Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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Doña Teresa suspiró aliviada y Antonietta dejó escapar una risa nerviosa. Amelia no sabía qué hacer; por una parte, quería continuar interpretando el papel de dama ofendida, al que había cogido gusto, y por otra, estaba deseando zanjar el incidente y casarse con Santiago. Fue Antonietta la que permitió que los dos novios se arreglaran.

– Creo que deberían hablar solos, ¿no te parece, mamá? -Sí… sí… En fin, hijo, si continúas dispuesto a casarte con Amelia, por nuestra parte sólo decirte que te damos nuestra bendición…

Cuando se quedaron solos estuvieron unos minutos en silencio, mirándose de reojo, sin saber qué decirse; luego Amelia rompió a reír, lo cual desconcertó a Santiago. Dos minutos más tarde charlaban como si nada hubiese pasado.

Las familias de ambos respiraron tranquilas. Temían lo peor: un escándalo a pocas semanas de la boda, cuando ya se habían leído las amonestaciones y empezado a recibir los primeros regalos en casa de los Garayoa, y el convite, que se celebraría en el Ritz, había sido reservado y pagado a partes iguales por las dos familias.

Con la excusa del regreso de don Juan procedente de América, las dos familias se reunieron a cenar en casa de los Garayoa; así pudieron comprobar que Amelia y Santiago parecían tan enamorados como antes del incidente. Más, si cabe.

Don Juan estaba vivamente impresionado por lo que había visto en América. Admiraba los esfuerzos de sus gentes para salir de la Depresión y comparaba la sociedad norteamericana con la española. En aquella cena hablaron mucho de política, a pesar de que doña Teresa tenía prohibido hacerlo en la mesa.

– Los norteamericanos tienen muy claro lo que quieren y en qué dirección deben marchar todos juntos para superar la crisis, y están saliendo de ella, el Crack del veintinueve pronto parecerá un mal sueño.

– Mi querido amigo, aquí dedicamos mucho tiempo a fastidiarnos los unos a los otros, el bienio social-azañista es un ejemplo -respondió don Manuel.

– No entiendo su desconfianza hacia don Manuel Azaña -replicó don Juan-. Es un político que sabe hacia dónde debemos ir, que defiende que el Estado ha de ser fuerte para poder hacer las reformas democráticas que necesitamos.

– Pues ya ve usted adonde nos ha conducido su política. A mí no me convencerá de que fue un acierto que en el treinta y dos se le diera la autonomía a Cataluña, y claro, los vascos, esa gente del PNV, andan en lo mismo. Menos mal que ahora, tras los intentos de revolución de octubre, la autonomía catalana ha quedado suspendida.

– Papá, hay que tener respeto por los sentimientos de la gente, y en Cataluña poseen un sentimiento de identidad nacional muy fuerte. Lo mejor es, como siempre ha intentado Azaña, encauzar ese sentimiento. Don Manuel Azaña ha defendido siempre una España unida, pero hay que buscar la manera de que todos nos sintamos cómodos en ella.

Santiago intentaba mostrarse conciliador para impedir que su padre terminara enfadándose a cuenta de la política.

– ¿Todos? ¿Quiénes somos todos? -preguntó irritado don Manuel-. España es una unidad cultural y sobre todo histórica, pero con esto de las autonomías dejará de serlo, y si no al tiempo.

Doña Teresa y doña Blanca intentaban introducir otros temas para que sus maridos no siguieran hablando de política.

– Creo que van a hacer una nueva representación de Bodas de sangre en Madrid -intervino con voz melosa doña Blanca-. García Lorca es muy atrevido pero un gran dramaturgo.

Sin embargo, ambas mujeres fracasaron en el intento de desviar la conversación. Ni Don Juan ni don Manuel estaban dispuestos a dejar de discutir de lo que les preocupaba.

– Pero usted estará conmigo que el triunfo de la derecha en el treinta y tres no ha traído ningún sosiego a España. Están deshaciendo todo lo que hicieron los gobiernos anteriores -terciaba don Juan.

– No me dirá que a usted le parecía bien que se pudiera expropiar las tierras a cualquiera por el hecho de ser noble…

– A cualquiera, no. Usted sabe que lo que trató el gobierno de 1931 fue de acabar con la España feudal -replicaba Don Juan.

– ¿Y qué me dice de la reforma militar de su admirado Azaña? Si se descuida nos deja sin Ejército. Retiró a más de seis mil quinientos oficiales, y mucho hablar de modernizar el Ejército al tiempo que reducía el gasto en Defensa -contestaba don Manuel.

– También hicieron cosas positivas, por ejemplo, la reforma religiosa y educativa… -intervino Santiago.

– ¡Pero qué dices, Santiago! ¡Dios mío, hijo, si no te conociera creería que eres uno de esos socialistas revolucionarios!

– Papá, no se trata de ser revolucionario, sino de mirar a nuestro alrededor. Cuando viajo por Europa me da pena ver lo atrasados que estamos…

– Y por eso se meten con los pobres curas y monjas que prestan un apoyo desinteresado a la sociedad. Tú, hijo, que presumes de demócrata, ¿me vas a decir que es democrático prohibir la enseñanza a las órdenes religiosas? ¿Y expulsar a un cardenal de España porque no gusta lo que dice…? ¿Eso es democracia?

– Papá, el cardenal Segura es un hombre de cuidado, creo que todos nos sentimos más tranquilos desde que no está en España.

– Sí, sí, todos esos excesos izquierdistas son los que han hecho que ganen las derechas tan denostadas por vosotros -respondió enfadado don Manuel.

– Y creo que hay motivos para preocuparse por lo que está pasando con las derechas no sólo en España. Fíjate en Alemania, ese Hitler es un demente. No me extraña que las gentes de izquierdas estén preocupadas -replicó Don Juan-. Yo mismo soy una víctima indirecta del fanatismo de Hitler. Su política antijudía le ha llevado a suprimir los derechos legales y civiles a los judíos, y a hacer imposible sus actividades económicas. Yo soy una víctima de esa política puesto que mi socio herr Itzhak Wassermann es judío. Nos hemos quedado sin negocio. ¿Saben que nos han roto los cristales del almacén en más de cuatro ocasiones?

– Lo que pretende Hitler es expulsar a los judíos de Alemania -sentenció Santiago.

– Sí, pero los judíos alemanes son tan alemanes como el que más, no podrán privarles de lo que son -intervino doña Teresa.

– No seas ingenua, mujer. Hitler es capaz de todo -indicaba Don Juan-. Y el pobre Helmut, nuestro empleado, tiene que andarse con cuidado por el solo hecho de haber trabajado con un judío.

– Sí, es terrible lo que está pasando allí, pero nada tiene que ver lo que sucede aquí con lo de Alemania, mi querido amigo. Yo siento lo que le ha sucedido, pero no compare, no compare… Por lo que nos debemos preocupar es por las amenazas de algunos socialistas que hablan de acabar con la democracia burguesa. Incluso hombres moderados como Prieto han llegado a hablar de revolución.

– Bueno, eso es una manera de intentar frenar a la derecha en sus planes más controvertidos. No pueden deshacer todo lo hecho anteriormente. Prieto les está dando un aviso para que se lo piensen más antes de actuar -argumentó Santiago.

– ¡Hijo, no te das cuenta de que lo que ha pasado en Asturias ha sido un conato de revolución que como se extienda por el resto de España va a suponer una catástrofe!

– El problema que tenemos -replicó Santiago- es que tanto las derechas como las izquierdas están maltratando a la República. Ni los unos ni los otros terminan de creer en ella, ni de encontrar su acomodo.

Santiago tenía una visión diferente de la política. Quizá porque viajaba mucho fuera de España. No estaba con las derechas, y aunque simpatizaba con las izquierdas, tampoco les escatimaba críticas. Era azañista, sentía una gran admiración por don Manuel Azaña.

La boda se celebró el 18 de diciembre. Hacía mucho frío y llovía, pero Amelia estaba radiante con su traje blanco de tafetán y seda.

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