La joven polaca continuaba robando medicinas del hospital gracias a la benevolencia de la hermana Maria. La monja protestaba, pero la dejaba hacer.
Ewa le susurró en una ocasión que había varios estudiantes en el grupo y un par de abogados jóvenes, así como maestros, pero Amelia nunca los llegó a conocer. Grazyna se mostraba muy celosa de la seguridad de su grupo, pese a saber que Amelia trabajaba para los británicos.
En aquellas incursiones al gueto, Amelia se convirtió en testigo de las agrias discusiones entre Szymon y su hermano Barak, por más que la madre de ambos se esforzaba por instaurar la paz entre sus dos hijos.
– ¡Cómo podéis estar tan ciegos! ¡Los del J udenrat os conformáis con lo que está pasando! -le gritó Szymon a su hermano.
– ¡Cómo te atreves a decir eso! -Barak parecía a punto de darle un puñetazo a Szymon.
– ¡Porque es la verdad! ¡Creéis que os permitirán administrar las migajas que nos dan! Y yo digo que tenemos que luchar, que lo que necesitamos son armas.
– ¡No lo sabes todo, Szymon! ¡Claro que necesitamos armas! Pero mientras no estemos preparados, ¿con qué quieres que nos enfrentemos al Ejército alemán? -replicó Barak conteniendo a duras penas la ira que le provocaban los reproches de su hermano.
Era Sarah quien les obligaba a callar recordándoles que debían estar unidos para hacer frente a la adversidad.
– ¡Es que me repugna ver a los Judenrat tratando con los nazis para conseguir que nos den unas migajas de pan! -protestaba Szymon.
– ¡Sin duda tú lo podrías hacer mejor! -respondió irónico Barak.
Amelia escuchaba en silencio. En su tiempo libre estudiaba polaco y empezaba a comprender algo de lo que oía. Pero era Grazyna la que ponía a Amelia al tanto de las discusiones que se traían los dos hermanos, y estaba más de acuerdo con Szymon. Más tarde le preguntó a Tomasz por qué, además de medicinas y libros, no intentaban llevar armas al gueto.
– No es fácil encontrar armas. ¿Dónde crees que podemos obtenerlas? Aun así, lo intentaremos. Szymon es muy vehemente, pero puede que tenga razón. Aunque yo opino como Barak y mi amigo Rafal: lo importante es aliviar la situación del gueto. ¿Crees que de verdad los judíos de allí tendrían una sola posibilidad si se enfrentaran a los soldados? Los matarían a todos.
– Pero al menos morirían intentando hacer algo -respondió Amelia.
– La muerte no sirve para nada. Te matan y ya está. No me parece buena idea decir a la gente que se deje matar -insistió Tomasz.
– Yo no digo que se dejen matar -protestó Amelia.
– ¿Y qué otra cosa pasaría? Con unas cuantas pistolas, ¿crees que se puede derrotar al Ejército alemán? Por favor, Amelia, ¡seamos realistas! Sería un suicidio. Claro que debemos luchar, pero cuando llegue el momento. Los líderes jóvenes del gueto no han renunciado a luchar, pero necesitan armas y munición para resistir algún tiempo.
Grazyna no participaba en las discusiones y por eso Amelia se sorprendió cuando una tarde, al ir a visitarla, la encontró junto a Piotr despidiendo a un hombre a quien no conocía.
– No te esperaba -dijo Grazyna al verla.
– Siento presentarme sin avisar -se excusó Amelia.
El hombre no dijo nada y se encaminó a las escaleras sin despedirse. Grazyna se metió en su apartamento seguida de Piotr y Amelia.
– No deberías presentarte de improviso. Yo tengo mi vida, ¿sabes?
– Lo siento, vendré en otro momento -respondió Amelia haciendo ademán de marcharse.
– Ya que estás aquí… en fin, quédate. Estamos esperando a Tomasz y a Ewa para ir al gueto.
– Ya te he dicho que hay demasiadas patrullas y que la condesa me ha mandado decir que me espera esta noche -le dijo Piotr a Grazyna, ignorando la presencia de Amelia.
– Lo sé, pero ¿quieres que me quede con las armas en casa? Sería una locura. Cuanto antes las llevemos, mejor.
– Sí, pero hoy no. Sabes que será difícil que pueda ayudaros. La condesa no está con los nazis pero procura no tener problemas con ellos. Y cuando me reclama en su habitación no me resulta fácil librarme de ella. Además, esta noche le ha dado libre a las criadas, y estaremos solos.
– Pues tendrás que inventar algo, Piotr, pero debemos llevar las armas esta misma noche.
– ¿Qué armas? -se atrevió a preguntar Amelia.
– Hemos conseguido unas cuantas pistolas y algunas escopetas de caza. No es que valgan para mucho pero al menos servirán para que la gente del gueto no se sienta tan indefensa -explicó Grazyna.
– ¿Armas? ¿Y cómo las habéis conseguido? -El asombro se reflejaba en la voz de Amelia.
– Las escopetas nos las han dado amigos aficionados a la caza, en cuanto a las pistolas… mejor no te lo decimos. Cuanto menos sepas de algunas cosas, más segura estarás -respondió Grazyna, a la que no se le había escapado la mirada de alerta de Piotr.
– Puedo ayudaros a transportarlas al gueto -se ofreció Amelia.
– Sí, ya que estás aquí nos serás útil.
Apenas anochecía, cuando Ewa y Tomasz se presentaron en casa de Grazyna. Ewa traía una cesta repleta de dulces.
– Ya llevaremos los dulces otro día -dijo Grazyna-, las armas pesan, y no podremos cargar con todo.
– Intentémoslo, los niños se ponen tan contentos…
Piotr les guió entre las sombras de la noche hasta la casa de la condesa. Abrió la puerta trasera que daba a la cocina y les empujó hacia su habitación al escuchar un ruido en las escaleras que daban al piso principal.
– Piotr, ¿estás ahí…?
La voz de la condesa alertó a Piotr.
– Sí, señora, ahora mismo subo.
– No, no lo hagas, bajaré yo. Puede ser divertido cambiar de habitación.
Piotr se puso tenso y comenzó a subir las escaleras deprisa. Tenía que evitar que la condesa descubriera a sus amigos.
– Señora, no me parece conveniente que bajéis a mi cuarto, no está en condiciones para vos.
– ¡Vamos, vamos!, no seas tan remilgado. Hazte a la idea de que no soy una condesa sino una de las criadas, será divertido.
– No, de ninguna manera -insistió Piotr, intentando evitar que la mujer continuara bajando las escaleras.
Grazyna cerró los ojos temiéndose lo peor. Ewa y Tomasz apenas se atrevían a respirar, mientras que Amelia parecía rezar en silencio.
Respiraron aliviados cuando escucharon alejarse los pasos de Piotr y de la condesa y aguardaron cerca de dos horas sin atreverse a mover un músculo, hablando entre susurros. Por fin Piotr regresó. Se le notaba sudoroso y a medio vestir.
– Tenemos cinco minutos. La condesa está empeñada en bajara mi habitación. Daros prisa, si no regreso pronto vendrá a buscarme ella.
Salieron a la calle y Piotr levantó la tapa de la alcantarilla y les ayudó a deslizarse hacia las cloacas de la ciudad. Apenas había vuelto a colocar la tapa cuando, al volverse, vio la figura de la condesa en la puerta trasera. Se miraron sin decir palabra, la condesa dio la media vuelta y regresó a su habitación. Piotr la siguió pero ella había cerrado con llave la puerta del cuarto y no respondió a su llamada.
A la hora prevista, las cuatro de la madrugada, Piotr volvió al callejón para abrir de nuevo la tapa de la alcantarilla. La primera en salir fue Grazyna, que de inmediato notó el gesto preocupado de Piotr.
– ¿Qué ha sucedido? -le preguntó.
– Creo que nos ha visto.
– ¡Dios mío! ¿Y qué te ha dicho? -quiso saber Grazyna.
– Nada, me ha cerrado la puerta de su cuarto. Puede que me despida. No lo sé. Ya hablaremos más tarde, ahora debéis iros.
– ¡Pero no podemos ir por la calle a estas horas! Hay toque de queda -le recordó Tomasz.
– ¿Y qué sucedería si ella bajase a mi habitación? ¿Qué le diría? ¿Que sois un grupo de amigos que me habéis venido a visitar a través de las alcantarillas? Sé que corremos todos un gran peligro, pero no podéis quedaros aquí.
Читать дальше