Nikos Kazantzakis - La Última Tentación
Здесь есть возможность читать онлайн «Nikos Kazantzakis - La Última Tentación» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La Última Tentación
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La Última Tentación: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Última Tentación»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La Última Tentación — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Última Tentación», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– ¿Qué ocurre? -murmuró-. ¿Por qué se ríen?
Se acercó. Jesús se había enfurecido y decía:
– ¿Por qué reís? ¿Por qué recogéis piedras para arrojarlas al Hijo del hombre? ¿Por qué estáis orgullosos de vuestras casas, de vuestro olivos y de vuestras viñas? ¡No son más que cenizas! ¡Cenizas! ¡Y vuestros hijos y vuestras hijas no son más que cenizas! ¡Las llamas se precipitarán como poderosos bandidos desde la cumbre de las montañas para robaros las ovejas!
«¿Qué bandidos, qué ovejas? ¿Y qué son esas llamas que nos anuncia?», murmuró Felipe, que escuchaba con la barbilla apoyada en el bastón.
Jesús hablaba; continuaba llegando gente sin cesar desde los barrios pobres. Habían oído decir que había aparecido un nuevo profeta, que redimía a los pobres, y habían acudido. Al parecer, tenía en una mano el fuego del cielo, para quemar a los ricos, y en la otra una balanza para distribuir sus bienes entre los menesterosos. Era un nuevo Moisés que traía una Ley nueva y más justa. Le escuchaban hechizados. ¡Había llegado, estaba allí el reino de los pobres! Y cuando Jesús volvió a despegar los labios, cuatro brazos cayeron sobre él, lo asieron, lo bajaron de la piedra y una gruesa soga se arrolló prestamente a su cuerpo. Jesús se volvió y vio a sus hermanos, los hijos de José: el cojo Simón y el beato Santiago.
– ¡A casa! ¡A casa, poseso! -le gritaban y lo arrastraban con furia.
– No tengo casa, dejadme. ¡Esta es mi casa y estos son mis hermanos! -exclamó Jesús, señalando a la multitud.
– ¡A casa! ¡A casa! -exclamaban a su vez los ricos, riendo. Uno de ellos alzó la mano y lanzó la piedra que empuñaba; el proyectil dio en la frente de Jesús, de la que manaron algunas gotas de sangre. El viejo jorobado se echó a gritar:
– ¡Muera! ¡Muera! Es brujo; hace sortilegios. ¡Conjura al fuego a que venga a quemarnos… y el fuego vendrá!
– ¡Muera! ¡Muera! -Ahora los gritos se alzaban desde todas partes. Intervino Pedro:
– ¡Es una vergüenza! -gritó-. ¿Qué os ha hecho? ¡Es inocente!
Un mocetón se arrojó sobre él:
– ¡Y tú también! Me parece que viniste con él, ¿no es cierto? -gritó, al tiempo que lo cogía por el pescuezo.
– ¡No! ¡No! -aulló Pedro- ¡No, no vine con él! -Esforzábase por desasirse de la mano que lo aferraba.
Los otros tres compañeros de Jesús estaban confundidos y no sabían qué hacer. Santiago y Andrés calculaban sus fuerzas y los ojos de Juan se habían arrasado de lágrimas. Pero Judas se abrió camino con los codos entre la multitud, liberó al maestro de los dos hermanos enfurecidos y desenrolló la soga.
– ¡Idos! -les gritó-. ¡Ahora os la veis conmigo! ¡Fuera!
– ¡Ve a tu país a dar órdenes! -rugió el cojo Simón.
– ¡Doy órdenes en todas partes donde estoy, tullido! ¡Para eso tengo buenos brazos! -Se volvió hacia los cuatro discípulos y les dijo-: ¿No tenéis vergüenza? Ya habéis renegado de él. ¡Adelante, rodeémosle! ¡Que nadie lo toque!
Los cuatro discípulos se avergonzaron y los pobres y andrajosos intervinieron a su vez:
– ¡Estamos con vosotros, hermanos! -exclamaron-. ¡Los venceremos!
– ¡Yo también estoy con vosotros! -dijo una voz salvaje, la de Felipe, que hacía girar el bastón y apartaba a la multitud para abrirse paso-. ¡Me uno a vosotros, hermanos!
– ¡Eres bienvenido, Felipe! -le respondió el pelirrojo-. ¡Ven con nosotros! Los pobres y oprimidos debemos unirnos.
Al ver a los pobres de la aldea alzar la cabeza, los ricos se enfurecieron. «El hijo de María quiere levantar a los pobres contra los ricos e invertir el orden del mundo. Al parecer, trae una nueva ley. ¡Muera! ¡Muera!»
Se enardecieron y avanzaron hacia él, unos con bastones, otros con cuchillos y otros con piedras. Los ancianos se quedaban atrás y aullaban para infundir valor a los otros. Los amigos de Jesús se atrincheraron tras los álamos y al borde de la plaza, y otros salieron al encuentro de los atacantes. Jesús avanzó hasta colocarse entre los dos campos; extendió entonces los brazos y exclamó:
– ¡Hermanos! ¡Hermanos!
Pero nadie le escuchaba. Las piedras volaban y los primeros heridos gemían.
Una mujer salió precipitadamente de una callejuela. Llevaba el rostro envuelto en un pañuelo violeta. Sólo se veían la mitad de la boca y los grandes ojos negros anegados en lágrimas.
– ¡En el nombre del cielo! -gritó con voz débil-, no le matéis.
– ¡María! -gritaron algunas voces-. ¡Su madre!
Pero los ancianos estaban muy ocupados para compadecer a la madre. Parecían perros rabiosos.
– ¡Muera! ¡Muera! -rugían-. Intenta soliviantar al pueblo;
fomenta una revolución para repartir nuestros bienes entre los andrajosos. ¡Muera!
Los dos bandos se habían trabado ahora en una lucha cuerpo a cuerpo. Los dos hijos de José rodaban por tierra y gritaban. Santiago había cogido una piedra y les había hendido el cráneo. Judas había desenvainado el puñal y, delante de Jesús, impedía que se le acercaran. Felipe había pensado en sus ovejas, su mirada se había ensombrecido y descargaba ahora el bastón sobre los cráneos como un loco furioso.
– ¡En el nombre del cielo! -repitió la voz de María-. ¡Está enfermo! ¡Su cerebro se perturbó, tened piedad de él!
Pero su voz se perdía. Judas había asido al mocetón más robusto y ya iba a degollarlo con el puñal cuando Jesús frenó su brazo:
– ¡Hermano Judas! -exclamó-. ¡No derrames sangre! ¡No derrames sangre!
– ¿Y qué quieres que derrame? ¿Agua? -dijo el pelirrojo, furioso-. Empuñas el hacha, ¿o la olvidaste? ¡Ha llegado la hora!
El propio Pedro, irritado por el golpe que había recibido, cogió una gran piedra y se arrojó sobre los ancianos. María se acercó a su hijo en medio de la riña. Lo tomó de la mano y le dijo:
– Hijo mío, ¿qué te ocurre? ¿Cómo has llegado a esto? Ven a casa para lavarte, cambiar de vestiduras y ponerte tus sandalias. Te has ensuciado, hijo mío.
– No tengo casa -dijo-. No tengo madre. ¿Quién eres?
La madre estalló en sollozos y se clavó las uñas en las mejillas; nada dijo. Pedro lanzó la enorme piedra, la cual cayó en el pie del viejo jorobado y lo aplastó; el herido aulló de dolor y se arrastró cojeando por las calles hasta la casa del rabino. En aquel instante hacía su aparición el rabino, jadeante. Había oído el tumulto y había abandonado precipitadamente las Santas Escrituras, en las que estaba sumergido hasta el cuello intentando desentrañar la voluntad de Dios a través de las letras y las sílabas. Apenas oyera el ruido de la batalla, había empuñado el cayado sacerdotal y había corrido para enterarse de qué se trataba. En el camino se había encontrado algunos heridos que le habían puesto al corriente de todo. Apartó a la multitud y llegó ante el hijo de María.
– ¿Qué significa esto, Jesús? -le dijo severamente-. ¿Y eres tú quien trae el amor? ¿Es éste el amor que traes? ¿No tienes vergüenza?
Se volvió hacia el pueblo y dijo:
– Retornad a vuestras casas. Es mi sobrino, y el desdichado está enfermo desde hace años. No le guardéis rencor por lo que dijo; perdonadle. No es él quien habla; es otro quien habla por su boca.
– ¡Dios! -dijo Jesús.
– Calla -dijo el rabino tocándole con el cayado sacerdotal a modo de reconvención.
Dirigióse nuevamente al pueblo:
– Dejadlo, hijos míos. No le guardéis rencor porque no sabe lo que dice. Todos nosotros, tanto pobres como ricos, somos de la simiente de Abraham. No luchéis. Es mediodía, retornad a vuestras casas. Yo me encargaré de este desdichado.
Volviéndose hacia María, le dijo:
– María, ve a tu casa. Nosotros nos reuniremos pronto contigo.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La Última Tentación»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Última Tentación» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La Última Tentación» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.