De acuerdo. Sólo una cosa: tirarse un farol.
Helen estaba poniendo la mesa para el desayuno, sin saber muy bien por qué. No bajaría nadie. Kate seguía más o menos encerrada en su habitación, y desde la discusión con su madre por culpa de Nat, Juliet había cenado en la habitación de Kate y también había dormido allí. En los momentos de aflicción de Kate, se había convertido en su amiga más leal, en la única persona con quien Kate hablaba. Al menos algo bueno había salido de aquel desastre, pensó Helen hastiada. Seguro que Jim no quería desayunar. Seguía fuera de sí de rabia, tan enfadado y disgustado que se había pasado la mitad de la noche levantado con indigestión. En ese momento estaba dormido, tenía un sueño inquieto y ruidoso, pero dormía.
Al menos los periodistas se habían marchado. Jocasta había dicho que acabarían yéndose.
– No es una historia lo bastante importante para que se queden toda la noche. Fusilarán lo que tienen en el archivo.
Jocasta también les había preguntado por los chiflados; por lo visto era normal en esos casos. Se mostró aliviada al saber que Carla les echaría una mano.
– ¿Han recibido muchas llamadas?
– Cinco por ahora -dijo Helen-. Les he dicho que llamaran al periódico. Pero me da tanto miedo que…, bueno…
Se calló.
– Me lo imagino -había dicho Jocasta amablemente-. Que una de ellas sea de la madre de Kate.
– Sí. La tal Giannini me ha dicho que piense en algo que se pueda utilizar como pregunta de prueba, para descartarlas. Y sólo hay una cosa. No llevaba pañal. Eso nunca se publicó.
– Eso servirá -dijo Jocasta. De hecho era perfecto-. Dígaselo a Carla. Mejor aún, ya lo haré yo, ahora mismo. Y creo que debería cambiar el número de teléfono, señora Tarrant, y que no figure en la guía. Si no…, bueno, digamos que con un contestador no es suficiente.
Poco después de eso, se marchó.
De repente, Helen oyó pasos precipitados en la escalera y miró hacia el vestíbulo. Kate salía por la puerta, con los cabellos flotando. Llevaba vaqueros, un top muy escueto y sus botas con más tacón.
– ¡Kate! -gritó, corriendo a abrir la puerta-. Kate, ¿adónde vas…?
Pero todo lo que quedaba de Kate era un rugido de tubo de escape y chirrido de neumáticos. El Sax Bomb acababa de doblar la esquina.
– Lo siento, mamá. -Era Juliet-. No tardará. Dice que quiere hablar con él. La ha vuelto a llamar esta mañana. No podíamos decírtelo, porque sabíamos que no la dejarías ir. Volverá a la hora de comer, prometido. ¿Quieres que lo coja? -preguntó cuando el teléfono empezó a sonar.
– No -comentó Helen rápidamente-. Deja que salte el contestador. Y… -mientras una voz de mujer hablaba-, no escuches, por favor, Juliet.
Pero era demasiado tarde.
Janet Frean estaba cocinando cuando llamó Jack Kirkland.
– Hola, Jack, ¿cómo estás?
– No especialmente bien. ¿Has visto el News?
– No. Los domingos intento no leer ningún periódico.
– Han sacado un feo comentario sobre Eliot, diciendo que le vieron en la cripta de la Cámara de los Comunes con una chica atractiva que no era su bonita y rubia esposa. Y una explicación bastante tonta del propio Eliot. Son unos buitres, los mataría.
Janet escuchaba en silencio mientras pensaba en que ningún hombre podía agitar la salsa con un niño en brazos y concentrarse en una conversación importante; todo al mismo tiempo.
– ¿Qué opinas? -preguntó Jack.
– ¿Qué? -Estaba persiguiendo un grumo de harina en la salsa-. Oh, Jack, no sé qué decirte. No creo que Eliot hiciera eso. Al menos en este momento. Todos conocemos su pasado, pero…
– Pero es verdad, ¿no? Lo de que fue a verte con esa mujer.
– Sí, es verdad. Me pareció simpática. Muy lista, es abogada…
– Sí, sí, Eliot me lo dijo.
– Me gustó. Y a Eliot por lo visto más. Perdona, no debería haber dicho eso. Sólo quería decir que se notaba que le caía bien.
– ¿Es guapa?
– Mucho.
– Eliot dice que está divorciada.
– ¿Ah, sí? Eso no ayuda mucho. Eso lo explica, me dijo que la había ayudado a colgar unas persianas. Me pareció un detalle por su parte.
– ¿Ah, sí? -dijo Kirkland con tristeza-. Yo lo diría de otra manera. ¿Había alguien más?
– Pues no, estaba bastante tranquilo. Jack, creo que la estaba paseando por obligación.
– Acabas de decir que le gustaba.
– ¿Ah, sí? Lo siento. Milly, para, no. Oye, Jack, tengo que dejarte. No creo que pueda aportar nada a esta conversación. Por fin tengo un rato para estar con mi familia y quiero aprovecharlo. Mañana estaré a punto para iniciar otra ofensiva de encanto con el partido. No te preocupes tanto, pasará.
– ¡Menos mal que tengo un miembro moralmente sólido en el partido! -exclamo Kirkland, y colgó.
Kate volvió a la una, sonrojada y casi contenta. Juliet la acompañó a su habitación.
– ¡Kate! Está llamando gente, bueno, mujeres, diciendo que son tu madre. ¿No es increíble?
– ¿Cómo lo sabes?
– Lo he oído. En el contestador. Mamá les dice a todas que llamen al Sketch. Ellos se encargan.
– ¿Se encargan? -gritó Kate-. ¿Qué significa que se encargan?
– Que se deshacen de ellas, supongo.
Kate la miró fijamente.
– Pero, Juliet, ¡una de ellas podría ser mi madre! ¿Cómo pueden hacer eso? ¿Cómo pueden hacer eso, joder?
– Baja la voz -dijo Juliet.
Clio estaba atónita con el comportamiento de Jocasta.
La había mandado a dar un paseo. Ella tenía guardia el domingo por la mañana, pero por la tarde irían a Londres juntas y se quedarían en la casa de Jocasta en Clapham.
El día siguiente era importante para Clio. Almorzaría con su querido profesor Bryan. Piquito. Aunque le disgustara engañarle, le había dicho a Mark que tenía que ver al abogado por su divorcio, lo cual era cierto, también había quedado con él. No tenía muchas esperanzas puestas en el empleo de Bayswater, pero estaba decidida a intentarlo. Ser médico de familia en una ciudad pequeña estaba bien, si tenías una vida personal aparte. Pero ella no la tenía y ya empezaba a notar la soledad.
A los dieciocho años, los que tenía la irresponsable y alegre Jocasta que había conocido, era comprensible dar la espalda a la vida real y huir con un hombre rico, sí. Pero a los treinta y cinco, con una carrera en pleno auge y una relación sólida en marcha, ¡era increíble! A Clio, que comenzaba a recuperarse de su propia ruptura matrimonial, le parecía que Jocasta se encontraba al borde de un gran abismo, al cual estaba arrojando todos los tesoros que poseía.
Gideon Keeble podía ser muy carismático y encantador. Jocasta podía estar harta de esperar a que Nick se decidiera a casarse con ella, y la vida de periodista del corazón podía estar perdiendo su atractivo, pero ¿de verdad creía que iba a ser feliz con una forma de vida por completo desconocida para ella?
De todos modos Clio se daba cuenta de que para ella, sin conocer a Keeble, era difícil entenderlo. En fin, tarde o temprano le conocería, y entonces le sería más fácil comprenderlo. A lo mejor le caía bien. Aunque le parecía poco probable.
Jocasta aún se sentía muy culpable. No había podido hacer mucho por Kate, pero ¿acaso podía ayudarla alguien? Que Kate se negara a verla le había hecho mucho daño. Era evidente que le echaba la culpa. Era un alivio haberse alejado de todo aquello, de esa capacidad para arruinar la vida de los demás. Y Clio, qué sensible, buena y simpática era. Había sido un consuelo hablar con ella esa noche, enfrentarse a lo que había pasado hacía tantos años. Se lo había contado a Nick, pero siempre alejándose del recuerdo. Con Clio lo había revivido, y había sido curativo, en cierto modo.
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