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Stephanie Laurens: El Sabor de la Tentación

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Stephanie Laurens El Sabor de la Tentación

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Jonas Tallent, emparentado con los célebres Cynster, es apuesto, rico y de buena familia, y se dedica a disfrutar de la vida. Juega a las cartas hasta el amanecer y coquetea con las damas más deseadas de la sociedad londinense. Cuando empieza a sentirse inquieto y aburrido por tanta frivolidad, se ve obligado a tomar las riendas de la hacienda familiar en el Devon rural. Una de sus primeras decisiones es contratar un nuevo encargado para la posada de su propiedad, pero descubre que hay poca gente dispuesta a vivir en un lugar tan pequeño y tranquilo. Es entonces cuando Emily Beauregard, una refinada dama venida a menos, solicita el puesto. Jonas cree que las damas, en especial las que son tan atractivas como Emily, deben estar en los salones de baile o en los dormitorios, no en las posadas. Sin embargo, no tiene alternativa, y de mala gana permite que la joven demuestre su valía. Pero Emily guarda un secreto. No ha llegado a Devon impulsada sólo por la necesidad de mantener a sus hermanos, sino que la anima un objetivo muy concreto y ambicioso…

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Stephanie Laurens El Sabor de la Tentación Temptation and Surrender 2009 16 - фото 1

Stephanie Laurens

El Sabor de la Tentación

Temptation and Surrender (2009)

16° de la Serie Los Cynster

CAPÍTULO 01

Colyton, Devon Octubre de 1825.

– Siento como si me arrancaran el pelo, y eso no es bueno.

El oscuro pelo en cuestión cayó en elegantes mechones rebeldes sobre la frente del apuesto Jonas Tallent. Sus ojos castaños estaban llenos de irritación e indignación cuando se hundió contra el respaldo del sillón tras el escritorio en la biblioteca de Grange, la casa paterna que heredaría algún día, un hecho que explicaba de muchas maneras su actual frustración y mal humor.

Sentado en una silla al otro lado del escritorio, Lucifer Cynster, el cuñado de Jonas, sonreía con sardónica conmiseración.

– Sin intención de añadir más carga sobre tus hombros, tengo que mencionar que las expectativas no harán más que aumentar con el paso del tiempo.

Jonas gruñó.

– No me sorprende la muerte de Juggs. No es una pérdida para nadie, Red Bells se merece algo mejor. Cuando Edgar encontró a ese viejo borracho muerto sobre un charco de cerveza, estoy seguro de que todo el pueblo suspiró de alivio y se puso a especular de inmediato cómo serían las cosas si la posada Red Bells estuviera dirigida por un posadero competente.

Juggs, el posadero de Red Bells durante casi una década, había sido encontrado muerto por el encargado de la taberna, Edgar Hills, hacía dos meses.

Jonas se acomodó en la silla.

– Tengo que admitir que fui el primero en hacer especulaciones, pero eso fue antes de que tío Martin expirara por el exceso de trabajo y mi padre se hiciera cargo de tía Eliza y su prole, dejando en mis manos la elección del nuevo posadero de Red Bells.

A decir verdad, agradecía la oportunidad de volver de Londres y asumir por completo la administración de la hacienda. Había sido entrenado para aquella tarea durante toda su juventud, y aunque su padre gozaba de buena salud, ya no poseía la misma energía de antaño. Su inesperada y más que probable larga ausencia había sido la oportunidad perfecta para que Jonas regresara y asumiera las riendas.

Sin embargo, no había sido ésa la razón principal para que hubiese accedido de buen grado a sacudirse el polvo de Londres de los talones.

Durante los últimos meses la vida en la ciudad ya no le interesaba del mismo modo que antes. Clubes, teatros, cenas y bailes, veladas y reuniones selectas, los dandis y aristócratas o las arrogantes matronas felices de dar la bienvenida en sus camas a un caballero atractivo, rico y bien educado, ya no captaban su interés.

Cuando había comenzado a salir de juerga, poco después de que Phyllida, su hermana gemela, se hubiera casado con Lucifer, aquel tipo de vida había sido su único objetivo. Con los ancestrales e innatos atributos que poseía y la nueva relación familiar con Lucifer, miembro de la familia Cynster, no le había resultado demasiado difícil conseguir todo aquello que deseaba. Sin embargo, tras lograr su objetivo y codearse con los aristócratas durante varios años, había descubierto que en esa etapa dorada de su vida se sentía extrañamente vacío.

Insatisfecho. Frustrado.

Un hombre sin ningún tipo de compromiso.

Había estado más que dispuesto a regresar a su casa en Devon y asumir el control de Grange y la hacienda mientras su padre partía apresuradamente hacia Norfolk para ayudar a Eliza que pasaba por momentos difíciles.

Se había preguntado si la vida en Devon también le resultaría vacía y carente de objetivos. En el fondo de su mente le rondaba la pregunta de si aquel profundo hastío se debía a su vida social o, más preocupante aún, si era el síntoma de un profundo malestar interior.

A los pocos días de regresar a Grange, había logrado, por lo menos, resolver esa duda en cuestión. De repente, su vida estaba llena de propósitos. No había tenido ni un momento ubre. Siempre había un desafío o cualquier otra cosa reclamando su atención, exigiendo que se pusiera en acción. Desde que regresó a casa y se despidió de su padre, apenas tuvo tiempo para pensar.

La inquietante sensación de desarraigo y vacío se evaporó, dando paso a una nueva inquietud.

Ya no se sentía inútil -evidentemente la vida de un caballero rural, la vida para la que había nacido y sido educado, era su verdadera vocación-, pero aun así seguía faltando algo en su vida.

Sin embargo, en ese momento, la posada Red Bells era su mayor fuente de preocupación. Reemplazar al no llorado Juggs estaba resultando una tarea más difícil de lo esperado.

Sacudió la cabeza con irritada incredulidad.

– ¿Quién iba a imaginar que encontrar un posadero decente resultaría tan condenadamente difícil?

– ¿Dónde has puesto anuncios?

– A lo largo de todo el condado y más allá, incluso en Plymouth, Bristol y Southampton. -Hizo una mueca-Podría recurrir a una agencia de Londres, pero la última vez que lo hicimos, nos enviaron a Juggs. Si fuera posible, me gustaría contratar a alguien de la zona, o al menos de Westcountryman. -La determinación le endureció el rostro y se incorporó-. Pero de no ser así, como mínimo quiero entrevistar a los aspirantes antes de ofrecerles el trabajo. Si hubiéramos hablado con Juggs antes de que le contratara la agencia, jamás le habríamos ofrecido el trabajo.

Lucifer estiró las piernas ante sí. Todavía había mucho en él del hermoso demonio de cabello oscuro que años antes había hecho desmayarse a las damiselas de la sociedad.

– Me parece extraño que no hayas tenido más aspirantes -dijo, frunciendo el ceño.

Jonas suspiró.

– El hecho de que se trate de un pueblo tan pequeño ahuyenta a los solicitantes, a pesar de que añadiendo las haciendas y las casas circundantes, la comunidad adquiere un tamaño más que decente y que no existe ninguna otra posada u hostería que pueda hacer la competencia. Sin embargo, esto no parece ser suficiente frente a la ausencia de tiendas y la escasa población. -Golpeó con el dedo un montón de documentos-. En cuanto conocen Colyton, desaparecen todos los aspirantes decentes.

Hizo una mueca y sostuvo la profunda mirada azul de Lucifer.

– Los candidatos decentes aspiran a algo más y piensan que Colyton no tiene demasiado que ofrecer.

Lucifer le respondió con otra mueca.

– Parece que deberás encontrar a alguien sin demasiadas expectativas. Alguien capaz de dirigir una posada modesta y que quiera vivir en un lugar tan apartado como Colyton.

Jonas le lanzó una mirada especulativa.

– Tú ya vives en este lugar, ¿no te apetecería probar a dirigir una posada?

Lucifer sonrió ampliamente.

– Gracias, pero no. Me basta con dirigir mi hacienda, igual que a ti.

– Por no decir que ni tú ni yo sabemos nada sobre dirigir una posada.

Lucifer asintió con la cabeza.

– En efecto.

– Ándate con cuidado, es probable que Phyllida sepa manejar una posada con los ojos cerrados.

– Pero también está muy ocupada.

– Gracias a ti.

Jonas lanzó una mirada burlona y reprobadora a su cuñado. Lucifer y Phyllida ya tenían dos hijos, Aidan y Evan, dos niños muy activos. Y Phyllida había anunciado hacía poco que esperaban a su tercer vástago. A pesar de contar con ayuda, Phyllida siempre se las arreglaba para estar ocupada.

Lucifer sonrió ampliamente sin pizca de remordimiento.

– Dado lo mucho que te gusta ser tío, deberías dejar de dirigirme esas miradas de fingida reprobación.

Jonas curvó los labios en una sonrisa abatida y bajó la mirada al montonazo de solicitudes que habían llegado en respuesta a los anuncios que había ordenado poner por todo el condado.

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