– No debes ir a casa de esa Magda, puede ser una trampa.
– O puede no ser nada.
– ¿Tienes la dirección?
– Sí…
– ¿Y a qué hora debes estar allí?
– A las seis.
– Iremos antes.
– ¿Iremos?
– Sí, yo iré contigo.
– Pero…
– ¡No hay peros! Harás lo que yo te diga.
No protesté y acepté de buena gana. Salimos de casa nada más terminar de comer.
Fuimos andando hasta la dirección de Magda y desde lejos Amelia estuvo vigilando para ver si veía algún movimiento extraño. Faltaban tres horas para la cita y ella parecía dispuesta a que esperáramos allí. Yo ya estaba aburrido cuando vimos pararse un coche cerca de la casa de Magda. La vi descender del vehículo seguida de un hombre y dirigirse a su casa; parecía preocupada. El hombre no estuvo mucho tiempo, porque volvió a salir al cabo de media hora.
– Quédate aquí y no te muevas -me ordenó Amelia.
– ¿Dónde vas?
– Tú vigila si ves algo sospechoso, no tardaré mucho.
El tiempo se me hizo eterno, y estaba distraído cuando escuché la voz de Amelia junto a mí.
– No estás atento.
La miré pero no parecía ella. Llevaba unas gafas de cristal grueso que le cubrían parte del rostro, y un gorro gris que nunca antes había visto y que le cubría todo el cabello. Tampoco reconocí el abrigo.
– Pero…
– Cállate y espera. No te muevas pase lo que pase. Dame tu palabra.
– Pero…
– ¡Dame tu palabra!
– Sí, te la doy, pero no te entiendo… te has disfrazado y… ¿dónde vas?
– Voy a casa de esa tal Magda.
– Voy contigo.
– No, tú no te moverás de aquí o me pondrás en peligro, y no sólo a mí, tú también lo estarás, y tu padre, y todos tus amigos.
La vi entrar en el portal de Magda. No salió hasta media hora después.
– Llamarás a tu amiga Ilse y le dirás que te has puesto enfermo, y que ella también debería descansar puesto que está acatarrada. Espero que sea lo suficientemente lista como para entender que no debe salir de casa.
– Es mejor que vaya yo a su casa…
– No, no irás a decírselo personalmente. La llamarás y le aconsejarás que se meta en la cama y le diga a todo el mundo que está enferma. ¿Lo has entendido?
– Sí, pero…
– ¡Obedece! Tengo que encontrar a Konrad, esa reunión no se puede celebrar.
Y desapareció. Se perdió entre la gente. Obedecí. Llegué a casa y telefoneé a Use. Podía notar su estupor cuando le dije que debía meterse en la cama hasta que se restableciera del catarro.
– Pero… ¿y la cita?
– Haz lo que te digo, ya hablaremos.
Me metí en mi cuarto para evitar que mi padre notara mi nerviosismo.
Amelia llegó más tarde que de costumbre, mi padre estaba nervioso por la espera.
– ¿Qué te ha pasado? -preguntó mi padre cuando la oyó cerrar la puerta.
– Mucho trabajo, ya sabes que se va a organizar un Congreso por la Paz, y a nuestro departamento lo han cargado de trabajo. Garin no puede con todo y me ha pedido que me quedara para ayudarle.
Yo había salido de mi cuarto y la miré asombrado de que volviera a ser ella. Las gafas, el gorro de lana, el abrigo… todo había desaparecido.
Cuando entró en la cocina para hacer la cena oímos sonar el timbre. Ambos nos sobresaltamos, pero fue ella quien acudió a abrir la puerta.
– No sé si soy inoportuno… -dijo Iván Vasiliev mostrando su mejor sonrisa.
– ¡Claro que no, Iván! Pasa, llegas a tiempo para la cena.
– Gracias, Amelia. Si no fuera por ti, me olvidaría de lo que significa una buena comida. Hoy no he tenido tiempo de traer nada. Estos jovencitos de la universidad han dado mucho trabajo a mis amigos de la KVP -dijo mirándome a los ojos.
– ¿Ah sí? ¿Qué han hecho? -preguntó Max con curiosidad.
– En la KVP los ánimos están alterados. Alguien ha asesinado a uno de sus informadores. La Stasi exige que la investigación pase a ellos, pero en la KVP se niegan. En fin, las peleas habituales entre departamentos.
– ¿Y eso qué tiene que ver con la universidad? -Max seguía interesado en que Iván Vasiliev contara la historia.
– Los jóvenes estaban preparando una manifestación, ¿no has oído nada, Friedrich? Bueno, una manifestación silenciosa pidiendo libertad y sobre todo que se libere a uno de sus profesores que está detenido. Cosas de estudiantes. La policía lo sabía, claro, y tenían preparada una redada. Habrían cogido a una docena de jóvenes y no habría pasado nada más. Pero al parecer los alborotadores tenían prevista una reunión con toda la plana mayor de los activistas universitarios, profesores incluidos. Una buena ocasión para detener a los profesores que corrompen las cabezas de los chicos. Pero el informador debió de cometer algún error y ha aparecido muerto, y curiosamente la reunión no se ha celebrado. En fin, me he pasado la tarde trabajando.
– ¿Ahora te dedicas a perseguir estudiantes? -El tono de Amelia estaba cargado de ironía.
– No, querida, a eso no, pero aunque no es asunto mío me gustaría saber quién disparó al informador de la KVP. Lo hizo con un arma occidental, una Walter PPK, de pequeño calibre. Un arma de mujer, según dicen los expertos. Pero un arma es un arma, no importa su tamaño. El asesino tiene buena puntería, un tiro en el corazón. Murió de inmediato. Ya te digo que debió de ser un profesional. Lo que nos lleva a pensar que estos estudiantes revoltosos y sus profesores tienen buenos amigos en Occidente, ¿no crees?
– Pero cualquiera puede tener un arma así -respondió ella.
– ¿Cualquiera? ¿Tú qué crees, Friedrich…? ¿Has ido esta tarde a la universidad? No sé si sabes que ha habido una redada… Me alegro de que no estés entre los detenidos.
– ¿Y por qué habría de estarlo? Mi hijo ha estado aquí conmigo, y Friedrich sabe que nunca debe meterse en política, nunca; me ha dado su palabra y sé que la cumplirá -le interrumpió oportunamente Max.
– Pero los jóvenes son díscolos y tienen ideas propias, mi querido amigo, aunque me alegro de que Friedrich estuviera aquí, y no tenga nada que ver con los alborotadores.
– Cualquiera puede tener que ver con los alborotadores, todo el mundo se conoce en la universidad -terció Amelia.
– Dejemos hablar a Friedrich -pidió Iván Vasiliev.
Yo debía de estar lívido. Sentía la mirada del coronel traspasarme como si pudiera leer todos mis pensamientos.
– Yo… la verdad es que me ha puesto nervioso lo que ha contado. No es una buena noticia saber que ha habido una redada, que se han podido llevar a gente que conozco… Y… si puedo ser sincero diré que cuando uno es joven sueña con construir un futuro mejor y eso no puede ser un delito.
No sé de dónde saqué fuerzas para esa parrafada, pero pareció impresionar a Iván Vasiliev.
– Vaya, veo que eres valiente saliendo en defensa de tus compañeros. ¿Sabes?, tienes razón, cuando uno es joven quiere cambiar el mundo, sólo que el mundo ya lo cambiamos los de mi generación. Gobierna el pueblo y son los hijos del pueblo quienes ahora van a las universidades; todos somos iguales, y estamos construyendo un mundo mejor para todos. Vosotros los jóvenes lo único que tenéis que hacer es caminar en la misma dirección.
Me quedé callado, me costaba aguantar la mirada de Iván Vasiliev pero también la de mi padre.
– Hay un profesor, un tal Konrad… ha desaparecido, le están buscando. Parece ser que es el principal agitador. Tú le conoces, ¿verdad, Friedrich?
– Es uno de los profesores más queridos de la universidad.
– Nosotros también lo conocemos, incluso en alguna ocasión ha estado en casa, de eso hace mucho tiempo -dijo Amelia con naturalidad.
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