Mario Llosa - Los jefes, Y Otros Cuentos
Здесь есть возможность читать онлайн «Mario Llosa - Los jefes, Y Otros Cuentos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los jefes, Y Otros Cuentos
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los jefes, Y Otros Cuentos: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los jefes, Y Otros Cuentos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Los jefes, Y Otros Cuentos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los jefes, Y Otros Cuentos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
quiero, Flora", dijo él en voz alta-y luego Rubén, con su mandíbula insolente y su sonrisa hostil; estaban uno al lado del otro, se acercaban, los ojos de Rubén se torcían para mirarlo burlonamente mientras su boca avanzaba hacía Flora.
Saltó de la cama. El espejo del armario le mostró un rostro ojeroso, lívido. "No la veré decidió. No me hará esto, no permitiré que me haga esa perrada. "
La avenida Pardo continuaba solitaria. Acelerando el paso sin cesar, caminó hasta el cruce con la avenida Grau; allí vaciló. Sintió frío; había olvidado el saco en su cuarto y la sola camisa no bastaba para protegerlo del viento que venía del mar y se enredaba en el denso ramaje de los ficus con un suave murmullo. La temida imagen de Flora y Rubén juntos le dio valor, y siguió andando. Desde la puerta del bar vecino al cine Montecarlo, los vio en la mesa de costumbre, dueños del ángulo que formaban las paredes del fondo y de la izquierda. Francisco, el Melanés, Tobías, el Escolar lo descubrían y, después de un instante de sorpresa, se volvían hacía Rubén, los rostros maliciosos, excitados. Recuperó el aplomo de inmediato: frente a los hombres sí sabía comportarse.
– Hola -les dijo, acercándose-. ¿Qué hay de nuevo?
– Siéntate -le alcanzó una silla el Escolar-. ¿Qué milagro te ha traído por aquí?
– Hace siglos que no venías -dijo Francisco.
– Me provocó verlos -dijo Miguel, cordialmente-. Ya sabía que estaban aquí. ¿De qué se asombran? ¿O ya no soy un pajarraco?
Tomó asíento entre el Melanés y Tobías. Rubén estaba al frente.
¡Cuncho! -gritó el Escolar-. Trae otro vaso. Que no esté muy mugríento.
Cuncho trajo el vaso y el Escolar lo llenó de cerveza. Miguel dijo "por los pajarracos”y bebió.
– Por poco te tomas el vaso también -dijo Francisco-. ¡Qué ímpetus!
– Apuesto a que fuiste a misa de una -dijo el Melanés, un párpado plegado por la satisfacción, como siempre que iniciaba algún enredo-. ¿O no?
– Fui -dijo Miguel, imperturbable-. Pero sólo para ver a una hembrita. Nada más.
Miró a Rubén con ojos desafiantes, pero él no se dio por aludido; jugueteaba con los dedos sobre la mesa y, bajito, la punta de la lengua entre los dientes, silbaba La niña Popof, de Pérez Prado.
¡Buena! -aplaudió el Melanés-. Buena, don Juan. Cuéntanos, ¿a qué hembrita?
– Eso es un secreto.
– Entre los pajarracos no hay secretos -recordó Tobías-. ¿Ya te has olvidado? Anda, ¿quién era?
– Qué te importa -dijo Miguel.
– Muchísimo -dijo Tobías-. Tengo que saber con quien andas para saber quién eres.
– Toma mientras -dijo el Melanés a Miguel-. Una a cero.
– ¿A que adivino quién es? -dijo Francisco-. ¿Ustedes no?
– Yo ya sé -dijo Tobías.
– Y yo -dijo el Melanés. Se volvió a Rubén con ojos y voz muy inocentes-. Y tú, cuñado, ¿adivinas quién es?
– No -dijo Rubén, con frialdad-. Y tampoco me importa.
– Tengo llamitas en el estómago -dijo el Escolar-. ¿Nadie va a pedir una cerveza?
El Melanés se pasó un patético dedo por la garganta:
– I halJen't money, darling -dijo.
– Pago una botella -anunció Tobías, con ademán solemne-. A ver quién me sigue, hay que apagarle las llamitas a este baboso.
– Cuncho, bájate media docena de Cristales -dijo Miguel.
Hubo gritos de júbilo, exclamaciones.
– Eres un verdadero pajarraco -afirmó Francisco.
– Sucio, pulguiento -agregó el Melanés-, sí, señor, un pajarraco de la pitri-mitri.
Cuncho trajo las cervezas. Bebieron. Escucharon al Melanés referir historias sexuales, crudas, extravagantes y afiebradas y se entabló entre Tobías y Francisco una recia polémica sobre fútbol. El Escolar contó una anécdota. Venía de Lima a Miraflores en un colectivo; los demás pasajeros bajaron en la avenida Arequipa. A la altura de Javier Prado subió el cachalote Tomasso, ese albino de dos metros que sigue en Primaria, vive por la Quebrada ¿ya captan?; simulando gran interés por el automóvil comenzó a hacer preguntas al chofer, inclinado hacía el asíento de adelante, mientras rasgaba con una navaja, suavemente, el tapiz del espaldar.
– Lo hacía porque yo estaba ahí -afirmó el Escolar-. Quería lucirse.
– Es un retrasado mental -dijo Francisco-. Esas cosas se hacen a los diez años. A su edad, no tiene gracia.
– Tiene gracia lo que pasó después -rió el Escolar-. Oiga chofer, ¿no ve que este cachalote está destrozando su carro?
– ¿Qué? -dijo el chofer, frenando en seco. Las orejas encarnadas, los ojos espantados, el cachalote Tomasso forcejeaba con la puerta.
– Con su navaja -dijo el Escolar-. Fíjese cómo le ha dejado el asíento.
El cachalote logró salir por fin. Echó a correr por la avenida Arequipa; el chofer iba tras él, gritando: agarren a ese desgraciado.
– ¿Lo agarró? -preguntó el Melanés.
– No sé. Yo desaparecí. Y me robé la llave del motor, de recuerdo. Aquí la tengo.
Sacó de su bolsillo una pequeña llave plateada y la arrojó sobre la mesa. Las botellas estaban vacías. Rubén miró su reloj y se puso de pie.
– Me voy -dijo-. Ya nos vemos.
– No te vayas -dijo Miguel-. Estoy rico hoy día. Los invito a almorzar a todos.
Un remolino de palmadas cayó sobre él, los pajarracos le agradecieron con estruendo, lo alabaron.
– No puedo -dijo Rubén-. Tengo que hacer.
– Anda vete nomás, buen mozo -dijo Tobías-. Y salúdame a Marthita.
– Pensaremos mucho en ti, cuñado -dijo el Melanés.
– No -exclamó Miguel-. Invito a todos o a ninguno. Si se va Rubén, nada.
– Ya has oído, pajarraco Rubén -dijo Francisco-, tienes que quedarte.
– Tienes que quedarte -dijo el Melanés-, no hay tutias.
– Me voy -dijo Rubén.
– Lo que pasa es que estás borracho -dijo Miguel-. Te vas porque tienes miedo de quedar en ridículo delante de nosotros, eso es lo que pasa.
– ¿Cuántas veces te he llevado a tu casa boqueando? -dijo Rubén-. ¿Cuántas te he ayudado a subir la reja para que no te pesque tu papá? Resisto diez veces más que tú.
– Resistias -dijo Miguel-. Ahora está difícil. ¿Quieres ver?
– Con mucho gusto -dijo Rubén-. ¿Nos vemos a la noche, aquí mismo?
– No. En este momento.
– Miguel se volvió hacía los demás, abríendo los brazos-Pajarracos, estoy haciendo un desafío.
Dichoso, comprobó que la antigua fórmula conservaba intacto su poder. En medio de la ruidosa alegría que había provocado, vio a Rubén sentarse, pálido.
¡Cuncho! -gritó Tobías-. El menú. Y dos piscinas de cerveza. Un pajarraco acaba de lanzar un desafío.
Pidieron bistecs a la chorrillana y una docena de cervezas. Tobías dispuso tres botellas para cada uno de los competidores y las demás para el resto. Comieron hablando apenas. Miguel bebía después de cada bocado y procuraba mostrar animación, pero el temor de no resistir lo suficiente crecía a medida que la cerveza depositaba en su garganta un sabor ácido. Cuando acabaron las seis botellas, hacía rato que Cuncho había retirado los platos.
– Ordena tú -dijo Miguel a Rubén.
– Otras tres por cabeza.
Después del primer vaso de la nueva tanda, Miguel sintió que los oídos le zumbaban; su cabeza era una lentisima ruleta, todo se movía.
– Me hago pis -dijo-. Voy al baño.
Los pajarracos ríeron.
– ¿Te rindes? -preguntó Rubén.
– Voy a hacer pis -gritó Miguel-. Si quieres, que traigan más.
En el baño, vomitó. Luego se lavó la cara, detenidamente, procurando borrar toda señal reveladora. Su reloj marcaba las cuatro y media. Pese al denso malestar, se sintió feliz. Rubén ya no podía hacer nada. Regresó donde ellos.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los jefes, Y Otros Cuentos»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los jefes, Y Otros Cuentos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los jefes, Y Otros Cuentos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.