Charles Bukowski - Mujeres

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Este gigantesco maratn sexual es un proceso de aprendizaje, de conocimiento, en el que Bukowski no escatima sarcsticas observaciones de s mismo, y en el que el machismo de textos anteriores queda seriamente erosionado; todo ello unido a incontables borracheras.Bukowski parace sugerir que las alternativas – una carrera ms respetable, literaria o la que fuese – son an ms deshumanizadas.

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Cuando bajé por las escaleras, el viejo tenía ya la cabeza apoyada sobre la barra. La había cogido. No habíamos comido nada ese día y no pudo resistir mucho alcohol. Había un dólar y algo de cambio al lado de su cabeza. Por un momento pensé en llevarle conmigo, pero ni siquiera sabía cuidar de mí mismo. Me fui. Hacía frío y caminé hacia el norte.

Me sentía mal por haber abandonado al viejo allí, a merced de los pequeños buitres del pueblo. Me pregunté si su mujer pensaría alguna vez en él. Decidí que seguramente no lo hacía, o si lo hacía, difícilmente sería igual al modo en que él pensaba en ella. El mundo entero se arrastraba con gente triste y herida como él. Yo necesitaba un sitio para dormir. La cama en la que había estado con la chica mexicana había sido la primera que había tocado en tres semanas.

Algunas noches después descubrí que cuando hacía frío, las astillas de mi mano empezaban a moverse. Podía sentir dónde estaba cada una. Empezaba a hacer frío. No puedo decir que odiase al mundo, a los hombres y mujeres, pero sentía un cierto asco que me separaba de obreros y comerciantes, de mentirosos y amantes, de la gente feliz y hombres poderosos, de padres de familia y padres del conocimiento, de la esperanza, de la lucha, de la fuerza, de sabios y funcionarios, de muertos y médicos y sacerdotes, y ahora, décadas más tarde, siento el mismo asco. Por supuesto, sólo es la historia de un hombre, o una visión de la realidad por un hombre. Si sigues leyendo, quizás la próxima historia sea más alegre. Eso espero.

Maja Thurup

Había tenido un amplio eco en la prensa y la televisión y la señora iba a escribir un libro contándolo todo. El nombre de la señora era Hester Adams, dos veces divorciada y con dos hijos. Tenía 35 años y uno adivinaba que éste iba a ser su último vuelo. Las arrugas estaban apareciendo, los pechos iban cayéndose, los tobillos gruesos, se notaba la celulitis en los muslos, los michelines. América había establecido que la belleza sólo residía en la juventud, especialmente en las hembras. Pero Hester Adams tenía la oscura belleza de la frustración y la esperanza perdida; todo ello se arrastraba por su ser, todas las ilusiones perdidas, y le daban un algo sexual, como una mujer marchita, furiosa y desesperada sentada en un bar lleno de hombres. Hester había mirado a su alrededor, había visto pocos signos de ayuda en el macho americano, y se había subido en un avión rumbo a Sudamérica. Se había adentrado en la jungla con su cámara, su máquina de escribir portátil, sus gruesos tobillos y su piel blanca, y se había liado con un caníbal, un caníbal negro: Maja Thurup. Maja Thurup tenía una cara digna de ser observada; parecía estar escrita con miles de resacas y tragedias. Y era verdad -había tenido miles de resacas-, y las tragedias le venían siempre por el mismo motivo: Maja Thurup estaba muy colgado, inmensamente colgado, e increíblemente sexuado. Ninguna mujer del poblado le aceptaba. Encima había reventado a dos chicas con su aparato. A una la había tomado por delante y a otra por detrás. Lo mismo dio.

Maja era un hombre solitario y bebía y rumiaba su soledad hasta que Hester Adams llegó con un guía, con su piel blanca y su cámara. Después de las presentaciones formales y unos cuantos tragos al lado del fuego, Hester había entrado en la choza de Maja y allí había recibido todo lo que él podía darle y aún había pedido más. Era un milagro para los dos, así que se casaron en una ceremonia tribal que duró tres días, durante la cual fueron asados y consumidos algunos prisioneros de una tribu enemiga, entre danzas, encantamientos y borracheras. Fue después de la ceremonia, al evaporarse la resaca general, cuando empezaron los problemas. El brujo, habiéndose dado cuenta de que Hester no había probado la carne de los enemigos asados (guarnecidos con piña, aceitunas y nueces) anunció a todo el mundo que ella no era una diosa blanca, sino una hija del dios del mal, Ritikan (hacía siglos, Ritikan había sido expulsado del cielo de la tribu por su negativa a comer otra cosa que no fuesen vegetales, frutas y nueces). Este anuncio causó gran impresión y furor en la tribu, y dos amigos de Maja Thurup fueron inmediatamente ajusticiados por haberse atrevido a sugerir que el hecho de que Hester hubiese podido albergar todo el aparato de Maja ya era de por sí un milagro, y que por tanto no necesitaba ingerir otras formas de carne humana -al menos, temporalmente-.

Hester y Maja huyeron a América, a North Hollywood para ser precisos, y Hester comenzó los procedimientos para convertir a Maja Thurup en ciudadano norteamericano. Como profesora improvisada, Hester se dispuso a instruir a Maja en el uso de vestidos, en el idioma, la cerveza y los vinos californianos, la televisión y los alimentos comprados en el supermercado de la esquina. Maja no sólo veía la televisión, sino que incluso apareció en ella con Hester y declararon su amor ante millones de espectadores. Luego volvieron a su apartamento de Norh Hollywood e hicieron el amor. Después de eso, Maja se sentaba en medio del salón con sus cartillas de gramática, bebiendo cerveza y vino, entonando cantos nativos y tocando el bongo. Hester trabajaba en el libro sobre Maja y ella. Un gran editor lo estaba esperando. Todo lo que Hester tenía que hacer era ponerlo en solfa. Era fácil.

Una mañana yo estaba en la cama, eran alrededor de las ocho. El día anterior había perdido 40 dólares en Santa Anita, mi cuenta en el Banco Federal de California estaba quedándose peligrosamente baja, y no había escrito una historia decente en un mes. Sonó el teléfono. Me desperté, gargajeé, tosí y lo cogí.

– ¿Chinaski?

– ¿Sí?

– Soy Dan Hudson.

Dan llevaba la revista Flare de Chicago. Pagaba bien. Era el editor y director.

– Hola, Dan, madrecita.

– Mira, tengo una cosa justo para ti.

– Claro, Dan. ¿Qué es?

– Quiero que entrevistes a esta perra que se ha casado con un caníbal. Pon mucho sexo. Mezcla el amor con el horror, ¿comprendes?

– Comprendo. Lo he estado haciendo toda mi vida.

– Hay 500 dólares para ti si lo tienes listo antes del día 27.

– Dan, por 500 dólares soy capaz de convertir a Burt Reynolds en una lesbiana.

Dan me dio la dirección y el número de teléfono. Me levanté, me eché agua por la cara, tomé dos Alka-Seltzers, abrí una botella de cerveza y telefoneé a Hester Adams. Le dije que quería publicar su relación con Maja Thurup como una de las grandes historias de amor del siglo XX. Para los lectores de la revista Flare. Le aseguré que el artículo ayudaría a Maja a obtener la ciudadanía norteamericana. Ella accedió a una entrevista a la una de la tarde.

Era un apartamento en un tercer piso. Ella abrió la puerta. Maja estaba sentado en el suelo con su bongo, bebiendo un oporto barato directamente de la botella. Estaba descalzo, vestido con unos gruesos jeans y una camiseta blanca con bandas negras. Hester iba vestida del mismo modo. Me trajo una botella de cerveza, yo saqué un cigarrillo del paquete que había sobre la mesita y comencé la entrevista.

– ¿Cuándo conoció a Maja?

Hester me dio una fecha. También me dijo la hora y el lugar exactos.

– ¿Cuándo empezó a tener sentimientos amorosos hacia Maja?

– Bueno -dijo Hester- fue cuando…

– Ella amarme cuando le metí la cosa -le interrumpió Maja desde la alfombra.

– ¿Ha aprendido el idioma muy deprisa, no?

– Sí, es muy brillante -dijo Hester.

Maja cogió su botella y se tiró un buen trago.

– Le puse esta cosa en ella, ella decir, «¡Oh dios mío oh dios mío oh dios mío!». ¡Ja, ja, ja, ja!

– Maja está maravillosamente dotado -dijo ella.

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