Louis de Bernières - La mandolina del capitán Corelli

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La mandolina del capitán Corelli: краткое содержание, описание и аннотация

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En plena Segunda Guerra Mundial, la llegada de los italianos trastoca la apacible vida de un remoto pueblo de la es la griega de Cefalonia. Pero aún más la de Pelagia -hija del médico- a causa del oficial italiano, el capitán Corelli, que va a alojarse en su casa. Surgirá el amor. Y también una tragedia que muy pronto interrumpirá la guerra de mentirijillas y la velada confraternización entre italianos y griegos.
Louis de Bernières ha conseguido un bello canto al amor y una afirmación de la vida y todo lo verdaderamente humano que tenemos los hombres y las mujeres. La ternura lírica y la sutil ironía con que está narrado nos envuelve desde la primera página.
Desde el momento de su primera publicación en 1994, La mandolina del capitán Corelli ha sido un éxito continuo con casi dos millones de ejemplares vendidos en todo el mundo.
Ahora se ha convertido en una inolvidable película protagonizada por Penélope Cruz y Nicholas Cage.

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– Ah. Pues te traeré una vida.

– Viejo estúpido.

Corelli rebuscó en sus bolsillos y extrajo un walkman. Siguió hurgando y sacó el estuche de una casete. Lo abrió, colocó la cinta en el aparato y le ofreció a Pelagia los auriculares. Ella rehusó con un gesto de la mano, como quien ahuyenta un mosquito.

– Vete, antes muerta que ponerme un bicho de éstos. Soy una vieja, no una quinceañera atontada. ¿Crees que tengo edad para ir cabeceando por ahí con eso metido en las orejas?

– No sabes lo que te pierdes. Es maravilloso. Bueno, me voy. Haz que Iannis te enseñe cómo funciona, y escucha. Hasta mañana por la tarde.

Una vez a solas Pelagia cogió el estuche de la casete y extrajo el folleto informativo. Estaba en italiano, inglés, francés y alemán. Antonio Corelli, diez años más joven, de frac y pajarita, tal vez a los sesenta, sonriendo presumido y en su mano derecha una mandolina que sostenía en un ángulo imposible. Fue a por un vaso de vino por aquello de la fortificación general y empezó a leer las notas. Las había escrito un tal Richard Usborne, un inglés que, según constaba en otra nota, era un famoso crítico y experto en Rossini. «Por fin la tan esperada reedición del primer concierto para mandolina y pequeña orquesta de Antonio Corelli, que fue publicado por primera vez en 1954, y estrenado en Milán con el compositor interpretando la parte solista. Inspirado por, y dedicado a, una mujer que aparece en la partitura como "Pelagia", el tema principal orquestado en compás de 2/2 está planteado muy enfáticamente por el instrumento solista tras una breve introducción de las maderas. Se trata de una sencilla melodía marcial que fue descrita por uno de sus primeros críticos como "ingeniosamente naïve". En el primer movimiento recibe un tratamiento en forma sonata…»

Pelagia leyó el resto sólo por encima. Eran tonterías sobre elaboración contrapuntística y cosas así. Inspeccionó la pequeña hilera de botones con flechas que apuntaban a distintas direcciones, se introdujo cautelosamente los auriculares en los oídos y pulsó el botoncito de «play». Se oyó una especie de siseo y luego, para su sorpresa, la música empezó a sonar en el centro mismo de su cabeza y no en sus oídos.

A medida que los sonidos inundaban su mente, un torbellino de recuerdos empezó a tomar forma. Oyó la «Marcha de Pelagia», no una vez sino muchas. Retazos de la melodía aparecían como por ensalmo en formas curiosamente distorsionadas y antojadizas y en distintos instrumentos. Era tan complicado al final que apenas se distinguía la melodía en medio de aquel torrente de notas a ritmos contrapuestos. En un momento dado aparecía en tiempo de vals («¿Cómo lo habrá hecho?», pensó), y ya hacia el final había un atronador redoble de timbales que le hizo arrancar los auriculares de puro pánico creyendo que había otro terremoto. Se los volvió a poner y notó que en efecto era el terremoto, un retrato musical del mismo, seguido de un largo lamento interpretado por un quejumbroso instrumento que, aunque ella no lo sabía, era un corno inglés. Lo interrumpieron unos golpes aislados de timbal, las secuelas del temblor. Llegaban todas de manera tan inesperada y súbita que le hacían saltar de la silla, con el corazón palpitándole. Y entonces entraba la mandolina marchando confiada en una recapitulación del tema, para su sonido irse extinguiendo paulatinamente, hasta que se hizo el silencio. Pelagia sacudió el aparato pensando que le fallaban las pilas. Aquel tipo de música solía acabar con andanadas de acordes triunfales, ¿o no? Apretó un botón al azar y el aparato soltó un chasquido. No era ése, así que apretó el otro y esperó a que la cinta volviera al principio. La segunda vez oyó más cosas que la primera, incluso unos tableteos que sonaban idénticos a los de las armas automáticas durante las masacres. Había un fragmento más o menos frívolo, que podía ser lo de ir a gatas en busca de caracoles. Pero seguía habiendo esa misma conclusión poco satisfactoria que fundía hasta el silencio. Se quedó allí sentada pensando en ello, incluso un poco enfadada, hasta que reparó en que su nieto adolescente la estaba mirando boquiabierto.

– Abuela -dijo el chico-, tienes un walkman

Ella lo miró irónicamente.

– Es de Antonio. Me lo ha prestado. Y si crees que parezco tonta con esto en la cabeza, ¿qué te hace pensar que tú no? Cabeceando con la boca abierta, y desafinando. Si a ti te están bien, a mí también.

Iannis no se atrevió a decir «Puesto en una vieja parece una chorrada», así que sonrió y se encogió de hombros. Su abuela supo qué era exactamente lo que estaba pensando, y le dio un suave bofetón, casi una caricia.

– ¿Sabes qué? -le dijo-. Antonio va a reconstruir la casa vieja. Y, por cierto, Lemoni me dijo que tu madre le dijo que tú le habías dicho a tu madre que yo tengo un nuevo novio. Bueno, pues no. Y de ahora en adelante, no te metas donde no te llaman.

Corelli tuvo problemas para ir desde el muelle hasta la Taberna Drosoula la noche siguiente. Ya no era tan fuerte como antes, y además, no tenía experiencia con esa clase de cosas. Era inútil tirar y tirar, y vociferar órdenes en el mejor estilo artillero tampoco parecía funcionar. Fue un día agotador.

Cuando finalmente apareció en la taberna tambaleándose y haciendo esfuerzos y se desplomó en una silla, Pelagia se separó de su walkman , lo puso a rebobinar y preguntó:

– ¿Qué haces aquí con eso?

– Es una cabra. Como ves, te he traído una vida.

– Ya veo que es una cabra. ¿Crees que nunca he visto ninguna? ¿Qué pinta aquí?

Él le lanzó una mirada ligeramente funesta y dijo:

– Según tú, yo no cumplo mis promesas. Te prometí una cabra, ¿te acuerdas? Pues aquí está. Y siento que la vieja te la robaran. Como ves, ésta es exactamente igual.

Pelagia resistió; casi había olvidado lo agradable que era:

– ¿Quién te ha dicho que necesito una cabra, a mi edad, y aquí en la taberna?

– A mí me da igual si no la quieres. Te la prometí y aquí está. Una cabra igual que la que tenías. Véndela si quieres. Pero si supieras lo que me ha costado meterla en el taxi, no serías tan inflexible.

– ¿En un taxi? Pero ¿de dónde la has sacado?

– Del monte Aínos. Le pregunté a un taxista: ¿Dónde puedo encontrar una cabra como las de antes?», y él contestó: «Suba», y fuimos hasta la montaña dejando atrás la base de la OTAN. Tardamos horas. Y allí había un viejo llamado Alekos que me envió esta cabra. Me estafó, eso seguro, y luego tuve que pagar doble al taxista para traerla. Y no te digo cómo apestaba. Ya ves lo que he sufrido, y ahora tú me chillas y me graznas como una corneja.

– ¿Una corneja? Pero qué disparates. -Pelagia se agachó y aferró el hocico de la cabra con una mano. Con la otra le levantó los labios para examinarle los dientes amarillentos. Luego escarbó entre el pelo de las ancas y se enderezó-. Es una cabra muy buena. Tiene garrapatas, pero por lo demás está muy bien. Gracias.

– ¿Cómo la vamos a llamar? -preguntó Iannis.

– Le pondremos Apodosis -dijo Pelagia, acariciando ya la idea de volver a tener una cabra-, podemos atarla a un árbol y darle de comer las sobras.

– Apodosis -repitió Corelli, asintiendo con la cabeza-. Un nombre muy ajustado. «Restitución.» Es perfecto. ¿Crees que te dará mucha leche? Podrías hacer yogur…

Pelagia sonrió, radiante de condescendencia:

– Ordéñala tú si quieres, Corelli. Yo prefiero probarlo sólo con las hembras. -Señaló hacia abajo al ancho escroto rosado con sus dos cosas oblongas y ahusadas dentro-. Esplendorosas ubres, ¿eh?

– Coglione! -dijo él oportunamente, hundiendo la cara entre sus manos.

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