Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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– Además, es un mujeriego empedernido -intervino Vittorio- y no me ha gustado nada cómo te miraba. Ni Carla ni yo queremos que te conviertas en un trofeo de caza para el matrimonio.

– ¡Un trofeo de caza! Qué exagerado eres, Vittorio, yo no soy nadie -dijo Amelia riendo.

– Eres amiga de Carla, de manera que Cecilia puede presumir de tener como amiga a alguien muy cercano a la gran diva. En cuanto a él, estoy seguro de que no le importaría añadirte a la lista de mujeres hermosas a las que ha cortejado.

– Tendré mucho cuidado, os lo prometo.

El estreno de Tristán e Isolda estaba previsto para mediados de octubre. Carla asistía todos los días a los ensayos, además de pasar dos o tres horas cantando en su casa bajo la dirección de su maestro Mateo Marchetti.

Por su parte, Amelia, aconsejada por Carla y Vittorio, aceptó varias invitaciones de algunos de los amigos de la pareja. En especial, se interesó por el viejo Marchetti, puesto que parecía ser algo más que un simple militante comunista.

Al principio el hombre se mostraba distante y desconfiado, pero Carla le insistía en que Amelia era de fiar, y, poco a poco fue cediendo en su resistencia.

En ocasiones se quedaba a cenar cuando terminaba sus clases con la diva. Hablaban sobre todo de política, y rara era la ocasión en la que Marchetti no le pedía a Carla algún favor para alguno de sus camaradas.

Amelia solía guardar silencio puesto que sólo chapurreaba el italiano y se sentía insegura a la hora de mantener una conversación con cierto calado; sin embargo, Carla y Vittorio insistían en que participara sin pudor de las charlas.

Una noche, mientras cenaban, Carla sorprendió a su viejo maestro hablando con Amelia sobre los días que había pasado en Moscú.

El profesor se mostró muy interesado en conocer la opinión de la joven sobre los logros de la revolución, y a duras penas pudo contenerse cuando escuchó a Amelia describir la vida en la Rusia de Stalin.

– Usted no entiende nada -le dijo Marchetti-, es muy joven y seguramente no se ha dado cuenta de lo que la revolución ha significado. El mundo no volverá a ser el mismo. ¿Que hay problemas? ¡Cómo no habría de haberlos! ¿Que las cosas aún no funcionan como quiere Stalin? No me extraña, en Rusia aún quedan muchos contrarrevolucionarios que no están dispuestos a perder sus privilegios. Usted acusa a Stalin de perseguir a todos aquellos que no están con la revolución. ¡Naturalmente! ¿Qué otra cosa debería hacer? La Unión Soviética se ha convertido en el faro al que todos dirigimos nuestras miradas, sabiendo que está alumbrando un mundo nuevo, un hombre nuevo. Los contrarrevolucionarios deben ser liquidados porque representan un peligro para el mundo que queremos crear.

Amelia refutaba su arenga contando pequeñas historias cotidianas durante su estancia en Moscú; sin embargo, el profesor Marchetti se mostraba inflexible en sus opiniones y la acusaba de carecer de la pasión de una verdadera revolucionaria.

– ¿Revolución no es democracia? -le preguntó Amelia.

– ¡Pero qué tiene que ver la revolución con la democracia burguesa! ¡Pues claro que no! Stalin sabe lo que hace, tiene que dirigir casi un continente, convencer a millones de personas que ante todo son comunistas, que no importa dónde hayan nacido, que todos son iguales, que no hay más principios que los que marca el partido.

– Sabe, he conocido a muchos comunistas y lo que me asombra es que han convertido el comunismo en un dogma y al partido en su Iglesia -replicó Amelia.

A pesar de las continuas disputas, ambos terminaron por congeniar y a instancias de Carla, Marchetti comenzó a hablar con confianza delante de Amelia, de manera que ésta empezó a conocer cómo se organizaba en la clandestinidad el Partido Comunista, cómo eran sus relaciones con los socialistas y otros grupos opositores al Duce, y sobre todo, cómo en ocasiones, desde Moscú se enviaban instrucciones que eran recogidas en Suiza.

La firma del Pacto Tripartito rubricado el 27 de septiembre por Alemania, Japón e Italia, supuso un paso más en el camino hacia la guerra total.

Los ensayos habían transcurrido sin contratiempos hasta que el 2 de octubre Carla amaneció con fiebre y tuvieron que suspenderse las clases con el profesor Marchetti.

Carla estaba enfurecida consigo misma por ser víctima de lo que en principio parecía una vulgar gripe que cursaba con afonía. El médico le ordenó guardar reposo para acelerar su recuperación, pero la diva era una enferma rebelde que, a pesar de las protestas de Vittorio para que se abrigara, se pasaba la mayor parte del día yendo de un lado para otro de la casa, envuelta en ligeras batas de seda. El día 8 de octubre Carla estaba sin voz. Una fuerte afonía se había adueñado de su garganta, lo que suponía una seria amenaza para el estreno de Tristán e Isolda previsto para el día 20.

Marchetti aconsejó a Vittorio que llamaran a un viejo otorrino ya retirado, el doctor Biancho. El único problema es que éste vivía en Roma.

Vittorio se puso en contacto con él y le insistió en que viajara a Milán para atender a Carla, pero la esposa del médico se mostró inflexible:

– Mi marido está retirado, tiene artrosis y no voy a permitir que se ponga a viajar por nadie. Lo máximo que puede hacer es recibir a la señora Alessandrini aquí, en nuestra casa.

Fue tanta la insistencia de Marchetti sobre las habilidades del doctor Bianchi, que al final convenció a Carla para que viajara a Roma.

La diva apenas podía hablar y seguía con fiebre, pero finalmente aceptó ir a Roma temiendo que, de lo contrario, hubiera que retrasar el estreno de Tristán e Isolda.

La mañana del 10 de octubre salieron en coche en dirección a Roma. Amelia acompañaba a Carla en el asiento de atrás, mientras que Vittorio conducía y el profesor Marchetti iba a su lado.

El viaje resultó agotador para la enferma, y cuando llegaron a Roma le había subido la fiebre.

A Amelia le sorprendió el maravilloso ático que Carla tenía junto a la piazza di Spagna. El piso era espacioso y disponía de las mejores vistas de la ciudad.

Dos doncellas se ocupaban de que la casa estuviera en orden durante todo el año, y cuando llegaron todo estaba dispuesto para acogerles.

Amelia y Marchetti fueron acomodados en sus respectivas habitaciones de invitados. El profesor no perdió el tiempo en deshacer el equipaje, sino que telefoneó al doctor Bianchi conminándole a visitar de inmediato a la enferma.

– ¡Pero si son las nueve de la noche! -protestó al otro lado de la línea la esposa de Bianchi.

– ¡Como si son las cuatro de la mañana! Carla Alessandrini ha viajado para ser atendida por su esposo y el viaje ha agravado su estado. Tiene fiebre muy alta, suya será la responsabilidad si algo le sucede.

Una hora más tarde, el doctor Bianchi examinaba a la enferma.

– Tiene una gran infección en las cuerdas vocales. Necesita medicinas y reposo absoluto, no debe ni hablar.

– Pero ¿podrá cantar el día veinte? -preguntó Marchetti, temeroso de la respuesta.

– No lo creo, está muy mal.

– ¡Hemos venido para que la cure! -protestó el maestro de canto.

– Y eso pretendo, pero no hago milagros -respondió el doctor Bianchi.

– ¡Claro que los hace! Recuerdo que en 1920 usted logró curar en sólo tres días una terrible afonía que sufría Fabia Girolami.

– La señora Alessandrini no tiene una simple gripe acompañada de afonía, sino una gran infección en la garganta, en la faringe, en las cuerdas vocales, y eso requiere un tiempo de curación. Les haré una receta con los medicamentos que debe tomar, pero me preocupa la fiebre; si en un par de horas no le ha bajado, habría que trasladarla a un hospital. Ha sido una temeridad traerla desde Milán.

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