J. Ward - Amante Eterno

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Dentro de la Hermandad, Rhage es el vampiro más voraz, el mejor luchador, actuando siempre a través de sus instintos más primarios… y el amante más salvaje -porque en su interior arde una feroz maldición lanzada por la Virgen Escriba. Poseído por este lado oscuro, Rhage teme el momento en que el dragón que lleva dentro sea liberado, convirtiéndole en un peligro para quienes le rodean.
Mary Luce, una mujer que ha conseguido sobrevivir a una vida llena de penurias, es introducida de manera involuntaria al mundo de los vampiros. Ahora, toda su existencia depende de la protección de Rhage. Con una maldición que amenaza su propia vida, Mary no está buscando el amor. Hace mucho tiempo que dejó de creer en los milagros. Pero cuando la intensa atracción animal de Rhage se convierte en algo más emocional, él sabe que debe hacerla suya. Y, mientras los enemigos les pisan los talones, Mary luchará desesperadamente por conseguir una vida eterna junto al hombre al que ama…

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– Hey, hombre. -Dijo Rhage.

Phury miró a su alrededor y pareció asustarse de encontrase donde estaba.

Rhage se puso delante suyo. -¿Mi hermano?

Sus sobresaltados ojos lo enfocaron. -Hey.

– ¿Quieres ir arriba? ¿Un poco de guarida?

– Oh, si, no. Estoy bien. – Sus ojos saltaron hacia Mary. Mirándola desde la distancia. – Yo, ah, estoy bien. Sí, de verdad. ¿Imagino que la fiesta ya ha terminado?

Rhage cogió la bolsa. La camisa rosa pálido de Phury sobresalía de ella, cogida con la cremallera.

– Vamos, subamos juntos.

– Deberías quedarte con tu mujer.

– Ella lo entiende. Vamos juntos, mi hermano.

Los hombros de Phury se hundieron sobre su torso. -Sí, de acuerdo. Sí, yo no…yo preferiría no estar solo ahora mismo.

Cuando Rhage finalmente regresó a su habitación y de Mary, supo que estaría dormida, por lo que cerró la puerta silenciosamente.

Había una vela encendida sobre la mesita de noche y con el brillo vio que la cama era un lío. Mary había empujado el edredón y esparcido las almohadas. Ella estaba de espaldas, el adorable camisón blanco retorcido alrededor de su cintura, subiendo sobre sus muslos.

Nunca había visto la seda antes, sabía que lo había llevado por que quería que fuera una noche muy especial. La visión le dio cuerda y aún cuando la vibración comenzaba a quemarlo, se arrodilló a su lado de la cama. Tenía que estar cerca de ella.

No sabía como Phury continuaba haciéndolo, sobre en noches como esta. Un hermano solo amaba tener que sangrar, exigiendo dolor y castigo. Entonces Phury había hecho lo que le habían pedido que hiciera, aceptando la transferencia del sufrimiento. Z sin duda estaba durmiendo. Phury podría estar fijo a su alrededor en su misma piel durante días.

Era un hombre muy bueno, fiel a Z. Pero el trabajo de la culpa de lo que le había pasado a Z, lo mataba.

Dios, ¿Cómo alguien podría acordar golpear a quien amaba solo por que la persona quería?

– Hueles muy bien. -Murmuró Mary, acurrucándose a su lado y mirándolo. -Como un Starbucks.

– Es por el humo rojo. Phury encendió algo intenso, pero no lo culpo. -Rhage le cogió la mano y frunció el ceño. -Tienes otra vez fiebre.

– Déjalo. Me siento mucho mejor. – Ella le besó la muñeca. -¿Cómo está Phury?

– Un desastre.

– ¿Zsadist le hace hacer esto mucho?

– No. No se lo que lo hizo saltar esta noche.

– Lo siento mucho por ambos. Pero sobre todo por Phury.

Él le sonrió a ella, le gustaba la manera en que ella se preocupaba por sus hermanos.

Mary se sentó despacio, colocando sus piernas de manera que quedaron colgando de la cama. Su camisón tenía un corpiño de encaje y a través del modelo él podía ver sus pechos. Sus muslos se tensaron y cerró los ojos.

Esto era un infierno. Deseaba estar con ella. Estando asustado de lo que su cuerpo haría. Y no estaba pensando solo en el sexo. Necesitaba abrazarla.

Sus manos se elevaron hasta su cara. Cuando el pulgar acarició su boca, sus labios se abrieron por propio acuerdo, una invitación subversiva que ella aceptó. Ella se inclinó y lo besó, su lengua penetrando, tomando lo que sabía que él no debería estar ofreciendo.

– Hummm. Sabes bien.

Había estado fumando con Phury, sabiendo que iba a volver, esperando que pudiera relajarse un poco. No podría volver a controlar una repetición de lo que había pasado en la habitación del billar.

– Te quiero, Rhage. -Ella cambió de posición, abriendo sus piernas, tirando su cuerpo contra ella.

La energía se arremolinaba condensándose a lo largo de su columna y la irradiaba, perforando sus manos y sus pies, haciendo que sus uñas cantaran con el dolor y se le estremeciera el pelo.

Él se echó hacia atrás. -Escucha, Mary…

Ella sonrió y se quitó el camisón por la cabeza, sacudiendo la cosa de tal manera que cayó sobre el suelo formando un remolino. Su piel desnuda a la luz de la vela lo enredó. No podía moverse.

– Ámame, Rhage. -Ella le cogió las manos y se las puso sobre sus pechos. Incluso cuando se dijo que no tenía que tocarla, él ahuecó las elevaciones, sus pulgares alisando sus pezones. Ella arqueó la espalda. -Oh, sí. Así.

Él fue hacia su cuello, lamiendo encima de la vena. Quería beber con fuerza de ella, sobre todo cuando ella sostenía la cabeza como si también quisiera. No era que tuviera que alimentarse. La quería en su cuerpo, en su sangre. Quería ser abrazado por ella, vivir de ella. Deseaba que pudiera hacer lo mismo con él.

Ella le puso los brazos alrededor de los hombros y se retiró, intentando bajarlo hacia el colchón. Dios le ayudara, él le dejó. Ella estaba ahora debajo, olió el despertar que tenía por él.

Rhage cerró los ojos. No podía negarla. No podía parar la precipitación que había en su interior. Atrapado entre los dos, la besó y rezó.

Algo no estaba bien, pensó Mary.

Rhage no estaba a su alcance. Cuando ella quiso quitarle la camisa, no le dejó ponerse con los botones. Cuando intentó tocar su erección, alejó sus caderas. Incluso cuando succionó sus pechos y pasó la mano entre sus piernas, era como si le hiciera el amor a distancia.

– Rhage…-Su voz se rompió cuando sintió sus labios sobre su ombligo. -Rhage ¿que está pasando?

Sus grandes manos separaron sus piernas ampliamente, su boca dirigiéndose al interior de sus muslos. Mordisqueándola, jugando con los colmillos, nunca hiriéndola.

– Rhage, para un minuto…

Él puso su boca sobre su sexo, tomándola entre sus labios, chupándola, moviéndose hacia delante y hacia atrás, saboreándola. Se dobló sobre la cama a ver su cabeza rubia bajando, sus hombros debajo de sus rodillas, sus piernas tan pálidas y finas contra él como telón de fondo.

Ella iba a estar totalmente perdida en otro segundo.

Agarrando un mechón de su cabello, lo estiró apartándolo de ella.

Sus ojos azules brillaron tenuemente con poder sexual mientras respiraba directamente con los labios abiertos, brillantes. Deliberadamente él la tomó más abajo entre sus dientes y la absorbió. Luego su lengua le dio un lametazo largo y lento hacia arriba.

Ella cerró los ojos, hinchada, derretida.

– ¿Cuál es el problema? – Ella susurró.

– No era consciente de que lo hubiera. -Ella acarició su centro con los nudillos, frotando la piel sensible. -¿No te gusta esto?

– Desde luego que sí.

Su pulgar comenzó a hacer círculos. -Entonces déjame que vuelva a lo que estaba haciendo.

Antes de que él dejara caer la cabeza y pusiera la lengua sobre ella otra vez, ella lo sujetó cerrando sus piernas alrededor de su mano lo mejor que pudo.

– ¿Por qué no puedo tocarte? -Le preguntó ella.

– Nos estamos tocando. -Él movió sus dedos. -Estoy aquí mismo.

Oh, Dios ¿podía estar ella más caliente? – No, no estás.

Ella intentó apartarse y sentarse, pero él extendió su brazo libre. Su palma sobre su pecho, empujando su espalda sobre la cama.

– No he terminado. -Dijo él con profundo estruendo.

– Quiero tocar tu cuerpo.

Su mirada llameó intensamente. Pero solo fue eso, el brillo había desaparecido y una rápida emoción pasó por su cara. ¿Miedo? Ella no podría decirlo, por que él bajó la cabeza. La besó sobre el muslo, acariciándola con su mejilla, su mandíbula y su boca.

– No hay nada como tu calor, tu sabor, tu suavidad. Permíteme complacerte, Mary.

Las palabras la enfriaron. Las había oído antes. Al comienzo.

Sus labios se movieron por el interior de su pierna, cerca del hogar.

– Wo. Páralo, Rhage. -Él lo hizo. – Unilateralmente no es muy atractivo para mí. No quiero que me sirvas. Quiero estar contigo.

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