– ¿Qué ocurre, Sadie?
– ¡No puedo salir! -respondo con una voz aguda y chillona que no reconozco.
Al final, el padre de Lisa viene y se arrodilla del otro lado de la puerta y me dice en un tono muy suave que me tranquilice y luego me da instrucciones precisas para abrir el pestillo, y funciona. Cuando por fin regreso a la mesa, Lisa dice:
– ¿Qué tal la vida en el baño, Sadie?
Y todo el mundo se parte de risa y yo me quedo conmocionada de vergüenza y la fiesta se va al garete por completo.
Ahora ya casi es primavera. Mami vendrá de visita como hace todos los años por la comida de Pascua, que se celebra a la hora de almorzar, así que decido contar los días hasta el domingo de Pascua. Van pasando, holgazanes arrastrando los pies, desde cuarenta y dos hasta uno, que significa mañana, y luego, por fin, es hoy. Mamá no vendrá a la celebración de san Josafat con nosotros por la mañana, la abuela dice que dejó de ir a misa cuando se juntó con esa pandilla de beatniks suya. «Sí -dice el abuelo-, gente impía destinada a la perdición», pero creo que sólo bromea. (No sé con seguridad si los abuelos creen en los milagros y la resurrección, el cielo y la perdición, o si no es más que una manera de hablar, desde luego no parecen estar esperando ningún milagro que venga a cambiarles la vida a ellos.)
Volvemos a casa a toda prisa para preparar la comida de cara a la llegada de mami a las doce y media. El jamón ha estado asándose en el horno todo este rato, así que incluso mientras entonábamos cánticos acerca de Jesús levantándose de entre los muertos, la abuela estaba preocupada porque se le pudiera quemar el jamón, pero al final no ha sido así. Ahora Jesucristo se ha levantado de entre los muertos hasta las Navidades del año que viene, cuando pueda nacer otra vez, y el jamón está listo y la mesa está puesta y el reloj sigue haciendo tictac, es la una y mamá llega tarde como siempre.
– No puede tomarse molestias con cosillas como llegar a tiempo -comenta el abuelo (sarcásticamente).
La comida está a fuego lento en la cocina pero el pan ya se está quedando un poco correoso, igual que la sonrisa de bienvenida que se había pegado a la cara la abuela a las doce y media en punto. Regocijo barrunta que algo va mal y corretea entre la abuela y el abuelo, soltando gañidos al tiempo que golpea el suelo con la cola, el abuelo le rasca entre las orejas y le dice:
– Tú no harías esperar a tus padres así, ¿verdad, Regocijo ? -Y al oír su nombre, el perro piensa que es la hora del paseo, así que aúlla, y el abuelo finge creer que ha dicho «No», por lo que le responde-: Claro que no.
Antes de ir a misa esta mañana me he peinado y recogido el pelo en la coronilla con una goma elástica y luego me he atado un lazo alrededor para estar bien guapa cuando llegue mamá, pero conforme va transcurriendo el tiempo noto que la goma me tira del cuero cabelludo y me provoca picores, así que me rasco y algunas hebras de cabello se sueltan y la goma sigue tirándome del cuero cabelludo así que al final me quito el lazo y la goma al mismo tiempo de un tirón, lo que hace que me arranque unos pelos y me llene los ojos de lágrimas. La abuela dice:
– Sadie, ¿qué diantre estás haciendo? ¿Quieres que le caiga pelo a todo el mundo en la comida? Vete a tirar eso y lávate las manos, ¡rápido, rápido!
Y mientras estoy en el cuarto de baño de la planta superior, viendo en el espejo que tengo el mismo aspecto regordete y vulgar de siempre y que me he sometido a todo ese sufrimiento con el pelo para nada, por fin llega mami.
Bajo la escalera a la carrera y literalmente me lanzo a sus brazos abiertos de par en par. Me coge y me sube a su regazo diciendo:
– ¡Mi niña grandota, mi querida niña! -Y me cubre la cara de besos.
– ¿Podemos empezar, Kristina? -dice la abuela-, son las dos menos veinticinco, si esperamos mucho más el jamón se habrá secado del todo.
Mami me mira a los ojos y dice:
– ¿Cómo está mi preciosa Sadie?
Y yo digo:
– Bien.
Y la abuela me arranca del regazo de mami con un gesto más bien brusco y me planta en mi silla y el abuelo pone en marcha el cuchillo eléctrico de trinchar y hace su habitual chascarrillo acerca de Jack el Destripador.
Lo asombroso de mami no es que sea la mujer más hermosa del mundo, sino que irradia encanto. Recuerdo a su novio Jack diciéndolo una vez y se me quedó grabado porque es cierto. Hoy va vestida de negro de la cabeza a los pies, cosa que la abuela probablemente considera una elección inapropiada para el domingo de Pascua, vaqueros negros ceñidos y un jersey negro con un pañuelo rosa intenso y grandes aros por pendientes, eso es todo, ni maquillaje, ni un peinado muy recargado ni nada por el estilo, pero el caso es que gracias a su sonrisa, gracias a sus ojos azules y su buena disposición y su entusiasmo, siempre está plenamente donde está, lo que me hace darme cuenta de que, por regla general, la gente no está donde está porque tiene la mente siempre ocupada con algún otro asunto, no contigo ni con las infinitas posibilidades del momento.
(Como es natural, la intensidad de la presencia de mi madre hace que su excepcionalidad en mi vida me resulte más insoportable aún.)
– Bueno, Kristina -dice el abuelo una vez está cortado el jamón y han pasado de mano en mano los cuencos con rodajas de piña, boniatos y judías-, veo que tienes una competencia bastante dura hoy en día.
Mamá le lanza una mirada como diciendo: ¿de qué me hablas?
– Paul Anka encabeza otra vez las listas, y están haciendo una película sobre él.
Mami se ríe.
– Paul Anka y yo no trabajamos en el mismo universo.
– Es inmoral que pongan canciones así en la radio -comenta la abuela-. Besarse por teléfono, ¡hay que ver!
– A mí me gusta esa canción -susurro.
– Bien hecho, Sadie -me felicita mamá.
– Bueno -dice el abuelo-, la humanidad no siempre progresa, a veces entra en regresión, es lo único que puedo decir. Cuando piensas que en doscientos años nos las hemos arreglado para pasar de las óperas sublimes de Mozart a algo llamado… Ahuh-Ahuh. ¿Es eso lenguaje humano? ¿Tú qué crees, Regocijo ?
Ríe su propia bromita y le pasa un pedazo de grasa a Regocijo por debajo de la mesa.
– ¡Richard! -le regaña la abuela-. ¡Ya sabes que el perro no debe comer grasa! ¡Tiene colesterol!
– Antes me encantaba comer la grasa -comenta mamá como si soñara-. Quería ser la Gorda del circo cuando me hiciera mayor.
– Ah, ¿sí? -dice el abuelo. (¿Cómo puede ignorarlo? ¿Es que lo ha olvidado?)-. Bueno, otro sueño infantil que no llegó a cumplirse.
– Lo cierto es que has adelgazado desde la última vez que te vimos -señala la abuela.
– Estoy bien -dice mami.
Dejo de escuchar y me quedo como atolondrada, llevaba tanto tiempo esperando este día y ahora que ha llegado no sé qué hacer con él, lo único que puedo hacer es mirar fijamente a mamá desde el otro extremo de la mesa, tiene una aureola dorada en torno a la cabeza debido al sol que entra a raudales por la ventana a su espalda, está aquí está aquí está aquí de verdad ahora mismo, sencillamente permanezco sentada escuchando la música de su voz al tiempo que observo los gráciles movimientos de sus manos y de pronto la oigo decir:
– Sadie, ¿te gustaría pasar el fin de semana que viene en mi casa?
Y no puedo creer lo que oigo. ¿El fin de semana que viene? ¿Sólo dentro de seis días? La abuela y el abuelo cruzan miradas que significan: «Ay Dios, ay Dios, nos tememos que esta mujer sea una mala influencia para nuestra pequeña Sadie», pero luego, claro, recuerdan que esta mujer no es sino la madre de su pequeña Sadie, y aunque me dejó en sus manos cuando nací porque ella sólo tenía dieciocho años y no podía ocuparse de mí, ahora tiene veinticuatro y tiene todo el derecho del mundo a llevarme consigo y quién sabe, igual si me porto bien en su casa decida que siga con ella. El corazón me da un vuelco.
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