Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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Anochecía cuando Amelia volvió a su casa, donde Pierre, nervioso, la estaba esperando.

– ¡Pero dónde te has metido! ¡Me has tenido muy preocupado! Gloria llamó hace un rato para decirme que a lo mejor tenía un trabajo para ti. ¿Quieres explicarme que es eso de que vas a trabajar? No lo has consultado conmigo, y desde ahora te digo que ni lo sueñes.

Pero Amelia ya no era la dulce joven que había conocido Pierre y le respondió con brusquedad, defendiendo su recién iniciado camino hacia la independencia.

– No soy de tu propiedad. Que yo sepa, estás en contra de ella, de manera que mucho menos vas a ser propietario de un ser humano, en este caso de mí. He decidido trabajar, ganar dinero y comprar un pasaje en cualquier barco que me lleve a Francia. Le pregunté a Gloria si sabía de algún trabajo, pero he tenido suerte y lo he encontrado sola, y ya he comenzado a trabajar.

Pierre la escuchó en silencio y cada palabra la fue sintiendo como un puñetazo en el estómago.

– Amelia, te he pedido perdón… Te he explicado hasta lo que, por tu propia seguridad, no deberías saber… ¿Qué más quieres? ¿Ya no te basta con que te ame? Me decías que era lo único que te importaba, que yo te quisiera…

– Tienes que aceptar que las cosas han cambiado, que yo he cambiado. No puedes pretender haberme engañado como lo has hecho y que no suceda nada. ¿Tan poco me valoras, Pierre? Claro que… seguramente tienes motivos sobrados para pensar en mí como en una idiota. Me has manejado como un títere, te he seguido ciegamente, sin pensar, pero me he despertado, Pierre; tu amigo Krisov me ha devuelto a la realidad, y no creas que te culpo más de lo que lo hago a mí misma. Me desprecio por todo lo que he hecho, de manera que acepta que te desprecie también a ti.

– ¿Y nuestros ideales, nuestros sueños? íbamos a cambiar el mundo.

– Eran tus sueños y tus ideales, pero ya no son los míos, Pierre; ahora mi único sueño es regresar a mi país y estar con los míos. Sé que ni mi padre ni mi tío habrán secundado a quienes se han levantado contra la República y temo por ellos, al igual que por Santiago y por mi hijo.

– No me dejes, Amelia -le suplicó Pierre.

– Lo siento, pero en cuanto pueda, me iré.

Gloria y Martin insistieron en invitarles a cenar. Estaban preocupados por la pareja y convencidos de que sus desavenencias serían pasajeras. Amelia se resistía pero al final cedió y, una noche después de terminar su trabajo en la pastelería, se reunió con Pierre y los Hertz.

A Amelia le gustaba hablar con Martin porque siempre lo hacían en alemán. El había insistido en que practicaran el idioma para que no se le olvidara.

– Me sorprende el buen acento que tienes -comentó Martin.

– Eso me decía mi amiga Yla, pero si no fuera por ti lo terminaría olvidando.

– Sabes, he recibido carta de un tío mío que ha logrado llegar a Nueva York. Si quieres le digo que busque a Yla y a sus padres, pero deberías darme algún dato para saber por dónde han de empezar a buscar.

– No lo sé, Martin, no lo sé, mi prima Laura sólo me dijo que herr Itzhak se había rendido a la evidencia del peligro que Hitler supone para los judíos y que estaba preparando el viaje de Yla a Nueva York. ¡Ojalá lo haya conseguido!

Hablaron de todo y de nada, pero a pesar de los esfuerzos de los Hertz por animar la charla, ni Amelia ni Pierre estaban de humor ni conseguían disimular la enorme fisura que había entre ellos.

Poco a poco, Pierre se fue acostumbrando a la nueva rutina impuesta por Amelia. Dormían separados, él en el sofá y ella en el cuarto que habían compartido hasta la noche que apareció Igor Krisov.

Amelia se levantaba rayando el alba, dejaba el almuerzo preparado a Pierre y se marchaba a la pastelería, donde doña Sagrario le iba enseñando todo su saber de repostera. En ocasiones Amelia tenía que hacerse cargo sola del negocio, porque don José no se encontraba bien o, como había sucedido en un par de ocasiones, porque tenían que hospitalizarle.

Cuando regresaba a casa saludaba a Pierre pero no se entretenía a conversar con él, ni siquiera le preguntaba cómo le había ido la jornada. Solía acabar exhausta y deseosa de poder descansar.

Pierre, por su parte, había continuado su relación amorosa con Natalia. La visitaba más a menudo ahora que Amelia y él dormían separados.

Informó a Natalia de que la relación con Amelia no iba bien y la mujer se aplicó con esmero para cubrir todos los huecos que pudiera dejar libres la española. Natalia se arriesgaba cada vez más sustrayendo documentos de la Casa de Gobierno para demostrar a Pierre que estaba dispuesta a cualquier locura por él.

Miguel López seguía siendo una fuente de información privilegiada, ya que le suministraba los informes cifrados de los embajadores de Argentina en todas las partes del mundo.

El controlador de Pierre, que ejercía como secretario del embajador, le felicitaba de cuando en cuando asegurándole que en Moscú estaban satisfechos con su trabajo, y aunque no le había vuelto a mencionar que debía viajar allí, Pierre no podía dominar la inquietud que le producía el que se lo volviera a decir, porque las advertencias de Krisov habían anidado en su ánimo llenándole de temor.

No fue hasta las Navidades de 1937 cuando se produjeron novedades en la vida de Amelia y de Pierre.

Amelia se carteaba con Carla Alessandrini y guardaba sus cartas como joyas preciosas. La diva le comentaba sus éxitos o se explayaba sobre los inconvenientes de alguno de sus ajetreados viajes, pero sobre todo le daba su opinión sobre la marcha de la guerra civil en España, donde Carla tenía algunos amigos.

Amelia le había pedido en su última misiva que intentara ponerse en contacto con su prima Laura Garayoa para saber de su familia.

Pierre, sin que Amelia lo supiera, leía estas cartas cuando ella salía a trabajar. Temía perder totalmente el control sobre ella y se excusaba ante sí mismo diciéndose que si leía las cartas de Carla era para proteger a Amelia, no fuera a ser que ésta le confiara a la diva lo que no debía.

Siempre esperaba a que Amelia las hubiera leído para rebuscar en la cómoda donde las guardaba.

Gloria y Martin les invitaron a cenar el 24 de diciembre para celebrar la Nochebuena. Aunque Martin era judío, no había dudado en incorporar a su vida cotidiana las fiestas católicas y solía bromear con su mujer al respecto diciéndole que ellos disfrutaban de más fiestas que el resto de la gente.

Aunque Amelia no tenía ningunas ganas de celebrar la Navidad, no quiso desairar a sus amigos y aceptó acudir con Pierre a la cena.

Los Hertz habían invitado a una docena de personas, entre los que se encontraba el doctor Max von Schumann, amigo de la infancia de Martin, además de médico como él.

– Amelia, quiero que conozcas a Max, mi mejor amigo -les presentó Martin, dirigiéndose a Amelia en alemán.

Ella respondió en el mismo idioma y los tres iniciaron una conversación que parecía molestar a Pierre, puesto que no les entendía.

– ¿Quién es ese amigo vuestro? -preguntó el francés a Gloria.

– Nuestro querido Max… el barón Von Schumann. Martin y él se conocen desde niños, y estudiaron medicina juntos; Max es cirujano y, según Martin, el mejor.

– Así que es un aristócrata…

– Sí, es barón y médico militar por tradición familiar. Pero sobre todo es una gran persona.

– ¿Y su esposa?

– No se ha casado aún, pero no tardará mucho en hacerlo. Está comprometido con la hija de unos amigos de sus padres, la condesa Ludovica von Waldheim.

– ¿Y qué hace en Buenos Aires?

– Visitar a Martin. Max hizo lo imposible para que él pudiera salir de Alemania, y ha ayudado a su familia cuanto ha podido, y también a sus numerosos amigos judíos. Se quieren como hermanos y para nosotros es una gran alegría que haya venido a visitarnos.

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