perezoso para atender asuntos terrenos porque dentro de mí están mi choza y mis posesiones;
Demasiado perezoso para contemplar el cambio de las estaciones porque dentro de mí hay cortejos celestiales.
Han de secarse los pinos y podrirse las rocas; pero yo seré siempre lo que soy.
¿No es propio que llame a esto el Salón del Ocio?
Este culto del ocio estaba ligado siempre, pues, a una vida de calma interior, un sentido de despreocupada irresponsabilidad y un goce intenso y pleno de la vida de la naturaleza. Los poetas y los estudiosos se- han dado siempre nombres raros, como "El Huésped de Ríos y Lagos" (Tu Fu); "El Recluso de la Colina Oriental" (Su Tungp'o); "El Hombre Despreocupado de un Lago Nebuloso", y "El Anciano de la Torre Envuelta en Niebla", etcétera.
No, el goce de una vida ociosa no cuesta dinero. La capacidad para el verdadero goce del ocio se pierde en la clase adinerada y sólo puede encontrarse entre la gente que tiene un supremo desprecio por la riqueza. Debe provenir de la riqueza íntima del alma en un hombre que ama las formas simples de la vida y a quien impacienta a veces el negocio de hacer dinero. Hay siempre mucha vida que gozar para el hombre decidido a gozarla. Si los hombres no alcanzan a gozar esta existencia terrena que tenemos, es porque no aman suficientemente a la vida y permiten que se convierta en una monótona existencia rutinaria. Laotsé ha sido falsamente acusado de ser hostil a la vida; por el contrario, creo que enseñó a renunciar a la vida del' mundo precisamente porque amaba con tanta ternura a la vida que no podía admitir que el arte de vivir degenerara en el simple negocio de vivir.
Porque donde hay amor hay celos; un hombre que ama intensamente a la vida debe ser siempre celoso de los pocos momentos exquisitos de ocio que tiene. Y debe conservar la dignidad y el orgullo característicos siempre del vagabundo. Sus horas de pesca deben ser tan sagradas como sus horas de negocios, deben ser erigidas en una especie de religión, como lo han hecho los ingleses con el deporte. Le debe impacientar tanto que le hablen del mercado de valores en la cancha de golf como se impacientan los hombres de ciencia cuando los molestan en el laboratorio. Y debe contar los días de la primavera que se va, con una sensación de triste pesar por no haber hecho más viajes o excursiones, tal como se siente apesadumbrado el comerciante que no ha vendido tantos o cuantos artículos en un día.
IV. ESTA TIERRA ES EL ÚNICO CIELO
Se añade un toque triste, poético, a este intenso amor a la vida, por la comprensión de que esta vida que tenemos es esencialmente mortal. Aunque extrañe decirlo, esta triste conciencia de nuestra mortalidad hace tanto más agudo e intenso el goce de la vida por el estudioso chino. Porque si esta existencia terrena es todo lo que tenemos, tanto más debemos tratar de gozarla mientras dura. Una vaga esperanza de inmortalidad disminuye el goce cabal de esta existencia terrena. Ya lo dice Sir Arthur Keith con un sentimiento típicamente chino: "Porque si los hombres creen, como yo, que esta tierra presente es el único cíelo, tanto mas procuraran hacer un cielo de ella".Su Tungp'o dice: "La vida pasa como un sueño de primavera sin dejar un rastro", y por esa razoh se aferró tan cariñosa y tan tenazmente a ella. Una y otrt vez encontramos en la literatura china este sentimiento de nuestra existencia mortal. Este sentimiento de la impermanencia, de la existencia y de la evaporación de la vida, este asomo de tristeza, es lo que sorprende al poeta chino siempre en el momento de su mayor festín y su mayor alegría, una tristeza que se expresa en el pesar de que "la luna no puede ser siempre tan redonda y las flores no pueden verse tan bellas siempre", cuando miramos a la luna llena en compañía de flores hermosas. En el poema en que conmemoraba un espléndido festín, en Una noche de primavera entre duraznos en flor, Lí Po escribió el verso predilecto: "Nuestra flotante vida es como un sueño; ¿cuántas veces puede uno gozar de sí mismo?" Y en medio de una alegre reunión de sus felices e ilustres amigos, Wang Hsichih escribió su breve ensayo inmortal. El pabellón de orquídeas, que da, mejor que cualquier otra cosa, ese sentimiento típico de la transi-toriedad de la vida:
En el noveno año del reino Yungho (353 de nuestra era) nos reunimos en el Pabellón de Orquídeas en Shanyin de Kweich'i para el Festival del Agua, a fin de lavarnos de malos espíritus.
Aquí están reunidas todas las personas ilustres, y se juntan viejos y jóvenes. Aquí hay altas montanas y picos majestuosos, árboles de espeso follaje y altos bambúes. Aquí hay también claros arroyos y torrentes cantarines, que a derecha e izquierda reclaman la mirada. Nos agrupamos en orden, sentados junto al agua, y bebemos en sucesión de una copa que flota por el curvo arroyo; y aunque no hay música de los instrumentos de cuerda y de los de viento en madera, con este alternado beber y cantar nos sentimos bien dispuestos a gozar cabalmente una íntima conversación en calma. Hoy es claro el cielo, fresco el aire y dulce la 'buena brisa. En verdad placentero es mirar el inmenso universo que nos cubre y las mil cosas que hay debajo, recorrer el panorama entero con los ojos y dejar que nuestros sentimientos ambulen a voluntad, agotando así los placeres de la vista y el oído.
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