Puede ser. Pero no me parece mala, tu idea.
Eres muy amable. En fin, perdona la divagación. Te aseguro, para tu tranquilidad, que no me dedico a escribir libros de autoayuda.
Bueno, eso es un alivio. De hecho, me consta que escribes cosas muy distintas. Incluso diría que opuestas a la autoayuda.
Qué le voy a hacer, la vena masoquista es herencia de mi estirpe. Provengo del país que más y hasta fecha más reciente se ha maltratado a sí mismo de toda la Europa occidental…
Jajaja. Sí, probablemente. Pero en eso me caéis bien, los españoles. Vuestro sentimiento trágico de la vida * me inspira ternura.
Quita, quita. Que hemos sido unas malas bestias. A mí la Historia de España me da grima. Y más aún la forma en que la recordamos.
¿Cómo la recordáis?
Poco y obtusamente. Dando por buenas todas las simplezas, cada uno las de los suyos, pero al final todas cortadas por el mismo patrón.
No creo que en eso seáis muy diferentes de cualquier otro país.
Ya. Pero a mí las tonterías ajenas no me afectan, y hasta me distraen. Con las de los míos, en cambio, se me llevan los demonios.
No cabe duda. Eres muy español.
No tengo muy claro que eso sea un cumplido, precisamente.
Para mí sí. Estudié vuestro idioma y vuestra historia. Y al final me he venido a vivir a vuestro país. Bueno, más o menos.
Bien, entonces no me ofenderé.
¿Y te ofenderás si te recuerdo que soy curiosa y que hay cierta historia que aún no me has contado? Perdona que cambie de tema tan bruscamente… O si te parezco demasiado directa.
Desde luego, no te recreas en preámbulos.
La vida es corta. No te enfadarás conmigo, ¿no?
No, no me enfado. Sólo me remito a lo que ya te dije.
¿A qué parte? Al final, me hiciste concebir esperanzas…
¿Eso hice? No sé. Como tampoco sé por qué te interesa tanto.
Vamos, claro que lo sabes. No puedes contar una historia, dar a entender que escondes algo tras ella y pedirle al que te escucha que no te pregunte qué es lo que estás ocultando. Bueno, sí, puedes hacerlo. Pero no debes esperar que el otro se conforme.
Es mi historia. No se la debo a nadie. La doy a quien quiero y como quiero. Y te dije que te costaría convencerme de contarte más.
Comprendo. Tengo que darte razones para que lo hagas.
Es posible que no puedas. Muy posible.
Pero no me dices que sea imposible.
Sería presuntuoso. No te conozco apenas. No sé de lo que eres capaz.
Sabes que con eso me estás provocando. Es lo que buscas, ¿no?
No sé, ¿tú crees?
He estado pensando. Sobre lo que me dijiste anoche y me acabas de repetir ahora. Es justo. No puedo pedirte tu historia así. Tengo que ganármela, aún. Lo que sí me he ganado, creo, es que me prestes atención. Al menos me he esforzado, ¿no?
Sí, eso no puedo negarlo.
Pero ahora tengo que ganarme también tu confianza. Que quieras compartir conmigo lo que no compartes con nadie.
Lo has expresado muy bien. Y ya ves que no es poca cosa.
Le he dado muchas vueltas. Sólo tengo algo para convencerte.
¿Qué tienes, Theresa?
Mi propia historia. Estoy dispuesta a dártela. Sin más. Ahora.
Vaya. Eso es muy generoso por tu parte.
También he pensado en los reparos que podías oponerle a mi oferta. Se me ocurren tres. Uno: que no tienes manera de saber si lo que te cuento es una invención. Dos: que, aunque todo sea cierto, no tiene por qué interesarte. Tres: que puede interesarte, pero no tanto como para contarme a cambio tu historia.
Sí. Son tres reparos razonables.
Pero los tres puedo vencerlos con un solo argumento: yo voy a darte mi historia primero. Tú juzgarás si te parece verdadera o no, si te interesa o no, y si justifica o no que me cuentes la tuya.
Deduzco, pues, que no me pides mi compromiso previo.
No. Ningún compromiso. Apuesto. Que me vas a creer. Que te interesa conocer mi historia. Que querrás corresponderme.
Muy segura estás. ¿Y si yo te dijera que prefiero que no me cuentes nada de ti? No serías la primera persona a la que se lo digo…
Pero no vas a decírmelo. ¿O sí?
Lo que voy a decirte es algo que te debo, por simple honradez y porque creo que tú estás siendo honrada conmigo. No me atraen demasiado los chismes, y mucho menos chismorrear mis cosas. Piénsate bien los detalles que me das de tu persona y tu vida. Porque es muy dudoso que yo vaya a darte, bajo ninguna circunstancia, ciertos detalles de mí. Y si esperas reciprocidad respecto de esos detalles, no vas a tenerla.
No me preocupa dar más de lo que recibo. No suelo llevar la cuenta de esas cosas. Ni doy a los detalles más importancia de la que tienen. Lo que yo quiero es echarle un vistazo a tu alma.
No te prometo nada. Estás advertida.
Lo estoy. ¿Quieres mi historia entonces?
Si tú quieres contarla…
Quiero. Por qué no. Contar las historias ayuda a asumirlas. Y más cuando te escucha alguien que puede entenderlas.
Tampoco puedo asegurarte que sea ese alguien.
Ni yo necesito esa seguridad.
Escucho, pues.
Bien… Ya sabes que soy escocesa y que nací en Inverness. Conoces el lugar, así que no tengo que entretenerme en describírtelo. Una ciudad tranquila, pequeña, tirando a aburrida. Sobre todo en los largos inviernos. En verano se anima más, y hasta vienen bastantes turistas, por la tontería del monstruo del lago, que a fin de cuentas ha resultado ser un hallazgo. Hay mentiras que valen tanto o más que una verdad. Porque el monstruo no existe, pero las libras que nos ha traído su leyenda, sí.
Entre ellas, las que me dejé yo. Visité el museo, incluso.
No te sientas mal por ello. Todos lo hacen. Es inevitable husmear allí donde se crea un misterio. Aunque resulte increíble, y aunque nadie haya encontrado nunca rastro de nada, como en nuestro lago. Bueno, pues allí, en el frío Inverness, tuve una infancia más o menos feliz y una adolescencia accidentada, entre otras cosas porque coincidió con el divorcio de mis padres. Por suerte, era buena en los estudios. Conseguí una beca para ir a Edimburgo y me quité de la circulación. Desde entonces he salido adelante por mis propios medios y nunca he vuelto a vivir en mi ciudad natal. He sido bastante pobre, por temporadas, pero a cambio me libré de ser utilizada como arma arrojadiza en las peleas entre papá y mamá y he podido mantener una relación cómodamente distante con ambos. Cosa que no pueden decir mis pobres hermanos menores, por cierto. Pero no te voy a aburrir con el folletín de mi familia. No tiene nada de extraordinaria, incluso podría resultar vulgar, y aunque supongo que un psicólogo diría otra cosa, para mí no es demasiado decisiva. No les culpo de nada de lo malo ni creo que les deba nada de lo bueno que he llegado a tener. Salvo lo que me llegara a través de los genes, y eso me lo pasaron sin poder evitarlo.
Un psicólogo discreparía, seguro. Pero yo no lo soy.
Pues eso. El quid de mi historia es por qué, a los treinta y seis años, y después de haber visto y hecho otras cosas, me he refugiado en esta isla tan distinta de la que me vio nacer, en un pueblo cualquiera de una costa devastada por la especulación, en un trabajo que no me apasiona y en un matrimonio que me apasiona todavía menos, con un hombre al que nunca he amado y al que respeto lo imprescindible para poder convivir.
Contundente, el quid de tu historia. Ahora sí que estoy intrigado.
Hay un porqué, por supuesto. Si alguien tuviera que resumir mi biografía hasta aquí, supongo que diría que soy una especialista en tomar caminos equivocados. O quizá ésa no sea la palabra. Más bien se trata de caminos que al cabo de un tiempo resultan no ser los que me corresponden, aunque de entrada me pareciesen de lo más prometedor. Eso sí, tengo una virtud. Cuando todo se estropea, no me importa borrar la pizarra de arriba abajo. Y una vez que lo he hecho me angustio un poco, como cualquiera, pero no me derrumbo. Sé que aun así puedo mantenerme en pie. Sé que puedo convivir con mi propia infelicidad. Por eso me atrajo tu blog. Porque, como alguna vez mi vida, olía a naufragio, pero también a resistencia.
Читать дальше