John Hawks - El viajero

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Marcada por un sino implacable, había ocasiones en que Maya hubiera deseado nacer ciega e ignorante. Su infancia no fue la de tantas otras niñas de su edad, y Maya pronto se vio obligada a soportar duras pruebas. Su padre era uno de los últimos Arlequines, superviviente de una estirpe de guerreros protectores de los Viajeros que había sobrevivido a varios intentos de asesinato por parte de los mercenarios de la Tabula. Condicionada por su ascendencia genética, Maya tenía un único objetivo en la vida: proteger, con su propia vida si era necesario, a los Viajeros, seres humanos con la capacidad de saltar hacia mundos paralelos y de retornar a la dimensión terrestre con los conocimientos adquiridos en otros planos de la realidad.
Pero ¿por qué debía ella renunciar a una vida normal? Es más, ¿cómo podía aceptar que su propio padre optara por sacrificarla en nombre de un ideal tan extraño como maldito? ¿Acaso los ciudadanos de a pie, ignorantes de su propio destino, controlados por la Hermandad como si fueran animales condicionados, merecían tal sacrificio por su parte? Las dudas de Maya no la habían dejado en paz desde que se había enterado de una verdad que sólo aceptaría tras la muerte de su padre a manos de la Tabula. Entonces supo que había llegado el momento de actuar. Su misión: viajar a Estados Unidos y proteger a los hermanos Corrigan, los dos últimos Viajeros que quedaban sobre la faz de la tierra, y cuyo destino no era otro que el de cambiar los derroteros de un mundo demasiado corrompido.

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– Nos enteramos de la existencia de los Viajeros mucho más tarde -intervino Joan-. Martin se puso en contacto con otra gente a través de internet y encontró algunas páginas web secretas. Lo esencial que hay que saber es que cada Viajero es diferente. Provienen de distintas religiones y culturas. La mayoría de ellos únicamente llegan a visitar uno o dos dominios; pero, cuando regresan, tienen una explicación diferente para sus experiencias.

»Nuestro Viajero había estado en el Segundo Dominio de los fantasmas hambrientos -explicó Martin-. Lo que vio allí le hizo comprender por qué la gente está tan desesperada por aplacar el ansia de sus almas y no deja de perseguir nuevos objetivos y experiencias que finalmente sólo le brindan satisfacción a corto plazo.

– La Gran Máquina nos mantiene permanentemente insatisfechos y asustados -añadió Antonio-. No es más que otro modo de hacernos obedientes. Poco a poco me di cuenta de que todas las cosas que compraba no me hacían feliz. Mis hijos gritaban constantemente. Mi mujer y yo llegamos a pensar en divorciarnos. A veces me despertaba a las tres de la madrugada y me quedaba tumbado, pensando en las deudas de mis tarjetas de crédito.

– El Viajero nos hizo entender que no estábamos atrapados -dijo Rebecca-. Nos miró a todos nosotros, un grupo de gente corriente, y nos ayudó a que viéramos cómo podíamos llevar una vida mejor. Hizo que comprendiéramos que podíamos conseguirlo con nuestros propios medios.

»La voz fue corriendo y, al cabo de una semana, había una docena de familias que se reunían en nuestra casa todas las noches. Treinta y tres días después de su llegada, el Viajero se despidió y se marchó.

– Cuando se fue -comentó Antonio-, cuatro familias dejaron de asistir a las reuniones. Sin el poder del Viajero no fueron capaces de romper con sus antiguas costumbres. También hubo unos cuantos que buscaron en internet y se enteraron de la existencia de los Viajeros y de lo peligroso que era oponerse a la Gran Máquina. Al cabo de cinco meses sólo quedábamos cinco familias. Éstas formaban el núcleo del grupo que deseaba cambiar de vida.

– No deseábamos vivir en un mundo estéril -explicó Martin-, pero tampoco estábamos dispuestos a renunciar a trescientos años de tecnología. Lo mejor para nuestro grupo era una combinación de alta y baja tecnología. Una especie de tercera vía. Así que pusimos en común nuestro dinero, compramos estas tierras y nos instalamos aquí. El primer año resultó increíblemente difícil. Nos costó mucho montar los generadores eólicos necesarios para disponer de nuestra propia fuente de energía. No obstante, Antonio estuvo genial, resolvió todos los problemas y consiguió que funcionaran.

– En ese momento, no éramos más que cuatro familias -precisó Rebecca-. Martin nos convenció para que primero levantáramos el centro comunal. Nos conectábamos a internet utilizando teléfonos vía satélite. Ahora prestamos servicio técnico a los clientes de tres grandes compañías. Ésa es la principal fuente de ingresos de la comunidad.

– Todos los adultos de New Harmony trabajan seis horas al día, cinco días a la semana -explicó Martin-. Se puede trabajar en el centro comunal, ayudar en la escuela o en los invernaderos. Producimos un tercio de nuestros alimentos, los huevos y las verduras. El resto lo compramos fuera. No se producen delitos en nuestra comunidad. No tenemos hipotecas ni tarjetas de crédito, pero sí el mayor de los lujos: mucho tiempo libre.

– ¿Y en qué lo emplean? -preguntó Maya.

Joan dejó su vaso.

– Yo voy de excursión con mi hija. Se conoce todos los caminos. Algunos de los chicos me están enseñando a volar con ala delta.

– Yo hago muebles -contestó Antonio-. Es como un trabajo de artista con la diferencia de que te puedes sentar encima. Hice esta mesa para Martin.

– Yo estoy aprendiendo a tocar el violonchelo -dijo Rebecca-. Mi maestro está en Barcelona. Utiliza una webcam para ver y escuchar cómo toco.

– Yo empleo el tiempo comunicándome con otra gente a través de internet -dijo Martin-. Varios de esos nuevos amigos han venido a vivir a New Harmony. En estos momentos nuestra comunidad la integran veintiuna familias.

– New Harmony ayuda a difundir información sobre la Gran Máquina -añadió Rebecca-. Hace unos años, la Casa Blanca propuso algo llamado el «documento de identidad Enlace de Protección». El Congreso rechazó el proyecto, pero tengo entendido que en las grandes compañías usan algo parecido. Dentro de unos años, el gobierno volverá a plantearlo y lo convertirá en obligatorio.

– Pero lo cierto es que ustedes no se han apartado de la vida moderna -comentó Maya-. Tienen electricidad y ordenadores.

– Y una medicina moderna -dijo Joan-. Suelo consultar con otros especialistas a través de internet, y también tenemos un seguro médico colectivo para las enfermedades más graves. No sé si se debe al ejercicio, a la dieta o a la falta de estrés, pero la gente de nuestra comunidad rara vez cae enferma.

– Nuestra intención no era escapar del mundo moderno y convertirnos en campesinos medievales -comentó Martin-. Nuestro objetivo era hacernos con el control de nuestras vidas y demostrar que nuestra tercera vía podía funcionar. Existen otros grupos como New Harmony, con la misma combinación de tecnologías nuevas y antiguas, y todos están conectados a través de internet. Hace menos de dos meses se puso en marcha una nueva comunidad en Canadá.

Hacía rato que Gabriel no había dicho palabra, aunque seguía mirando fijamente a Martin.

– Dígame una cosa: ¿cómo se llamaba ese Viajero suyo? -preguntó.

– Matthew.

– ¿Y su apellido?

– Nunca nos lo dijo -repuso Martin-. No creo que tuviera permiso de conducir.

– ¿Tiene alguna fotografía de él?

– Creo que tengo una en el armario -contestó Rebecca-. ¿Quiere que vaya a…?

– No hace falta -terció Antonio-. Yo tengo una. -Se metió la mano en el bolsillo de atrás y sacó una agenda de piel rebosante de notas, recibos y bocetos de construcción. La puso en la mesa y empezó a pasar las páginas hasta que sacó una pequeña fotografía-. Mi mujer la hizo cuatro días antes de que el Viajero se marchara. Esa noche cenó en mi casa.

Sosteniendo la foto como si de una preciosa reliquia se tratara, Antonio se la entregó por encima de la mesa. Gabriel la cogió y la observó largo rato.

– ¿Y cuándo se la hizo?

– Hará unos ocho años.

Gabriel los miró a todos. En su rostro se leía dolor, esperanza y alegría.

– Es mi padre. Se supone que debería estar muerto, consumido por el fuego, pero aquí está, sentado al lado de usted.

40

Gabriel se sentó bajo el nocturno cielo y examinó la arrugada instantánea de su padre. Más que cualquier otra cosa, deseaba que Michael estuviera allí con él. Los dos hermanos habían contemplado juntos los calcinados restos de su granja de Dakota del Sur y juntos habían conducido por todo el país, hablando en voz baja por las noches, mientras su madre dormía. ¿Acaso su padre seguía con vida? ¿Estaría buscándolos?

Los Corrigan lo habían buscado sin descanso, esperando verlo en una parada de autobús o en la ventana de un café. A veces, cuando entraban en una nueva ciudad, ambos hermanos intercambiaban una mirada, nerviosos y emocionados. Quizá su padre viviera allí. Quizá estuviera cerca, muy cerca, a pocas manzanas. Hasta que llegaron a Los Ángeles Michael no declaró que ya estaba bien de hacerse ilusiones, que su padre estaba muerto y desaparecido para siempre y que lo mejor era olvidarse del pasado y seguir adelante.

Mientras las estrellas brillaban en lo alto, Gabriel interrogó a los cuatro miembros de New Harmony. Antonio y los demás se mostraron deseosos de ayudar, pero no pudieron decirle gran cosa. No sabían cómo localizar al Viajero, y éste no les había dejado ninguna dirección ni se había puesto en contacto con ellos.

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