Igor Krisov besó la mano de Amelia y sin añadir palabra salió de la casa perdiéndose entre las primeras sombras de la noche.
– No quiero reproches -le advirtió Pierre a Amelia.
Ella se restregó los ojos intentando borrar las lágrimas. Se sentía anonadada por lo que había escuchado. No sabía muy bien ni qué hacer ni qué decir, pero era plenamente consciente que estaba despertando de un sueño, y la realidad que tenía ante sí la sobrecogía. Permanecieron un buen rato en silencio, esforzándose por recobrar la serenidad suficiente para poder enfrentarse el uno al otro. Fue Pierre quien rasgó con sus palabras el silencio que se había instalado entre ellos.
– No tiene por qué cambiar nada, a ti tanto te da mi grado de colaboración con la Unión Soviética; sólo que ahora, por el hecho de saberlo, estás expuesta a más peligros. Por tu propia seguridad debes olvidar cuanto has escuchado esta tarde, no podrás confiárselo a nadie, ni siquiera lo hablaremos entre nosotros. Es lo mejor.
– ¿Así de fácil? -preguntó Amelia.
– Sí, podemos hacerlo así de fácil, depende de ti.
– Entonces siento decirte que no será posible, porque no podré olvidar lo que he oído hoy. Pretendes que no le dé mayor importancia al hecho de que me hayas engañado, y manipulado, a que seas un espía, a que tu vida, y también la mía, dependa de unos hombres que están en Moscú. No, Pierre, lo que quieres no es posible.
– Pues tendrá que ser así, de lo contrario…
– De lo contrario, ¿qué? Dime ¿qué harás si no acepto lo quieres imponerme? ¿A quién se lo contarás? ¿Qué me harán?
– ¡Basta, Amelia! No lo hagas todo más difícil de lo que ya lo es.
– No soy yo la responsable de esta situación, sino tú, tú eres el culpable. Me has engañado, Pierre, y sabes, yo te habría seguido igual, no me habría importado lo que fueras, habría abandonado a mi hijo y a mi marido por ti aunque me hubieras dicho que eras el mismísimo demonio. ¡Te quería tanto!
– ¿Es que ya no me quieres? -preguntó Pierre con un tono de alarma en la voz.
– Ahora mismo no lo sé, si te soy sincera. Me siento vacía, incapaz de sentir. No te odio, pero…
Pierre sufrió un ataque de pánico. Lo único que jamás se le habría ocurrido prever es que Amelia dejara de quererlo, que dejara de ser la joven bella y obediente que le demostraba continuamente una devoción absoluta. Se había acostumbrado a que ella lo quisiera y la sola idea de perderla se le antojaba insoportable. En aquel momento se dio cuenta de que amaba a aquella joven que le había seguido hasta al otro extremo del mundo y de que no se imaginaba el resto de su vida sin ella. Se acercó a Amelia y la abrazó pero sintió su cuerpo rígido, rechazando su cercanía.
– ¡Perdóname, Amelia! Te suplico que me perdones. Mi única intención era no ponerte en peligro…
– No, Pierre, eso te daba lo mismo. Aún no sé por qué me has traído hasta aquí, pero sé que no ha sido porque sintieras un amor como el mío -respondió ella mientras se deshacía de su abrazo.
Pierre se dio cuenta de que aquella noche Amelia había dejado de ser una joven para convertirse en una mujer, y que la que aparecía ante él le resultaba una desconocida.
– No dudes de que te quiero. ¿Crees que te habría pedido que abandonaras a tu familia y vinieras conmigo si no te quisiera? ¿Crees que no me importa la opinión de mis padres? Y aun así…
– Soy yo la que te he querido, y la que creí que tú me amabas a mí con la misma pasión. Esta noche he descubierto que nuestra relación está asentada sobre una mentira, y me pregunto cuántas otras no me habrás dicho.
– ¡No pongas en duda lo importante que eres para mí!
Amelia se encogió de hombros con indiferencia; sentía que ya nada la ataba a aquel hombre por el que tanto había sacrificado.
– Necesito pensar, Pierre, tengo que decidir qué voy a hacer con mi vida.
– ¡Nunca te dejaré! -afirmó él mientras volvía a abrazarla.
– No se trata sólo de lo que tú quieras sino también de lo que yo desee, y eso es lo que voy a pensar. Si no te importa dormir en el sofá, me quedaré aquí, de lo contrario le pediré a Gloria que me acojan en su casa durante unos días.
Estuvo tentado de negarse pero no lo hizo sabiendo que en aquel momento no podía plantear ninguna batalla sin perderla.
– Siento haberte herido y sólo espero que me puedas perdonar. Dormiré en el sofá y no te importunaré con mi presencia más que lo imprescindible. Sólo te pido que tengas presente que te quiero, que no me imagino la vida sin ti.
Amelia salió del salón y se encerró en el dormitorio. Quería llorar pero no pudo. Para su sorpresa, se quedó dormida de inmediato.
A partir de aquella noche, entre ellos se estableció una rutina repleta de silencios. Aunque Pierre se mostraba extremadamente deferente, procuraban evitarse.
Una de las escasas conversaciones que tuvieron fue cuando Amelia le preguntó si había denunciado a Igor Krisov.
– Era mi deber informar de su presencia aquí, Krisov es un desertor.
Ella lo miró con desprecio y Pierre la increpó malhumorado.
– ¡Si no hubiese informado nos habríamos convertido en sospechosos, en colaboradores de un desertor! ¡Nunca seré un traidor!
– Krisov se comportó decentemente contigo -musitó Amelia.
Unos días más tarde, Natalia se presentó en la casa preocupada porque Pierre había dejado de visitarla, incluso de llamarla, y no pudo evitar una secreta alegría cuando se dio cuenta de la crisis por la que atravesaba la pareja.
– Perdonad que me presente sin avisar, pero os echaba de menos -dijo a modo de saludo cuando Amelia le abrió la puerta.
– Pasa, Natalia, Pierre está trabajando en el salón. ¿Quieres un té?
– Me vendrá bien, hace frío. ¿Cómo estás? No fuiste al almuerzo en casa de Gloria, te echamos de menos.
– Como le dije a ella, estoy un poco resfriada.
Natalia observó que Amelia no tenía ningún síntoma de ello, pero no dijo nada; en cambio, sí que le preocupó el saludo glacial de Pierre.
– ¡Vaya, no te esperábamos! ¿Cómo tú por aquí?
– Bueno, os echaba de menos, llevo una semana sin saber de vosotros y todo el mundo me pregunta qué pasa con el «trío inseparable»…
Pierre no respondió y puso cara de fastidio cuando Amelia dijo que iba a la cocina a preparar un poco de té.
– Yo no quiero tomar nada, tengo trabajo -dijo sin disimular su malhumor.
– No estaré mucho tiempo -respondió Natalia, cada vez más incomoda.
En cuanto Amelia salió de la sala miró a Pierre, dispuesta a exigirle una explicación.
– ¿Quieres decirme qué sucede?
– Nada.
– ¿Cómo que nada? Tengo informaciones importantes que darte y tú no te has puesto en contacto conmigo. Además… bueno… además te echo de menos a mi lado -susurró.
– ¡Calla! No quiero que me digas nada aquí, ya te llamaré.
– Pero ¿cuándo?
– En cuanto pueda.
Amelia entró con una bandeja con una tetera y tres tazas además de tarta de manzana que había comprado en El Gato Negro, una tienda propiedad de un español en la que uno podía encontrar de todo.
Por más que Natalia intentó animar la charla, ni Amelia ni Pierre parecían dispuestos a ayudarla. Se notaba la tensión entre ellos y cómo evitaban dirigirse el uno al otro. Natalia decidió que era mejor dejarles solos. Pero antes de marcharse, mientras Amelia iba a por su abrigo, le indicó a Pierre por lo bajo que era urgente que se vieran. Él asintió sin decir palabra.
Cuando Natalia se marchó, Amelia entró en el salón y se sentó frente a la mesa donde estaba Pierre.
– He tomado una decisión, y creo que cuanto antes te la diga será mejor para los dos. Nuestros amigos llaman y quieren saber por qué no aceptamos sus invitaciones y, ya ves, hasta Natalia se ha presentado en casa preocupada.
Читать дальше