»Le hablaré primero de los helenos. El heleno posee un rasgo distintivo al que llamamos «sophrosune». Este griego evita los excesos, conoce sus límites, reprime la violencia interior, busca la armonía y cultiva el sentido de la proporción. Cree en la razón, es heredero espiritual de Platón y Pitágoras. Este tipo de griego es desconfiado respecto a su propia naturaleza impulsiva y le encanta cambiar por cambiar, y se impone disciplina para evitar la pérdida espontánea del control. Ama la cultura por sí misma, no toma en cuenta el poder ni el dinero cuando valora a otra persona, acata escrupulosamente la ley, se figura que Atenas es el único lugar importante del planeta, detesta los compromisos deshonrosos y se considera la quintaesencia del europeo. Esto es por la sangre de nuestros ancestros que aún fluye en nosotros.
Hizo una pausa, exhaló unas bocanadas de humo de pipa y continuó:
– Pero además del heleno hemos de convivir con el romoi. Déjeme que le explique, capitán, que esta palabra significa originariamente «romano», y éstas son las cualidades que aprendimos de sus antepasados, que en cientos de años de dominio no consiguieron el menor avance tecnológico y esclavizaron a naciones enteras sin la menor consideración hacia la ética. Los romoi son gente muy parecida a sus fascistas, así que con ellos se sentirá como en familia, aunque intuyo que usted personalmente no comparte sus vicios. Los romoi son improvisadores, persiguen el poder y el dinero, no actúan racionalmente sino por instinto e intuición, con lo cual meten siempre la pata. No pagan impuestos y sólo acatan la ley cuando no queda más remedio, consideran la cultura como un medio para progresar, comprometerán siempre un ideal por culpa del egoísmo, y les gusta emborracharse, bailar y cantar y partirse mutuamente la cabeza a botellazos. Su brutalidad y su maldad son tales que para que se haga una idea le diré que salen perdiendo bastante comparadas con sus asesinatos de nativos en Etiopía o sus bombardeos de hospitales de campaña de la Cruz Roja. El único punto de contacto entre las dos caras de un griego es el que lleva la etiqueta «patriotismo». El romoi y el heleno morirán alegremente por Grecia, pero mientras el heleno luchará humanamente y con sensatez, el romoi utilizará todos los subterfugios a su alcance y sacrificará inútilmente las vidas de sus propios hombres, igual que hace su Mussolini. De hecho calculan su gloria por el número de los que han enviado a la muerte, y una victoria sin sangre les parece decepcionante.
El capitán se mostró escéptico:
– ¿Qué me está diciendo, entonces? ¿Qué Pelagia tiene una faceta que desconozco y que me chocaría si la conociera?
El doctor Iannis se inclinó hacia adelante y atravesó el aire con un dedo:
– Exactamente. Y otra cosa: yo también tengo esa faceta. Usted no la ha visto nunca, pero la tengo.
– Con todos los respetos, dottore, no me lo creo.
– Me alegro, capitán. Pero en mis mejores momentos yo conozco la verdad.
Se produjo un silencio, y el doctor se sentó a la mesa para encender de nuevo su poco cooperadora pipa, con aquella mezcla repelente de fárfara, pétalos de rosa y otras hierbas que ni siquiera se aproximaba a lo que se conoce por tabaco. Tosió convulsivamente.
– Yo la quiero -dijo Corelli al fin, como si ésa fuera la respuesta al dilema, y tal era en su opinión. De pronto le asaltó una duda-: ¿No será que se resiste a perder a su hija? ¿Está intentando desanimarme?
– Es sólo que tendríais que vivir aquí. Si ella fuera a Italia se moriría de morriña. Conozco a mi hija. Es posible que le tocara elegir entre amarla y ser músico.
El doctor salió de la habitación, más por un efecto teatral que por otra cosa, y luego volvió a entrar.
– Una cosa más. Esta es una tierra muy antigua y no hemos tenido más que masacres en los últimos dos mil años. Sacrificios, guerras, asesinatos. Tenemos tantos sitios llenos de fantasmas rencorosos que cualquiera que se acerque o viva en ellos acaba loco o se vuelve un desalmado. Yo no creo en Dios, capitán, y no soy supersticioso, pero sí creo en los fantasmas. En esta isla ha habido masacres en Samos, en Fiskardo y qué sé yo dónde más. No serán las últimas. Es sólo cuestión de tiempo. Así que no haga planes.
Los aliados invadieron Sicilia por motivos estratégicos, y con ello traicionaron a su más antiguo y valiente aliado, Grecia. Dejaron a los comunistas un año para preparar un golpe y otro año para la guerra civil. El ELAS destruyó al EKKA y arrinconó al EDES lejos de los centros de poder, de forma que su líder, Zervas, acabó sintiéndose traicionado por los ingleses para el resto de su vida. Los aliados buscaban en Italia una yugular, y habían dejado de lado al pequeño país que había dado a Europa su cultura, ímpetu y corazón. Los airados griegos conocieron por la BBC los detalles de la destrucción del fascismo en Italia, y exigieron saber por qué los habían dejado de lado. Los oficiales de enlace británicos, a medio camino entre la impotencia y la frustración, se retorcían las manos y veían cómo el país se venía abajo. Los comunistas del ejército griego en Siria fomentaron un motín que aplazó aún más la victoria en Italia, y fue en ese momento cuando se inició la guerra fría y el telón de acero empezó a descender. En Occidente empezó a erosionarse la admiración y el respeto hacia el heroísmo soviético, y quedó muy claro que un tipo de fascismo iba a ser sustituido por otro. Al principio, británicos y americanos no podían creer que los comunistas estuvieran cometiendo en Grecia atrocidades sin cuento; los periodistas lo achacaban a la propaganda derechista, mientras que los griegos incrédulos lo achacaban a los renegados búlgaros.
Pero en ciertos mares al menos -que no en Jonia- fue otra vez tiempo para milagros y rarezas. Con la operación Arca de Noé los británicos hostilizaron con Beaufighters y embarcaciones a las fuerzas del Eje en retirada, transformando el «círculo de hierro» en una jaula del mismo material. En Lesbos los comunistas tomaron el poder e instauraron una república independiente. En Quios fue descubierta una casa de la Gestapo donde habían obligado a personas a pasar la noche en una celda en compañía de esqueletos. El comandante alemán había sido acribillado a tiros mientras hacía el amor con su querida. En Inousia los británicos descubrieron una isla en la que no había habitante que no hablase correctamente el inglés y donde todo el mundo se llamaba Lemnos o Pateras. Los bombardeos mataron a los comandantes en Nisiro, Simi y Piscopi, y Patrick Leigh-Fermor y Billy Moss secuestraron al comandante alemán en Creta. Dos terceras partes de la guarnición de Tera perecieron en los bombardeos por la pérdida de sólo dos hombres. En Creta, una vez más, destruyeron doscientos mil galones de carburante. En Mikonos y Amorgos cinco hombres consiguieron destrozar las emisoras de radio y tomar siete prisioneros. En Quios un puñado de infantes de marina destruyó dos destructores pese a que los andartes locales no se presentaron como habían prometido, porque ya no les «interesaba». Detestaban sumarse a acciones planeadas por otros y se negaban a participar si a otro andarte se le había ocurrido la misma idea. En Samos un millar de italianos se rindió a Maurice Cardiff y sus veintitrés hombres, tras lo cual se sentaron a desayunar; Cardiff descubrió que por alguna razón misteriosa todos los médicos locales hablaban francés. En Naxos el comandante alemán se rindió por equivocación; había hecho alinear a sus hombres para saludar a una embarcación donde creyó ver ondear el pabellón rojo de la esvástica, pero que en realidad llevaba la enseña roja de los mercantes británicos. Tan grande fue su desconsuelo, tan amargas sus lágrimas, que la tripulación hubo de animarlo enseñándole a jugar al parchís. En aquella época una libra esterlina valía dos mil millones de dracmas, y un cigarrillo costaba siete millones y medio. La población de Lesbos tuvo la iniciativa de ofrecer un cambio muy ventajoso, y allá fue a parar todo el dinero de la región, monedas y billetes, al parecer espontáneamente, dejando sin dinero al resto del país. En Siros fue visto un grupo de alemanes escapando sin ponerse los pantalones. Los comunistas adoptaron la costumbre de exigir el veinticinco por ciento de todo en concepto de impuesto, y en muchos sitios la gente se daba de baja del partido. Más adelante en Creta, y también en Samos, se volverían contra los comunistas y los derrotarían. Se cuenta que los cretenses solicitaron ser dominio británico, pero que éstos rehusaron comprometerse porque ya tenían demasiados problemas intentando gobernar Chipre. En total, y con sólo diecinueve víctimas mortales, cuatrocientos hombres de las fuerzas especiales sojuzgaron a cuarenta mil soldados del Eje, tras haber visitado setenta islas distintas trescientas ochenta y una veces. El sentido germánico de las cosas bien hechas quedó tan desbaratado por aquellas plagas aleatorias de cuellos rebanados y explosiones inexplicables que los alemanes perdieron los papeles, y los italianos, que de entrada ya no le veían sentido a pelear, se rindieron cortésmente y con placer.
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