Debe entenderse que hablamos del promedio ideal del hombre o mujer promedios. Hay mujeres distinguidas y talentosas, como hay hombres distinguidos y talentosos, cuya capacidad creadora es la causa de los verdaderos progresos del mundo. Si pido a la mujer común que considere el matrimonio como profesión ideal y que tenga hijos y quizá también que lave platos, también pido al hombre común que olvide las artes y gane para el pan familiar, cortando cabellos o lustrando zapatos o capturando ladrones o remendando ollas o atendiendo comensales. Como alguien tiene que tener los hijos y cuidarlos y ver que pasen el sarampión y criarlos para que sean buenos y sabios ciudadanos, y como loshombres no sirven para nada si se trata de tener hijos y son terriblemente torpes para alzarlos y bañarlos, pienso naturalmente en las mujeres para hacer ese trabajo. No estoy tan seguro de cuál es el trabajo más noble -comparando los «^promedios-: si el de criar niños o el de cortar el cabello de los demás o luStrar los zapatos de los demás o abrir puertas en las tiendas. No veo por qué tienen que quejarse las mujeres de lavar platos, si sus maridos tienen que abrir puertas para que pasen unos extraños en las tiendas. Los hombres solían estar detrás de los mostradores, y ahora las jóvenes han corrido a ocupar sus lugares, mientras los hombres abren las puertas, y bienvenidos sean si creen que es un trabajo más noble. Considerado como medio de vida, ningún trabajo es noble y ningún trabajo es innoble. Y rio estoy tan seguro de que cuidar sombreros de hombres desconocidos sea necesariamente más romántico que remendar las medias del marido. La diferencia entre la joven del guardarropa y la zurcidora de medias en el hogar es que la zurcidora de medias tiene un hombre cuyos destinos es su privilegio presidir, en tanto que la chica del guardarropa no lo tiene. Es de esperar, por consiguiente, que quien usa las medias merezca el trabajo de la mujer, pero también sería un pesimismo injustificado establecer como regla general que sus medias no merecen los zurcidos de la mujer. No todos los hombres son tan poco como eso. Lo importante es que no puede denominarse una actitud social cuerda a la presunción general de que la vida hogareña, con su tarea importante y sagrada de criar e influir a los jóvenes de la raza, es demasiado baja para las mujeres. Tal presunción es posible solamente en una cultura en que no se respeta suficientemente a la mujer, al hogar y a la maternidad.
III. DE LA ATRACCIÓN SEXUAL
Detrás de la fachada de los derechos de la mujer y de los crecientes privilegios sociales para las mujeres, siempre he creído que no se reconoce lo debido a la mujer, ni siquiera en la moderna Norteamérica. Esperemos que mi impresión sea incorrecta y que con el incremento de los derechos de la mujer no haya decrecido la caballerosidad. Porque las dos cosas no van necesariamente juntas: la caballerosidad, o sea el verdadero respeto por las mujeres, y el permitir a las mujeres que gasten dinero, que vayan donde les plazca, que ocupen cargos ejecutivos y que voten. Me ha parecido (como ciudadano del Viejo Mundo con la perspectiva del Viejo Mundo) que hay cosas que importan y cosas que no importan, y que las mujeres norteamericanas están muy por delante de sus hermanas del Viejo Mundo en todas las cosas que no importan, y siguen estando en la misma situación en todas las cosas que importan. De todos modos, no hay índice claro de una mayor caballerosidad en América que en Europa. La verdadera autoridad que ejercita la mujer norteamericana deriva todavía de su viejo trono tradicional -el hogar-, desde el cual preside como un feliz ángel guardián. He visto tales ángeles, pero solamente en la santidad de un hogar privado, donde una mujer revolotea en la cocina o en la sala, señora verdadera de un hogar consagrado al amor familiar. En cierto modo se desprende de ella una irradiación que sería inconcebible o estaría fuera de lugar en una oficina.
¿Es solamente porque la mujer es más encantadora y más graciosa en un vestido de gasa que en una chaqueta de negocios, o se trata apenas de mi imaginación? La raíz del asunto está en el hecho de que las mujeres se hallan en el hogar como peces en el agua. Vestid a las mujeres con chaquetas de negocios y los hombres las considerarán como co-trabajadores, con derecho a criticarlas; pero dejadlas flotar en georgette o chiffon durante una de las siete horas de oficina que tiene el día, y los hombres renunciarán a toda idea de competir con ellas y se limitarán a echarse atrás en sus sillas, y extrañarse y quedar boquiabiertos. Sometidas a la rutina de los negocios, las mujeres se disciplinan muy fácilmente, y resultan mejores trabajadores de rutina que los hombres, pero en cuanto cambia la atmósfera de la oficina, como cuando el personal de una casa de negocios se encuentra en una fiesta de bodas, veréis que las mujeres vuelven inmediatamente a lo que son, aconsejando a sus colegas masculinos, o a sus patrones, que se hagan cortar el cabello, o dónde pueden conseguir la mejor loción para curar la caspa. En la oficina, las mujeres hablan con civilidad; fuera de la oficina, hablan con autoridad.
Hablando francamente desde un punto de vista de hombre -de nada vale fingir que hablo en otra forma- creo que la aparición de las mujeres en público ha sumado mucho al encanto y la amenidad de la vida, de la vida en las oficinas y en la calle, para beneficio de los hombres; que en las oficinas las voces son más dulces, los colores más alegres y los escritorios más limpios. Creo también que no poco de la atracción sexual o el deseo de atracción sexual provisto por la naturaleza ha cambiado, pero que en los Estados Unidos los hombres pasan ratos mejores porque las mujeres norteamericanas tratan de complacer a los hombres con más empeño que, por ejemplo, las mujeres chinas, por cuanto se refiere al "sex appeal". Y mi conclusión es que en Occidente se piensa demasiado en el sexo y demasiado poco en las mujeres.
Las mujeres occidentales pasan casi tanto tiempo en arreglarse el cabello como el que solían emplear las mujeres chinas; atienden a su tocado más abierta, constante y ubicuamente; hacen dieta, ejercicios y masajes y con más asiduidad leen avisos para conservar la silueta; agitan las piernas en la cama para reducir la cintura más religiosamente; se hacen quitar las arrugas y teñir el pelo a una edad en que ninguna mujer china pensó jamás en hacer tales cosas. Gastan más, y no menos, dinero en lociones y perfumes, y dan su auspicio a un gran negocio en coloretes, cremas para el día, cremas para la noche, cremas para quitar el colorete, cremas para poner el colorete, cremas para la cara, cremas para las manos, cremas para limpiar los poros, cremas de limón, aceites para quemarse al sol, aceites para las arrugas, aceites de tortuga, aceites de palma y todas las variedades que se puedan concebir de aceites aromáticos. Acaso todo eso sea sencillamente porque las mujeres norteamericanas tienen más tiempo y más dinero que perder. Quizá se vistan para complacer a los hombres y se desvistan para complacerse, o todo lo contrario, o las dos cosas a la vez. Tal vez la razón sea solamente que las mujeres chinas tengan menos disponibilidad de tratamientos modernos de belleza, porque vacilo mucho antes de trazar una distinción entre las razas cuando se trata del deseo femenino de atraer a los hombres. ¡Bien que trataban las mujeres de complacer a los hombres empequeñeciéndose los pies hace medio siglo, y ahora han hecho alegremente el camino que va desde los pies atados a los tacos altos! No suelo ser profeta, pero puedo decir con profética convicción que en un futuro inmediato las mujeres chinas pasarán diez minutos cada mañana moviendo las piernas de arriba para abajo, para complacerse o para complacer a sus maridos. Pero el hecho evidente está ahí: las mujeres norteamericanas del presente parecen tratar con más empeño de complacer a los hombres, pues dedican más pensamientos a su "sex appeal" corporal y se visten con una mejor comprensión del "sex appeal". El resultado neto es que la mujer, en conjunto, según la vemos en parques y calles, tiene mejor silueta y está mejor vestida, gracias a los continuos y tremendos esfuerzos diarios de las mujeres por conservar la silueta, con gran deleite para los hombres. Pero imagino cómo debe pesar sobre sus nervios. Y cuando hablo de atracción sexual, lo hago en contraste con atracción de la maternidad, o de la atracción femenina en conjunto. Sospecho que esta fase de la civilización moderna ha estampado su carácter sobre el amor y el matrimonio modernos.
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