Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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– ¿Por dónde quiere que empiece? -me preguntó sin más preámbulos.

– Había pensado en que me contara si usted vio a Amelia precisamente aquí, en Barcelona, cuando ella se escapó con Pierre. Por lo que me ha contado doña Laura, precisamente en esos días su madre lo trajo a vivir aquí. Y bueno, si usted pudiera informarme sobre quién era realmente Pierre…

– Pierre Comte era un agente del INO.

– ¿Y eso qué es? -pregunté estupefacto, puesto que jamás había escuchado esas siglas.

– Departamento Exterior de Inteligencia, una sección de la NKVD, que a su vez procedía de la Cheka creada en 1917 por Félix Dzerzhinsky. ¿Sabe de lo que le estoy hablando?

Pablo Soler me miraba con curiosidad puesto que yo me había quedado con cara de alelado en vista de su revelación. Me acababa de enterar que aquella bisabuela mía se había fugado con un agente soviético como quien se va de paseo.

– Sé quién fue Félix Dzerzhinsky, un polaco que se encargaba del servicio de seguridad de Lenin y que terminó poniendo en marcha la Cheka, una policía cuyo objetivo era perseguir a los contrarrevolucionarios.

– Si quiere decirlo así… La Cheka fue aumentando su poder y sus funciones y pasó a llamarse GPU, que son las siglas de Dirección Política del Estado, y luego OGPU, que significa Dirección Política del Estado Unificada. Hasta que en 1934 fue incorporado a la NKVD. Pero a usted le sonará más el nombre de KGB, que es como se llamó a partir del cincuenta y cuatro. En aquel entonces la NKVD estaba organizada como un ministerio; de ellos dependía todo: la policía política, los guardias de frontera, el espionaje exterior, los gulag, y dentro de la NKVD estaba el INO, que estaba formado por un auténtico ejército en la sombra que actuaba en todas partes del mundo. Sus agentes eran temibles.

– ¡Caramba con mi bisabuela!

– Cuando Amelia se fugó con el camarada Pierre, no tenía ni idea de a lo que se dedicaba éste. Ni Josep ni Lola le habían dicho nada sobre él, salvo que era un librero de París, y un camarada comunista; tampoco sabían que Pierre era un agente soviético. Y eso que tanto Josep como Lola eran comunistas convencidos, capaces de hacer cualquier cosa que les hubiesen pedido.

– Creía que su madre era socialista.

– Y lo fue al principio, pero terminó militando con los comunistas; a ella no le gustaban las cosas a medias. Lola era todo un carácter.

– Me sorprende que cuando habla de sus padres lo haga con sus nombres de pila…

– Es bueno poner distancia cuando se trata de resaltar unos hechos históricos, pero en mi caso empecé a pensar en ellos como Josep y Lola cuando llegué a la adolescencia. Y, sí, eran comunistas de una pieza, nada ni nadie habría logrado hacer tambalear sus convicciones. Eran tremendos. ¿Sabe? Nunca he dejado de admirarles por su fe en una causa, por su honradez, por su sentido de la lealtad y del sacrificio, pero tampoco he dejado de reprocharles su ceguera.

– Perdone, profesor, le voy a hacer una pregunta que quizá le puede parecer una impertinencia: ¿es usted comunista?

– ¿Cree que hubiese podido dar clases en Princeton si lo fuera? Bastante tuve con mis padres… No, no soy comunista, y nunca he participado de ello, de su idea pueril del paraíso. Me rebelé contra mis padres como suelen hacerlo los jóvenes; en mi caso por cuestiones personales, sobre todo con mi madre, pero en aquel entonces yo era un chiquillo que además adoraba a mi padre, y sentía por él una admiración sin límites.

Si quiere saber qué pienso, se lo resumiré: aborrezco todos los «ismos»: comunismo, socialismo, nacionalismo, fascismo… En definitiva, todo lo que lleva el germen del totalitarismo.

– Pero tendrá usted alguna ideología…

– Soy un demócrata que cree en la gente, en su iniciativa y en su capacidad para salir adelante sin tutelas políticas ni religiosas.

– De manera que le salió usted rana a sus padres…

– ¿Cómo dice?

– Es una expresión coloquial. Supongo que los hijos solemos terminar decepcionando a nuestros padres, nunca somos lo que soñaron que seríamos.

– En mi caso le puedo garantizar que así fue.

– Perdone mi indiscreción, procuraré no volver a interrumpirle.

Pablo comenzó su narración.

«Josep admiraba a Pierre. Creo que, aunque no sabía que era un agente de los soviéticos, por sus idas y venidas y su colaboración con la Internacional Comunista, intuía su importancia, sobre todo porque era evidente que Pierre se dedicaba a recoger información. Le interesaba todo, desde cómo se organizaban los comunistas españoles, hasta los movimientos de los trotskistas o la fuerza de la gente de la CNT, de los socialistas, o del gobierno de Azaña. A veces en alguna conversación dejaba caer que había charlado con algún político de las izquierdas, o que había cenado con algún periodista ilustre.

Pierre tenía la mejor de las coartadas: librero, especialista en libros raros y antiguos. Su librería en París era un referente para todo aquel que buscara una edición rara, un incunable, o libros prohibidos. Eso le permitía viajar por todo el mundo, y relacionarse con las gentes del mundo de la cultura, siempre inquietas y abiertas a las novedades, incluidas las ideológicas. De manera que a nadie le sorprendía que cada cierto tiempo este librero llegara a España, y se quedara un tiempo entre Madrid y Barcelona, a la vez que visitaba otras capitales españolas.

Yo era un crío cuando lo conocí. Me hacía gracia que hablara español con acento francés, también hablaba inglés y ruso. Su madre era una rusa que se había casado con un francés. El padre de Pierre compartía ideología con su hijo, pero la madre daba gracias a Dios por haberse librado de la revolución, ya que muchos de sus familiares desaparecieron sin dejar rastro por la política represiva de Stalin.

Ése era Pierre, un hombre que resultaba irresistible a las mujeres porque era galante y, sobre todo, porque las escuchaba, toda una rareza en una época en que los hombres, incluso los revolucionarios, no se andaban con las sutilezas de hoy en día. Pero Pierre había hecho un arte del saber escuchar, no había nada que no le interesara, nada que considerara una anécdota menor. Parecía que todo lo que le contaban le servía, lo iba almacenando en el cerebro a la espera de que fuera de alguna utilidad. En alguna ocasión mi madre le reprochaba a Josep que no era capaz de escucharla como lo hacía Pierre, y eso que mi padre también cultivaba el don de escuchar, por eso logró convencer a Amelia de las bondades de la revolución.

Amelia se enamoró de Pierre sin pretenderlo. El era muy guapo, y además diferente; vestía con despreocupación pero siempre elegante; derrochaba simpatía y buen humor, y era extremadamente culto, aunque nunca pedante.

Efectivamente, yo me encontré con Amelia y Pierre en Barcelona a principios de abril del treinta y seis. Mi madre y yo llegamos dos días después de que lo hicieran ellos.

Mi padre había decidido que fuéramos a vivir con él. Había conseguido un trabajo para mi madre como costurera en la casa de su patrón.

La buhardilla en que vivía mi padre era más espaciosa que la que ocupábamos en Madrid. Tenía tres piezas y la cocina aparte, incluso disponía de un pequeño excusado con lavabo, lo que en aquel entonces era un lujo. Estaba situada en la última planta de la casa del patrón de mi padre; se la había cedido para tenerle siempre a disposición, día y noche, por si tenía que salir de improviso o llevar a la señora a algún sitio. Antes de darle tanto espacio, mi padre compartía habitación en otra buhardilla con el mayordomo, pero mi padre le explicó a su patrón que quería vivir con su familia y que necesitaba un espacio donde acomodarles o, de lo contrario, tendría que dejar el trabajo y buscarse otro.

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