Debí de pasarme más de una hora mirando el álbum antes de coger la pluma y ponerme a escribir. La conmoción de los últimos días obedecía a algún motivo, y en ausencia de datos que apoyaran una u otra interpretación, no tenía nada en que basarme aparte del instinto y ciertas sospechas. Debía de haber una historia detrás de los desconcertantes cambios de humor de Grace, de sus lágrimas y sus enigmáticas palabras, de su desaparición el miércoles por la noche, del trabajo que le había costado llegar a una decisión con lo del niño, y esa historia, cuando me senté a escribir, empezaba y terminaba con Trause. Podía equivocarme, desde luego, pero ahora que la crisis parecía haber pasado, me sentía lo bastante seguro para considerar las más siniestras y perturbadoras posibilidades. Imagínatelo, dije para mis adentros. Imagínatelo, y luego mira a ver lo que sale.
Dos años después de la muerte de Tina, una Grace adulta e irresistiblemente atractiva visita a Trause en Portugal. Él ya ha cumplido los cincuenta, es un cincuentón aún joven y vigoroso que lleva años interviniendo en ciertos aspectos de su desarrollo: enviándole libros para leer, recomendándole cuadros para estudiar, incluso ayudándola a adquirir una litografía que se convertirá en su posesión más preciada. Ella probablemente está enamorada en secreto de él desde la adolescencia, y Trause, que la conoce desde que nació, siempre le ha tenido mucho cariño. Ahora es un hombre solo, que aún lucha por recobrar el equilibrio tras la muerte de su mujer, y ella, una joven en el apogeo de su belleza, tan afectuosa y compasiva, tan dispuesta, está verdaderamente loca por él. ¿Quién podría reprocharle que se hubiera enamorado de ella? En mi opinión, cualquier hombre en su sano juicio habría hecho lo mismo.
Se hacen amantes. Cuando el hijo de Trause, de catorce años, llega a casa, se siente asqueado por su dudoso comportamiento. Nunca le ha caído bien Grace, y ahora que ha usurpado su posición, robándole a su padre, se dedica a sabotear su felicidad. Pasan una época horrorosa. Finalmente, Jacob se convierte en tal incordio que lo echan de casa y lo mandan de vuelta con su madre.
Trause ama a Grace, pero Grace tiene veintiséis años menos que él, además de ser la hija de su mejor amigo. Y poco a poco, pero implacablemente, el remordimiento triunfa sobre el deseo. Se está acostando con una muchacha a la que cantaba nanas cuando era pequeña. Si se tratara de cualquier otra mujer de veinticuatro años, no habría problema alguno. Pero ¿cómo puede presentarse ante su mejor amigo y decirle que está enamorado de su hija? Bill Tebbetts lo tacharía de pervertido y lo echaría a patadas de su casa. Sería un escándalo, y si Trause se mantenía en sus trece y decidía casarse con ella de todas formas, Grace empezaría a sufrir. Su familia se volvería contra ella, y él nunca podría perdonárselo. Le dice que debe estar con un hombre de su edad. Si se queda con él, advierte, será viuda antes de cumplir los cincuenta.
Concluye el idilio y Grace vuelve a Nueva York, deshecha, incrédula, con el corazón destrozado. Pasa año y medio y entonces Trause regresa a su vez a Nueva York. Se instala en el apartamento de la calle Barrow y la aventura amorosa se reanuda, pero a pesar de lo mucho que la quiere, persisten las dudas y el conflicto de antaño. El lo mantiene en secreto (para evitar que la noticia llegue a su padre) y Grace le sigue la corriente, indiferente a la cuestión del matrimonio ahora que ha recuperado a su amante. Cuando algún compañero de Holst y McDermott la invita a salir, lo rechaza. Su vida privada es un misterio, y la hermética Grace nunca cuenta nada.
Al principio todo va bien, pero al cabo de dos o tres meses empieza a establecerse una pauta de conducta y Grace comprende que está atrapada en un mecanismo. Trause la quiere y a la vez no la quiere. El sabe que debe renunciar a ella, pero es incapaz de hacerlo. Desaparece y reaparece, se aleja y vuelve, y siempre que la llama ella vuela a sus brazos. La ama un día, una semana o un mes, y luego vuelven sus dudas y se aparta de nuevo. El mecanismo se pone en marcha y se para, se enciende y se apaga… y Grace no tiene acceso al interruptor. No puede hacer nada para cambiar esa pauta.
Nueve meses después del comienzo de esa locura, aparezco yo. Me enamoro de Grace, y, pese a su relación con Trause, no le resulto del todo indiferente. La persigo incansablemente, a sabiendas de que hay otro, consciente de que existe un rival anónimo que compite por su cariño, pero incluso después de que me presenta a Trause (John Trause, escritor famoso y amigo de la familia desde hace muchos años), ni por un momento se me ocurre que ése es el otro hombre que hay en su vida. Durante varios meses va y viene entre los dos, incapaz de decidirse. Cuando Trause vacila, Grace viene a mí; cuando Trause quiere volver, ella no desea verme. Esas decepciones me hacen sufrir lo indecible, aunque no pierdo la esperanza de que todo se arregle, pero entonces ella rompe conmigo, y doy por hecho que la he perdido para siempre. Puede que lamente su decisión en el momento en que cae de nuevo en el mecanismo, o que Trause la quiera tanto que empiece a empujarla hacia mí, sabiendo que yo represento para ella un futuro más prometedor que la vida oculta y sin salida que ella lleva con él. Incluso es posible que la convenza para que se case conmigo. Eso explicaría su repentino e inexplicable cambio de parecer. No sólo quiere volver conmigo, sino que a renglón seguido declara que quiere ser mi mujer, y que cuanto antes nos casemos, mejor.
Vivimos una época dorada que dura dos años. Estoy casado con la mujer que amo, y Trause entabla amistad conmigo. Respeta mi trabajo como escritor, le gusta mi compañía y cuando los tres estamos juntos no detecto señales de su antigua relación con Grace. Se ha convertido en una figura casi paternal, llena de afecto, y en la medida en que considera a Grace su hija imaginaria, a mí me trata como a un hijo imaginario. Al fin y al cabo, es en parte responsable de nuestro matrimonio, y no va a hacer nada que pueda ponerlo en peligro.
Entonces ocurre la catástrofe. El 12 de enero de 1982, sufro un desvanecimiento en la estación del metro de la calle Catorce y me caigo por las escaleras. Tengo varios huesos rotos. Desgarro en órganos internos. Dos traumatismos distintos en la cabeza y trastornos neurológicos. Me llevan al Saint Vincent's Hospital y me tienen cuatro meses allí. Durante las primeras semanas, los médicos se muestran pesimistas. Un día, el doctor Justin Berg lleva a Grace aparte y le confiesa que han renunciado a toda esperanza. Dudan que viva más de unos días, y le aconseja que se vaya preparando para lo peor. Si él estuviera en su lugar, concluye, iría pensando en posibilidades de donación de órganos, en funerarias y cementerios. La franqueza y frialdad de que hace gala el médico horrorizan a Grace, pero el veredicto parece inapelable, y no le queda más remedio que resignarse ante la perspectiva de mi muerte inminente. Sale del hospital tambaleándose, destrozada por las palabras del médico, y sin dudarlo se encamina a la calle Barrow, que sólo está a unas manzanas de allí. ¿A quién puede dirigirse en un momento así sino a Trause? John tiene en casa una botella de whisky escocés, y Grace empieza a beber nada más sentarse. Bebe mucho, y al cabo de media hora rompe a llorar de manera incontrolable. Trause se acerca a ella para consolarla, la rodea con los brazos y le acaricia la cabeza, y antes de que se dé cuenta de lo que hace, Grace tiene los labios apretados contra los suyos. No se han tocado en más de dos años, y el beso les vuelve a traer todo a la memoria. Sus cuerpos recuerdan el pasado, y una vez que empiezan a revivir lo que han sentido juntos, ya no pueden detenerse. El pasado triunfa sobre el presente, y de momento el futuro ya no existe. Grace se abandona. Y Trause no encuentra fuerzas para resistirse.
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