Charles Bukowski - Mujeres

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Este gigantesco maratn sexual es un proceso de aprendizaje, de conocimiento, en el que Bukowski no escatima sarcsticas observaciones de s mismo, y en el que el machismo de textos anteriores queda seriamente erosionado; todo ello unido a incontables borracheras.Bukowski parace sugerir que las alternativas – una carrera ms respetable, literaria o la que fuese – son an ms deshumanizadas.

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Cuando mi mente se aclaró, eran las 4 de la mañana. Todas las luces estaban encendidas y todo el mundo se había ido. Yo seguía allí sentado. Encontré una cerveza caliente y me la bebí. Luego me fui a la cama con la sensación que todos los borrachos conocen: que había hecho el imbécil, pero me importaba tres cojones.

3

Había estado jodido con hemorroides durante 15 o 20 años; también con úlceras, un hígado deshecho, forúnculos en el culo, ansiedad y neurosis, y otras diversas clases de enfermedades, pero me aguantaba y seguía con todo ello esperando a que un día todo desapareciese de golpe.

Parecía que la bebida me ayudaba a superarlo. Un día me sentí débil y atontado, pero eso era normal. Eran las hemorroides. No se arreglaban con nada: baños calientes, pomadas, nada valía. Mis intestinos casi colgaban fuera de mi culo como el rabo de un perro. Fui a ver a un médico. Sólo me lanzó una mirada.

– Operación -dijo.

– De acuerdo -dije yo-, lo único que ocurre es que soy un cobarde.

– Bien, ya, eso lo hagá más difícill.

Piojoso nazi cabrón, pensé.

– Quiego que tome usted este laxante el magtes porr la noche, y luego se levanta a las 7 de mañana ¿ya? y darse el enema, riegesé con este enema hasta que el lavadorr esté limpio ¿ya? Entonces yo darr un otro vistazo el miégcoles a las 10 de mañana.

– Ya wohl, mein Führer Furcia.

4

El tubo del enema se salía continuamente, y el cuarto de baño se quedó completamente mojado y yo tenía frío y me dolía la tripa, y me estaba ahogando entre babas y mierda. Así es como el mundo finaliza, no con una bomba atómica ni nada de eso, sino con mierda y mierda y mierda. Con todo el equipo que había comprado, no venía nada para apretar la pera del agua, y mis dedos no sabían hacerla funcionar bien, así que el agua salía a chorros que iban a parar fuera y lo encharcaban todo. Me llevó una hora y media y para entonces mis hemorroides se comían el mundo. Pensé continuamente en abandonarlo todo y morirme. Encontré un bote lleno de goma de terpentina en mi armario. Era un hermoso bote rojo y verde. «¡PELIGRO!», decía. «Nocivo o mortal si se traga.» Yo era un cobarde: volví a dejar el bote en su sitio.

5

El doctor me tumbó encima de una mesa.

– Ahoga reloje la espalda, ¿ya?, relójese, relójese…

De repente, me metió en el culo un extraño aparato en forma de cuña, y empezó a extender un tubo que se arrastraba por mi intestino buscando obstrucciones, buscando cánceres.

– ¡Ha! Ahoga si duele un poco, ¿nien? Aulle como un perro, vamoss. ¡Ja ja ja ja ja jaaa!

– ¡Sucio cabrón follamadres!

– ¿Kómmo?

– ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Tú, quemador de perros! ¡Tú, puerco, sádico…! Tú hiciste arder a Juana en el poste, tú metiste clavos en las manos de Cristo, tú votaste por la guerra, tú votaste por Goldwater, tú votaste por Nixon… ¡Hijo de puta! ¿Qué me estás HACIENDO?

– Pgonto ya acabo. Usted aguanta bienn. Va a serr un buen paciente.

Volvió a guardar el tubo y entonces le vi escudriñándome con algo que parecía un periscopio. Me echó de un golpe unas cuantas gasas en el culo ensangrentado y yo me levanté y me puse mis ropas.

– ¿Y para qué va a ser la operación?

El sabía lo que yo quería decir.

– Simplemente porr hemorroidess.

Mientras me iba, le miré las piernas a su enfermera. Ella sonrió dulcemente.

6

En la sala de espera del hospital una niña miró nuestras caras grises, nuestras caras blanquecinas, nuestras caras amarillentas…

– ¡Todo el mundo se está muriendo! -proclamó. Nadie le contestó. Yo pasé la página de un viejo ejemplar del Time.

Luego de la rutina de rellenar los impresos… análisis de sangre… orina. Me llevaron a una sala de cuatro camas en el octavo piso. Cuando vino la pregunta acerca de mi religión, yo contesté «Católico» para salvarme de las miradas e interrogatorios que habitualmente seguían a una declaración de ateísmo. Estaba cansado de todas las discusiones y papeleos y explicaciones. Era un hospital católico -tal vez conseguiría así mejor servicio o la bendición del Papa-.

Bueno, me encerraron con otros tres tíos. Para mí, el monje, el solitario, jugador, playboy, idiota, todo estaba acabado. Mi soledad amada, el refrigerador lleno de cervezas, los puros a cualquier hora, los números de teléfono de las mujeres de grandes culos, de grandes piernas. Todo.

Había uno con la cara amarilla. Parecía algo así como un gran pájaro gordo sumergido en orina y secado al sol. Continuamente estaba apretando su timbre. Tenía una voz quejumbrosa y sollozante.

– Enfermera, enfermera, ¿dónde está el doctor Thomas?

– No sé dónde está.

– El doctor Thomas me dio ayer un poco de codeína. ¿Dónde está el doctor Thomas?

– No lo sé.

– ¿Puede darme una píldora para la tos?

– Están en su mesilla, coja una.

– Pero estas no me paran la tos, y esa medicina que me dan tampoco es nada buena.

– ¡Enfermera! -aullaba un tío de pelo blanco desde la última cena-. ¿Puede darme más café? Quiero más café.

– Voy a ver -dijo ella, y salió.

Mi ventana dejaba ver colinas, un declive de colinas levantándose. Miré a las colinas. Estaba oscureciendo. Nada más que casas encima de colinas. Viejas casas. Tuve la extraña sensación de que estaban deshabitadas, que todo el mundo había muerto, que todo el mundo se había rendido. Escuché a los tres hombres quejarse de la comida, del precio del hospital, de los doctores y enfermeras. Cuando uno hablaba, los otros dos no parecían escuchar, no contestaban. Entonces otro comenzaba a hablar. Hacían turnos. No había otra cosa que hacer. Hablaban vagamente, eliminando sujetos. Estaba allí con un okie, un cameraman y el pájaro amarillo meado. Fuera de mi ventana una cruz cambiaba intermitentemente de color en medio del cielo -primero era azul, y entonces se ponía roja, y luego azul de nuevo-. Era de noche y cerraron las cortinas alrededor de nuestras camas. Me sentí mejor, y me di cuenta de que el dolor o la posible muerte no me acercaban a la humanidad, sino más bien al contrario. Empezaron a llegar visitantes. Yo no tuve ninguno. Me sentía como un santo. Miré por mi ventana y vi algo escrito cerca de la cruz luminosa intermitente, MOTEL, decía. Los cuerpos allí estarían tumbados en mejor armonía. Follando.

7

Un pobre diablo vestido de verde entró y me afeitó el culo. ¡Había trabajos tan terribles en este mundo! Este era uno que yo no conocía.

Me pusieron una especie de gorro de baño en la cabeza y me echaron encima de una camilla. Ya estaba. El quirófano. El cobarde deslizándose por pasillos hacia la muerte ridícula. Había un hombre y una mujer, me empujaban la camilla y sonreían, parecían muy tranquilos. Me metieron en un ascensor. Había cuatro mujeres en él.

– Voy al quirófano. ¿A alguna de ustedes, señoras, le gustaría cambiar el puesto conmigo?

Ellas se pegaron a la pared y rehusaron contestar.

En la sala de operaciones esperamos la llegada de Dios. Dios entró por fin:

– ¡Bienn, bienn, bienn, aquí está mein amigo!

Ni siquiera me molesté en replicar una mentira tan evidente.

– Póngase boca abajo, porr favorr.

– Bueno -dije-, supongo que es demasiado tarde para echarme atrás.

– Ya -dijo Dios-. ¡Aboga está usted en nuegstro poderr!

Vi cómo me ataban con correas. Me abrieron las piernas. Entró el primer espinal. Sentí cómo me ponían toallas por la espalda y alrededor del ojo del culo. Otro espinal. Un tercero. Yo no paraba de hablar, de gritar e insultarles. El cobarde, el showman, silbando en la oscuridad.

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