Penny Vincenzi - Reencuentro

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Una noche de 1987, alguien abandona a una niña recién nacida en el aeropuerto de Heathrow. Un año antes, tres chicas, Martha, Clio y Jocasta, se habían conocido por casualidad en un viaje y habían prometido volver a encontrarse, aunque pasará mucho tiempo antes de que cumplan la promesa. Para entonces, Kate, la niña abandonada, ya será una adolescente. Vive con una familia adoptiva que la quiere, aunque ahora Kate desea conocer a su madre biológica. Es decir, una de aquellas tres jóvenes, ahora mujeres acomodadas. Pero ¿qué la llevó a una situación tan desesperada?
La trama que desgrana este libro se sitúa allí donde confluyen entre estas cuatro vidas. Y es que Kate verá cumplido su deseo aunque, como enseñan algunas fábulas, a veces sea mejor no desear ciertas cosas…

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Le limpió el maquillaje y le dijo que esperara en la recepción del estudio, donde el aire era como más fresco.

Eran las dos cuando empezaron a hacer fotos, y eso también se torció, porque Rufus dijo que quería que vaciaran el estudio.

– No quiero a nadie aquí, excepto a la modelo -dijo.

A Kate le daba un poco de miedo estar a solas con él, pero entonces él se volvió más simpático y dijo que todavía llevaba demasiado maquillaje, que esa gente no entendía cómo eran los jóvenes, y le ofreció un chicle y le preguntó dónde se había comprado los vaqueros.

– ¿Sabes qué pasa? -susurró-, que soy tan pequeñajo que puedo ponerme ropa de chica. Es una ventaja.

Kate no acababa de entender qué ventaja tenía aquello, pero le dijo que eran de Paper Denim & Cloth, de Harvey Nichols. De hecho, era lo único caro que se había comprado con el dinero del Sketch, pero eso no pensaba decírselo.

– Bien -susurró sacando una Polaroid de la cámara y apretándola bajo el brazo-, no vamos a hacer chapuzas obscenas. Jed, ¿has visto esas chapuzas? ¿A que eran obscenas?

Su ayudante, Jed, había entrado después de que todos salieran del estudio. Era el doble de alto que Rufus, pero no más ancho, y también hablaba muy bajito.

– Muy obscenas -dijo.

– Mira, Kate, esto está bien -comentó Rufus, mirando la Polaroid -, pero te esfuerzas demasiado. Quiero que no pienses en nada. Vacía tu cabeza. Lo que no quiero es nada sexy. Ni afectado. Sé tú misma. Antes de que sucediera todo esto.

Ella asintió. Era muy difícil no pensar en nada. Después de tres intentos, se empezó a angustiar, y de repente Rufus salió del estudio y desapareció.

Seguro que estaba quejándose de ella, quería otra modelo, pensó Kate. Pero él volvió con muchas revistas, Seventeen, Glamour y Company.

Le dio una.

– Venga. Lee. Lee, busca algo que te interese, ¿vale?

Ella asintió y abrió Glamour, que era su favorita. La hojeó y encontró un artículo sobre cómo saber si estabas enamorada. Siempre estaba preguntándose si estaría enamorada de Nat. Creía que más bien no.

– Ya lo tengo.

– Bien. Siéntate allí, en el taburete, donde estabas antes, así, y lee. Léelo de verdad.

Fue más fácil de lo que esperaba. Iba por la segunda pregunta, pensando en lo que sentía cuando Nat la besaba, si era excitante, muy excitante o totalmente salvaje, cuando Rufus dijo:

– ¡Kate!

Alzó la cabeza sin saber lo que quería de ella. La cámara se disparó.

– Bien -dijo él-. Sigue.

Después de tres disparos, se acercó a ella con algunas Polaroids.

– Mira, ¿qué te parece? -preguntó.

Kate miró. Podría haber sido su hermana pequeña, sin apenas maquillaje, los cabellos cayéndole sobre un hombro. Parecía sorprendida, conmovedoramente distraída, con los ojos abiertos e interrogadores, los labios pálidos un poco separados.

– Es una maravilla -dijo Rufus-. ¿Puedes hacer eso una y otra vez?

– Sí -contestó Kate, satisfecha ahora que ya sabía lo que él quería-, sí, seguro que puedo.

Al día siguiente, Smith hizo su oferta: un contrato de tres años para que Kate fuera el rostro de su nueva línea juvenil, Smith's Club, por un millón de dólares al año. Las condiciones del contrato incluirían una gira de publicidad tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido, así como apariciones públicas en Ascot y en el campo de polo de Smith y varios estrenos de cine, y disponibilidad para acudir a sesiones de prensa de Smith. Fergus les dijo que tendría que hablar con Kate y sus padres y que les diría algo después del fin de semana.

Pasó las siguientes veinticuatro horas pensando cuál sería la mejor forma de presentar las noticias a los Tarrant, para obtener su aprobación, al tiempo que fantaseaba sobre lo que podría hacer con el veinte por ciento de tres millones de dólares. Y sólo de vez en cuando pensaba en lo que podía representar para una adolescente vulnerable de apenas dieciséis años, con unos antecedentes tristes y difíciles…

Nick estaba en el vestíbulo de los diputados el jueves por la mañana, escuchando a medias una historia que había oído demasiadas veces, cuando vio que Teddy Buchanan se dirigía a la Cámara.

Nick lo interceptó y lo invitó a cenar el lunes, en el hotel Stafford, no sólo un gran proveedor de la clase de comida y vino que le gustaba a Teddy, sino un lugar más discreto que el Connaught o el Savoy. Teddy aceptó de inmediato.

Antes de que dieran las siete de la mañana del sábado, Jack Kirkland ya estaba hablando por teléfono.

– Sé que es temprano, pero no quería que te me escaparas. Sé que te vas a Suffolk a primera hora. ¿Has visto el Times?

– Sí, lo he visto.

– Estoy muy contento -dijo Jack-, muchísimo. Realmente transmite un nuevo mensaje. Nos hace humanos, sensatos, conscientes de la vida real. Todas, cada una a su manera, habéis hecho un trabajo estupendo. Bien hecho, Martha. Sé que no te gusta lo de la publicidad, pero tendrás que acostumbrarte. Lo haces de maravilla.

– Oh, no tanto -dijo-. Pero me alegro de haber ayudado. ¿Ya has hablado con Janet?

– No. Bob me ha dicho que estaba durmiendo. Es raro en ella; Janet es como tú, Martha: en pie como las gallinas y a punto para enfrentarse a todos los avatares de la vida. ¿Has hablado tú con ella?

– No, tampoco… tampoco se ha puesto.

– Bueno, se merece un descanso. Igual que tú. No debes agotarte, Martha, pero sé que esas consultorías significan mucho para ti, y para tus votantes. Es un gran gesto. Una gran idea.

La chica del Times también lo había dicho y lo había puesto en su artículo. Era un buen artículo, pensó Martha, echándole otro vistazo. Pero… era muy halagador con ella.

«La directora, la prefecta y la chica nueva», rezaba el titular. Janet, por supuesto, era la directora, y se la describía como una de las líderes del nuevo partido «apasionada con la necesidad de alimentar, educar y mejorar la salud, tanto física como moral». Sonaba un poco… a institutriz. Y Janet parecía la institutriz en la foto, con su «uniforme», y los cabellos cepillados hacia atrás muy tirantes. Por su parte, Mary Norton hablaba del papel de las mujeres en la política, la necesidad de expandir su base de poder, de la discriminación positiva, de las mujeres como una fuerza dentro de los sindicatos, que debían aspirar a doblar el número de guarderías en el lugar de trabajo, conseguir el permiso de paternidad, alargar el permiso de maternidad. Sonaba muy feminista, muy de izquierdas: a Martha le sorprendía que Jack estuviera complacido con su contribución. Mary, con los cabellos rizados y elegantes mechas grises, jersey y chaqueta conjuntados y la cara poco maquillada, estaba imponente. Y después estaba Martha: Martha mirando a la cámara, con los ojos castaños muy abiertos y los cabellos lisos y con mechas, con una camiseta de escote oblicuo y una chaqueta de corte perfecto, diciendo que se preocupaba por los desfavorecidos, hombres o mujeres, mencionando a Lina y el horror de su sala mixta, su escuela pública, destruida por el «ideal de inclusión», hablando de sus asesorías jurídicas en su ciudad natal, y cómo veía la política desde «mi punto de vista de chica».

Se la presentaba encantadora, considerada y modesta. Estaba preciosa. La periodista la había destacado como «Quizá la más humana de las tres, la que todavía vive en el mundo real, la más consciente de lo que quiere de la política y con el carisma a su favor para conseguir su escaño y poner en práctica sus ideas. Jack Kirkland, el líder del Partido Progresista de Centro, la apoya sin tapujos: dice que representa el futuro del partido».

Eso era lo que la había preocupado más -desde el momento en que lo leyó, a última hora de la noche anterior en la estación de Waterloo, y la había tenido despierta toda la noche-, que la destacaran y saliera tan favorecida, y desde que Janet se había negado a ponerse al teléfono, estaba aún más preocupada.

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