– ¡Menuda excusa tan tonta! ¿Cómo nos vamos a creer que se va de viaje sin maleta y sin decírselo a sus padres? ¿Y a mí? ¿Por qué no me lo ha dicho a mí? ¡Soy su novia! Mamá, yo creo que Santiago se ha arrepentido… que ya no se quiere casar conmigo. ¡Ay, Dios mío! ¡Qué vamos a hacer!
Amelia comenzó a llorar, y ni doña Teresa ni Antonietta parecían capaces de consolarla. Yo las observaba escondida tras la puerta de la sala, hasta que mi madre me encontró y me envió a la cocina.
Aquella noche Amelia no durmió, al menos tuvo la luz encendida hasta bien entrada la madrugada. Al día siguiente me despertó a las siete; quería que me vistiera deprisa para que me llegara a casa de los Carranza a entregar una carta. Había estado escribiéndola durante la noche.
– Cuando Santiago regrese de su viaje, si es que de verdad se encuentra de viaje y no me están engañando, sabrá que a mí no se me hacen estas cosas. Y si es su intención dejarme, prefiero ser yo la que dé el primer paso, me daría mucha vergüenza que nuestras amistades supieran que me ha dejado plantada. Vete enseguida antes de que se despierte mi madre. Se va a llevar un disgusto cuando le diga que he mandado una carta a Santiago anunciándole la ruptura de nuestro compromiso, pero no puedo permitir que me humillen.
Me levanté con premura, y apenas me dio tiempo para asearme y salir ante la insistencia de Amelia. Cuando llegué a casa de los Carranza el portal estaba cerrado, y tuve que esperar a que el portero lo abriera a las ocho de la mañana. Se extrañó que quisiera subir a esas horas a casa de los Carranza, pero como iba con mi uniforme de doncella, me dejó subir.
Otra doncella tan somnolienta como lo estaba yo me abrió la puerta. Le di el sobre y le dije que se lo entregara a Santiago, pero me respondió que el señorito Santiago se había marchado de viaje, que don Manuel estaba desayunando y doña Blanca aún se encontraba descansando.
Cuando regresé a casa, Amelia me esperaba con un nuevo encargo: debía regresar a casa de los Carranza a entregar un sobre con las cartas de Santiago, esas cartas que se intercambian los enamorados, además del anillo de compromiso. El anillo me ordenó que se lo entregara a doña Blanca en persona.
Yo empecé a temblar pensando en qué diría doña Teresa cuando se enterara, y antes de salir de casa fui en busca de mi madre para explicarle lo que estaba pasando. Mi madre, con buen criterio, me dijo que esperara hasta que ella hablara con doña Teresa y la propia Amelia. Como doña Teresa aún no había salido de su habitación mi madre fue en busca de Amelia.
– Sé que no soy nadie para decirte nada, pero ¿no crees que deberías pensar un poco más lo que estás a punto de hacer? Imagínate que Santiago tiene una explicación a lo sucedido y tú rompiendo el compromiso sin escucharlo… Creo que no debes precipitarte…
– Pero, Amaya, ¡tú deberías estar de mi parte!
– Y lo estoy, ¿cómo podría ser de otra manera? Pero no creo que Santiago quiera romper su compromiso contigo, tiene que haber una explicación aparte de la que os ha dado su madre. Espera a que regrese, espera a escucharlo…
– ¡Es imperdonable lo que me ha hecho! ¿Cómo puedo confiar en él? No, no y no. Quiero que tu hija Edurne vaya a devolverle sus cartas y su anillo y que quede claro que se ha terminado todo entre nosotros. Y esta tarde iré a merendar a casa de mi amiga Victoria, allí me encontraré con otras amigas y seré yo quien anuncie que he decidido romper mi compromiso con Santiago porque no estoy segura de mis sentimientos hacia él. No voy a consentir que sea él quien rompa y me humille…
– Amelia, por favor, ¡piénsatelo! Habla con tu madre, ella sabrá aconsejarte mejor que yo…
– ¿Qué sucede? -Doña Teresa entró en el cuarto de Amelia alertada por el timbre de voz histérico de su hija.
– ¡Mamá, voy a romper con Santiago!
– ¡Hija, qué cosas dices!
– Doña Teresa, yo… perdone que haya venido a hablar con Amelia de este asunto familiar, pero como ha mandado a mi Edurne a entregar a los señores de Carranza el anillo de compromiso…
– ¡El anillo! Pero, Amelia, ¿qué vas a hacer? Hija, cálmate, no hagas nada de lo que te puedas arrepentir.
– Eso le decía yo -intervino mi madre.
– ¡Que no! Yo rompo con Santiago, él lo ha querido así. No voy a permitir que me deje en ridículo.
– ¡Por Dios, Amelia, al menos espera a que regrese tu padre!
– No, porque cuando llegue papá, yo ya me habré convertido en el hazmerreír de todo Madrid. Esta tarde iré a merendar a casa de mi amiga Victoria, y allí anunciaré a todas mis amigas que he roto con Santiago. Y tú, Amaya, dile a Edurne que vaya de inmediato a casa de los Carranza, y si no la dejáis ir, iré yo.
También Antonietta entró en la habitación de su hermana alertada por las voces y se unió a las súplicas de su madre y la mía para que reconsiderara su decisión. Fue a Antonietta a quien se le ocurrió una solución: doña Teresa volvería a telefonear a doña Blanca para contarle el disgusto de Amelia y su decisión de romper con Santiago si éste no aparecía de inmediato para darle una explicación.
Con más nervios que ganas, doña Teresa telefoneó a doña Blanca. Esta prometió que llamaría enseguida a su marido para que intentara encontrar a su hijo dondequiera que estuviese, que ella, juró, no lo sabía; pero hasta entonces solicitaba de Amelia un poco de paciencia y sobre todo de confianza en Santiago.
Amelia aceptó a regañadientes, pero aun así esa tarde fue a merendar a casa de su amiga Victoria junto a otras jóvenes de su edad. Allí, entre risas y confidencias, dejó caer que no estaba segura de no haberse precipitado comprometiéndose tan rápidamente con Santiago, y expresó sus dudas respecto a si debía o no casarse. Ella y sus amigas dedicaron la tarde a analizar los pros y los contras del matrimonio. Cuando salió de casa de Victoria, Amelia se sentía satisfecha: si Santiago la dejaba, siempre podría decir que había sido ella la que realmente quería romper con él.
Poco podíamos imaginar que aquella tormenta en un vaso de agua terminaría algún día convirtiéndose en una auténtica tempestad que arrasaría a cuantos encontró a su paso. Porque cuando dos días más tarde Santiago, que se encontraba en Amberes, llamó a su padre para comentarle algunos pormenores del viaje de negocios, éste le urgió para que regresara rápidamente a Madrid, ya que Amelia se había tomado a mal su desaparición y amenazaba con romper el compromiso. Santiago regresó de inmediato. Aún recuerdo lo furioso que estaba cuando acudió a casa de Amelia.
Ella lo recibió en el salón flanqueada por su madre y su hermana.
– Amelia… siento el disgusto que te he causado, pero no podía imaginar que mi ausencia por cuestiones de trabajo te llevara a querer romper nuestro compromiso.
– Sí, estoy disgustada. Me parece una falta de consideración que te fueras sin decirme nada. Tu madre nos ha explicado que es habitual que lo hagas, pero comprenderás que ese comportamiento es extraño y más en vísperas de una boda. No quiero que te sientas obligado por la palabra dada, de manera que te libero de tu compromiso para conmigo.
Santiago la miró de arriba abajo, incómodo. Amelia había recitado aquella parrafada que llevaba ensayando desde que Santiago telefoneara para anunciar su visita. La presencia de doña Teresa y Antonietta, nerviosas ambas, tampoco ayudaba a que Amelia y Santiago se sinceraran.
– Si es tu deseo romper nuestro compromiso, no tengo más remedio que aceptarlo, pero pongo a Dios por testigo que mis sentimientos hacia ti permanecen inalterables, y que nada desearía más que… que me perdonaras, si es que en algo te he ofendido.
Читать дальше