Me tropecé con él por primera vez en las letrinas del campamento. Su batería tenía una letrina particular llamada La Scala; Corelli había organizado un club de ópera cuyos miembros cantaban y cagaban juntos allí todas las mañanas, sentados en hilera sobre el entablado con los pantalones a la altura del tobillo. Había dos barítonos, tres tenores, un bajo, y un contratenor que era objeto de continuas mofas porque siempre le tocaba cantar las partes femeninas; la idea era que cada hombre soltara un zurullo o bien un pedo durante los crescendos, momento en que las voces taparían cualquier otro sonido. De este modo se minimizaba el oprobio de la defecación colectiva, y todo el campamento empezaba el día tarareando una vigorizante melodía. Mi primera experiencia de La Scala fue oír la interpretación del «Coro di zingari» a las siete y media de la mañana con acompañamiento de unos prodigiosos y vibrantes timpani. Naturalmente no pude resistir la tentación de investigar y me acerqué a un recinto de lona que tenía pintadas las palabras «La Scala» con betún blanco. Percibí una apabullante y fétida pestilencia, pero aun así entré y vi una hilera de soldados cagando, la cara enrojecida, cantando a pleno pulmón y aporreando con cucharas sus cascos de acero. La imagen me desconcertó y me maravilló a la vez, en particular porque había un oficial que dirigía despreocupadamente el concierto con ayuda de una pluma de ave en su mano derecha. Normalmente se saluda a los oficiales si van de uniforme, y sobre todo cuando llevan la gorra puesta. Mi saludo fue un incompleto y apresurado ademán que acompañó a mi partida. (Yo desconocía qué reglamento rige el saludo a un oficial de uniforme que está con los pantalones medio bajados durante un ejercicio consistente en una evacuación coral en territorio enemigo.)
Posteriormente pasé a engrosar el plantel del club de melómanos al ser alistado como «voluntario» por el capitán después de haberme oído cantar mientras me lustraba las botas y darse cuenta de que yo era otro barítono. El capitán me entregó un papel arrancado del cuaderno de órdenes del propio general Gandin, donde se leía:
Por orden del CG, Supergreccia, el cabo Carlo Piero Guercio prestará servicios operísticos siempre que así lo requiera el capitán Antonio Corelli del 33. °Regimiento de Artillería, división Acqui.
Normas:
1) Los convocados para faenas musicales regulares estarán obligados a tocar un instrumento musical (cucharas, casco, peine y papel, etc.).
2) Aquel que fracase persistentemente en dar notas sobreagudas será castrado y sus testículos donados para causas benéficas.
3) Aquel que sostenga que Donízetti es mejor que Verdi se verá obligado a vestir ropa de mujer, será ridiculizado públicamente delante de la batería, llevará una cacerola en la cabeza y en casos extremos se le exigirá que cante Funiculi Funicula u otra canción sobre el ferrocarril que el capitán Antonio Corelli estime conveniente determinar de vez en cuando.
4) Los fanáticos de Wagner serán fusilados sumariamente, sin juicio y sin posibilidad de apelación.
5) La embriaguez será preceptiva únicamente en aquellos casos en que el capitán Antonio Corelli no pague las rondas.
Firmado: general Vecchiarelli, jefe supremo, Supergreccia, en nombre de su majestad el rey Victor Emmanuel.
La versión del capitán sobre la capitulación de Cefalonia decía que los jefes militares en el momento del desembarco se habían dirigido al ayuntamiento de Argostolion a fin de recibir la rendición de manos de las autoridades locales.
Se habían detenido a la puerta del ayuntamiento con un pelotón armado y habían enviado un mensaje exigiendo la entrega del edificio y de la autoridad. La respuesta rezaba simplemente «A tomar por culo». Gran consternación y sobresalto entre nuestros oficiales. Éste no es vocabulario para la diplomacia, ni una respuesta adecuada por parte de quienes se supone están temblando de miedo bajo la bota de los conquistadores. Otro mensaje amenazando con echar abajo el edificio. La nota de respuesta especifica que cualquier italiano que exija la rendición será fusilado sin demora. Más consternación, esta vez causada por las conjeturas sobre si los que están dentro tendrán realmente armas o no. Los oficiales se muestran incómodos ante la idea de tener que organizar un asedio. Mandan otro mensaje exigiendo una aclaración. La respuesta dice: «Si no sabéis lo que significa "a tomar por el culo", venid aquí y os lo explicaremos.» Uno de los oficiales, de pie a plena luz del sol, exclama: «Mierda.» La cosa se retrasa una media hora mientras crece la confusión, tras lo cual sale otra nota del ayuntamiento que dice: «Nos negamos categóricamente a rendirnos a una nación a la que hemos derrotado por completo, y exigimos el derecho a rendirnos a un oficial alemán de alto rango.» Al final traen en avión a un oficial alemán estacionado en Zante, Corfú o algún otro sitio, y las autoridades salen triunfantes del ayuntamiento tras habernos humillado y aniquilado en nuestro primer día de conquista.
Así me lo contó Corelli, y estoy seguro de que ciertos detalles fueron objeto de exornación por su parte, pero es cierto que las autoridades locales se negaron a rendirse a nosotros y que al final tuvimos que hacer venir a un alemán. Corelli consideraba esta historia como extremadamente chistosa, y le gustaba contarla una y otra vez multiplicando el número de mensajes e insultos, mientras los demás le escuchábamos sentados y con las orejas ardiendo.
Yo creo que a Corelli le resultaba tan divertida porque para él la única cosa seria era la música, hasta que conoció a Pelagia. En cuanto a mí, acabé queriéndole tanto como había querido a Francesco, pero de un modo totalmente distinto. Él era como una orquídea saprofítica, capaz de crear armonía y belleza incluso mientras crece y florece sobre un montón de mierda en un lugar lleno de esqueletos. Dejó que se le oxidara el fusil y llegó incluso a perderlo en un par de ocasiones, pero ganó varias batallas armado únicamente de su mandolina.
Por toda la isla surgían grafitti que, alegre o maliciosamente, explotaban el hecho de que los italianos no pudieron descifrar la escritura cirílica. Tomaban la R por una P, ignoraban que la G puede parecer una Y o una L invertida, no tenían ni idea acerca del triángulo, creían que una E era una H, interpretaban la theta como una especie de O, no se percataban de que la letra en forma de tienda de campaña era la misma que la que parecía una Y invertida, les confundían las tres franjas horizontales que podían ser igualmente leídas como un garabato, sabían por las matemáticas que pi era 22 dividido por 7, desconocían que una E del revés fuera una S, que la Y podía escribirse también como una V y de hecho era una E, les despistaba el que existiera una O con un palo vertical que en realidad era una F, no entendían que la X era una K, fracasaban estrepitosamente a la hora de encontrar un significado al airoso tridente y coincidían en que la omega les recordaba un pendiente. Ergo, las condiciones eran inmejorables para las furtivas pintadas nocturnas en grandes letras blancas sobre todas las paredes disponibles, en particular cuando los ringorrangos de una caligrafía particular podían hacer las letras todavía más inescrutables. La palabra ENOSIS pugnaba por desbancar a ELEPHTHERIA; «Viva el rey» coexistía sin problemas con «Trabajadores del mundo, uníos»; «Al carajo los italiani» lindaba con «Chúpamela, Duce». Un admirador de lord Byron escribió «Soñé que Grecia aún podía ser libre» con vacilante letra romana, y el general Tsolakoglou, nuevo dirigente colaboracionista del pueblo griego, aparecía por doquier como un personaje de tebeo, cometiendo diversos, obscenos y repugnantes actos con el Duce.
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