Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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El patrón le cedió la buhardilla pero pidió a mi padre que no le dijera a su esposa que no estaba casado, que mi madre, Lola, no era su legítima, porque de lo contrario tendrían problemas los dos. A él tanto le daba el estado civil de mis padres; era un comerciante pragmático satisfecho con tener a un chófer a su disposición las veinticuatro horas, y sobre todo discreto, ya que todos los jueves por la tarde mi padre le llevaba a cierta casa, donde le esperaba una joven a la que mantenía; incluso en alguna ocasión, cuando viajaban a Madrid por negocios, ella le acompañaba. Así que llegaron a un acuerdo: la buhardilla grande, pero menos sueldo.

A los pocos días de llegar a Barcelona fui con Lola a casa de doña Anita. Y allí estaba Amelia. Doña Anita era viuda de un librero del que había heredado la librería y sus convicciones comunistas, o acaso fue él quien se contagió de ella. Doña Anita, antes de ser tratada como «doña», había ejercido como planchadora y entre sus clientes estaba la familia del librero. Al parecer, por aquel entonces ella ya militaba con los comunistas. Como era una chica lista, terminó engatusando al hijo, con el que se casó, pero tenía la salud muy frágil y murió a edad temprana de un ataque al corazón. Ella defendió con uñas y dientes frente a sus suegros el quedarse al frente de la librería que había sido de su marido, y lo consiguió. Empezó a organizar lo que ella llamaba «tardes literarias», y logró que acudieran muchos intelectuales, aspirantes a escritores, periodistas y políticos de izquierdas. Precisamente en uno de mis libros, el que escribí sobre Alexander Orlov y la presencia de agentes soviéticos durante los años previos a la guerra civil, me refería también a la librería de doña Anita: era un lugar donde se dejaban mensajes, se pasaba información y se realizaban encuentros discretos entre algunos agentes y sus respectivos controladores.

La librería de doña Anita tenía una escalera interior que comunicaba con su casa, situada en la primera planta de un edificio situado cerca de la plaza de San Jaime. Allí fue donde nos reencontramos con Amelia.

– Lola, Pablo, ¡qué alegría! -Amelia parecía contenta de vernos.

– ¿Cómo estás? ¿Va todo bien? -preguntó Lola.

– Sí, sí, soy muy feliz, aunque no puedo dejar de pensar en mi hijo y en…

– ¡Calla! ¡Calla! Has tomado la decisión acertada. Tú y Pierre tenéis una misión que cumplir, y además… os queréis. Amelia, has decidido ser una revolucionaria y para serlo tenías que revolucionar tu propia vida de burguesita tonta.

Lola no se andaba con contemplaciones cuando trataba con Amelia. Con el tiempo he comprendido que sentía una secreta envidia por ella. Amelia era guapa, elegante, afable, tenía cierta cultura, y sobre todo la pátina que le da a uno haber crecido rodeado de cosas bellas, libros, cuadros, muebles… Lola primero había sido asistenta y luego planchadora y costurera, y era lo que era: una proletaria llena de ilusiones, convencida de que había llegado la hora de quienes, como ella, nada tenían.

– No puedo evitarlo. ¡Quiero tanto a Javier! Espero que algún día mi pequeñín entienda lo que he hecho, aunque Pierre me ha prometido que volveré a estar con mi hijo, que esta separación es temporal…

Amelia quería engañarse a sí misma, pero Lola no se lo permitía.

– A tu hijo no le faltará de nada, lo mismo que a tu primo Jesús, que es de la edad de mi Pablo y sin embargo… Pero hay millones de niños que jamás tendrán ni la cuarta parte de lo que tiene el tuyo; es por esos niños por los que tienes que sacrificarse. Olvídate de ti misma, deja tus egoísmos pequeño-burgueses.

Aquella tarde no había mucha gente en casa de doña Anita, quien, por cierto, torció el gesto al verme. Por muy hijo de Lola y Josep que fuera, a ella no le gustaban los mocosos, y lo dijo sin miramientos.

– Aquí el chiquillo está de más.

– No tengo dónde dejarle y Josep me dijo que debía venir aquí a reunirme con él -dijo encogiéndose de hombros.

Lola reconocía en doña Anita a la proletaria que había sido, y a la que reconocía a pesar de la falda de buen corte, de la blusa de seda, de los pendientes de perlas y del cabello bien peinado. A ella no le impresionaba una mujer como doña Anita.

– Esta tarde viene gente importante a ver a Pierre y no quiero que nadie les moleste -insistió doña Anita.

– Pablo no molesta, mi hijo es comunista desde el mismo día en que le parí, y está acostumbrado a las reuniones políticas. Además, conoce bien a Pierre. Díselo tú, Amelia.

– No se preocupe, doña Anita, el niño es muy bueno y no dará guerra.

Josep ocupaba un lugar destacado entre los comunistas catalanes; no era un dirigente de primera, pero sí un hombre de confianza de los jefes. Actuaba de «correo», gracias a su trabajo como chófer y a sus viajes frecuentes a Madrid.

Para un niño, aquélla no fue una tarde divertida. Sentado en una silla, sin que me permitieran moverme, nada podía hacer más que observar. Cuando llegó Pierre, Amelia se dirigió nerviosa hacia él.

– Has tardado mucho -se quejó.

– No he podido venir antes, tenía que ver a unos camaradas.

– ¿Y no podías verles aquí?

– No, a ésos no. Y ahora permíteme hablar con esos caballeros que acaban de entrar, luego te los presentaré. Uno de ellos es el secretario de un miembro del Consell Executiu de la Generalitat.

– ¿Y es comunista?

– Sí, pero su jefe no lo sabe. Ahora calla y escucha. Tienes que acostumbrarte a moverte en estas reuniones. Sobre todo escuchas, y luego me lo cuentas, ya te he dicho que quiero que te acuerdes de todo por insignificante que te parezca. Mira, procura hablar con los de ese grupo, los de la derecha son dos periodistas que tienen mucha influencia aquí en Cataluña, y el hombre con el que están hablando es un dirigente socialista. Seguro que lo que dicen nos puede interesar. Pídele a doña Anita que te los presente, y actúa como te he dicho, hablando poco y escuchando mucho. Eres muy guapa y muy dulce y no desconfiarán de ti.

Pierre la estaba preparando para convertirla en una agente. Una agente que trabajara para él. Amelia era una señorita distinguida, educada, que podía encajar en los ambientes más selectos sin llamar la atención. Pierre se había dado cuenta de aquel potencial y pensaba utilizarlo a su favor. Eso sí, no tenía la más mínima intención de sincerarse con ella, de explicarle que era un agente del INO. Le había contado medias verdades: que si formaba parte de la Internacional Comunista, que si a veces les representaba en algunos de sus viajes llevando algún encargo a camaradas de otros países… y explicaba estas actividades de tal manera que parecieran del todo inocentes, sobre todo a oídos de una mujer tan inexperta como ella.

Amelia se acercó a doña Anita y le dijo en voz baja que Pierre quería que le presentara a los señores que departían animadamente en el fondo del salón.

Doña Anita asintió y la cogió del brazo iniciando una charla intrascendente mientras se iban acercando a los periodistas y al dirigente socialista catalán.

– Mis queridos amigos, ¿os he presentado a Amelia Garayoa? Es una amiga de Madrid que está de visita estos días en Barcelona. Y me comentaba lo agitada que está la capital, ¿verdad, Amelia?

– Sí, en realidad hay mucha gente que está deseando que el gobierno dé muestras de autoridad ante los desórdenes y las provocaciones de la extrema derecha.

– Sí, habría que pararles los pies -reconoció el político socialista.

– ¿Y qué se dice del futuro del presidente Alcalá Zamora? -preguntó uno de los periodistas.

– Qué quiere que se diga. En realidad toda la atención está centrada en don Manuel Azaña.

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