Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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Un día Amelia regresó llorando a casa y le tendió a mi padre el recorte de un periódico. Él lo leyó y se encogió de hombros.

– ¿Te das cuenta de lo que significa? -dijo Amelia.

– La vida sigue, eso es lo que significa.

Amelia se puso en contacto con Albert y le pidió que viniera a verla con urgencia. Albert nos visitó al día siguiente, y nada más entrar, Amelia me envió a mi cuarto. Protesté. Estaba harto de que me enviaran a mi cuarto cada vez que venía alguien interesante. Además, tenía ganas de decirles que era inútil que me mandaran allí puesto que podía escuchar todo lo que decían. Pero preferí no hacerlo, no fuera a ser que se les ocurriera algo que me impidiera seguir escuchando.

– Se acabó, Albert, me retiro.

El se sorprendió. Veía la furia en los ojos de Amelia y no entendía por qué.

– ¿Qué sucede? Explícate.

– No, no soy yo quien tiene que explicarse. Eres tú quien tiene que explicarme cómo es posible que estéis permitiendo que en la República Federal los nazis ocupen cargos relevantes.

– ¡Pero qué estás diciendo! ¡Vamos, Amelia, espero que no te creas la propaganda soviética!

– No, no me creo la propaganda soviética. Me creo lo que dice el Daily Express. -Le tendió el recorte de un periódico, que Albert leyó por encima.

– Es un caso aislado -dijo él, incómodo.

– ¿De verdad? ¿Piensas que voy a creerte? El general Reinhard Gehlen, jefe de la inteligencia alemana. El muy distinguido general que durante el III Reich se había encargado del espionaje al Ejército Rojo, ahora trabaja para el Gobierno Adenauer.

– ¿Crees que a mí me gusta? Pero seríamos unos locos si rechazáramos a quienes tienen información, información muy valiosa que necesitamos. Tú conociste a Canaris, no era un fanático, muchos de sus agentes tampoco lo eran. Recuerda al coronel Oster. Los ejecutaron.

– ¡Por favor, Albert! ¿Me vas a decir que porque Canaris y Oster conspiraron en contra de Hitler, ninguno de sus agentes era nazi? Por lo que se ve, todo vale; a cambio de información borráis el pasado de la gente. Entonces, ¿para qué ha servido el juicio de Nuremberg? ¿Sólo para decirle al mundo que habéis castigado a los malos mientras por otro lado pactabais con ellos? ¿Para eso me he jugado la vida en Varsovia, en Atenas, en El Cairo, aquí en Berlín…? ¿Para que ahora me digas que hay nazis con los que debéis entenderos?

– ¡Basta, Amelia, no seas niña! El juicio de Nuremberg ha servido para mostrar al mundo el horror del nazismo, para decirnos que nunca más puede suceder algo así, para demostrar la malignidad del nacionalsocialismo.

– Y una vez hecha esa catarsis, borrón y cuenta nueva. ¿Me estás diciendo eso?

– Estás en este negocio antes que yo, y no hay nada inocente en él. Lo sabes bien. El Servicio de Información alemán era muy eficiente.

– ¿Y eso qué significa?

– Que ahora se va a librar otra guerra, una guerra sin tanques, sin aviones, sin bombas, pero una guerra. Las relaciones con los soviéticos son cada día más difíciles. Están construyendo un imperio. ¿No sabes lo que sucede? Han ido imponiendo gobiernos comunistas en todos los países que han quedado bajo su influencia. En todos. Y han colocado al frente a dirigentes comunistas, títeres que sirven a Stalin sin rechistar. Churchill ha denunciado la creación de un «Telón de Acero». Ahora los soviéticos son nuestros adversarios, debemos tener cuidado con ellos, saber qué hacen, qué pretenden, qué pasos van a dar.

– Y para eso utilizáis a antiguos espías nazis. El fin justifica los medios. ¿Es lo que me estás diciendo?

– Dímelo tú, Amelia. Dime tú si el fin justifica los medios. Eres una agente de campo, has tenido que tomar decisiones sobre la marcha.

– Nunca a favor de los nazis, eran nuestros enemigos, hemos luchado para derrotarles. Hay que extirpar a todos los nazis estén donde estén, se escondan donde se escondan.

– ¿De verdad crees que podemos hacerlo? ¿Hacemos un proceso a todos los alemanes y liquidamos a quien no pueda demostrar fehacientemente que estuvo luchando contra Hitler? Sería una locura que no llevaría a ninguna parte.

»¿Crees que los soviéticos no tratan con algunos ex miembros del Servicio de Inteligencia alemán? ¿Crees que desprecian lo que les puedan contar sólo porque no lucharon contra Hitler? No te importó que nos lleváramos a Fritz Winkler, y no temblaste cuando mataste a su hijo. ¿Es distinto un científico nazi a un agente secreto? Dime, ¿dónde está la diferencia? Dímelo y entonces comprenderé tus escrúpulos.

– Albert tiene razón. -Max les había estado escuchando en silencio, desde su silla de ruedas.

No solía intervenir cuando Amelia se reunía con Albert o sus amigos, le daba su opinión más tarde, cuando se quedaban solos, pero en aquella ocasión lo hizo.

– ¡Cómo puedes decir eso después de lo que hemos sufrido! -le reprochó ella.

– Si llevamos tu razonamiento hasta el final, entonces, ¿qué tendrían que hacer conmigo? Fui oficial de la Wehrmacht, juré lealtad al Führer aunque lo odiaba con toda mi alma. Luché, estuve en el frente, e hice cuanto pude para que ganáramos la guerra. Yo quería ver derrotado a Hitler, pero sin que eso implicara la derrota de Alemania; quería derrotarlo políticamente, o incluso haber acabado con su vida, pero jamás traicionando a mi país. No sé cuántos alemanes pensaban como yo, pero sí sé que quienes nos quedamos, quienes no nos fuimos, no tenemos coartada por haberlo hecho. Todos nosotros podemos ser acusados de ser partícipes del horror del nazismo. Yo también, Amelia, yo también.

Al escuchar la voz de mi padre, abrí la puerta de mi cuarto y por una rendija observé lo que sucedía en la sala. Amelia miraba a Max sin encontrar palabras con las que rebatir sus argumentos. Y Albert los observaba a ambos dominando su deseo de intervenir.

Transcurrió un rato antes de que Albert se decidiera a hablar.

– Habrá más, Amelia, habrá más nombres odiosos que te revolverán el estómago cuando leas en los periódicos que ocupan tal o cual cargo.

– Por eso apoyasteis a los democristianos. Los socialdemócratas jamás hubiesen consentido lo que está pasando.

– ¿Estás segura? Yo no lo sé, pero sí, tienes razón, ahora mismo supone una tranquilidad saber que Alemania está en manos de los democristianos. Adenauer es un gran hombre.

– Si tú lo crees…

– Sí, lo creo.

– Aquí, a los socialdemócratas los meten en la cárcel.

– Ya lo sé.

– Entonces tienes que saber que no continuaré trabajando para vosotros, que no me jugaré la vida para que la información que obtengo termine encima de la mesa de algún nazi.

– Tú trabajas para nosotros, no para el Gobierno alemán.

– Que son vuestros aliados, a los que ayudáis y sostenéis, como no puede ser de otra manera, y yo misma comprendía que debía ser así. Por tanto puede que la información que recogemos la compartáis con ellos, al fin y al cabo mucha de esa información se refiere a planes que tienen que ver con la República Federal. Y… ¿sabes, Albert?, tienes razón. Sí, he matado a hombres, he hecho cosas terribles en mi vida, pero ésta no la haré, Albert, no la haré en nombre de nada ni de nadie.

– Respetaré tu voluntad.

Cuando Albert se marchó, Max le preguntó a Amelia si realmente iba a dejar de trabajar para los norteamericanos. Ella no respondió, comenzó a llorar.

No sería la primera decepción que sufriría Amelia. El secretario de Estado en la oficina del canciller, Hans Globke, había sido un funcionario del Ministerio del Interior durante el III Reich, del que se sabía que había apoyado con entusiasmo la Solución Final, el plan de exterminio de todos los judíos de Alemania y de los países ocupados por los nazis.

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