Penny Vincenzi - Reencuentro

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Una noche de 1987, alguien abandona a una niña recién nacida en el aeropuerto de Heathrow. Un año antes, tres chicas, Martha, Clio y Jocasta, se habían conocido por casualidad en un viaje y habían prometido volver a encontrarse, aunque pasará mucho tiempo antes de que cumplan la promesa. Para entonces, Kate, la niña abandonada, ya será una adolescente. Vive con una familia adoptiva que la quiere, aunque ahora Kate desea conocer a su madre biológica. Es decir, una de aquellas tres jóvenes, ahora mujeres acomodadas. Pero ¿qué la llevó a una situación tan desesperada?
La trama que desgrana este libro se sitúa allí donde confluyen entre estas cuatro vidas. Y es que Kate verá cumplido su deseo aunque, como enseñan algunas fábulas, a veces sea mejor no desear ciertas cosas…

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– Jocasta…

– Gideon, está bien. Vete. Nos veremos dentro de un par de días.

– Pensaba volver a Londres. ¿Puedes ir?

– No… no estoy segura -dijo.

– ¿Tienes cosas que hacer aquí?

Los ojos azules ya empezaban a brillar de irritación.

– Podría ser.

– Jocasta, te estás portando como una niña. Me voy… -Sonó su móvil-. ¿Diga? ¿Cómo estás, cariño? No, claro que no, nunca estoy ocupado para ti. -Su voz había cambiado por completo. Debía de ser Fionnuala.

Jocasta se quedó echada con los ojos cerrados, fingiendo que no escuchaba.

– Sí, de hecho sí. Voy a Los Angeles y después a Miami. Es perfecto. Puedo ir a veros veinticuatro horas. Dile a tu madre que me llame. ¿Qué? Ahora salgo de Cruxbury, para coger el vuelo del mediodía. Adiós, cielo.

Miró a Jocasta, y le sonrió, de nuevo afable.

– Era Fionnuala. Quiere que vaya a ver otro poni con ella.

– ¡Otro! Gideon, ya le has comprado tres.

– Sí, pero parece que éste es especial. En fin, lo siento, cariño, pero eso significa otro día, así que estaré en Londres el viernes. Por favor, vete, hazlo por mí. Podemos pasar el fin de semana en Londres. Te gustaría, ¿no?

– Sí, sería muy emocionante -dijo Jocasta, esforzándose por parecer sarcástica.

– Estupendo. -Evidentemente el sarcasmo había fracasado-. Piensa en cosas que te gustaría ver, o sitios donde te gustaría ir, y dile a Marissa que lo reserve. Te quiero.

– Adiós -dijo Jocasta, y se enterró bajo las almohadas.

En cuanto estuvo fuera, se sintió fatal. ¿Cómo podía comportarse así, como una niña mimada? Ni siquiera le había despedido como es debido, ni le había dicho que le quería. Y si su vuelo se estrellaba, y si… Cogió el móvil e intentó llamarle. Estaba puesto el contestador. Y si lo había hecho a propósito, y si estaba tan enfadado con ella que no quería hablar… Volvió a intentarlo y le dejó un mensaje: «Siento no haberme despedido como es debido. Yo también te quiero. Llámame cuando escuches el mensaje».

Se levantó y miró el jardín. Hacía un día precioso. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Pasear? ¿Trabajar en el jardín? ¿Bañarse en la piscina? ¿Sola? ¿Todo el día? Mierda, qué penoso.

Y la vida de Gideon era puro trabajo, tensiones, fechas límite y pasar al asunto siguiente. Dios mío, ella le iba a parecer muy aburrida, muy pronto.

Jocasta sintió que se le encogía el corazón. ¿Había sido una buena idea dejar su trabajo? ¿Debería haber seguido un tiempo? Hasta… ¿hasta qué? Hasta que tuviera hijos, diría la gente. Pero ella no quería tener hijos. No quería.

El viejo dicho de que «quien se casa sin pensar, tiene tiempo para arrepentirse» le daba vueltas en la cabeza. Se lo quitó de encima a base de fuerza de voluntad.

Pero todo el día, mientras se bañaba en la piscina y después hacía la maleta, iba a Londres y se instalaba en la enorme casa de Kensington Palace Gardens, no paraba de asaltarla. Y con él la idea de que había permitido que entrara en su conciencia tan poco tiempo después de casarse. Hacía poco más de un mes que era la señora Keeble y ya no estaba tan contenta de serlo.

Esa tarde, a las cinco, en posesión de una chaqueta de Chanel, después de inscribirse en la primera de una docena de clases de vuelo para el día siguiente, y con un BMW Z3 plateado encargado, seguía deprimida. Deprimida y casi asustada.

Capítulo 32

– Martha, tenemos que hablar. -La voz de Janet era enérgica y decidida.

No te asustes, Martha, tranquila.

– ¿Qué? ¿Qué ocurre? ¿Es importante?

– Depende del punto de vista, diría yo. Pensaba que podríamos vernos después del trabajo.

– Lo siento, Janet, pero hoy acabaré a las tantas. Podríamos quedar mañana.

– Oye. -La voz de Janet era casi impaciente-. Oye, yo también estoy hasta arriba, pero tenemos que hacer esto y…

– Janet, ¿hacer qué? No te entiendo…

– Ay, Dios. ¿Chad no te ha llamado? Veamos, ha organizado lo que él llama una entrevista a las tropas femeninas. Con una chica del Times, para el periódico del sábado. Cree que podemos salvar al partido.

Las tropas femeninas consistían en Janet, Martha y Mary Norton, una de las pocas desertoras del Partido Laborista hacia el Partido Progresista de Centro. Cuarenta y tantos, sensata, expresiva, con un marcado acento del norte. Era muy buena con los medios y una invitada frecuente en Any Questions y Question Time. Martha sólo había coincidido con ella una vez y aún le había inspirado más respeto que Janet Frean.

– Jack cree que formaremos un buen equipo.

– Tú y Mary seguro -dijo Martha cautelosamente.

– Sí, pero Jack te considera nuestro futuro -dijo Janet. Lo dijo con frialdad-. Además -añadió más amable-, tú eres la más guapa de las tres.

No había problema entonces: la utilizarían como niña mona del grupo. Bien. En otra situación le habría hecho gracia, pero dadas las circunstancias, era tranquilizador.

– Tienes un cutis, como absolutamente perfecto. -El maquillador sonrió a Kate. Era negro, con el pelo rubio platino, y los labios muy rojos.

Ella le devolvió la sonrisa, más bien nerviosa. Era difícil mantener una conversación con Crew, como se llamaba el chico. Era de Nueva York, y eso descartaba los comentarios sobre tiendas y bares, y cuando Kate alabó su camisa, él dijo que se compraba toda la ropa en tiendas de segunda mano.

Trabajaba en exclusiva para Smith Cosmetics, de modo que no podía preguntarle por otros trabajos, ni qué personas famosas conocía. De todos modos, cada vez que intentaba decir algo, él levantaba una mano y decía:

– No hables como durante un minutito.

Y el minutito parecía extenderse a toda la duración de la sesión.

De vez en cuando se abría la puerta y entraban dos mujeres: eran la directora creativa y la directora de publicidad de Smith, y ninguna de ellas le dirigió más la palabra después de las presentaciones, cuando le dijeron:

– Hola, Kate, nos hace mucha ilusión tenerte aquí.

Desde entonces, se limitaban a observarla, cada vez que entraban, como si fuera un maniquí en un escaparate, y no una mujer; entornaban los ojos ante su reflejo en el espejo, y después se marchaban, hablando en voz baja, y de vez en cuando decían: «Una frente difícil» o «Demasiado pelo», y le insinuaban a Crew que intentara agrandarle los ojos. O darle un tono más claro a la piel. O que los labios parecieran más gruesos.

Al cabo de una hora, Kate estaba convencida de que habían decidido que habían cometido un error sólo con las fotos de prueba, y estaban a punto de decirles a todos que se fueran a casa, y la idea le hacía gracia.

El fotógrafo todavía no había aparecido, pero por la manera como hablaban todos de él, estaba claro que era importante para la empresa. Decían cosas como «Oh, a Rufus no le gustan las mangas» o «A Rufus no le va el pelo rizado», mientras discutían qué iba a ponerse o cómo iban a peinarla. Se imaginó a un hombretón con una voz atronadora y traje, pero cuando apareció Rufus, resultó ser bajito, como mucho medía metro sesenta, y llevaba pantalones blancos y una camiseta beige. Hablaba en voz muy baja y, de hecho, todos tenían problemas para oír lo que decía y eso le irritaba. Pero sonrió a Kate en el espejo y la saludó. Se llamaba Rufus Corelli. Giró la silla de Kate hasta tenerla de frente, le apartó los cabellos y la observó durante tanto tiempo que a ella le pareció una eternidad y dijo:

– Tiene dieciséis años, por Dios. Quitadle toda esa mierda.

Todos asintieron sumisamente y Crew dijo:

– Pero su piel tendrá que descansar, ya está como absorbiendo demasiado.

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